ESPIRITUALIDAD DEL ALMA
2. LIBERTAD DEL ALMA
43. P. ¿Es libre
nuestra alma?
R. Nuestra
alma es libre: tiene la facultad de poder determinarse por su libre elección,
de hacer u omitir, de elegir el bien o el mal. El libre albedrío se
prueba:
1°
Por el sentido íntimo de la conciencia.
2°
Por la creencia universal de todos los pueblos.
3°
Por las consecuencias funestas que resultarían del error contrario.
1º Sentido
íntimo y conciencia. Nosotros tenemos el
sentido íntimo de nuestra libertad: siento que soy libre, como siento que
existo. Siento en mí la libertad de seguir la voz del deber o los
halagos de las pasiones. Es ésta una verdad tan apodíctica, que basta entrar
dentro de sí mismo para convencerse de ella. Tanta es nuestra libertad que
podemos contrariar nuestros gustos, nuestros instintos, nuestros intereses, aun
los más queridos. El hombre, en la plenitud de su libre albedrío, sacrificará
sus bienes, su libertad, su familia, su vida, todo, por la verdad que él no ve,
por la virtud que contraría sus apetitos. Me ordenas con el cuchillo al cuello,
que niegue a mi Dios, que abjure mi fe Yo siento que ningún poder me hará
cometer semejante vileza. Yo encuentro en mi camino una bolsa de monedas de
oro, y podría apropiármela, pues nadie me ha visto recogerla. Pero si la
tentación me asalta, yo la rechazo rápidamente, y devuelvo la bolsa a su dueño,
prefiriendo vivir en mi indigencia antes que mancharme con un robo a los ojos
de Dios. Es innecesario multiplicar los ejemplos. “Oigo hablar mucho contra la libertad del hombre, y desprecio todos esos sofismas, porque, por más que un razonador trate de probarme que no soy libre,
el sentimiento íntimo más fuerte que todos los razonamientos, los desmiente sin
cesar” (J. J. Rousseau).
2º La creencia
universal de todos los pueblos. En
todos los tiempos y en todos los países, los hombres han sentido, hablado y obrado como seres libres.
Deliberan, hacen promesas y contratos, aprueban las buenas acciones y condenan
las malas. Todo esto supone libertad. ¿Se delibera, acaso, acerca de aquello
que no depende de uno mismo, la muerte, por ejemplo? ¿Se promete resucitar a
los muertos? No se proyecta, no se promete sino aquello que se cree poder hacer
u omitir. ¿Por qué aprobar lo bueno y reprobar lo malo, si el hombre no es
libre de sus actos? Todos los pueblos han establecido leyes: ¿con qué utilidad
si el hombre no es libre? No se dictan leyes a una máquina que ejerce mecánicamente sus funciones.
3º Consecuencias
funestas que resultan del error contrario. Si
el hombre no es libre, no es dueño de sus actos, y, por consiguiente, no es
responsable sino de aquellos actos de los cuales uno es realmente la causa, y
si la voluntad no es libre, no es causa de los actos que produce. Si el hombre
no es responsable, no hay deber, porque no se puede estar obligado a
querer el bien sino cuando uno tiene libertad de elegirlo. Si el hombre no es
libre, si no es responsable de sus actos, no hay ni virtud, ni vicio,
como no hay ni bien ni mal para los animales. Entonces, el asesino no es más
culpable que su víctima. No hay conciencia, pues ella no tiene el derecho de
imponer el bien y prohibir el mal si no existen. El remordimiento es un
absurdo. No hay justicia, porque los jueces no podrían condenar a un
criminal que no es responsable de sus actos. Estas consecuencias tan
monstruosas, tan reprobadas por el sentido común, bastan para demostrar la
falsedad del fatalismo.
44. P. ¿Quiénes niegan
la libertad del alma?
R. Los
fatalistas, los positivistas y ciertos herejes. Los
antiguos fatalistas atribuían a una divinidad ciega, llamada hado (del latín
fatum), todas las acciones del hombre. Aun hoy, los mahometanos dicen: Estaba
escrito; es decir, todo lo que acontece debía necesariamente acontecer. En
nuestros días, los positivistas caen en el mismo error, al decir que
nuestra voluntad se determina a la acción por la influencia irresistible
de los motivos que la solicitan; y así atribuyen los actos del hombre a las
influencias del medio, del clima, del carácter, del temperamento. Ciertos
herejes, como los protestantes y los jansenistas, se han atrevido
sostener que, por el pecado de Adán, el hombre habría perdido la facultad de
hacer el bien, y que era arrastrado por la concupiscencia. Aceptar estos
errores equivale a decir que no hay ni bien ni mal, que las leyes son un
contrasentido, que el hombre es una simple máquina, etc.
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