29 DE JUNIO
SAN PEDRO Y
SAN PABLO, APOSTOLES
LA RESPUESTA DE
AMOR. — "¿Simón, hijo de Juan; me amas?" He aquí el
momento en que se escucha la respuesta que el Hijo del Hombre exigía del
pescador de Galilea. Pedro no teme la triple interrogación del Señor. Desde
aquella noche en que el gallo fué menos solícito para cantar que el primero de
los Apóstoles para renegar de su Maestro, continuas lágrimas cavaron dos surcos
en sus mejillas; ha luido el dia en que cesen estas lágrimas. Desde el patíbulo
en que el humilde discípulo ha pedido le claven cabeza abajo, su corazón
generoso repite, por fin sin miedo, la protesta que, desde la escena de las
orillas del lago de Tiberíades, ha consumido silenciosamente su vida:
"¡Sí, Señor, tú sabes que te amo!'"
EL AMOR, CARACTERÍSTICA
DEL SACERDOCIO NUEVO. — El amor es la característica que
distingue el sacerdocio de los tiempos nuevos del ministerio de la ley de
servidumbre. El sacerdote judio, impotente, temeroso, no sabía sino derramar sangre
de victimas simbólicas sobre un altar simbólico también. Jesús, Sacerdote y
Víctima a la vez, exige más de aquellos a quienes llama a participar de la
prerrogativa que le hace Pontífice eterno según el orden de Melquisedec
"No os llamaré en adelante siervos, porque el siervo no sabe lo que hace
su Señor; sino que os he llamado mis amigos porque os he comunicado todo lo que
he recibido del Padre. Como mi Padre me ha amado, así os amo yo; permaneced en
mi amor". Ahora bien, para el sacerdote admitido de esta manera a la unión
con el Pontífice eterno, el amor no es completo, si no se extiende a la humanidad
rescatada en el gran Sacrificio. Y nótese que para él es más estricta la
obligación, común a los cristianos, de amarse como miembros de una misma
Cabeza; pues por su sacerdocio se hace partícipe de la Cabeza, y con esta participación,
la caridad debe tener en él algo del carácter y grandeza del amor que esa
Cabeza tiene a sus miembros. Y ¿cuánto mayor será, si, al poder que tiene de
inmolar a Cristo mismo, y al deber que le obliga a ofrecerse con él en el secreto
de los' Misterios, la plenitud del Pontificado le añade la misión pública de
dar a la Iglesia el apoyo que necesita y la fecundidad que el Esposo celestial
espera de ella? Entonces es cuando, según la doctrina sostenida siempre por los
Papas, por los Concilios y por los Padres, el Espíritu Santo le adapta a su
misión sublime, identificando enteramente su amor con el del Esposo cuyas
obligaciones asume y cuyos derechos ejerce.
EL AMOR DE SAN
PEDRO. — Al confiar a Simón hijo de Juan la humanidad
redimida, el primer cuidado del Hombre-Dios fué asegurarse de que sería fiel vicario
de su amor; de que, habiendo recibido más que los otros, le amaría más
que todos; de que, siendo heredero del amor de Jesús para los suyos
que estaban en el mundo, los debía amar, como El, hasta el finPor esto, la exaltación
de Pedro a las cumbres de la Jerarquía sagrada, concuerda en el Evangelio con
el anuncio de su martirio siendo Sumo Pontífice, tenía que seguir hasta
la cruz al Jerarca supremo Ahora bien, la santidad de la criatura y, a la vez,
la gloria de Dios Creador y Salvador, tienen su completa realización en el
Sacrificio, que junta al pastor y al rebaño en un mismo holocausto. Por este
fin último de todo pontificado y de toda jerarquía, Pedro recorrió toda la
tierra, después de la Ascensión de Jesús. En Joppe, cuando estaba aún al principio
de sus correrlas apostólicas, se apoderó de él un hambre misteriosa: "Levántate,
Pedro; mata y come", le dijo el Espíritu; y al mismo tiempo una visión
simbólica ponía ante sus ojos los animales de la tierra y las aves del cielo’.
Eran los gentiles que debía reunir, en la mesa del banquete divino, con los fieles
de Israel. Vicario del Verbo, se haría participante de su inmensa hambre; su
caridad, como fuego devorador, se asimilaría los pueblos; y, ejerciendo su
título de jefe, llegaría un día en que, verdadera cabeza del mundo, haría de
esta humanidad, ofrecida como presa a su avidez, el cuerpo de Cristo en su
propia persona. Entonces, nuevo Isaac, o más bien verdadero Cristo, verá levantarse
delante de él la montaña en donde Dios mira, esperando el
sacrificio.
