2 DE
NOVIEMBRE
No
queremos, hermanos que ignoréis lo tocante
a
la suerte de los muertos, para que no os
aflijáis
como los demás que no tienen esperanza
Este
era el deseo del Apóstol escribiendo a los primeros cristianos; y el de la
Iglesia hoy no es otro. En efecto, la verdad sobre los difuntos no pone sólo en
admirable luz el acuerdo de la justicia y de la bondad en Dios: los corazones
más duros no resisten a la misericordia caritativa que esa verdad infunde, a la
vez que procura los más dulces consuelos al luto de los que lloran. Si nos
enseña la fe que hay un purgatorio, donde las faltas no expiadas pueden retener
a los que nos fueron queridos, también es de fe que podemos ayudarlos, y es
teológicamente cierto que su liberación más o menos pronta está en nuestras
manos. Recordemos algunos principios que pueden ilustrar esta doctrina.
LA EXPIACIÓN DEL PECADO. —
Todo pecado causa en el pecador doble estrago:
mancha su alma y le hace merecedor del castigo. El pecado venial causa
simplemente un desplacer a Dios y. su expiación sólo dura algún tiempo; mas el
pecado mortal es una mancha que llega hasta deformar al culpable y hacerle
objeto de abominación ante Dios; su sanción, por consiguiente, no puede
consistir más que en el destierro eterno, a no ser que el hombre consiga en
esta vida la revocación de la sentencia. Pero, aun en este caso, borrándose la
culpa mortal y quedando revocada por tanto la sentencia de condenación, el
pecador convertido no se ve libre de toda deuda; aunque a veces puede ocurrir;
como sucede comúnmente en el bautismo o en el martirio, que un desbordamiento
extraordinario de la gracia sobre el hijo pródigo logre hacer desaparecer en el
abismo del olvido divino hasta el último vestigio y las más diminutas reliquias
del pecado, lo normal es que en esta vida o en la otra exija la justicia
satisfacción por cualquier falta.
EL MÉRITO. —Todo acto sobrenatural de virtud, por contraposición
al pecado, implica doble utilidad para el justo; con él merece
el alma un nuevo grado de gracia; satisface
por la péna debida a las faltas pasadas conforme a
la justa equivalencia que según Dios corresponde al trabajo, a la privación, a
la prueba aceptada, al padecimiento voluntario de uno de los miembros de su
Hijo carísimo. Ahora bien, como el mérito no se cede y es algo personal de quien lo adquiere,
así, por lo contrario, la satisfacción, como valor de cambio, se presta a las transacciones
espirituales; Dios tiene a bien aceptarla como pago parcial o saldo de cuenta a
favor de otro, sea de este mundo o del otro el concesionario, con la sola
condición de que pertenezca por la gracia al cuerpo místico del Señor que es
uno en la caridad. Es la consecuencia, como lo explica Suárez en su tratado de
los Sufragios, del misterio de la
Comunión de los Santos, que en estos días se nos manifiesta: "Creo que
esta satisfacción de los vivos en favor de los difuntos vale en justicia y que
es infaliblemente aceptada en todo su valor y conforme a la intención del que
la aplica, de suerte que, por ejemplo, si la satisfacción que me corresponde me
valía en justicia, percibiéndola yo, el perdón de cuatro grados de purgatorio,
otro tanto se la perdona al alma por quien la ofrezco".
