sábado, 19 de noviembre de 2016

Ite Missa Est

19 DE NOVIEMBRE
SANTA ISABEL DE HUNGRIA, DUQUESA
DE TURINGIA

Epístola – Prov; XXXI, 10-31
Evangelio – San Mateo; XIII, 44-52


LAS FAMILIAS DE SANTOS.Si bien todos los elegidos brillan en el cielo con un resplandor propio, Dios se complace en agruparlos por familias, como lo hace en la naturaleza con los astros del Armamento. En el cielo de los Santos, lo que preside a esta agrupación de constelaciones es la gracia; pero a veces parece que Dios quiere recordarnos aquí que gracia y naturaleza le tienen por común autor; y a pesar de la caída, invitando a una y a otra a honrarle a la vez en sus elegidos, hace de la santidad como un patrimonio augusto que se transmiten de generación en generación los miembros de una misma familia terrena. Entre estas razas benditas ocupa un puesto de grandeza singular la antigua línea real de Hungría, a la que el capricho de los parentescos la permite llevar a todas las casas coronadas de la decrépita Europa el ascendiente de una santidad que muchos de sus hijos adquirieron. La más ilustre de éstos, y la más amable también, es Santa Isabel. Después de San Esteban, San Emerico y San Ladislao se nos presenta ella como la más encantadora armonía de la naturaleza, juntamente con su hija Gertrudis de Turingia, su tía Eduvigis de Silesia y sus primas o sobrinas y resobrinas Inés de Bohemia, Margarita de Hungría, Cunegundis de Polonia, Isabel de Portugal.

MODELO DE VITUDES."Ella es, escribía Pío XI, la gloria de su pueblo; la mujer fuerte, igual a la que el autor de los Proverbios colma de alabanzas y cuyas espléndidas virtudes se deben recordar", Ahora bien, Dios nos presenta a Santa Isabel como un modelo acabado de caridad con los pequeños y los pobres, de humildad y de unión con Dios. Desde su infancia, eran sus delicias poder socorrer las necesidades de los desgraciados y, al llegar a la edad en que pudo disponer de su fortuna, la puso al servicio de los enfermos que ella misma cuidaba en un hospital fundado a sus expensas, y de las viudas y huérfanos, a quienes iba a visitar en sus miserables chozas. En su gran humildad, ella fué la primera en Alemania que entró en la Orden Tercera de San Francisco, y quiso vivir pobre a ejemplo de su Seráfico Padre, aceptando el ser despojada de todos sus bienes; y, cuando éstos la fueron devueltos, continuó viviendo en una pobre cabaña, para parecerse más a Jesucristo, que se hizo el más pobre de los hombres. Finalmente, en medio de todas sus obras de misericordia y de todas sus pruebas, conservaba unida su alma a Dios mediante una oración fervorosa. Por eso, la Liturgia la puede aplicar, mejor que a otra cualquiera, esta antífona del Oficio de las Santas: "Desprecié los tronos del mundo por el amor de mi Señor Jesucristo. A él le veo y le amo; a él le escogí y en él puse mi confianza."

VIDA.Isabel nació en 1207; era hija de Andrés II, rey de Hungría. Apenas contaba cuatro años cuando vino a la corte de Turingia, donde se casó en 1221 con el landgrave Luis. Matrimonio feliz: el príncipe comprendió admirablemente a su jovencísima esposa y la dió libertad para practicar sus devociones y sus penitencias al mismo tiempo que él abría de par en par su bolsa a su inagotable caridad. Esposa y madre ejemplar: Isabel se levantaba de noche y pasaba largas horas en oración. Comenzaron las pruebas con la partida del duque Luis a la Cruzada. Tan pronto como supo su muerte (1227) y la de Enrique Raspan, hermano del landgrave, renunció a los Estados del difunto. Arrojada de su casa con sus cuatro hijos, el último de los cuales sólo contaba unos meses; sin recursos, tuvo que buscar en pleno invierno una casa que la crueldad de su cuñado prohibía a los habitantes procurársela. Entonces experimentó la mayor indigencia y se consideró feliz al conseguir un cortijo donde ponerse al abrigo. Poco después se la devolvió su fortuna; pero ella quiso continuar entre sus pobres. En medio de ellos, en una casucha de paredes de paja y barro, murió el 17 de noviembre de 1231, a los 24 años. Cuatro después, la canonizaba Gregorio IX y su culto se extendió rápidamente a toda la Iglesia.

PLEGARIA.¡Qué lección das al mundo al subir al cielo, oh Santa Isabel! La pedimos con la Iglesia para nosotros y para todos nuestros hermanos en la fe: consigan tus ruegos de Dios misericordioso que se abran nuestros corazones a la luz de las enseñanzas de tu vida y desprecien la felicidad del mundo para estimar únicamente los consuelos del cielo. Nos lo dice hoy mismo el Evangelio en honor tuyo: El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido, a una perla de valor infinito; el hombre sabio y ducho en negocios vende todo lo que tiene para adquirir el tesoro o la perla. Buen negocio que supiste entender, afirma la Epístola, y que constituyó a tu alrededor la fortuna de todos: de tus afortunados súbditos, ayudando a los cuerpos y levantando a las almas; de tu noble esposo, que gracias a ti, ocupó una silla entre los príncipes que supieron trocar la diadema terrena por la eterna corona; y finalmente de todos los tuyos, de los que fuiste la gloria más pura y de los cuales muchos te siguieron tan de cerca por el camino del renunciamiento que lleva al cielo. Intercede por tu desventurado país que sufre en nuestros días una persecución tan atroz. Concede a todos los sacerdotes y fieles que imiten y consigan los frutos del sacrificio de su primer Pastor y perseveren siempre fieles a la fe católica, apostólica y romana. Y tu oración tenga poder suficiente sobre el corazón de Dios para alcanzar que se abrevien los días de prueba y que Hungría, libre ya pronto de sus enemigos, vuelva a ver los días claros de su historia pasada y que "Alemania tan puesta a prueba aprenda también que sólo de la caridad de Cristo hay que esperar la salvación de las naciones"

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