9 de Junio
Los santos Primo y Feliciano, hermanos,
mártires.
(† 287)
Los gloriosísimos mártires de Jesucristo Primo y Feliciano fueron hermanos
y caballeros romanos, ilustres por la sangre, y más ilustres por la fe y
confesión del Señor. Habiendo sido acusados por ser cristianos delante de los emperadores,
que a la sazón eran Diocleciano y Maximiano, los sacerdotes de los ídolos
dijeron a los jueces que los dioses estaban tan enojados, que no darían
respuesta a cosa que les preguntasen hasta que Primo y Feliciano los
reconociesen por dioses y protectores del imperio. Llevaron pues a los dos
santos al templo de Hércules, y como no quisiesen sacrificar a su estatua, los azotaron
con varas crudamente. Entregaron los después a un gobernador de la ciudad Nomentana,
que se llamaba Promoto, el cual los hizo apartar uno de otro para asaltar a
cada uno de los dos por sí, pensando con esto poderlos más fácilmente vencer.
Comenzó pues el procónsul a amonestar a Feliciano, que mirase por su vejez y no
quisiese acabar su vida con tormentos atroces y penosos. A lo que respondió el
venerable anciano: «Ochenta años tengo cumplidos, y ha treinta que Dios me
alumbró y que me determiné a vivir para solo Cristo.» Mandó le el juez azotar
cruelmente y le hizo después enclavar en un palo. El santo mártir mirando al
cielo, decía: En Dios tengo puesta mi esperanza, y no temo mal
ninguno que el hombre me pueda hacer. A los cuatro días hizo el juez
traer a su tribunal a Primo y le dijo: «¿No sabes que tu hermano Feliciano está
ya trocado y ha obedecido a los emperadores, los cuales le han honrado mucho y
admitido en su palacio?» «Yo sé, respondió Primo, los tormentos que ha
padecido, y que ahora está en la cárcel gozando de los regalos de Dios, y que
no podrás tú apartar con los tormentos a los que Jesucristo ha unido con su
amor.» Ordenó el tirano embravecido sobremanera, que moliesen a Primo en palos
nudosos, y le extendiesen en el ecúleo, y abrasasen sus costados con hachas
encendidas. Condenaron después a los dos santos hermanos a las fieras, y
echaron a los mártires dos leones ferocísimos, los cuales se arrojaron a sus
pies, como dos corderos, lamiéndolos y halagándolos, sin hacerles mal alguno. Entonces
alzaron la voz los santos y dijeron al presidente: «Juez, las fieras reconocen
a su Creador; y tú eres tan ciego que no quieres tener por Señor al que te hizo
a su imagen y semejanza?» Conmovió se con este prodigio la muchedumbre que
había concurrido al espectáculo, y convirtieron se a la fe de Jesucristo quinientas
personas con sus familias. Y el tirano Promoto, atribuyendo a arte mágica
aquellos portentos y cansado ya de atormentar a aquellos fortísimos caballeros
de Cristo, los mandó degollar.
Reflexión: La única razón que alegaban aquellos gentiles para no convertirse al ver
los prodigios de los santos mártires era decir que los obraban por arte de encantamiento
y virtud diabólica. Ya no creen esto los incrédulos de nuestros días. ¿Pues
cómo no se convierten al leer estas maravillas tan repetidas en los martirios de
nuestros santos? ¿Cómo no las creen estando acreditadas con el testimonio de
tantos autores así cristianos como paganos, que presenciaron aquellos tan
públicos y asombrosos prodigios? Líbrenos el Señor por su gracia de la horrible
ceguedad y dureza de corazón propia de los incrédulos; los cuales ultrajan con
gravísima ofensa a la Divinidad, y son dignos de eterno castigo por desoír las
voces de la gracia, y despreciar con obstinada voluntad los prodigios de la divina
omnipotencia.
Oración: Concédenos, Señor, que celebremos siempre la fiesta de tus santos mártires
Primo y Feliciano, y que por su intercesión merezcamos la gracia de tu protección
divina. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario