martes, 30 de agosto de 2016

LA MISA NUEVA - Mons.Marcel Lefebvre

De la misa evangelica de Lutero al novus ordo missae



Señoras y señores:

Esta tarde hablaré de la misa evangélica de Lutero y de las semejanzas asombrosas del nuevo rito de la misa con las innovaciones rituales de Lutero. ¿Por qué estas consideraciones? Porque nos las inspira la idea de ecumenismo que presidió la Reforma litúrgica, según palabras del propio presidente de la Comisión; porque si se probare que esa filiación del nuevo rito existe de verdad, el problema teológico, es decir, el problema de la fe no puede dejarse de plantear de acuerdo con el conocido adagio de “Lex orandi, lex credendi”.

Pues bien, los documentos históricos de la Reforma litúrgica de Lutero resultan muy instructivos para explicar la Reforma actual.  Para comprender con claridad cuáles fueron los objetivos de Lutero en esas reformas litúrgicas, debemos recordar brevemente la doctrina de la Iglesia referente al sacerdocio y el Santo Sacrificio de la misa. El Concilio de Trento en su XXII Sesión nos enseña que Nuestro Señor Jesucristo, para no poner fin con su muerte a su sacerdocio, instituyó en la última Cena un sacrificio visible destinado a aplicar la virtud salvadora de su Redención a los pecados que cometemos todos los días. Con ese fin estableció que sus apóstoles y sus sucesores fueran sacerdotes del nuevo testamento, instituyendo el sacramento del Orden, que imprime carácter sagrado e indeleble a esos sacerdotes de la Nueva Alianza.  Este sacrificio visible se cumple sobre nuestros altares por una acción sacrificial por la cual Nuestro Señor, realmente presente bajo las especies de pan y de vino, se ofrece como Victima a su Padre. Y al ingerir esa victima comulgamos en la carne y en la sangre de nuestro Señor ofreciéndonos también con Él.

Así pues, la Iglesia nos enseña que: El sacerdocio de los ministros es esencialmente diferente del sacerdocio de los fieles, que no tienen sacerdocio pero que forman Parte de una Iglesia que requiere absolutamente del celibato y una señal externa que lo distinga de los fieles, o sea, el hábito sacerdotal.  El acto esencial del culto realizado por el sacerdote es el Santo Sacrificio de la Misa, que difiere del sacrificio de la Cruz únicamente en que éste fue cruento y aquél es incruento. Se cumple por un acto sacrificial realizado por las palabras de la Consagración y no mediante un simple relato, memorial de la Pasión o de la Cena.  Por ese acto sublime y misterioso se aplican los beneficios de la Redención a cada alma y también a las ánimas del Purgatorio Yeso se expresa admirablemente en el ofertorio. La presencia real de la víctima se hace, por tanto, necesaria y se opera por el cambio de la substancia del pan y del vino en la substancia del cuerpo y la sangre de Nuestro Señor. Por consiguiente, se debe adorar la Eucaristía y tener por ella un inmenso respeto: de ahí la tradición de reservar a los sacerdotes el encargarse de la Eucaristía.  La misa del sacerdote solo en la cual él es el único que comulga es, pues, un acto público, un sacrificio del mismo valor que todo sacrificio de la misa y soberanamente útil al sacerdote y a todas las almas. Por eso, la misa privada es algo recomendado y deseado por la Iglesia.

Éstos son los principios que dan origen a las oraciones, a los cantos y a los ritos que han hecho de la misa latina una verdadera joya cuya piedra preciosa es el Canon. No .puede leerse sin emoción lo que acerca de eso dijo el Concilio de Trento: "Como conviene tratar santamente las cosas santas y como ese Sacrificio es la más santa de todas, para que fuese ofrecido y recibido dignamente la Iglesia Católica instituyó muchos siglos atrás el santo Canon, de tanta pureza y tan libre de error que nada hay él que no exhale santidad y piedad exterior y que no eleve hacia Dios a los espíritus de quienes se ofrecen. En efecto, se compone de las palabras mismas del Señor, de las tradiciones de los Apóstoles y de las piadosas instrucciones de los Santos Pontífices" (Sesión XXII, cap. 4).  Veamos ahora cómo Lutero realizó su Reforma, es decir, su misa evangélica, como él mismo la llama, y con qué espíritu. Para eso recurriremos a una obra de León Cristiani que data de 1910 y que, por tanto, está libre de que se sospeche alguna influencia de las reformas actuales. Esa obra se titula Del Luteranismo al Protestantismo. Nos interesa por las citas que trae de Lutero o de sus discípulos sobre el tema de la Reforma litúrgica.