EL MARTIRIO DE SAN
PEDRO. — Miremos también nosotros, pues ha llegado a ser
presente ese futuro, y, como en el Viernes Santo, participamos en el desenlace
que se anuncia. Participación dichosa, toda triunfal: aquí, el deicida no mezcla
su nota lúgubre al homenaje del mundo, y el perfume de inmolación que ahora
sube de la tierra, no llena los cielos sino de suave alegría. Se diría que la
tierra, divinizada por la virtud de la hostia adorable del Calvario, se basta a
sí misma. Pedro, simple hijo de Adán, y, con todo eso, verdadero Sumo
Pontífice, avanza llevando el mundo: su sacrificio va a completar el de
Jesucristo, que le invistió con su grandeza; la Iglesia, inseparable de su
Cabeza visible, le reviste también con su gloria. Por la virtud de esta nueva
cruz que se levanta, Roma se hace hoy la ciudad santa. Mientras Sión queda
maldita por haber crucificado un día a su Salvador, Roma podrá rechazar al
Hombre-Dios, derramar su sangre en sus mártires: ningún crimen de Roma
prevalecerá sobre el gran hecho que ahora se realiza; la cruz de Pedro le ha
traspasado todos los derechos de la de Jesús, dejando a los judíos la
maldición; ahora Roma es la verdadera Jerusalén.
EL MARTIRIO DE SAN
PABLO. — Siendo tal la significación de este día, no es de
maravillar que el Señor la haya querido aumentar aún más, añadiendo el martirio
del Apóstol Pablo al sacrificio de Simón Pedro. Pablo, más que nadie, habla
prometido con sus predicaciones la edificación del cuerpo de Cristo;
si hoy la Iglesia ha llegado a este completo desenvolvimiento que la permite
ofrecerse en su Cabeza como hostia de suavísimo olor, ¿quién mejor que él
merecía completar la oblación?' Habiendo llegado la edad perfecta de la Esposa,
ha acabado también su obra. Inseparable de Pedro en los trabajos por la fe y el
amor, le acompaña del mismo modo en la muerte; los dos dejan a la tierra alegrarse
en las bodas divinas selladas con su sangre, y suben juntos a la mansión
eterna, donde se completa la unión.
VIDA DIVINA. —
San Pedro después de Pentecostés organizó con los otros apóstoles la Iglesia de
Jerusalén, luego las de Samaria y Judea, y recibió en la Iglesia al centurión
Cornelio, el primer pagano convertido. Habiendo escapado milagrosamente de la
muerte que le tenía preparada el Rey Herodes Agripa, dejó Jerusalén y se
dirigió a Roma donde fundó, alrededor del año 42, la Iglesia que sería más
tarde el centro de la Catolicidad. Desde Roma emprendió varias excursiones apostólicas.
Hacia el año 50 se encuentra en Jerusalén para el concilio que decidió la
admisión de los gentiles en la Iglesia, sin obligarlos a las observancias de la
ley mosaica. Partió luego a Antioquía, al Ponto, Galacla, Capadocia, Bitinia, y
a la provincia de Asia. Un incendio destruyó Roma hacia el año 64, y acusando
Nerón a los cristianos de tal catástrofe, los hizo encarcelar en masa. Muchos
cientos, quizá millares, fueron condenados a muerte con diversos tormentos:
unos crucificados, otros quemados vivos, otros fueron entregados a las bestias
en el anfiteatro, otros decapitados. San Pedro, encarcelado, según antigua
tradición, en la cárcel Mamertina, fué crucificado con la cabeza abajo en los
jardines de Nerón, sobre la colina del Vaticano, y allí mismo fué enterrado. No
se conoce la fecha exacta de su martirio: se debe colocar entre el año 64 y el
67.
LA FIESTA DEL 29
DE JUNIO. — Después de las grandes solemnidades del
año Litúrgico y de la fiesta de San Juan Bautista, no hay otra más antigua y universal
en la Iglesia que la de los dos principes de los Apóstoles. Muy pronto Roma celebró
su triunfo en la fecha misma del 29 de Junio, que los viera subir al cielo.
