El Episodio Leonés
(continuación)
Su anciano padre no había tenido tan buena suerte. Cerrada, por
incosteable, la factoría donde trabajaba, con sumo dolor y angustia se vio sin trabajo
de la noche a la mañana, y mientras encontraba otro nuevo, fue Ezequiel el que
se hizo cargo del sustento de la familia.
— ¿Por qué se apuran?— decía el joven fundidor a su padre, avergonzado,
aunque sin culpa, de aquella situación, y a su madre afligida hasta las
lágrimas por la inseguridad del porvenir... — ¿Por qué se apuran? Aquí estoy yo
y con la ayuda de Dios no nos faltará nada.
Poco duró la alegría de la familia cuando el anciano jefe volvió a
encontrar un empleo; unos meses después moría santamente, encomendando a
Ezequiel el cuidado de los suyos y suplicándole volviera con todos ellos a la patria,
que él no volvería a ver.
El joven fundidor, ya de veintitrés años, juró a su padre que podía
morir tranquilo, porque nunca él abandonaría a su madre y hermanos y le
sucedería en su cargo de jefe de aquella buena familia, con verdadera
satisfacción. Y después de rendirle los últimos honores filiales al enterrarle
en aquella tierra de la emigración, se dispuso a volver a México y lo anunció
así a sus patrones del taller. No recibieron éstos con agrado aquel anuncio.
Estimaban muchísimo a aquel mexicanito, tan digno y trabajador, y aun le
hicieron en vano grandes promesas de aumento de sueldo y categoría. Su madre
igualmente con el corazón lacerado, se atrevió a proponerle que se quedara él
en los Estados Unidos y que ella se iría con los demás al terruño, por cumplir
las órdenes del difunto padre.
—No, madre, no —le respondía siempre—. Claro que desde aquí podría enviarles
lo necesario, pero algo me dice, como un presentimiento, como una voz interior,
que no me abandona ni aun en sueños, que Dios me habló por la voz moribunda de
papá. E iré, iré con vosotros, y ¡a la buena de Dios! ¡Cuán inescrutables son
los juicios del Señor! Sí; Dios había elegido a Ezequiel para que fecundara con
su sangre de mártir la tierra mexicana...Y obediente a su voz imperiosa y
providente, Ezequiel volvió con todos los suyos a México, radicándose en la
ciudad de León en 1923. Y allí le encontramos, trabajando y sosteniendo con su
trabajo a su madre y hermanitos, y miembro de la Congregación Mariana y luego
de la A.C.J.M., y al fin de la Liga de Defensa; enseñando el catecismo a los
niños en sus horas libres, emprendiendo con sus compañeros las labores de
estudio y acción social de la A.C.J.M., y ligándose con estrecha amistad con
José Valencia Gallardo. ¡Oh qué feliz soy! solía decir. Salvador Vargas, tenía
veinte años y era un obrero católico ejemplar. Obrero y de León, quiere desde
luego decir, que su industria era la zapatería. Trabajaba en su casa misma y
llevaba el producto de su trabajo a los almacenes de zapatos que distribuían
por todo México y aun por el extranjero aquella mercancía, tan estimada por su
buena calidad y perfecta elaboración.
Desde muy niño, su buena madre, ¡siempre la madre mexicana!, le hizo hacer
su primera Comunión en la Parroquia, y Salvador prometió a Jesucristo en aquel
día feliz, que comulgaría todos los días, lo cual cumplió exactamente en toda
su corta pero piadosísima vida. Su amor extraordinario a María Santísima le
hizo pedir su admisión en la Congregación Mariana, cumpliendo siempre con toda
regularidad con -su áureo reglamento. Dice uno de sus biógrafos, que no le
faltaron al joven obrero algunas tentaciones a que están expuestos los de su
edad. Ignoro cuáles serían, sólo sé que su Comunión diaria y su amor a la
Virgen, le hicieron triunfar valientemente de todas. Era un joven puro,
inocente, trabajador, buen hijo, un modelo, en fin, para todos sus compañeros.
