PROMETEO
LA RELIGIÓN
DEL HOMBRE
ENSAYO
DE UNA HERMENÉUTICA
DEL CONCILIO
VATICANO II
PADRE ÁLVARO CALDERÓN
Hefesto: Vendrá la noche,
ansiada de ti, y te ocultará la luz con su estrellado manto; de nuevo enjugará
el sol el rocío de la mañana; pero el dolor del presente mal te abrumará sin
tregua, que aún no ha nacido tu libertador. ¡He aquí lo que te has granjeado
con tu actitud de amor por los hombres! Dios como eres, sin temer la cólera de
los Dioses, honraste a los mortales más de lo debido, y en pago guardarás esta
desapacible roca, de pie, sin dormir, sin tomar descanso, y vano será que
lances muchos lamentos y gemidos; que son recias de mover las entrañas de Zeus.
Prometeo: No puedo hablar de
mis desdichas, ni soy poderoso para callarlas. Sin ventura yo, que dispensando
favores a los mortales, sufro ahora el yugo de este suplicio. Tomé en hueca
caña la furtiva chispa, madre del fuego; lució, maestro de toda industria,
auxilio grande para los hombres; y de esta suerte pago la pena de mis delitos,
puesto al aire y encadenado. ¡Ay de mí! Esquilo, Prometeo encadenado
CAPÍTULO I
QUÉ FUE EL CONCILIO
VATICANO
II
Primera parte
A la pregunta Quid est? se
responde con una definición. Si la definición es buena, implicará en sus partes
las causas principales de la cosa, iluminando así sus demás propiedades y
consecuencias. El presente capítulo contará, entonces, con tres partes. En la
primera buscaremos la definición del Concilio, en la segunda pondremos al
descubierto las causas principales y en la tercera señalaremos sus propiedades
fundamentales.
Las
consecuencias, por lo tanto, quedan para los capítulos restantes.
A. DEFINICIÓN DEL CONCILIO
El complejo de inferioridad
del pensamiento moderno le lleva a desconfiar de las definiciones, como si le
fuera muy difícil a la inteligencia entender las esencias en las apariencias de
las cosas. Esto puede ocurrir con las cosas que se nos esconden, pero no con
las que nos son muy manifiestas. El Concilio Vaticano II fue un acontecimiento
enorme en la vida de la Iglesia, afectando hasta lo más íntimo todos los
aspectos de la existencia cristiana. Quizás en el primer momento de sorpresa
muchos no supieron en qué consistía, pero ya no es así después de cuarenta años
de esta segunda dirección es donde habla del “nuevo humanismo”. Podríamos
entonces preguntarnos cuál es la nota más formal y primera, si la toma de
conciencia de la Iglesia que la lleva a su redefinición, o el nuevo humanismo.
Para resolver esta cuestión -y es importante hacerlo para tener la buena
definición- debemos considerar cuál de estos dos aspectos es anterior en su
razón. Es decir, debemos considerar si la redefinición de la Iglesia es causa y
fundamento del humanismo nuevo, o es éste la causa y razón de la redefinición.
La conclusión del discurso de Pablo VI nos permite resolver el asunto con
suficiente seguridad: “La mentalidad moderna -dice allí -, habituada a juzgar
todas las cosas bajo el aspecto del valor, es decir, de su utilidad, deberá
admitir que el valor del Concilio es grande, al menos por esto: que todo se ha
dirigido a la utilidad humana; por tanto, que no se llame nunca inútil una
religión como la católica, la cual, en su forma más consciente y eficaz, como
es la conciliar, se declara toda en favor y en servicio del hombre. La religión
católica y la vida humana reafirman así su alianza, su convergencia en una sola
humana realidad: la religión católica es para la humanidad”. Para
el Papa, la religión católica se ordena a la humanidad; por lo tanto, podemos
afirmar que la novedad del Concilio que ha llevado a buscar la redefinición de
la Iglesia es la adopción de una nueva actitud hacia la humanidad en su
condición moderna. Conviene entonces que el Concilio se defina por el humanismo,
entendido como una orientación de la religión al servicio y promoción del
hombre moderno. Es el espíritu del divino Prometeo.