Este uso prevaleció luego sobre el de algunos lugares, que habían puesto la
fiesta de los Apóstoles en los últimos días de Diciembre. Fué ciertamente un hermoso
pensamiento el hacer así de los padres del pueblo cristiano el cortejo del
Emmanuel, a su venida al mundo. Pero, como ya hemos visto, las enseñanzas de
este día tienen ellas solas, una importancia preponderante en la economía del dogma
cristiano; son el complemento de toda la obra del Hijo de Dios; la cruz de
Pedro da estabilidad a la Iglesia, y señala al espíritu de Dios el centro
inmovible de sus operaciones. Roma estuvo inspirada cuando, reservando al
discípulo amado el honor de velar por sus hermanos cerca del pesebre del Niño
Jesús, guardaba el solemne recuerdo de los príncipes del apostolado en el día
escogido por Dios para consumar sus trabajos y coronar juntamente con su vida
el ciclo de los misterios.
EL RECUERDO DE LOS
DOCE APÓSTOLES. — Pero no debemos olvidar en tan gran día a
los otros operarios del padre de familia, que también regaron con sus sudores y
su sangre todos los caminos del mundo, para acelerar el triunfo y reunir a los convidados
al festín de las bodas'. Gracias a ellos se predicó entonces definitivamente la
ley de gracia por todas las naciones, y la buena nueva resonó en todos los
idiomas y en todos los confines de la tierra. Por eso, la fiesta de San Pedro, completada
de un modo especial por el recuerdo de su compañero de martirio, Pablo, fué
considerada desde muy antiguo como la del colegio entero de los Apóstoles. Se
creyó antiguamente que no se podía separar de su glorioso jefe a aquellos a
quienes el Señor habla unido tan estrechamente en la solidaridad de su obra
común. Sin embargo de eso, con el tiempo se fueron consagrando sucesivamente
fiestas a cada uno de ellos, y la del 29 de Junio quedó dedicada exclusivamente
a los dos príncipes puyo martirio ilustró este día. Y muy pronto la Iglesia
romana, creyendo que no podía celebrarlos convenientemente a los dos en un
mismo día, dejó para el día siguiente el honrar más explícitamente al Doctor de
las naciones.
MISA
Mientras el Pontífice se
dirige al altar rodeado de los diversos Ordenes de la Iglesia, los cantores
entonan el Introito, alternándolo con los versos del Salmo CXXXVIII. Este Salmo
está elegido principalmente para honrar a los santos Apóstoles, por razón de
las palabras del versículo diecisiete: "Por mí, tus amigos, oh Dios, son honrados
hasta el exceso; su poder sobrepasa todo límite."
INTROITO
Ahora sé verdaderamente que
el Señor envió a su Angel, y me libró de la mano de Herodes y de toda la expectación
del pueblo de los judíos. — Salmo: Señor, me probaste y me conociste: tú
conociste mi caída y mi resurrección. Y. Gloria al Padre.
La Colecta que termina cada
una de las Horas del Oficio Divino, es la fórmula principal de oración que
emplea la Iglesia todos los días. En ella se debe buscar su idea. La que sigue,
nos indica que la Iglesia quiere celebrar hoy juntamente a los dos Apóstoles y
no separarlos en su piedad agradecida.
COLECTA
Oh Dios, que consagraste el
día de hoy con el martirio de tus Apóstoles Pedro y Pablo: da a tu Iglesia el
seguir en todo el precepto de aquellos de quienes recibió el principio de la
religión. Por nuestro Señor.
EPISTOLA
Lección de los
Hechos de los Apóstoles. (XII, 1-2)
En aquellos días comenzó el
rey Herodes a perseguir a algunos de la Iglesia. Y mató con la espada a Santiago,
el hermano de Juan. Y, viendo que agradaba a los judíos, se propuso prender
también a Pedro. Y eran los días de los Acimos. Habiéndole, pues, prendido, le
metió en la cárcel, entregándolo a cuatro piquetes de guardas para custodiarlo,
queriendo entregárselo al pueblo después de Pascua. Así que Pedro era guardado
en la cárcel. Y la Iglesia hacía sin descanso oración a Dios por él. Y, cuando
Herodes había de entregarlo, en aquella misma noche estaba Pedro durmiendo
entre dos soldados, atado con dos cadenas: y los guardias, delante de la
puerta, guardaban la cárcel. Y he aquí que se apareció el Angel del Señor: y brilló
la luz en la habitación: y, tocándole en el costado a Pedro, le despertó,
diciendo: Levántate veloz. Y cayeron las cadenas de sus manos. Y díjole el
Angel: Cíñete, y cálzate tus sandalias. Y así lo hizo. Y díjole: Ponte tu
vestido, y sigúeme. Y, saliendo, le siguió: y no sabía que era verdad lo que
hacía el Angel, antes creía ver una visión. Y, habiendo pasado la primera y la
segunda guardia, llegaron a la puerta de hierro que conduce a la ciudad: la
cual se les abrió al punto. Y, habiendo salido, atravesaron un barrio: y, acto continuo,
se apartó el Angel de él. Y Pedro, vuelto en si dijo: Ahora sé verdaderamente
que el Señor envió a su Angel, y me libró de la mano de Herodes y de toda
expectación del pueblo de los judíos.