Ese estudio es muy instructivo, ya que Lutero no vacila en manifestar el espíritu liberal que lo anima. "Ante todo -escribe- suplico amigablemente [...] a todos los que quieran examinar o seguir la presente ordenanza del servicio divino, no ver en ella una ley obligatoria que por ello esclavice a ninguna conciencia. Que cada uno la adopte cuando, donde y como le plazca. Así lo quiere la libertad cristiana" (p. 314). "El culto se dirigía a Dios como homenaje; de ahora en adelante se dirigirá al hombre para consolarlo e iluminarlo. El sacrificio ocupaba el primer lugar; ahora lo suplantará el sermón" (p. 312). ¿Qué piensa Lutero del sacerdocio? En su obra sobre la misa privada busca demostrar que el sacerdocio católico es una invención del demonio. Para ello invoca un principio, en lo sucesivo fundamental: "Lo que no está en la Escritura es un agregado de Satanás. Ahora bien, la Escritura no conoce el sacerdocio visible. No conoce más que un sacerdote, Un Pontífice, el único: Cristo. Con Cristo todos somos sacerdotes. El sacerdocio es a la vez único y universal. ¡Qué locura querer acapararlo para unos pocos!... Toda distinción jerárquica entre los cristianos es digna del Anticristo. Por lo tanto, malditos sean los pretendidos sacerdotes" (p. 269).  En 1520 escribe su Manifiesto a la nobleza cristiana de Alemania en el cual ataca a los "Romanistas" y pide un Concilio libre. "La primera muralla alzada por los Romanistas" es la distinción entre clérigos y. laicos. "Se ha descubierto -dice- que el papa, los obispos, los sacerdotes y los monjes componen el estado eclesiástico, en tanto que los príncipes, los señores, los artesanos y los campesinos forman el estado secular. Eso es una pura invención y una mentira. En verdad, todos los cristianos son el estado eclesiástico, entre ellos no hay más diferencia que la de la función... Si el papa o un obispo da la unción, hace tonsuras, ordena, consagra, se viste de distinta forma que los laicos, puede hacer que tramposos o ídolos sean ungidos, pero no puede hacer un cristiano ni un eclesiástico. .. todo lo que sale del bautismo puede jactarse de ser consagrado sacerdote, Obispo y papa, aunque no convenga a todos ejercer esa función" (pp. 148 149). De esa doctrina Lutero saca consecuencias contra el hábito eclesiástico y contra el celibato. Él mismo y sus discípulos dan el ejemplo: abandonan el celibato y se casan.

¡Cuántos hechos derivados de las Reformas del Vaticano II se asemejan a las conclusiones de Lutero!: el abandono del hábito religioso y eclesiástico, los numerosos matrimonios aprobados por la Santa Sede, o sea la ausencia de todo carácter distintivo entre el sacerdote y el laico. Ese igualitarismo se manifestará en la atribución de funciones litúrgicas hasta ahora reservadas a los  sacerdotes. La supresión de las órdenes menores y del subdiaconado, el matrimonio de los diáconos, contribuyen al concepto puramente administrativo del sacerdote y a la negación del carácter sacerdotal: la ordenación se orienta hacia el servicio de la comunidad y ya no hacia el sacrificio, que es lo único que justifica la concepción católica del sacerdocio.  Los sacerdotes obreros, sindicalistas, o que buscan un empleo remunerado por el Estado, contribuyen también a hacer desaparecer toda distinción. Van más lejos que Lutero.  El segundo error doctrinal grave de Lutero será consecuencia del primero y estará fundado también en su primer principio: la fe o la confianza es lo que salva, y no las obras, así como niega el acto sacrificial que es esencialmente la misa católica. Para Lutero la misa puede ser un sacrificio de alabanza, es decir, un acto de alabanza, de acción de gracias, pero para nada un sacrificio expiatorio en el que se renueva y se aplica el sacrificio de la Cruz.  Al hablar de las perversiones del culto en los conventos, decía: "El elemento principal de su culto, la misa, sobrepasa toda impiedad y toda abominación, hacen de eso un sacrificio y una obra buena. Aunque no hubiese otro motivo para dejar el hábito, para salir del convento, para romper los voto  ése solo bastaría ampliamente" (p. 258). 

SOBRE LA MISA

La misa es una "sinaxís", una comunión. La Eucaristía ha estado sometida a una triple y lamentable cautividad: se ha retaceado  a los laicos el uso del Cáliz, se ha impuesto como dogma la opinión inventada por los tomistas de la transubstanciación, se ha hecho de la misa un sacrificio.  Lutero toca aquí un punto capital. Pero no vacila. "Por lo tanto, es un error evidente e impío -escribe- ofrecer o aplicar la misa por pecados, por satisfacciones, por tos difuntos... La misa es ofrecida por Dios al hombre, y no por el hombre a Dios... ". En cuanto a la Eucaristía, como ante todo debe excitar la fe, debería ser celebrada en lengua vulgar, para que todos pudiesen comprender bien la grandeza de la promesa que se les recuerda (p. 176). Lutero decidirá, como consecuencia de esa herejía, la supresión del ofertorio, que expresa claramente el fin propiciatorio y expiatorio del sacrificio; suprimirá la mayor parte del Canon, conservará los textos esenciales pero como relato de la Cena. Con el fin de estar más cerca de lo que se realiza en la Cena, agregará en la consagración del pan "quod pro vobis tradetur", suprimirá las palabras "mysterium fidei" y las palabras "pro multis". Considerará como palabras esenciales del relato las que preceden a la consagración del pan y del vino y las frases que siguen.  Lutero estima que la misa es, en primer lugar, la liturgia de la Palabra, y el Segundo lugar una comunión.

No se puede menos que quedar estupefacto al comprobar que ha nueva reforma ha aplicado las mismas modificaciones que, en verdad, los textos modernos puestos en manos de los fieles ya no hablan de sacrificio sino de “la liturgia de la palabra”, del relato de la cena y del reparto del pan o de la Eucaristía. El artículo VIII de la instrucción que introducía el nuevo rito era significativo de una mentalidad ya protestante. La corrección que luego se agrego no satisface en absoluto. La supresión de la piedra de altar, la introducción de la mesa revestida de un solo mantel, el sacerdote vuelto asía el pueblo, la hostia colocada siempre sobre la patena y no sobre el corporal, la autorización del pan común, los vasos hechos de cualquier metal, incluso los menos nobles, muchos otros detalles contribuyen a inculcar en los asistentes las nociones protestantes puestas esencial y gravemente a la doctrina católica.

CONTINUARÁ...

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