28 DE OCTUBRE
SAN SIMON Y SAN JUDAS,
APOSTOLES
Epístola – Ef; IV, 7-15
Evangelio – San Juan; XV, 17-25
LOS TRABAJOS DE LA IGLESIA. — En lugar de vuestros -padres, os
nacieron hijos. La Iglesia desechada por Israel ensalza de este modo en
sus cantos la fecundidad apostólica que
tendrá hasta el fin de los
tiempos. Esperaba ya desde ayer,
adelantándose unas horas, que los bienaventurados Apóstoles San Simón y San
Judas se anticiparían a la misma
solemnidad con sus bendiciones
para ella. Tal es, en efecto, la condición de su existencia en el mundo, que no
puede
permanecer en él sin procurar incesantemente hijos al Señor. Y por eso la Misa
del 27 de octubre nos hacía leer el texto evangélico en que se dice: "Yo
soy la viña y mi Padre es el
viñador; cortará las ramas que no den fruto en mí; y la rama que dé fruto, la
podará para que dé más
todavía" Poda costosa, como lo testificaba ayer la Epístola de la Misa de la vigilia. En nombre
de los otros sarmientos que como él honran
la elección divina, el Apóstol hablaba allí de los trabajos, padecimientos de
toda clase, persecuciones, maldiciones y negaciones, con cuyo precio se adquiere el derecho de llamar hijos a los
hombres engendrados según el Evangelio
en Jesucristo. San Pablo lo dice más de una vez y sobre todo en la Epístola de la fiesta: el
fin de esta generación
sobrenatural de los santos sólo tiende
a la reproducción mística del Hijo de Dios, que pasa otra vez, en los predestinados, de la niñez a la medida del hombre perfecto.
GLORIA DE SAN SIMÓN Y SAN JUDAS. — Aunque la historia se muestra excesivamente sobria en particularidades respecto a los gloriosos
Apóstoles a quienes celebramos en este día, conocemos lo mucho que contribuyeron a esa gran obra de
la generación de los hijos de Dios, que
nos recuerda su corta leyenda. Ellos edificaron el cuerpo de Cristo en su parte correspondiente, de modo
infatigable y hasta derramar su sangre. Y la Iglesia, agradecida, dice hoy al Señor: Oh Dios, que por tus bienaventurados apóstoles Simón y
judas, nos has dado el llegar al
conocimiento de tu nombre;
concédenos el celebrar su gloria inmortal progresando en la gracia, y
adelantar en la virtud cada vez
que la celebramos”. A San Simón se le da como atributo la sierra, que recuerda
su martirio. La escuadra de San Judas nos indica que es el arquitecto de la casa de Dios: de igual modo se llamaba
San Pablo a sí mismo; y en la séptima de las epístolas católicas, que tiene por autor a San Judas,
posee también él un título
especial a contarse entre los
primeros en la gran familia de los maestros obreros del Señor. Mas para nuestro apóstol había otra nobleza que
excedía a todas las de la tierra:
por Cleofás o por Alfeo, su padre, era sobrino de San José, legalmente primo del Hombre-Dios; San Judas era uno
de los llamados por sus
compatriotas hermanos del hijo del carpintero.
EN EL CENÁCULO. —
Recojamos de San Juan una circunstancia preciosa. En la
conversación que siguió a la
Cena, el Hombre-Dios acababa de
decir: "El que me ama a mí, será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él." Entonces Judas, tomando la palabra, preguntó:
"Señor, ¿qué ha sucedido para que
hayas de manifestarte a nosotros y no al mundo?" Jesús le respondió: "Si alguno me ama, guardará
mi palabra, y mi Padre le amará,
y vendremos a él y haremos en él
nuestra morada. Pero el que no
me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que oís, no es mía, sino del
Padre, que me ha enviado".
DOMICIANO Y LOS DESCENDIENTES DE DAVID. —Por la historia eclesiástica sabemos que Domiciano,
al fin de su reinado y cuando arreciaba la persecución que él mismo había desencadenado, hizo traer desde el
Oriente, para comparecer ante sí, a dos nietos del Apóstol San Judas. La política del César estaba un poco
intranquila con respecto a estos
descendientes de una raza real,
la de David, que por la sangre representaban
al mismo Cristo, ensalzado por sus discípulos como rey supremo del mundo.
Domiciano pudo darse cuenta por sí mismo de que estos dos sencillos judíos no podían constituir un
peligro para el Imperio, y que si
consideraban a Cristo como al
depositario del poder soberano, se
trataba de un poder que no se iba a ejercer visiblemente hasta el fin de los siglos. El lenguaje sencillo y valiente
de estos dos hombres impresionó
a Domiciano, y según el historiador Hegesipo, de quien Eusebio toma los hechos que acabamos de referir, dió órdenes de suspender
la persecución.
VIDA. — Refiere
una tradición antigua que los dos Apóstoles fueron a evangelizar a Armenia y
Persia y sufrieron el martirio
el año 47 en la ciudad de Suanir. A Simón le apellidaban Zelotes, acaso por haber pertenecido antiguamente al partido
nacionalista de los Zelotes que
no consentían admitir el yugo extranjero en Palestina. San Judas, por parte de su madre, era
pariente del Señor. Escribió una
breve Epístola para combatir la
herejía gnóstica, que estaba entonces en sus comienzos. Las reliquias de los dos Apóstoles se
trasladaron en 1605 a la
basílica vaticana y se colocaron en un altar que la tradición sitúa en lugar próximo a aquel en que fué clavada la cruz de San Pedro. San
Saturnino de Tolosa debe de poseer también algunas reliquias suyas. Os escogí para dar un fruto permanente
Esta palabra os dirigía el Hombre-Dios
como a los doce, la misma que recordaba la Iglesia en vuestro honor en el oficio de Maitines. Y, con
todo, ¿qué queda del fruto de vuestro trabajo en Egipto, en Mesopotamia, en Persia? ¿Será que el Señor o la Iglesia pueden equivocarse en sus
palabras o en sus apreciaciones? No por cierto; y la prueba está en que, por encima de la
región de los sentidos y fuera
del dominio de la historia, la virtud que se derramó sobre los doce no cesa de correr a través de las edades y
tiene su parte en todo
nacimiento sobrenatural que contribuye
al desarrollo del cuerpo místico del Señor y al aumento de la Iglesia. Con más razón que Tobías, somos hijos de santos; ya no estamos
sin familia, más bien pertenecemos a la casa de Dios, apoyados en los Apóstoles y Profetas que Jesucristo une
como piedra angular Benditos vosotros que nos ganasteis con lágrimas y trabajos
ese bien; conservad en nosotros el
título y los derechos de una filiación tan preciosa. Mucho es el mal que nos rodea; ¿puede quedar
alguna esperanza en la tierra? Pero la confianza de los que os ruegan, nos
dice, oh Judas, que para ti no
existe causa desesperada; y ¿cuándo
mejor que ahora, oh Simón Zelotes, podrías justificar tu apellido glorioso?
Dignaos atender a la Iglesia y
ayudarla con todo vuestro poder
apostólico a reavivar la fe, a inflamar la caridad, a salvar al mundo.
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