PARTIDA A ROMA. —
Es difícil recordar con la insistencia con que lo hace la Liturgia de este día,
el relato de la cautividad de S. Pedro en Jerusalén. Varias Antífonas y todos
los Capítulos del Oficio están sacados de él; el Introito lo cantaba poco ha; y
la Epístola relata enteramente ese episodio, que tanto le interesa hoy a la
Iglesia. Es fácil descubrir el secreto de esta preferencia. En esta fiesta, la
muerte de Pedro confirma a la Iglesia en sus augustas prerrogativas de
Soberana, de Madre y de Esposa; pero= ¿cuál fué el principio de estas
grandezas, sino el momento, solemne entre todos, en que el Vicario de
Jesucristo, sacudiendo sobre Jerusalén el polvo de sus pies ', volvió hacia
Occidente su vista, y trasladó a Roma los derechos de la sinagoga repudiada?
Ahora bien, este gran acontecimiento tuvo lugar a la salida de Pedro de la
prisión de Herodes. Y saliendo de la ciudad, dicen los Hechos, se fué
de allí, a otro lugar2. Este otro lugar, según el testimonio
de la historia y de la tradición, era la ciudad que había de llamarse la nueva
Sión; era Roma, a donde llegaba Simón Pedro algunas semanas después. Por eso la
gentilidad, haciendo suya la palabra del ángel, cantaba esta noche en uno de
los responsos de Maitines: "Levántate, Pedro y ponte tus vestidos: ármate
de fortaleza para salvar a las naciones, porque han caído de tus manos
las cadenas."
EL SUEÑO DE PEDRO.
—
Pedro, la víspera del día en que tenía que morir, dormía tranquilamente, del
mismo modo que, en otro tiempo, lo hacía Jesús en la barca a punto de sucumbir.
La tempestad y toda clase de peligros no dejarán de amenazar siempre a los
sucesores de Pedro. Pero no se verá nunca, en la nave de la Iglesia, el pavor
que se apoderó de los compañeros del Señor, en la barca que agitaba el huracán.
Faltaba entonces a los discípulos la fe, y su ausencia era la causa de sus
miedos'. Pero desde la venida del Espíritu Santo, esta fe preciosa, de donde
dimanan todos los dones, no puede faltar a la Iglesia, Ella da a los jefes la
tranquilidad del Maestro; mantiene en el corazón del pueblo fiel la oración
ininterrumpida, cuya humilde confianza triunfa silenciosamente del mundo, de
los elementos y de Dios mismo. Si sucede que, cuando la nave de Pedro bordea
los abismos, parece que el piloto duerme, la Iglesia no imitará a los discípulos
cuando estaban en la tormenta del lago de Genesaret. No se hará juez del tiempo
y de los medios de la Providencia, ni se creerá con derecho a reprender al que
debe vigilar por todos, acordándose que, para salvar sin alboroto las más
peligrosas situaciones, posee un medio mejor y más seguro, y no ignorando que,
si la intercesión no falta, el ángel del Señor vendrá cuando se necesite, a
despertar a Pedro y romper sus cadenas.
PODER DE LA
ORACIÓN. — ¡Oh! ¡Cuántas almas, sabiendo orar, son más
poderosas, con su sencillez ignorada, que la política y los soldados de todos
los Herodes del mundo! La comunidad reunida en la casa de María, madre de
Marcos era muy poco numerosa; pero oraba día y noche; por dicha no se conocía
allí el naturalismo fatal, que con engañoso pretexto de no tentar a Dios, rehúsa
pedirle lo imposible, cuando está en juego el interés de su Iglesia.