LAS INDULGENCIAS. —
Sabido es cómo secunda 'la Iglesia en este punto la
buena voluntad de sus hijos. Por medio de la práctica de las Indulgencias, pone
a disposición de su caridad el tesoro inagotable donde se juntan sucesivamente
las satisfacciones abundantísimas de los Santos con las de los Mártires, y
también con las de Nuestra Señora y con el cúmulo infinito debido a los
padecimientos de Cristo. Casi siempre ve bien y permite que la remisión de la
pena, que ella directamente concede a los vivos, se aplique por
modo de sufragio a los difuntos,
los cuales ya no dependen de su jurisdicción. Quiere esto decir que cada uno de
los fieles pue-- de ofrecer por otro a Dios, que lo acepta, el sufragio o ayuda
de sus propias satisfacciones, del modo que acabamos de ver. Tal es la doctrina
de Suárez, el cual enseña también que la indulgencia que se cede a los difuntos
no pierde nada de la certeza o del valor que tendría para nosotros los que
pertenecemos todavía a la Iglesia militante. Ahora bien, las Indulgencias se
nos ofrecen en mil formas y en mil ocasiones. Sepamos utilizar nuestros tesoros
y practiquemos la misericordia con las pobres almas que padecen en el
purgatorio. ¿Puede existir miseria más digna de compasión que la suya? Tan
punzante es, que no hay desgracia en esta vida que se la pueda comparar. Y la
sufren tan noblemente, que ninguna queja turba el silencio de "aquel río
de fuego que en su curso imperceptible las arrastra poco a poco al océano del
paraíso". El cielo a ellas de nada las sirve; allí ya no se merece. Dios
mismo, buenísimo pero también justísimo, se ha obligado a no concederlas su
liberación si no pagan completamente la deuda que llevaron consigo al salir de
este mundo de prueba. Es posible que esa deuda la contrajesen por nuestra culpa
o con nuestra cooperación; y por eso se vuelven a nosotros, que continuamos
soñando en placeres mientras ellas se abrasan, cuando tan fácil nos es abreviar
sus tormentos. Apiadaos, apiadaos de mi, siquiera vosotros, mis amigos, pues me ha
herido la mano
del Señor.
LA ORACIÓN POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO. —
Como si el purgatorio viese rebosar más
que nunca sus cárceles con la
afluencia de multitudes que allí lanza todos los días la mundanalidad del siglo presente y acaso debido también
a la proximidad de la cuenta corriente final y universal que dará
término al tiempo, al Espíritu Santo
ya no le basta sostener el celo de las cofradías antiguas consagradas en la
Iglesia al servicio de los
difuntos; suscita la Iglesia nuevas
asociaciones y hasta familias religiosas, cuyo fin exclusivo es promover por todos los medios la liberación o el alivio de las almas del
purgatorio. En esta obra, que es una
especie de redención de
cautivos, hay también cristianos que
se exponen y se ofrecen a cargar sobre sí las cadenas de sus hermanos, renunciando para ello libre y voluntariamente, no sólo a
sus propias satisfacciones, sino
también a los sufragios de que
se podían beneficiar después de muertos;
acto heroico de caridad que no se debe hacer a la ligera, pero que aprueba la Iglesia; dicho acto da a Dios mucha gloria y, en el
caso de un retardo temporal de
la bienaventuranza, merece a su
autor el estar más cerca de Dios para
siempre, desde ahora por la gracia y después, en el cielo, por la gloria. Y, si los sufragios de un simple fiel tienen tanto valor, ¡cuánto más tendrán los de toda
la Iglesia en la solemnidad de
la oración pública y en la
oblación del augusto Sacrificio en que Dios mismo satisface a Dios por todas las faltas! La Iglesia, desde su origen, siempre rezó
por los difuntos, como antes lo hizo la
Sinagoga. Así como celebraba el aniversario de sus hijos mártires con acciones de gracias, así
también honraba con súplicas el
de los demás hijos, que quizá no
estuviesen aún en los cielos. Diariamente
se pronunciaban en los Misterios sagrados
los nombres de unos y otros con el doble fin de la alabanza y de la oración; y, así como por no poder recordar en cada iglesia particular a cada uno de los bienaventurados del mundo entero, los incluyó a todos en una
fiesta y en una mención común,
así de igual manera hacía
conmemoración general de los difuntos en todas partes y todos los días a continuación de las conmemoraciones particulares. Tampoco
faltaban sufragios, observa San
Agustín, a los que no tenían
parientes ni amigos; ésos tenían para
remediar su desamparo, el cariño de la Madre común.
SAN ODILÓN. —
Al seguir la Iglesia desde un principio el mismo
proceso respecto a la memoria de los bienaventurados y la de las almas del
purgatorio era de prever que la institución de la fiesta de todos los Santos
reclamaría muy pronto la actual Conmemoración de los fieles difuntos. Según nos
dice la Crónica de Sigeberto de Gemblaux, el abad de Cluny San Odilón la
instituía en 998 en todos los monasterios que de él dependían, para celebrarla
perpetuamente al día siguiente de todos los Santos. Así respondía a las
acusaciones que le denunciaban a él y a sus monjes, en visiones que se leen en
su Vida, como los auxiliadores más intrépidos de las almas que se purifican en
el lugar de la expiación, y también como los más temibles para los poderes
infernales. El mundo aplaudió el decreto de San Odilón. Roma le hizo suyo y se
convirtió en ley de toda la Iglesia latina. Los griegos hacen una primera
Conmemoración general de los difuntos la víspera de nuestro domingo de
Sexagésima, que es para ellos el de carnestolendas o de Apocreos,
en el cual celebran la segunda venida del Señor.
