23 DE NOVIEMBRE
SAN CLEMENTE I, PAPA Y MARTIR
Epístola –
Filipenses; III, 17-21; IV, 1-3.
Evangelio –
San Mateo; XVI, 13-19.
La memoria de San Clemente
se nos presenta, a los principios de la Iglesia de Roma, rodeada de aureola
especial. Al desaparecer los Apóstoles, se diría que eclipsa a San Lino y San Cleto,
no obstante haber recibido antes que él el honor del episcopado. Como una cosa
normal, se pasa de Pedro a Clemente, y las Iglesias orientales celebran su
memoria con tanto honor como la Iglesia latina. Fue verdaderamente el Pontífice
universal, y ya se advierte que toda la Iglesia está pendiente de sus actos y
de sus escritos. Debido a esta buena reputación se le han atribuido muchos
escritos apócrifos que es fácil separar de los que son verdaderamente suyos.
LA EPÍSTOLA A LOS CORINTIOS. — Con el tiempo han
desaparecido, excepto uno, los documentos que prueban la intervención de
Clemente en los asuntos de las Iglesias lejanas; pero el que nos queda nos
presenta el poder monárquico del Obispo de Roma en pleno ejercicio desde esta época
primitiva. La Iglesia de Corinto se hallaba agitada por discordias intestinas
que la envidia había suscitado con respecto a ciertos pastores. Estas
divisiones, cuyo germen encontramos ya en tiempo de San Pablo, habían destruido
la paz y causaban escándalo hasta entre los mismos paganos. La Iglesia de
Corinto terminó por sentir la necesidad de atajar un desorden que podía ser
perjudicial a la extensión de la fe cristiana, y a este fin, tuvo que pedir ayuda
fuera de su seno. Por ese tiempo habían desaparecido del mundo todos los
Apóstoles, menos San Juan, el cual aún iluminaba a la Iglesia con su luz. De
Corinto a Éfeso, donde residía el Apóstol, la distancia no era considerable; no
obstante eso, no fue a Éfeso, sino a Roma a donde la Iglesia de Corinto dirigió
sus miradas. Clemente tuvo conocimiento de los debates que las cartas de esta
Iglesia remitían a su fallo y mandó salir para Corinto a cinco comisarios que
debían representar allí la autoridad de la Sede apostólica. Eran portadores de
u n a carta que San Ireneo llama de mucha autoridad, potentissimas litteras.
Se la consideró tan apostólica y bella, que se leyó mucho tiempo
públicamente en bastantes Iglesias, como una especie de continuación de las
Escrituras canónicas. Tiene un tono digno, pero paternal, conforme al consejo
que San Pedro da a los pastores. "Clemente no se decide explícitamente por
ninguna parte y a nadie nombra, pero trata de levantar el espíritu de los
fieles por encima de las pasiones, de las querellas y de los rencores con la consideración
de la bondad divina y de los grandes ejemplos bíblicos. Un cierto orden en la Escritura,
la argumentación que ti ene algo de insinuante, la unción que proviene del
gusto instintivo hacia las cosas morales, dan a este texto griego un perfume de
latinidad y forman algo muy diferente de los grandes escritos de Pedro, de
Pablo y de Juan, donde todo tiene el sabor y el misterio de una intuición
directa de la revelación divina. Con la carta de Clemente hemos pasado el
estadio inicial en el que el Espíritu se extiende en elevadas remansadas en las
Escrituras canónicas, pero estamos aún muy cerca de la fuente, en el centro de
la iglesia principal: "Pongamos los ojos en el Padre Creador del universo,
entreguémonos a sus favores, a los dones magníficos y excesivos de su paz, contemplémosle
con el pensamiento, miremos con los ojos del espíritu su voluntad pacientísima,
consideremos cómo se muestra dulce y fácil con todas las criaturas... (XIX,
2-3). El Padre, todo misericordia y amigo de hacer bien, tiene un gran corazón
para los que le temen. Se muestra liberal con sus gracias y las reparte con
bondad y suavidad a los que se acercan a él con un corazón sencillo. No seamos
desconfiados; no se turbe nuestra alma ante sus presentes maravillosos y
espléndidos... (XXII, 1-2). A San Clemente le consideraremos siempre como doctor
de la divina clemencia". Este lenguaje tan solemne y t a n firme consiguió
su efecto: se restableció la paz de la Iglesia de Corinto y los mensajeros de
la Iglesia romana comunicaron pronto la buena noticia. Un siglo más tarde, San
Dionisio, obispo de Corinto, manifestaba todavía al Papa San Sotero la gratitud
de su Iglesia para con Clemente por el servicio que le debía.
LA LEYENDA DE SAN CLEMENTE. — Las Actas (dudosas)
de San Clemente nos dicen que fue mandado al destierro, al Quersoneso, y
condenado a extraer y labrar el mármol: por eso los marmolistas
escogieron por patrón al Santo Papa. La leyenda nos cuenta además
un pormenor demasiado sabroso para que no lo refiramos aquí: San
Clemente fué arrojado al mar con una áncora al cuello. El día de su
aniversario, el mal se alejaba y la gente podía llegarse al templo submarino
que un ángel construyó sobre su tumba. Pues bien, ocurrió un día que una
mujer, cuando ya el mar se había extendido de nuevo, advirtió que
había dejado olvidado en dicho templo a su niño, pero le encontró sano y
salvo en el aniversario siguiente. Otro hecho que, como el
anterior, tiene sin duda el origen en el motivo de un mosa.co: nos muestra
al Cordero de Dios apareciéndose en un monte y señalando con la punta
del pie a Clemente la fuente que va a brotar. La Liturgia se h a
adueñado de estos relatos y h a compuesto las bellas Antífonas del
Oficio, que consideramos útil añadir aquí.