Ciertamente, las precauciones de Herodes Agripa para no dejar escapar a su
prisionero, honraban a su prudencia, y por cierto que la Iglesia pedía lo
imposible pidiendo la libertad de Pedro, hasta el punto que los que rogaban
entonces, siendo escuchados, no daban crédito a lo que veían. Pero su fortaleza
fué precisamente esperar contra toda esperanza lo que ellos mismos miraban como
locura y someter, en su oración, el juicio de la razón a las solas miras de la
fe.
El Gradual canta el poder
prometido a los compañeros e hijos del Esposo; también ellos vieron que
numerosos hijos reemplazaban a los padres que dejaron para seguir a Jesús1; el Verso
del Alleluia celebra la piedra que sostiene a la Iglesia, en este día en
que la ve afirmarse para siempre en su lugar predestinado.
GRADUAL
Los constituirás príncipes
sobre toda la tierra: se acordarán de tu nombre, Señor. J. Por tus padres te han
nacido hijos: por eso te alabarán los pueblos. Aleluya, aleluya. J. Tú
eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo
Evangelio según S. Mateo. (XVI,
13-19).
En aquel tiempo fué Jesús a
la región de Cesarea de Filipo, y preguntó a sus discípulos diciendo: ¿Quién dicen
los hombres que es el Hijo del hombre? Y ellos dijeron: Unos, que Juan el
Bautista; otros, que Elias; y otros, que Jeremías o uno de los Profetas.
Díjoles Jesús: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro,
dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Y, respondiendo Jesús, díjole:
Bienaventurado eres tú, Simón, hijo de Jonás: porque no te ha revelado esto la
carne y la sangre, sino mi Padre, que está en los cielos. Y yo te digo a ti,
que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella. Y te daré a ti las llaves del reino de
los cielos. Y todo cuanto atares sobre la tierra, será atado también en los
cielos: y todo cuanto desatares sobre la tierra, será desatado también en los
cielos.
CONFESIÓN DE SAN
PEDRO. — La alegría hace recordar a Roma aquel momento dichoso
en que, por primera vez, la humanidad dió al Esposo su título divino: ¡Tú
eres Cristo, Hijo de Dios vivo! El amor y la fe hacen a Pedro en este
momento la mayor y la más antigua lumbrera de los teólogos, como le
llama San Dionisio en su libro de los "Nombres divinos." El primero,
efectivamente, tanto con relación al tiempo como por la plenitud del dogma,
solucionó el problema cuya insoluble resolución fué el esfuerzo supremo de la teología
de los siglos proféticos.
DIGNIDAD DE SAN
PEDRO. — ¿Eres, oh Pedro, más sabio que Salomón? Y lo que el
Espíritu Santo declaró sobre toda ciencia, ¿será el secreto de un pobre
pescador? Así es. Nadie conoce al Hijo sino el Padre pero el Padre mismo reveló
a Simón el misterio de su Hijo, y la palabra que da testimonio de El, no puede
admitir réplica. Porque no es una añadidura falsa a los dogmas divinos: oráculo
de los cielos salido de los labios humanos, eleva a su dichoso intérprete por
encima de la carne y de la sangre. Como Cristo, de quien le alcanza ser
Vicario, esa palabra tendrá como única misión ser aquí abajo un eco fiel del
cielo ', dando a los hombres lo que recibe; la palabra del Padre. Es todo el
misterio de la Iglesia, de la tierra y de la del cielo, y contra ella nunca
prevalecerá el infierno. Continúan los ritos del Sacrificio. Mientras los ecos
de la Basílica repiten las palabras del Credo que predicaron los
Apóstoles y que se apoya en Pedro, la Iglesia se ha levantado para llevar sus
ofrendas al altar. A la vista de este largo desfilar de pueblos y de sus reyes
que se suceden durante los siglos, ofreciendo sus dones y rindiendo homenaje al
pescador crucificado, el coro canta con nueva melodía el versículo del Salmo que,
en el Gradual, ha ensalzado la supereminencia de este principado creado por
Cristo en favor de los mensajeros de su amor.
OFERTORIO
Los constituirás príncipes
sobre toda la tierra: se acordarán de tu nombre, Señor, en toda progenie y generación.