Llaman a este día Sábado de ánimas, como también al Sábado que precede a Pentecostés, en
que rezan de nuevo solemnemente por todos los difuntos.
MISA DE LOS DIFUNTOS
La
Iglesia Romana tenía antiguamente doble tarea en este día en su servicio diario
para con la divina Majestad. La memoria de los difuntos no la permitía olvidar
la Octava de todos los Santos. El oficio del segundo día de esta Octava
precedía al de los difuntos; a la hora de Tercia de todos los Santos, seguía la
Misa correspondiente; y después de Nona del mismo oficio, ofrecía el Sacrificio
del altar por los difuntos. En nuestros días, solicitada por la caridad para
con las pobres almas más numerosas y más desamparadas, las dedica hoy todas sus
Horas canónicas y sólo después de Nona a la que sigue la misa solemne de los
difuntos, vuelve a tomar el oficio de los Santos en las .Vísperas del dos de
noviembre. En cuanto a la obligación de guardar fiesta el día
de ánimas, era sólo de semiprecepto
en Inglaterra, donde se permitían los trabajos más necesarios; en muchos
lugares el cese del trabajo no excedía la mitad del día; en otros se prescribía
únicamente la asistencia a la misa. París observó durante algún tiempo el dos
de noviembre como fiesta de primera obligación: en 1673 el arzobispo Francisco
de Harlay mantenía aún en sus estatutos el mandato de guardarle hasta el
mediodía. Hoy ni en Roma existe ya la obligación.
La
antífona del Introito no es más que la súplica apremiante que suple en el
oficio de difuntos a otra cualquier doxología; está sacada de un pasaje del
libro cuarto de Esdras. El segundo salmo de Laudes nos da el versículo.
INTROITO
Dales, Señor, el descanso
eterno: y brille para ellos la luz perpetua.
Salmo: A ti, oh Dios, te corresponden loores en Sión, a ti se te
darán votos en Jerusalén: escucha mi oración, a ti irán todos los hombres.
En
la Colecta la Iglesia implora, en favor de las almas que sufren, la
misericordia de su Esposo, del Dios hecho Hombre, al que llama Creador y
Redentor, títulos que dicen todo lo que estas almas le costaron y le invitan a
dar la última mano a su obra.
COLECTA
Oh Dios, Criador y
Redentor de todos los fieles: concede a las almas de tus siervos y siervas el
perdón de todos los pecados; para que, por nuestras piadosas súplicas, consigan
la indulgencia que siempre ansiaron. Tú, que vives.
EPISTOLA
Lección de
la Epístola del Ap. S. Pablo a
los Corintios (I Cor., XV, 51-57).
Hermanos:
He aquí un misterio que os digo: Todos resucitaremos ciertamente, pero no todos
seremos transformados. En un momento, en un pestañear de ojos, al son de la
última trompeta: porque sonará la i trompeta, y los muertos resucitarán
incorruptos: y nosotros seremos transformados. Porque es preciso que esto
corruptible se revista de incorrupción: y que esto mortal se revista de
inmortalidad. Mas, cuando esto mortal se hubiere vestido de inmortalidad,
entonces se cumplirá la palabra escrita: Fué absorbida la muerte por la
victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón? Pues el aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado es
la Ley. Mas gracias a Dios, que nos dió la victoria por nuestro Señor
Jesucristo.
