jueves, 23 de junio de 2016

RUSIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL - Vladimir Soloviev


RUSIA Y LA IGLESIA UNIVERSAL

Y es aquí también donde, después de reconocerles a los eslavófilos el haber comprendido el alcance de este problema, los critica por no haberle dado una respuesta satisfactoria.

Soloviev entiende que "el carácter eminentemente religioso del pueblo ruso, así como la tendencia mística que se manifiesta en nuestra filosofía, en las letras y las artes, parecen reservar a Rusia una gran misión religiosa"; por eso escribe: "Si Rusia está llamada a decir su palabra al mundo, no será desde las regiones brillantes del arte y de las letras, ni de las alturas soberbias de la filosofía y de las ciencias, de donde esa palabra descenderá, sino de las sublimes y humildes cimas de la religión". Soloviev reconoce que en esto coincide con los eslavófilos; lo que los separa de ellos, es que, para éstos, el fondo de la esencia nacional rusa es la Ortodoxia o la religión de la Iglesia greco-rusa, opuesta a las comuniones occidentales, mientras que para él, esta pretensión es errónea, pues la verdadera Ortodoxia tiene en común con los occidentales, la substancia religiosa cristiana.

En realidad, lo que se opone a Roma es la pseudo-ortodoxia de los teólogos anti-católicos, cuyo punto fundamental es el ataque al Sumo Pontífice: "Toda vuestra ortodoxia, toda vuestra idea rusa, no es pues, en el fondo, más que una protesta nacional contra la potestad universal del papa". "Ese odio protestante contra la monarquía eclesiástica, para hablar al espíritu y al corazón, debería ser justificado por algún principio positivo". Pero éste no existe, desde que la Ortodoxia jamás ha podido realizar un verdadero concilio ecuménico, que sería la autoridad y la forma de gobierno que podría pretender oponerse al papado. Pero un concilio ecuménico no sólo no ha sido realizado desde hace mil años en Oriente, sino que también, "nuestros mejores teólogos (Filareto de Moscú, por ejemplo), confiesan que es imposible realizarlo, mientras la Iglesia oriental permanezca separada del Occidente".

"El papado es un principio positivo, una institución real, y si los cristianos orientales creen que ese principio es falso, que esa institución sea mala, a ellos corresponde realizar la deseable organización de la iglesia. En lugar de ello, se nos remite a recuerdos arqueológicos, sin dejar de confesar la imposibilidad de darles alcance práctico".

Con implacable lógica, Soloviev llega a la alternativa, para los ortodoxos, de confesar: "Con los sectarios avanzados, que la Iglesia ha perdido desde hace cierto tiempo su carácter divino y ya no existe sobre la tierra; o bien, para evitar tan peligrosa conclusión, reconocer que la Iglesia universal, privada de órganos gubernamentales y representativos en Oriente, los posee en su parte occidental". Esto último lleva al reconocimiento de la legitimidad evangélica del papado. Ahora bien, "si se reconoce al papado como institución legítima, ¿qué será de la 'idea rusa y del privilegio de la ortodoxia nacional? No pudiendo fundarse nuestro porvenir religioso en la Iglesia oficial, ¿no se podría encontrarle bases más profundas en el mismo pueblo ruso?"

En busca de la respuesta a tal pregunta, Soloviev pasa revista a la verdad relativa sostenida por los disidentes rusos, en su intento de crear una iglesia independiente del poder zarista, proclamando que la monarquía y la Iglesia rusa viven bajo el imperio del anticristo, y remitiendo al fin del mundo toda esperanza de mejoramiento. Analiza luego la teoría de la Iglesia de Filoreto, metropolitano de Moscú, quien sostiene que todas las Iglesias confiesan a Jesucristo, pero que la doctrina de todas las Iglesias particulares, con ser la misma en el fondo, viene mezclada con opiniones y errores humanos, originándose de allí las diferencias en la enseñanza. La doctrina de la Iglesia oriental es la más pura, e incluso puede considerársela completamente pura. Como las otras comuniones religiosas tienen la misma pretensión de pureza, no conviene juzgar a los otros, sino abandonar el juicio definitivo al Espíritu de Dios que, gobierna las Iglesias. Soloviev denuncia el error de esta concepción que niega, finalmente, a la Iglesia una, infalible e inquebrantable.


