ASEGURAR LA SALVACIÓN ETERNA
POR MEDIO DE UNA VIDA
SERIAMENTE CRISTIANA
POR MEDIO DE UNA VIDA
SERIAMENTE CRISTIANA
¿Quieres, amadísimo
lector, estar aún más seguro de evitar el infierno? No te contentes con evitar el
pecado mortal y combatir los vicios y faltas que a él conducen; lleva una buena
y santa vida, seriamente cristiana y llena de Jesucristo. Haz como las personas
prudentes que tienen que pasar por caminos difíciles y rodeados de precipicios,
las cuales por miedo de caer en ellos se guardan bien de andar por el borde, donde
un simple mal paso podría serles fatal; toman prudentemente el otro lado de la
vía, y se alejan tanto como pueden del derrumbadero. Haz, pues, lo mismo; abraza
generosamente la hermosa y noble vida llamada vida cristiana, vida de piedad. Guiado
por los consejos de algún santo sacerdote, imponte un método de vida, en el cual
harás entrar, conforme a las necesidades de tu alma y a las circunstancias exteriores en que te hallares, algunos buenos
y sólidos ejercicios de piedad, entre los cuales te recomiendo los siguientes,
que están al alcance de todo el mundo: Empieza y acaba siempre los días por una
oración muy cordial y devota.
Añade mañana y tarde la
atenta lectura de una o dos páginas del Evangelio o de la Imitación, o de
cualquier otro libro bueno que tengas a mano; y después de esta pequeña lectura, guarda algunos minutos de recogimiento y de buenas resoluciones, por la mañana
para el día, y por la tarde para la noche, pensando en la muerte y en la
eternidad. Toma la excelente costumbre de hacer la señal de la cruz cuantas
veces entres o salgas de tu cuarto. Esta práctica, tan sencilla en sí misma, es
muy santificante. Pero pon cuidado en no hacer nunca esta señal con ligereza, sin
pensar en ella y por rutina, como hacen muchos: debes hacerla religiosa y
gravemente. Procura, si los deberes de tu estado te lo permiten, ir a Misa
todos los días temprano, a fin de recibir cada día la bendición de Dios, y
tributar a Nuestro Señor los homenajes que le debemos en su augusto Sacramento.
Si no te fuera dable, procura al menos adorar todos los días al Santísimo Sacramento,
ya sea entrando en la iglesia o bien de lejos y desde el fondo de tu corazón.
Rinde igualmente todos los
días y con un corazón verdaderamente filial a la bienaventurada Virgen María,
Madre de Dios y de los cristianos, algún homenaje de piedad, amor y veneración.
El amor a la Santísima Virgen, unido al del Santísimo Sacramento, es una prenda
casi infalible de salvación; y ha demostrado en todos los siglos la
experiencia, que Nuestro Señor Jesucristo concede gracias extraordinarias,
durante la vida y al momento de la muerte, a todos aquéllos que invocan y aman
a su Madre. Lleva siempre contigo un escapulario, una medalla o un rosario. Adquiere
y no dejes jamás el excelente hábito de confesarte y comulgar a menudo. La Confesión
y la Comunión son los grandes medios ofrecidos por la misericordia de
Jesucristo a todos aquéllos que quieren salvar y santificar sus almas, evitar
las faltas graves y crecer en el amor del bien y en la práctica de las virtudes
cristianas.
En este punto no puede
darse una regla general; pero sí puede afirmarse que los hombres de buena voluntad,
es decir, aquéllos que quieren sinceramente evitar el mal, servir a Dios y
amarlo de todo corazón, son tanto mejores, cuanto comulgan con mayor
frecuencia. Cuando uno se encuentra así dispuesto, lo más es lo mejor; y aunque
fuese muchas veces por semana, y hasta cada día, no sería demasiado. Casi todos
los buenos cristianos harían muy bien, si pudiesen, en santificar los domingos
y fiestas con una buena Comunión, sin dejar nunca de hacerlo por su culpa. El célebre
Catecismo del Concilio de Trento llega a decir que debe recibir los sacramentos
todos los meses un cristiano algo cuidadoso de su alma.
Finalmente, proponte en tu sistema de vida el combatir incesantemente las dos o
tres faltas que hayas notado o que te hayan hecho notar en ti: éste es el
flanco débil de la plaza, y es evidente que por él, en uno o en otro momento,
intentará el enemigo sorpresas y golpes de mano. Evita como el fuego las malas
compañías y las malas lecturas.
Ya comprendes, querido
lector, que lo que te recomiendo no es de obligación y dista mucho de serlo.
Pero, lo repito, si entras en este camino de generosidad y de fervor, y si
marchas por él resueltamente, asegurarás de un modo completo el importantísimo
asunto de tu eternidad, y estarás cierto de evitar las penas eternas del
infierno, como está seguro de evitar las privaciones de la pobreza quien por una
prudente y sabia administración aumenta poderosamente su fortuna. En todos los
casos no dejes de tomar de estos consejos los que puedas seguir; trabaja por lo
mejor; pero por el amor de tu alma, por el amor del Salvador, que por ella ha
derramado toda su sangre, no te avergüences del Evangelio, y sé cristiano de
veras. Piensa a menudo, piensa seriamente en el infierno, en sus penas eternas,
en su fuego devorador, y te prometo que irás al cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario