7 de junio
San Pedro y
cinco compañeros mártires de Córdoba.
(† 851)
En la sangrienta persecución
que suscitó contra los cristianos el rey de los sarracenos Abderramán III en
Córdoba, capital de su reino en España, entre otros ilustres mártires que
dieron su vida en defensa de la fe de Cristo, señalaron se mucho por su admirable
valor los santos mártires Pedro, Walabonso, Sabiníano, Wistremundo, Abencio y
Jeremías. Pedro fué natural de Erija y ordenado de sacerdote; Walabonso¿ era
diácono, y nacido en Lipula, lugar llamado hoy Peñaflor; Sabiniano era monje ya
entrado en edad, y natural de Froniano en la sierra de Córdoba; Wistremundo era
todavía mozo, natural de Ecija y monje en la abadía de san Zoilo; Abencio era
hijo de Córdoba y había tomado el hábito en el monasterio de san Cristóbal; y
Jeremías era también natural de Córdoba, casado con Isabel, y hombre muy rico y
poderoso que había fundado el monasterio llamado Tabanense a dos leguas de
aquella ciudad. Todos estos seis fervorosos varones, oyendo que acababan de ser
martirizados los santos Isaac y Sancho, se presentaron delante del rey moro y
le dijeron: «Nosotros también, oh juez, somos cristianos como nuestros hermanos
Isaac y Sancho, y tenemos la misma fe, por la cual has mandado darles la
muerte: confesamos como ellos a Jesucristo por verdadero Dios, y afirmamos que vuestro
profeta Mahoma es precursor del Anticristo: y decimos que los que profesan la
fe de Jesucristo gozarán de la felicidad del cielo, y que los que siguen la falsa
doctrina de Mahoma padecerán los eternos tormentos del infierno.» Al oír el tirano
tan espontánea y clara confesión, mandó luego prender a les valerosos mártires y
pronunció contra ellos sentencia de muerte, ordenando que fuese cruelmente azotado
el santo viejo Jeremías, por haber blasfemado, como decía el juez, del profeta
Mahoma. Azotaron pues con tanto rigor al venerable anciano, que cuando le
llevaron a degollar, no podía ir por sus pies. Pero todos los demás caminaron al
lugar del suplicio con tanta ligereza y alegría de sus almas como si fuesen a
un espléndido banquete. San Pedro y Walabonso fueron los primeros en ser
degollados, y después sus cuatro compañeros, y así dieron todos sus benditas almas
a Dios. Tomando después los sayones aquellos sagrados cadáveres los ataron a
unos palos, y pasando algunos días los quemaron y echaron las cenizas en el
río.
Reflexión: Mucho
vale una santa y pronta resolución cuando se ve que para ella inspira y anima
el Espíritu Santo, como es cierto inspiró a estos gloriosos mártires, para que
sin temor alguno de la muerte, todos unidos y conformes, se fuesen a reprender
al inicuo juez, que cuatro días antes había quitado la vida al glorioso san
Isaac, y después a Sancho y a otros santos mártires. No seamos pues tardos y
perezosos en ejecutar la .voluntad divina cuando se nos manifiesta claramente por
las divinas inspiraciones, que todo nuestro provecho o daño espiritual depende
de ponerlas o de no ponerlas por obra. Pongámonos delante de los ojos los
ejemplos de los santos: los cuales por su fidelidad en poner por obra los altos
pensamientos e inspiraciones de la divina gracia, llegaron a ser tan grandes en
el reino de los cielos. ¡Oh cómo reprenden y condenan nuestra flojedad y
cobardía: ¡Cómo nos cubrirán de vergüenza en el día el Juicio, donde se
descubrirá el mal uso que hemos hecho de las inspiraciones de Dios y de los
beneficios de la gracia!
Oración: Oh
Dios, que nos alegras en la anual solemnidad de tus santos Pedro, Sabiniano y
sus compañeros mártires, concédenos propicio que así como gozamos de sus
merecimientos, así nos movamos a imitar sus virtudes. Por Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.
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