Los frutos de la tierra no
tienen, en sí mismos, nada que los haga aceptos al cielo. Por eso, la Iglesia
en la Secreta, pide la intervención de a oración apostólica para hacer
aceptable su ofrenda; esta oración de los Apóstoles es, hoy y siempre, nuestro
refugio seguro y el remedio de nuestras miserias. Esto mismo manifiesta el
Prefacio que sigue. El Pastor eterno no puede abandonar a su rebaño, sino que continúa
guardándole por medio de los santos Apóstoles, pastores también, y siempre guías,
en lugar suyo, del pueblo cristiano.
SECRETA
Apoye, Señor, estas hostias,
que te ofrecemos para ser consagradas a tu nombre, la oración apostólica, por
la cual nos concedas ser purificados y protegidos. Por nuestro Señor.
PREFACIO
Es verdaderamente digno y
justo, equitativo y saludable, el suplicarte humildemente, Señor, que no dejes,
Pastor eterno, a tu rebaño: sino que, por tus santos Apóstoles, lo guardes con
continua protección: para que sea gobernado por los mismos rectores que elegiste
para pastores suyos y vicarios de tu obra. Y, por eso, con los Angeles y los
Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del ejército
celeste, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, santo,
santo... La Iglesia experimenta, en el santo banquete, la estrecha relación del
misterio de amor y de la gran unidad católica fundada sobre la piedra. Así
canta de nuevo:
COMUNION
Tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia.
La Poscomunión vuelve a
tratar sobre el poder de la oración apostólica, como salvaguardia de los
cristianos a los que nutre el alimento celestial.
POSCOMUNION
A los que has saciado. Señor,
con este celestial alimento, guárdalos, por la intercesión apostólica, de toda adversidad.
Por nuestro Señor.
FUNDAMENTO DE LA
IGLESIA. — ¡Oh Pedro, saludamos el glorioso sepulcro donde
descansas! A nosotros, hijos de este Occidente, que quisiste elegir, a nosotros
toca, antes que a todos, celebrar con amor y fe las glorias de este día. Sobre ti
debemos edificar; porque queremos ser los habitantes de la ciudad santa.
Seguiremos el consejo del Señor edificando sobre roca nuestras construcciones terrenas,
para que resistan a la tempestad y puedan ser mansión eterna. ¡Cuán grande es
para contigo, que te dignas sostenernos así, nuestro agradecimiento, sobre todo
en este siglo insensato, que, pretendiendo construir de nuevo el edificio
social, ha querido edificarlo sobre la arena inconsistente de las opiniones humanas,
y no ha hecho sino multiplicar las miserias y las ruinas! ¿Acaso no es la
piedra angular la que han desechado los arquitectos modernos? ¿Y no se revela
su virtud en que, al desecharla, chocan contra ella y se estrellan?.
DEVOCIÓN A SAN
PEDRO. — Ya que la eterna Sabiduría, oh Pedro, edifica su casa
sobre ti, ¿en qué otra parte podremos hallarla? De Jesús, subido a los cielos,
es de quien tienes palabras de vida eterna'. En ti se continúa el misterio de Dios
hecho hombre y que vive entre nosotros. Nuestra religión, nuestro amor al
Emmanuel, son incompletos si no llegan hasta ti. Y, habiendo tú mismo vuelto a juntarte
con el Hijo del hombre a la derecha del Padre, el culto que te tributamos por
tus divinas prerrogativas, se extiende al Pontífice sucesor tuyo, en quien, por
ellas, continúas viviendo; culto real, que se tributa a Cristo en su Vicario, y
que, por tanto, no puede avenirse con la distinción, demasiado sutil, entre la Sede
de Pedro y el que la ocupa. En el Pontífice romano, tú eres siempre el único
pastor y sostén del mundo. Si el Señor dijo: "Nadie va al Padre, sino por
Mí", sabemos que nadie llega al Señor, sino por ti. ¿Cómo los derechos del
Hijo de Dios, Pastor y Obispo de nuestras almas pueden padecer menoscabo en
estos homenajes de la tierra agradecida? No podemos celebrar tus grandezas, sin
que al momento, dirigiendo nuestros pensamientos a Aquel de quien tú eres como
el signo sensible, como un augusto sacramento, tú no nos digas, así como a
nuestros padres, por la inscripción de tu antigua estatua: Contemplad al
Dios Verbo, piedra divinamente tallada en oro, sobre la cual estando
asentado, no soy conmovido
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