De algunos favores especiales hechos en la redención
de los hombres por la Divina Providencia
(continuación)
De esta manera, desvió Dios de su gloriosa madre toda cautividad y le
concedió el goce de los dos estados de la naturaleza humana, porque poseyó la inocencia
que el primer Adán había perdido y gozó en un grado eminente de la redención
que el segundo Adán nos adquirió; por lo cual, como un jardín escogido, que
había de producir el fruto de vida, floreció en toda suerte de perfecciones.
Así fue como este Hijo del amor eterno atavió a su madre con vestidura de oro y
recamada de hermosísimos matices, para que fuese la reina de su diestra, es
decir, la primera, entre todos los elegidos, que había de gozar de las delicias
de la diestra divina. Por lo cual esta sagrada madre, como reservada que estaba
enteramente para su hijo, fue por él rescatada, no sólo de la condenación, sino
también de todo peligro de la misma, asegurándole la gracia y la perfección de
la gracia.
fue como la de una bella aurora, que, desde el momento en que despunta,
va continuamente creciendo en claridad hasta llegar a. la plenitud del día.
¡Redención admirable, obra maestra del Redentor y la primera de todas las
redenciones, por la cual el hijo de un corazón verdaderamente filial,
previniendo a su madre con bendiciones de dulzura, la preserva, no sólo del
pecado, como a los ángeles, sino también de todo peligro de pecado y de todas
las desviaciones y retrasos en el ejercicio del amor. Así manifiesta que, entre
todas las criaturas racionales que ha escogido, solamente su santa madre es su
única paloma, su toda hermosa y perfecta, su amada, fuera de toda comparación.
Dispensó Dios también otros favores a un reducido número de criaturas
que quiso poner fuera de todo peligro de condenación, lo cual podemos afirmar
con certeza de San Juan Bautista, y muy probablemente del profeta Jeremías, y
de algunos otros, a los cuales la divina Providencia fue a buscar en el vientre
de sus madres, y allí mismo los confirmó en la perpetuidad de su gracia para
que permaneciesen firmes en su amor aunque sujetos a la rémora de los pecados
veniales, que son contraríes a la perfección del amor, más no al amor en sí mismo;
y estas almas, comparadas con las otras, son como reinas que siempre llevan la
corona de la caridad y ocupan el principal lugar en el amor del Salvador,
después de su madre, que es la reina de las reinas; reina no sólo coronada de
amor, sino también de la perfección del amor, y, lo que es más, coronada por
su, propio hijo, que es el soberano objeto del amor, pues los hijos son la
corona de sus padres y de sus madres.
Hay, además, otras almas a las cuales quiso Dios dejar expuestas por
algún tiempo no a la peligro de perder la salvación, sino más bien al peligro
de perder su amor, y, de hecho, permitió que lo perdiesen, y no les aseguró el
amor por toda su vida, sino para el fin de la misma y para cierto tiempo
precedente. Tales fueron David, los apóstoles, la Magdalena y muchos más, los
cuales, durante algún tiempo, vivieron fuera del amor de Dios, pero después,
una vez convertidos, fueron confirmados en la gracia hasta la muerte, de manera
que, desde entonces, quejaron en verdad, sujetos a algunas imperfecciones pero
permanecieron exentos de todo pecado mortal y, por consiguiente, del peligro de
perder el divino amor, y fueron como los amantes sagrados de la celestial
esposa, cubiertos con la vestidura nupcial de su santísimo amor, aunque no, por
ello, coronados, porque la corona es un adorne: que corresponde a la cabeza, es
decir a la parte principal de la persona. Ahora bien, como quiera que la
primera parte de la vida de las almas de esta categoría ha estado sujeta al
amor de las cosas terrenal, no pueden llevar la corona del amor celestial, sino
que les basta llevar la vestidura, que la hace capaces del tálamo nupcial del
divino esposo y de ser eternamente felices con Él.
Cuán admirable es la divina
Providencia en la diversidad de gradas que distribuye entre los hombres.
Incomparable fue el favor que la eterna Providencia hizo a la Reina de
las reinas, a la Madre del amar hermoso. También ha hecho favores muy singulares
a otros hombres. Pero, aparte de esto, la soberana bondad derrama gracias y
bendiciones en abundancia sobre todo el linaje humano y sobre la naturaleza
angélica y todos han sido rociados de esta bondad como de una lluvia que cae
sobre los buenos y los malos todos han
sido iluminados por la luz que ilumina a todo hombre que viene a, este
mundo todos han participado de esta
semilla que cae no sólo sobre la tierra buena, sino también en medio de los caminos,
entre las espinas y sobre las piedras ", para que nadie tenga excusa
delante del Redentor, si no se aprovecha de esta redención superabundante para
su salvación, y aunque esta suficiencia comodísima de gracias haya sido de esta
manera derramada sobre toda la naturaleza humana, de suerte que, en esto, todos
seamos iguales, y una rica abundancia de bendiciones nos haya sido a todos
ofrecida, es, empero, tan grande la variedad de estos favores, que no se puede
decir si es más admirable la grandeza de todo este conjunto de gracias en medio
de una tan grande diversidad esta diversidad en medio de tanta grandeza. ¿Quién
no ve que entre los cristianos, los medios de salvación son más grandes y más
eficaces que entre los bárbaros, y que, entre los mismos cristianos, hay
pueblos y ciudades cuyos pastores son más capaces y producen más fruto? Ahora
bien negar que estos medios exteriores sean favores de la Providencia divina o
poner en duda qué contribuyan a la salvación y a la perfección de las almas,
sería una ingratitud con la celestial bondad, y equivaldría a desmentir la
verdadera experiencia, que nos hace ver que allí donde estos medios exteriores
abundan, los interiores son más eficaces y obtienen un éxito mayor.
Ciertamente, así como vemos que jamás se encuentran dos hombres
perfectamente semejantes en los dones naturales, de la misma manera jamás se
encuentran quienes sean del todo iguales en los sobrenaturales. Los ángeles.,
como lo aseguran San Agustín y Santo Tomás, recibieron la gracia, según la variedad
de sus condiciones naturales, Ahora
bien, todos ellos o son específicamente diferentes o, a lo menos, de diversa
condición, pues se distinguen los unos de los otros; luego, cuántos son los
ángeles, otras tantas son también las gracias diferentes, y, si bien, en lo que
atañe a los hombres, la gracia no les ha sido otorgada según las condiciones
naturales de los mismos, con toda la divina dulzura, complaciéndose y, por así
decirlo, regocijándose en la producción de las gracias, las ha diversificado, de
infinitas maneras, para que de esta variedad surgiese el bello esmalte de su
redención y de su misericordia. Por esto, la Iglesia canta en la fiesta de cada
obispo confesor: Ninguno se halló semejante a él Y, como que en el cielo nadie
sabe el nombre nuevo, sino tan solo, el que lo recibe porque cada uno de los
bienaventurados tiene el suyo particular, según el nuevo ser de la gloria que
adquiere, así en la tierra, cada uno recibe una gracia tan peculiar, que todas
son diversas.
Así como una estrella es diferente de otra en claridad, también los
hombres serán diferentes Ios unos de los otros en gloria; señal evidente de que
lo habrán sido en gracia. Esta variedad en la gracia, produce una belleza y una
armonía tan suave que regocija a toda la ciudad santa de la Jerusalén
celestial.
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