En tercer lugar, Soloviev ataca a los eslavófilos -en especial a Khornlakov por su definición de la "Iglesia verdadera como la síntesis espontánea e interior de la unidad y de la libertad en la caridad". "¿Qué puede objetarse a semejante ideal? ¿Cuál es el católico romano que, al mostrársele la humanidad entera o una parte considerable de ella, penetrada de amor divino y caridad fraternal, poseyendo sólo un alma y un corazón, y permaneciendo así en una libre unión por completo interior, cuál es, digo, el católico romano que querría imponer a tal sociedad la autoridad exterior y obligatoria de un poder religioso público?" Este ideal, dice nuestro autor, es el término hacia el que nos encaminamos desde aquí abajo. Pero "la Iglesia, aquí abajo, no tiene la unidad perfecta, pero debe contar, sin embargo, con cierta unidad real, con un vínculo, orgánico y espiritual al mismo tiempo, que la determine como institución sólida, como cuerpo vivo y como individualidad mora".

La verdadera Iglesia de la tierra debe ser universal, para poder ser la base de la unidad positiva de todos los pueblos, Debe ser infalible para poder guiar a la humanidad por el camino verdadero. Debe ser independiente para no convertirse en instrumento de los poderes de este siglo. Implacablemente, y basándose en J. S. Aksakov, el último representante de la antigua escuela eslavófila, Soloviev demuestra que la Iglesia ortodoxa rusa, lejos de tener la necesaria libertad eclesiástica, está sometida al poder civil. Para concluir su análisis, cita esta frase, de Aksakov: “... la espada espiritual la Palabra se cubre de orín, reemplazada por la espada del Estado, y ante el recinto de la Iglesia, en lugar de los ángeles de Dios, para guardar sus entradas y salidas, ven se gendarmes e inspectores de policía, custodios de los dogmas ortodoxos, directores de nuestra conciencia". "Lo que falta a la Iglesia rusa es el saludable soplo del espíritu de verdad, del espíritu de caridad, del espíritu de vida, del espíritu de libertad". Y Soloviev saca la conclusión: "Así, según el insospechable testimonio de un ortodoxo y de un patriota ruso eminente, nuestra Iglesia nacional, abandonada por el Espíritu de Verdad y de Caridad, no es la verdadera Iglesia de Dios". "Para evitar esta necesaria consecuencia, se acostumbra entre nosotros a evocar ad hoc el recuerdo de otras Iglesias 0rientales, en las que se piensa lo mismo. No pertenecemos a la Iglesia rusa, dicen, sino a la Iglesia ortodoxa y ecuménica de Oriente. Fácilmente se concibe que los partidarios de la Iglesia Oriental separada, no pretendan nada menos que atribuirle unidad real y positiva".

Soloviev demuestra a continuación, que la Iglesia Oriental carece de homogeneidad. Refiriéndose a las relaciones de las Iglesias rusa y griega, afirma que el hecho dominante de ellas "es el odio tenaz de los Griegos para con los Rusos, y el que éstos replican con una hostilidad mezclada de desprecio. La unidad oficial pende de un hilo, y toda la prudencia sacerdotal de San Petersburgo y Constantinopla basta apenas para evitar que se rompa tan frágil lazo. No es ciertamente por caridad cristiana que se trata de conservar este simulacro de unidad, pero se teme, la revelación "fatal el día de la formal ruptura entre la Iglesia rusa y la Iglesia griega, todo el mundo sabrá que la Iglesia Oriental ecuménica no es más que una ficción, que en Oriente sólo existen Iglesias nacionales aisladas".  La conciencia de la necesidad de encontrar un centro de unidad para la Iglesia universal, llevó, en tiempos pasados, al intento de crear un casi-papado en Constantinopla o en Jerusalén, y en ambos casos se dio, como era lógico, un fracaso. Concluye Soloviev el primer libro, diciendo: "Ante todo debemos reconocer lo que en realidad somos: una parte orgánica del gran cuerpo cristiano, y afirmar nuestra íntima solidaridad con nuestros hermanos de Occidente, que poseen el órgano central que nos falta".

El primado, de Roma

El segundo está consagrado a demostrar la existencia del primado de Pedro como institución permanente, sus características, sus lejanas prefiguraciones, la misteriosa piedra del ,libro de Daniel (2,31-36) que derribó a la estatua representadora de Ios reinos del mundo, para convertirse luego en un gran monte, la Iglesia universal, que llena la tierra. Espiga a continuación en la historia de la Iglesia, para aducir algunos testimonios sobre el reconocimiento, por los Padres Griegos, de la enseñanza de San León Magno sobre la primacía del Romano pontífice, y el influjo benéfico de éste en !a marcha de la Iglesia, tanto en Occidente cuanto en Oriente, deteniéndose particularmente en el Concilio ecuménico de Calcedonia del año 451, en el que hubo un reconocimiento de la autoridad suprema del Papa, por parte de todos los padres orientales. Dos puntos merecen destacarse en este segundo, libro. El primero, la concreción del amor como aglutinante de la Iglesia, en la aceptación de la fe universal mantenida por la autoridad del papa. "La Iglesia universal está fundada sobre la verdad afirmada por la fe. Siendo una la verdad, la fe verdadera debe también serlo, y como esta unidad de fe no existe actual e inmediatamente en la totalidad de los creyentes (puesto que no son todos unánimes en materia de religión), debe residir en la autoridad legal de un solo jefe, garantizada por la asistencia divina y aceptada por el amor y la confianza de todos".

El segundo, la caracterización del primado romano calmo" ejercicio del amor.  En búsqueda de presagiosos destinos sobre la transformación de la capital del imperio de los césares, Soloviev escribe. "Los mismos Romanos tenían el vago presentimiento de esa misteriosa transformación. Si el nombre vulgar de Roma significaba en griego fuerza, y si un poeta de la ilíada en decadencia, saludaba a los nuevos señores en este nombre: Saludaré a Roma (la fuerza) hija de Marte; los ciudadanos de la Ciudad Eterna, leyendo su nombre a la manera semítica, creían descubrir su verdadera significación: Amor. La antigua leyenda, rejuvenecida por Virgilio, vinculaba el pueblo romano y la dinastía de César, en particular, a la madre del Amor, y mediante ella, al Dios supremo.

"Pero su Amor era servidor de la muerte, y su Dios supremo un parricida... “Roma sería transformada. "Al reemplazar las innumerables tríadas de dioses parricidas por la única Trinidad divina consubstancial e indivisible, era necesario dar como fundamento a la sociedad universal una Iglesia de amor en lugar del imperio de la fuerza. "¿Fue pura casualidad el que, para proclamar su verdadera monarquía universal, fundada no ya en el servilismo de los súbditos y la arbitrariedad de un príncipe mortal, sino en la libre adhesión de la fe y el amor humanos a la Verdad y la Gracia de Dios" Jesucristo escogiera el momento de llegar con sus discípulos a los confines de Cesárea de Filipo, la ciudad que un, esclavo de los Césares dedicó al genio de su amo? ¿Fue casualidad también cuando, para sancionar definitivamente su obra fundamental, Jesús eligió las inmediaciones de Tiberiades y, frente, a los monumentos que hablaban del señor actual de la falsa Roma, consagró al futuro señor de la verdadera Roma, indicándole el nombre místico de la ciudad eterna y el principio supremo de su nuevo Reino: "Simón bar Jona, me amas más que éstos?"


Estos dos puntos que destacamos están cargados de significación y de actualidad, para la Eclesiología y para el Ecumenismo. A lo primero nos referiremos en la lección sobre la Una. Sancta, y al lo segundo, al final de esta exposición. 

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