MUERTE Y RESURRECCIÓN. —
Mientras el alma, al salir de este mundo, suple en
el purgatorio la insuficiencia de sus expiaciones, el cuerpo que dejó vuelve a
la tierra para cumplir la sentencia lanzada contra Adán y su raza en el
principio del mundo. Pero la justicia es amor tanto para el cuerpo como para el
alma del cristiano. La humillación del sepulcro es justo castigo de la falta
original; mas en ese retomo del hombre al polvo de la tierra de que fué
formado, nos hace ver San Pablo además la siembra necesaria para la
transformación del grano predestinado, que un día ha de volver a vivir en muy
distintas condiciones. Es que, en efecto, la carne y la sangre no pueden poseer
el reino de Dios ni los que están sujetos a la corrupción aspirar a la
inmortalidad. Trigo candeal de Cristo, según la palabra de San Ignacio de
Antioquía, el cuerpo del cristiano es arrojado al surco de la tumba para dejar
en él lo que tenía de corruptible, la forma del primer Adán con su flaqueza y
su pesadez; mas, por virtud del nuevo Adán, que le vuelve a formar a su propia
imagen, saldrá completamente celestial y espiritualizado, ágil, impasible y
glorioso. Gloria al qué sólo quiso morir como nosotros para destruir la muerte
y hacer de su victoria nuestra victoria.
La
Iglesia continúa pidiendo con insistencia en el Gradual la liberación de los
difuntos.
GRADUAL
Dales, Señor, el descanso
eterno: y brille para ellos la luz perpetua. 7.
El justo dejará eterna memoria: no temerá la mala fama.
TRACTO
Absuelve, Señor, a las
almas de todos los fieles difuntos de todo vínculo de pecado. J.
Y,
socorriéndolos tu gracia, merezcan evitar el juicio de la venganza. Y gozar
de la dicha de la luz eterna.
La
Iglesia antiguamente no excluía el Ale luya de los funerales de sus hijos;
expresaba su alegría fundada en la esperanza de qué una muerte santa acababa de
asegurar al cielo un elegido más, aunque pudiese prolongarse algún tiempo la
expiación del cristiano cuya vida, de prueba finalizaba. Con todo, la
adaptación de la liturgia de los difuntos a los ritos de los últimos días de
Semana Santa, aunque modificó en este punto antiguas costumbres, no quiso
excluir de la Misa de los difuntos la Secuencia, la cual fué primitivamente una
composición de carácter festivo y una continuación del Aleluya Roma hacia una excepción a las reglas
tradicionales, a favor del poema atribuido erróneamente a Tomás de Celano. En
Italia se cantó desde el siglo XIV el Dies irae y toda la Iglesia lo adoptó en el siglo XVI.
SECUENCIA
1. El día de la Ira, el día aquel
disolverá al mundo
en ceniza: testigo es David con la
Sibila.
2.Cuánto temor habrá entonces, cuando
se presente
el Juez a discutir todo con rigor!
3. La trompeta, lanzando su son por
las tumbas
de la tierra, llevará ante el trono a
todos.
4. Se pasmarán muerte y naturaleza,
cuando resucite
la criatura, para responder al
Juzgador.
5. Abriráse el libro escrito, en que
está todo contenido,
por el que será juzgado el mundo.
6. Cuando, pues, se siente el Juez,
aparecerá todo
lo oculto: nada quedará sin vengar.
7. ¿Qué diré entonces, desgraciado?
¿Qué patrono
invocaré, cuando apenas el justo estará
seguro?
8. Rey de majestad tremenda, que a los
buenos
salvas gratis, sálvame a mí, fuente de
piedad.
9. Acuérdate, Jesús piadoso, que soy
de tu camino
la causa: no me pierdas en aquel día.
10. Buscándome, te sentaste cansado:
me redimiste
sufriendo la cruz: no sea Inútil tanto
trabajo.
11. Justo Juez de la venganza, da la
gracia del
perdón antes del día de la cuenta.
12. Gimo como verdadero reo: con la
culpa enrojece
mí cara: perdona, oh Dios, al que
suplica.
13. Tú, que absolviste a María y
escuchaste al J
buen ladrón, a mí esperanza me diste.
-j
14. Mis plegarias no son dignas: pero
tú haz,!
bueno y benigno, que no arda en fuego
perenne.
15. Colócame entre las ovejas, y
apártame de los
cabritos, poniéndome a la parte
diestra.
16. Refutados los malditos, aplicadas
las crueles
llamas: llévame con los benditos.
17. Ruégote humilde y sumiso, el
corazón, como
ceniza, deshecho: Ten cuidado de mi
fin.