Y sucedió alguna vez que algunos de estos pobrecitos trabajadores invitaran a
Salvador al juego, a la bebida y a otros placeres más bajos, Salvador no sólo
no cedió a las invitaciones, sino que cuando topaba con alguno de éstos, sentía
íntimamente que Dios se lo enviaba para que lo apartase él del mal camino y lo
condujese al redil del Buen Pastor y sabía darse tal maña, que ni uno solo de
ellos escapó a su benéfica influencia. Muchos hay en la actualidad que
confiesan con gran agradecimiento, deber su vida cristiana y honrada a los
consejos y ejemplos de Salvador Vargas. Trabajando desde niño, no había tenido
mucha cultura religiosa. ¡ la única, humilde y sencilla que pudo darle su pobre
madre! y él anhelaba saber, saber mucho de Dios, de la Virgen, de la Iglesia,
de Jesucristo Rey. . .Y así, cuando podía ahorrar algo iba reuniéndolo para
comprar libros piadosos, de historia y de apologética. A la A.C.J.M... Le llevó
aquel lema que ostenta la gloriosa Asociación: "Piedad, estudio y
acción". Y si en las empresas de piedad y de caridad social era diligente,
no lo era menos en aquellos Círculos de Estudios, en los que se han formado
tantos jóvenes en la cristiana cultura.
Cuando la conspiración anticristiana comunista comenzó a tender sus redes
entre los obreros, como suele hacerlo, considerándolos presa fácil para engrosar
con ellos las filas de su ejército destructor. Vargas va preparado en la
A.C.J.M., se convirtió en un predicador de sus compañeros los fabricantes de
zapatos, para desengañarlos y demostrarles la falsía de las halagadoras promesas
del comunismo. Fue, ciertamente, uno de los más fuertes diques que se opusieron
a la difusión del comunismo entre los obreros de León. Trabajando así, le
encontró José Valencia Gallardo y pronto se unieron inseparablemente por la
comunidad de ideales aquellos tres muchachos generosos y nobles: Valencia,
Gómez y Vargas.
En esa misma A.C.J.M., a la llegada de Valencia Gallardo, sonaban ya otros
nombres, que haría ilustres para siempre el martirio, pero de los cuales comienza
la historia en ese heroico sacrificio de su vida. Héroes ignorados del mundo,
humildes y acaso despreciables ante los hombres, pero gratísimos a los ojos de
Dios, que los había predestinado la más alta gloria que puede apetecer un
hombre: morir por su fe, morir por su Dios. José Vázquez, en su niñez y
juventud humilde arriero, y entonces, ya casado y trabajando para el sustento de
su hogar cristiano, en la fabricación de velas de sebo y de cera. Agustín Ríos,
obrero también de veintiún años, casado y con un hijo de dos años. Nicolás
Navarro, curtidor, de veinte años, casado también y con un hijito. El nombre de
este humilde hijo del pueblo leonés, es venerado nada menos que en la Sierra de
la Tarahumara, porque cuando por efecto de la revolución los indiecitos
tarahumaras de la escuela de los misioneros se fueron a refugiar a León, con el
Superior de la Misión P. José Mier y Terán, fue Navarro el que quiso contribuir
a la obra de los misioneros, enseñando a aquellos muchachos el adobado de los
cueros que es la base de la pequeña industria, que ahora crece en la antigua
salvaje serranía. Estos seis hombres cuya biografía he trazado a grandes
rasgos, son los héroes de la tragedia gloriosa de León que paso a referir.
El Congreso Eucarístico Nacional de octubre de 1924, con la
manifestación extraordinaria del catolicismo mexicano a que dio lugar, había
materialmente despertado a la fiera de la conspiración anticristiana, que
parecía dormir, y que en realidad no hacía más que agazaparse y avanzar
cautelosamente, como el tigre de las selvas a punto de lanzarse sobre su presa.
No ha sido otra la táctica, que tan buenos- resultados le había dado a esa
conspiración, durante los casi dos siglos de su infame labor. Desde aquel
entonces, las vejaciones en todo orden de cosas contra los católicos mexicanos,
por parte de la fiera, se habían hecho más ruidosas y visibles. Valencia
Gallardo y sus compañeros de la A.C.J.M... De León, fundaron un periódico
popular al que dieron el nombre de La Voz del Pueblo, encargado de denunciar a
la reprobación pública, aquellos gruñidos de la fiera y aquellos saltos de
avance hacia su meta final. Y el primero de abril de 1926, salió también del
grupo acejotaemero, bajo la acción de Valencia Gallardo y la administración de
Salvador Vargas, el primer número de una revistilla titulada Argos destinada a
secundar la labor perseguida por La Voz del Pueblo. En ese número primero se
leen los siguientes párrafos: "Con pretexto de las supuestas declaraciones
atribuidas dolosamente al limo. Sr. Arzobispo de México, por el diario
metropolitano El Universal (esto es por uno de sus reporteros incautos, sobre
la reprobación de la impía Constitución mexicana), el Gobierno del Centro ha
iniciado una nueva era de persecución religiosa en todo el país; ya expulsando
del territorio mexicano de la manera más arbitraria a los indefensos sacerdotes
extranjeros, como si se tratara de los más perniciosos criminales; ya
clausurando los templos destinados al culto católico, los conventos y
comunidades religiosas, los asilos de beneficencia y los colegios católicos; ya
atropellando de una manera brutal y salvaje, sin respetar el sexo, a débiles
mujeres que no tenían más delito que protestar contra la improcedente clausura
de los templos. "Y lo que es peor todavía, estos actos reprochables, se
han cometido en nombre de la ley. La ley es algo sagrado, que merece el respeto
de todos aquellos seres dotados de un átomo de razón y sentido común; algo que tiene
su fundamento en la naturaleza misma de los seres a quienes rige. "Pero la
ley civil no puede ser nunca el capricho de un grupo de individuos, por
numeroso que sea; y desgraciadamente en nuestra patria la llamada Ley
Constitucional, no es sino el capricho de un grupo de individuos, impuesta al
pueblo mexicano por medio de las armas. "Ya es tiempo de que los católicos
mexicanos despertemos de ese vergonzoso letargo en que hemos permanecido por espacio
de varios lustros; ya es tiempo de que arrojemos lejos de nosotros el
ignominioso yugo que se nos ha impuesto por un grupo de individuos audaces, que
han sabido valerse de nuestra cobardía. "Si el arma con que nuestros
enemigos nos oprimen es la ley, debemos combatir esa ley, de una manera franca
y decidida. Debemos combatirla ahora, no por medio de las armas... sino por
medio de una resistencia pasiva pero uniforme y continuada. Las leyes se hacen
para beneficiar a los pueblos y no para oprimirlos".
Tales eran en aquellos momentos terribles de nuestra patria, las
posiciones de combate de los católicos contra el enemigo: la resistencia
pasiva, el Boycot. Este era una abstención de todo gasto superfluo,
concretándose el pueblo a no hacer consumo comercial, más que de lo
absolutamente necesario para la vida, más aún para las provisiones diarias de
la misma, sin comprar nada para el día siguiente, y prescindiendo de todo lujo
y todo género de diversiones. Doble era el fin de esta actitud: vestirse de
luto toda la nación, por los crímenes que se han cometido, y crear un estado
más difícil en lo económico, que por la ruina del comercio, repercutiría en el
Gobierno, y lo haría rendirse al fin a la voluntad expresa del pueblo. Los acejotaemeros
de León, como los de todas partes de la República, no se contentaron con
invitar de palabra, por los volantes y hojas periódicas al Boycot; deseaban que
fuese efectivo, pues sólo así podría conseguirse su objeto.
Así que, en la mañana del domingo 29 de agosto de 1926, Valencia
comisionó a Salvador Vargas para que al frente de un grupo de señoritas
católicas, se apostaran estratégicamente en las inmediaciones del Teatro
Doblado donde se anunciaba una función teatral para la tarde; Vargas y su
brigada femenina, debían de acercarse, lo más cortés y amablemente que pudieran
a toda persona, a la que veían llegar a la taquilla del teatro para comprar sus
localidades, suplicándoles en nombre de la sociedad católica de México entero,
se abstuvieran de hacerlo a causa del luto que exigían las circunstancias de
los perseguidos católicos sus hermanos. Como se esperaba, los católicos
leoneses cedían con deferencia a tan correctas invitaciones y el empresario del
teatro se alarmó al ver que no tendría ni una sola persona en la fiesta de
aquella tarde.
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