5 DE OCTUBRE
SAN
PLACIDO
Epístola – Hebr; X, 32-38
Evangelio – San Lucas; XII, 1-8
EL OBLATORIO BENEDICTINO ANTIGUO. — A la orden
benedictina se asocia toda la Iglesia para festejar hoy a San Plácido, uno de
los primeros discípulos del Patriarca de los Monjes de Occidente. San Gregorio
Magno nos refiere cómo de Roma y de otras partes venían a confiar niños a San
Benito para que él se encargase de su educación y de su instrucción, y que el
Santo "los mantuvo en el servicio de Dios". Estos niños eran
ordinariamente, no sólo confiados para unos años, sino en realidad ofrecidos y
donados a Dios de un modo definitivo, de suerte que ya no podían en adelante
volverse al mundo. En la actualidad nos choca esta costumbre y nuestra mentalidad
del siglo ex la califica, desde luego, de abusiva y hasta de exhorbitante. Y Propiedad
de los benedictinos del monte Subaso, q u e cedieron a San Francisco para ser
la cuna de su Orden. Es que ya
no tenemos nosotros la misma noción de la patria potestas, del poder
paternal, tal como existió durante largos siglos. No hace tanto tiempo que los
padres decidían el porvenir de sus hijos sin consultarlos y hasta sin
permitirles el menor reparo.
NUESTRA DEPENDENCIA DE DIOS. — "Los usos antiguos
hay que apreciarlos con un alma antigua, y las disposiciones cristianas se
necesita apreciarlas con una alma cristiana. Para rebelarse contra la donación
hecha a Dios de los niños de pocos años, sería necesario demostrar que el hombre
tan sólo está sometido a las leyes cuya obligación y carga él aceptó
libremente. "Somos criaturas sin haberlo querido; hemos sido hechos
cristianos y hemos sido comprometidos en el orden divino sin contar con nuestro
parecer. El hombre que reflexiona, tiene que reconocer inmediatamente que es un
ser de quien Dios dispone como quiere, o por sí mismo y directamente o por
intermediarios, pero siempre como amo.
LA LIBERTAD. — "En el fondo, la inquietud
retrospectiva causada por el oblatorio ¿no procede de un error demasiado
extendido sobre el verdadero carácter de la libertad? La facultad de escoger el
mal o un bien menor, la independencia de la persona frente al bien o al mal, el
individualismo mezquino o envidioso, todo esto no es más que la disminución de
la libertad. La verdadera libertad consiste en la dependencia profunda, en la
adhesión consciente y voluntaria al bien y a Dios. A no ser así, no se
comprende la educación que tiene por fin precisamente el crear en nosotros el
prejuicio del bien aun antes de saber lo que es. Y los que quieren que los
individuos pertenezcan al Estado más que a la familia, y que se los entregue
para su formación a la Universidad so pena de pérdida de derechos, no hacen más
que usar ellos del procedimiento que reprochan a la Iglesia. "Al ofrecer
el senador Tertulo a su hijo Plácido a San Benito, no pensaba que practicaba un
acto de tiranía; creía que así aseguraba la tranquilidad y la vida eterna de su
hijo; estaba convencido de que ni el niño ni Dios le echarían en cara algún día
su decisión. De hecho, la mayor parte de los niños ofrecidos de esta manera, se
adherían de buen grado más tarde a la profesión que había sido emitida en su
nombre. Y los que de buena gana habrían tomado el camino del mundo, ¿tanta
lástima merecen por habérselos obligado a quedarse en la casa de Dios? Y en vez
de dejarse hipnotizar por los abusos y las defecciones inevitables que ocasionó
el oblatorio, ¿no se debe más bien bendecir a una institución que dió tales
frutos como San Mauro y San Plácido, San Beda el Venerable, Santa Gertrudis y
tantos otros? Si nosotros hubiésemos sido ofrecidos, sólo habríamos conocido a Dios
y no tendríamos otros recuerdos distintos de El, ni tendríamos tampoco que olvidar
nada: ¿en qué consistiría la desgracia"?
VIDA. — Plácido nació en Roma de la noble
familia de los Anicios. Muy niño aún, su padre Tertulo le confió a San Benito en el
monasterio de Monte Casino. Fué el discípulo predilecto del Santo, juntamente con San Mauro. San Gregorio ha
referido un milagro de que el santo salió beneficiado: un día fué plácido a por
agua al lago, cayó en él y le arrastró la corriente. San Benito mandó a Mauro
que fuese en su ayuda; éste obedeció tan puntualmente, que anduvo sobre las aguas
sin advertirlo y sacó al joven Plácido. Las Actas de su vida nos manifiestan su
dulzura, su humildad, su contemplación, su austeridad. A San Plácido se le
consideró como Confesor hasta fines del siglo xi. Entonces apareció la leyenda
de que San Benito le había enviado a Sicilia. El martirologio casinense la anotó,
pero, por la lógica de las cosas, pronto se tuvo que ver en el Plácido enviado a
Sicilia, al mártir de este nombre honrado el 5 de octubre. Pedro diácono, monje
casinense del siglo xn, introdujo la Leyenda en su Vita Placidi, vida
inventada desde el principio hasta el fin que se extendió sólo en un círculo
restringido. Sicilia la aceptó, pero haciendo constar en los martirologios de
los siglos x n y XIII que esta tradición se habría sobrepuesto a otra más
antigua. Actualmente la Orden benedictina celebra la fiesta de San Plácido
utilizando el Común de Mártires sin ninguna oración ni lección propia, hasta Que
llegue el día de juntar en una sola fiesta a los dos primeros discípulos de San
Benito, Mauro y Plácido. que una tradición secular había ya unido en la Alta
Edad Media en el grupo de los Confesores. Será conveniente no olvidar en
nuestra oración de hoy al grupo notable de mártires de que hace memoria la
Iglesia en este día y que sufrieron por ya fe en el siglo v.
ORACIÓN POR LOS NOVICIADOS. —De lo alto del cielo dónde
estás recibiendo la recompensa de tu docilidad y de tu fidelidad, dígnate, oh
San Plácido, no dejar de interesarte por la extensión del reino de Jesucristo
en el mundo, por los progresos de la vida perfecta en la Iglesia, por la
difusión de la familia monástica cuya gloria eres. En diversos lugares te están
confiados los noviciados: en recuerdo de la formación privilegiada cuya insigne
ventaja tuviste, vela por los que aspiran a la mejor parte. A ellos sobre todo
se aplica la palabra del Evangelio: Si no os hacéis como niños, no
entraréis en el reino de los cielosel reino de los cielos que
consiste en la participación anticipada de Dios en este mundo por la vida de
unión y a la cual lleva el camino de los consejos. ¡Ojalá hagan ellos recordar
a los Angeles tu humildad y dulce sencillez y reconozcan la solicitud de madre
de la Sagrada Religión para con ellos, por la docilidad filial que en ti fué
correspondencia al afecto especial del legislador de los monjes! ¡Ojalá que a
pesar del descrédito del mundo, crezcan para gloria de Dios, en número y en
mérito!
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