18. Lacrimoso día aquel, en que
surgirá del polvo
el
hombre para ser juzgado reo.
19.
Perdona, pues, a éste, oh Dios: oh piadoso
señor
Jesús, dales el descanso. Amén.
EVANGELIO
Continuación
del santo Evangelio según S. Juan
(Jn., V,
25-29).
En
aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los judíos: En verdad, en verdad os
digo, que ha llegado la hora, y es ésta, en que los muertos oirán la voz del
Hijo de Dios: y, los que la escucharen, vivirán. Porque, como el Padre tiene la
vida en si mismo, así dió también al Hijo el tener la vida en sí mismo: y le
dio poder de juzgar, porque es el Hijo del hombre. No os maravilléis de esto,
porque llega la hora en que, todos los que están en los sepulcros, oirán la voz
del Hijo de Dios; e irán los que obraron bien, a la resurrección de la vida y
los que obraron mal, a la resurrección del juicio.
LA VOZ DEL JUEZ. — El purgatorio no es eterno. Su duración es
infinitamente diversa según las sentencias del juicio particular que sigue a la
muerte de cada uno; para ciertas almas más culpables o que, excluidas de la
comunión católica, están privadas de los sufragios de la Iglesia, puede
prolongarse a siglos enteros, aunque la misericordia divina se dignase
librarlas del infierno. Mas al fin del mundo y de todo lo que es temporal se ha
de cerrar el purgatorio. Dios sabrá conciliar su justicia y su gracia en la
purificación de los últimos llegados de la raza humana, supliendo, v. gr., con
la intensidad de la pena expiatoria lo que podría faltar a la duración. Pero,
en lo que se refiere a la bienaventuranza, mientras las sentencias del juicio
particular son con frecuencia suspensivas y dilatorias y dejan provisionalmente
el cuerpo del elegido y del condenado a la suerte común de la sepultura, el
juicio universal tendrá carácter definitivo tanto para el cielo como para el
infierno, y sus sentencias serán absolutas y se ejecutarán al instante íntegramente.
Vivamos, pues, a la expectativa de la hora solemne en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios.
El que tiene que venir, vendrá y no tardará, nos
recuerda el Doctor de las gentes; su día llegará rápido y de improviso como un
ladrón, nos dicen con él, el Príncipe de los Apóstoles y Juan el discípulo
amado, haciendo eco a la palabra del mismo Jesucristo: como el relámpago sale
del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del
Hombre. Asimilémonos los sentimientos expresados en el Ofertorio de los
difuntos. Aunque las benditas almas del purgatorio tienen asegurada para
siempre la eterna bienaventuranza y ellas lo saben bien, con todo eso, el
camino más o menos largo que las conduce al cielo, se abre entre el peligro del
último asalto diabólico y las angustias del juicio. La Iglesia, pues, abarcando
con su oración todas las etapas de esta vía dolorosa, anda solícita para no
descuidar la entrada; y no teme llegar para eso demasiado tarde. Para Dios,
cuya mirada abarca todos los tiempos, la súplica que hoy hace la Iglesia,
estaba ya presente en el momento del paso tremendo y procuraba a las almas la
ayuda que aquí se pide. Además, esta misma súplica la va siguiendo a través de
los altibajos de su lucha contra las potestades del abismo, de las cuales se
sirve Dios como de instrumentos en la expiación reclamada por su justicia,
según lo han comprobado más de una vez los Santos. En esta hora solemne, en que
la Iglesia presenta sus ofrendas para el augusto y omnipotente Sacrificio,
redoblemos nosotros también nuestros ruegos por los finados. Imploremos su
liberación de las fauces del león. Supliquemos al glorioso Arcángel, prepósito del paraíso, sostén de las almas al salir de este mundo, su
guía enviado "por Dios, que
las conduzca a la luz, a la vida, a Dios mismo, que se prometió como recompensa
a los creyentes en la persona de su padre Abraham.