ANTIFONAS
Roguemos todos a Nuestro
Señor Jesucristo que haga correr una fuente de agua para sus confesores. Estando
San Clemente en oración, se le apareció el Cordero de Dios. Sin mirar a mis
méritos, el Señor me envió a vosotros para participar de vuestras coronas. Vi
sobre el monte al Cordero de pie; debajo de su planta brota una fuente viva. La
fuente viva que manaba debajo de su pie, es el río impetuoso que alegra a la
ciudad de Dios. Todas las naciones de alrededor creyeron en Cristo Señor. Al
irse camino del mar, el pueblo rezaba diciendo a grandes voces: Señor
Jesucristo, sálvale; y Clemente decía con lágrimas: Padre, recibe mi espíritu. Señor,
has dado a Clemente, tu mártir, por morada, en medio del mar, como un templo de
mármol, levantado por manos de ángeles; y has procurado el acceso a los
habitantes del país para que pudieran contar tus maravillas.
VIDA. — Por San
Ireneo sabemos que San Clemente es el tercer sucesor de San Pedro y que gobernó
la Iglesia probablemente entre el año 88 y 97. Pudo conocer a los apóstoles San
Pedro y San Pablo; San Ireneo hasta nos dice que fue su discípulo y Tertuliano que
fue ordenado por el primer Papa. La Epístola a los Corintios le coloca a la
cabeza de los escritores eclesiásticos cuya obra es auténtica. Si la historia no
nos suministra datos suficientes sobre sus orígenes, hay conjeturas de que era
judío y que había recibido una formación literaria y filosófica bastante extensa,
y el contenido de su Carta revela en él el carácter de un hombre de gobierno, a
la vez que sus cualidades y virtudes. La Tradición quiere que haya muerto
mártir. Recitemos
en su honor la gran oración que se
lee en su Epístola a los Corintios:
LA GRAN PLEGARIA DE SAN CLEMENTE. —"Has abierto
los ojos de nuestros corazones para que te conozcan a ti, el solo Altísimo en
lo más alto de los cielos, el Santo que descansa en medio de los Santos; a ti,
que echas a tierra la insolencia de los orgullosos, que deshaces los cálculos de
los pueblos, que ensalzas a los humildes y humillas a los grandes; a ti, que
enriqueces y empobreces, que matas y salvas y vivificas; único bienhechor de
los espíritus y Dios de toda carne; contemplador de los abismos, escudriñador de
las obras de los hombres, auxilio de los hombres en los peligros y su salvador
en la desesperación, Criador y Obispo de todos los espíritus. "A ti, que
multiplicas los pueblos sobre la tierra y que has escogido entre ellos a los
que te aman, por Jesucristo, el Hijo predilecto por quien nos has instruido,
santificado y honrado, a ti te suplicamos, oh Maestro. Sé nuestra ayuda y
nuestro sostén. Sé la salvación de los que entre nosotros andan oprimidos; ten
misericordia de los humildes; levanta a los caídos; date a conocer a los que
están en necesidad; cura a los enfermos; vuelve atraer a los descarriados de tu
pueblo; sacia a los que tienen hambre; pon en libertad a nuestros prisioneros;
levanta a los que languidecen; consuela a los pusilánimes. Reconozcan todos los
pueblos que no hay más Dios que tú; que Jesucristo es tu Hijo; que nosotros somos
tu pueblo y ovejas de tus pastos. "Tú, que has manifestado el inmortal
orden del mundo con tus obras; Tú, Señor, que has creado la tierra; Tú, que
sigues fiel en todas las generaciones, justo en tus juicios, admirable en tu
poder y en t u magnificencia, sabio en la creación, prudente en dar solidez a
las cosas creadas, bueno en las cosas visibles, fiel con los que en ti confían,
misericordioso y compasivo: perdónanos nuestras faltas y nuestras injusticias, nuestras
caídas, nuestras aberraciones. "No lleves cuenta de los pecados de tus
servidores y de tus servidoras; más bien, purifícanos con tu verdad y dirige
nuestros pasos para que caminemos en la santidad del corazón y hagamos lo que
es bueno y agradable a tus ojos y a los ojos de nuestros príncipes. "Sí, Maestro,
haz que resplandezca tu cara en nosotros, para hacernos gozar de los bienes en paz,
protégenos con tu mano poderosa, líbranos de todo pecado con tu brazo
fortísimo, ponnos a salvo de los que injustamente nos odian. "Danos la
concordia y la paz a nosotros y a todos los habitantes de la tierra, como la
diste a nuestros padres cuando te invocaban santamente en la fe y en la verdad.
Haznos sumisos a tu Nombre potentísimo y muy excelente, a nuestros príncipes y
a los que nos gobiernan en la tierra. "Tú eres, Maestro, el que les diste
el poder de la majestad real en tu magnífico e invisible poder, para que,
conociendo la gloria y el honor que les has repartido, les estemos sometidos y no
contradigamos tu voluntad. Concédeles, Señor, la salud, la paz, la concordia,
la estabilidad, para que ejerzan sin impedimento la soberanía que les has
entregado. Porque, eres tú, Maestro, rey celestial de los siglos, quien das a
los hijos de los hombres gloria, honor y poder sobre las cosas de la tierra.
Dirige, Señor, su consejo conforme a lo que está bien, a lo que es agradable a
tus ojos, con el fin de que ejerciendo con piedad, en la paz y la mansedumbre,
el poder que les diste, te hallen ellos propicio. Sólo tú puedes hacer esto y
procurarnos mayores bienes aún. "Te damos gracias por el sumo sacerdote y patrón
de nuestras almas, Jesucristo, por quien sea a ti la gloria y la grandeza,
ahora y de generación en generación y en los siglos de los siglos. Amén
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