3º Tercera partícula:
«Católico»
La última nota de nuestra
definición señala que el humanismo del Concilio es católico. El
humanismo es la nota esencial y primera del espíritu que se ha llamado moderno.
Pero esta orientación al hombre entra en conflicto con la orientación a
Dios propia del espíritu católico, tendiendo a provocar el enfrentamiento con
la Iglesia. Sin embargo, hay que reconocer que el humanismo, ya se valore
positiva o negativamente, es una modalidad que sólo se da y se sostiene en el
catolicismo, tendiendo a debilitarse y desaparecer en la medida en que se
aparta de él. Por esta razón, el humanismo más auténtico - si puede usarse esta
palabra - es el que quiere permanecer dentro del catolicismo. Éste es el
humanismo del Concilio. Si hay algo que ha caracterizado al Concilio es su
intención de conjugar nova et vetera, la novedad moderna con la
antigüedad católica. Cuando el Papa actual, Benedicto XVI, sostiene que la
verdadera hermenéutica del Vaticano II no es la de ruptura con la tradición
sino la de continuidad, está señalando uno de sus aspectos esenciales. El
humanismo conciliar ha atemperado constantemente sus novedades para mantenerlas
dentro de los límites del dogma católico y ha defendido tenazmente su conexión
con las doctrinas tradicionales. Nos cuesta poner en nuestra definición el
adjetivo «católico» al humanismo conciliar porque, como decimos, del
catolicismo aprovecha ciertos aspectos pero choca con otros muy fundamentales;
por eso dudábamos si usar una expresión que indique una pertenencia más bien
material, como «de ámbito católico», por ejemplo. Pero aunque hay intrínseca
contradicción entre humanismo y catolicismo, nos equivocaríamos si pensáramos
que la intención de permanecer católico del humanismo conciliar no es formal y
primera. Baste entonces poner el humanismo como sustantivo y el catolicismo
como adjetivo para dar a entender que, siendo contradictorios, sólo se
participa de éste tanto cuanto puede sufrirlo la sustancia de aquél.
4º Humanismo integral
Las tres partículas de
nuestra definición se refuerzan. La firme adhesión a la Iglesia católica
permite al humanismo permanecer más íntegro, y no hay adhesión más firme que la
de su oficialización por la jerarquía. Por eso podríamos resumir la definición
diciendo que el Concilio es el humanismo integral, expresión utilizada
antes del Concilio por Jacques Maritain, pensador que debe considerarse
verdadero padre del Vaticano II, y adoptada oficialmente después para definir
la doctrina social conciliar.
B. ACERCA DE LAS CAUSAS
QUE EXPLICAN EL CONCILIO
Cuando una definición es
buena, lleva implicadas las causas primeras de la cosa definida, causas que explican
sus demás propiedades y consecuencias. Pero si es relativamente fácil señalar
los aspectos esenciales de una cosa manifiesta, ya no lo es tanto determinar
sus causas con precisión. Y podemos prever que, para el caso que tenemos entre manos,
lo será mucho menos, porque si bien todos podrían estar de acuerdo en que el
Vaticano II es una oficialización del humanismo, ha provocado reacciones muy
contrarias de aceptación y rechazo. Dado que lo que buscamos es explicar el
Concilio, al señalar las causas verdaderas, no dejaremos de decir cómo las
entendieron los que lo hicieron. Primero consideraremos, como conviene, la finalidad;
luego convendrá señalar el sujeto o materia; en tercer lugar
el agente; y, finalmente, la causa formal, que nos dice lo que es
propiamente el Concilio.