OFERTORIO
Señor Jesucristo, Rey de
la gloria, libra las almas de todos los fieles difuntos de las penas del
infierno y del profundo lago: líbralas de la boca del león, para que no las
absorba el tártaro, ni caigan en lo obscuro: sino que el abanderado San Miguel
las presente en la luz santa: Que
prometiste en otro tiempo a Abraham y a su descendencia, y Ofrecérnoste,
Señor, hostias y preces de alabanza: tú acéptalas por aquellas almas cuya
memoria celebramos hoy: hazlas, Señor, pasar de la muerte a la vida: Que prometiste en otro tiempo a Abraham y a
su descendencia. La fe, cuyas obras practicaron, es garantía para las almas del
purgatorio de la recompensa postrera y la que hace a Dios propicio ante los dones
ofrecidos en favor de ellas.
SECRETA
Suplicamoste, Señor, mires
propicio estas hostias que te ofrecemos por las almas de tus siervos y siervas:
para que, a quienes diste el mérito de la fe cristiana, les des también el
premio. Por Nuestro Señor Jesucristo.
PREFACIO
Es verdaderamente digno y
justo, equitativo y saludable que siempre y en todas partes te demos gracias a
ti, Señor santo. Padre omnipotente, Dios eterno, por Cristo nuestro Señor. En
quien brilló para nosotros la esperanza de una resurrección bienaventurada, de
suerte que a quienes contrista la certeza de tener que morir, los consuele la
promesa de la futura inmortalidad. Porque a tus siervos. Señor, la vida se les
cambia, no se les quita: y, desmoronada la casa de esta terrestre morada,
alcanzan en los cielos una mansión eterna. Y, por eso, con los Angeles y los
Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con todo el ejército de la
celeste milicia, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar: Santo,
Santo, Santo, etc.
Al Agnus Dei,
la petición del descanso para los difuntos suple a la de la paz por los vivos.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
dales el descanso.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
dales el descanso.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
dales el descanso sempiterno.
Como
caen los copos silenciosos de una nieve abundante en un día de invierno, así
suben blancas y apacibles las almas liberadas, ahora cuando en todo el mundo,
al finalizar sus largas súplicas, la Iglesia derrama a raudales sobre las
llamas expiatorias la sangre redentora. Hechos fuertes con el valimiento que da
a nuestra oración el participar en los Misterios sagrados, digamos con ella en
la Comunión:
COMUNION
Brille para ellos, Señor,
la luz eterna: Con tus Santos para
siempre: porque eres piadoso. J. Dales,
Señor, el descanso eterno: y brille para ellos la luz perpetua. Con tus Santos
para siempre: porque eres piadoso.
Es
tal, no obstante eso, y tan por encima de nuestros pensamientos humanos el
misterio impenetrable y adorable de la justicia de Dios, que para algunas almas
la expiación tiene que seguir aún. La Iglesia también, sin cansarse ni dejar de
esperar, continúa su oración en la Poscomunión. La Santa Madre Iglesia
recordará a los difuntos todos los días y a todas las Horas del oficio, en
todas las Misas que se ofrecen a lo largo del año, de cualquier solemnidad que
sean.
POSCOMUNION
Rogamoste, Señor, hagas
que la oración de los que te suplicamos, aproveche a las almas de tus siervos y
siervas: para que las libres de todos los pecados y las hagas participantes de
tu redención. Tú, que vives.
El
Benedicamus
Domino, que hace las veces del Ite
missa est en las misas en que se
suprime el Gloria in excelsis, se reemplaza en las de difuntos por una invocación en favor de los
finados: Descansen en paz. Amén.
LAS TRES
MISAS. — Aquí no damos más que el texto de la misa que se
celebra por todos los fieles difuntos. Cada cual puede encontrar fácilmente en
su misal el texto de las otras dos desde 1915, gracias a la piedad de Benedicto
XV, los sacerdotes pueden en este día celebrar tres misas: una de ellas, a
intención del celebrante, la segunda se dice por las intenciones del Papa y la
tercera por todos los fieles difuntos. Quiso Benedicto XV ayudar con esta
generosidad no sólo a los miles y miles que durante la guerra cayeron en los
campos de batalla, sino también a las almas cuyas fundaciones de misas habían
sido robadas por la Revolución y confiscación de los bienes eclesiásticos. Más
recientemente Pío XI concedió una Indulgencia plenaria, aplicable a las almas
del purgatorio, por la visita que se hiciese a un cementerio el 2 de noviembre
y cualquier otro día de la Octava, pero con la condición de rezar por las
intenciones del Romano Pontífice.
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