I. ACERCA DE LA FINALIDAD DEL CONCILIO VATICANO II
1º La finalidad del humanismo conciliar según sus fautores
La finalidad declarada del
humanismo es la promoción de la dignidad humana, es decir que trabaja ad
maiorem hominis gloriam. Como reconoce Pablo VI en el discurso de clausura
ya citado, esta es la finalidad de un “humanismo laico y profano”, que renuncia
“a la trascendencia de las cosas supremas” y que se constituye en verdadera
religión: “La religión del hombre que se hace Dios”. Pero afirma que es también
la finalidad del humanismo nuevo del Concilio: “La religión del Dios que
se ha hecho hombre, se ha encontrado con la religión -porque tal es- del hombre
que se hace Dios. [...] Vosotros, humanistas modernos, que renunciáis a la
trascendencia de las cosas supremas, conferidle siquiera este mérito y
reconoced nuestro nuevo humanismo: también nosotros -y más que nadie- somos
promotores del hombre”. ¿Cómo se explica que dos movimientos, que coinciden en
la misma finalidad, mantengan sin embargo sus diferencias? ¿Cuál es esta
diferencia? La diferencia estaría - responde en lo que sigue el pensamiento
conciliar, al que la buena educación nos pide dejar hablar primero - en que en
la época moderna se dio ciertamente un humanismo ateo (al menos de
hecho), pero fue mucho por reacción contra el deísmo inhumano que se dio
(de hecho al menos) en el medioevo. La fuerte orientación teocéntrica del
hombre antiguo llevó, aún en el catolicismo medieval, no sólo a la
inconsideración, sino hasta el desprecio de los valores humanos. Esta
exageración, que culmina en el horror de la peste negra y sus flagelantes,
provocó la reacción con la que comienza la época moderna en el Renacimiento.
Pero como suele ocurrir, llegó a ser predominante la exageración contraria que
terminó despreciando el valor divino de lo humano, es decir, la dimensión
religiosa del hombre, por la que trasciende los límites de su condición de
criatura y se relaciona con Dios. Mas culminando este nuevo desorden en el horror
de las dos guerras mundiales, habría llegado el tiempo de hallar el punto de
equilibrio con el humanismo nuevo del Concilio.
Tanto a los que desprecian
al hombre ad maiorem Dei gloriam, como a los que desprecian a Dios ad
maiorem hominis gloriam, el Vaticano II les descubre que ambos fines se
identifican en una misma realidad. Para entenderlo basta tener en cuenta la
trascendencia del hombre y la liberalidad de Dios:
- La acción del Creador es
de una perfectísima liberalidad, pues Dios es inmutable en su perfección y nada
gana al crear. Creó sin ninguna necesidad y con absoluta libertad, por cuanto
se gloría en comunicar gratuitamente su perfección por la más desinteresada
bondad. Su gloria, entonces, consiste en la perfección de su obra, en la que El
mismo se manifiesta como un artista en su autorretrato.
- Ahora bien, entre todas
las criaturas, conviene distinguir las personas de las simples cosas, pues sólo
aquéllas han sido hechas a imagen de Dios, porque sólo las personas son libres
como el Creador. La perfección del hombre conviene que se mida, entonces, en
términos de libertad, porque, como el pecado nos esclaviza y la verdad nos hace
libres, mientras más nos libremos del pecado y más nos acerquemos a la verdad, mejores
personas seremos y más semejantes a Dios. La trascendencia de la persona
humana reside en su condición de imagen de Dios, que crece en dignidad
en la medida en que participa más de la libertad del Creador.
Es claro entonces que, si se
tiene en cuenta la liberalidad de Dios como Creador y la trascendencia del
hombre como imagen del Creador, se acaban los celos entre deístas y humanistas,
pues la promoción de la dignidad humana se identificaría perfecta y
adecuadamente (secundum rem et rationem) con la promoción de la gloria
de Dios. El antropocentrismo trascendente no deja de ser teocéntrico: “Nuestro
humanismo se hace cristianismo, nuestro cristianismo se hace teocéntrico; tanto
que podemos afirmar también: para conocer a Dios es necesario conocer al
hombre. ¿Estaría destinado entonces este Concilio, que ha dedicado al hombre
principalmente su estudiosa atención, a proponer de nuevo al mundo moderno la
escala de las liberadoras y consoladoras ascensiones? ¿No sería, en definitiva
un simple, nuevo y solemne enseñar a amar al hombre para amar a Dios? Amar al
hombre -decimos-, no como instrumento [medio], sino como primer término [fin]
hacia el supremo término trascendente, principio y razón de todo amor; y
entonceseste Concilio entero se
reduce a su definitivo significado religioso, no siendo otra cosa que una
potente y amistosa invitación a la humanidad de hoy a encontrar de nuevo, por
la vía del amor fraterno, a Dios”.
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