SABADO DE
PENTECOSTES
EL ESPIRITU
SANTO Y LA SANTIDAD
I
Clase – Paramentos Rojos
1ª
Lectura – Joel II, 28-32
2ª
Lectura – Levítico XXIII, 9-21
3ª Lectura
– Deuteronomio XXVI, 1-11
4ª Lectura
– Levítico XXVI, 3-12
5ª
Lectura – Daniel III, 47-51
Epístola
– Romanos V, 1-5
Evangelio
– San Lucas IV, 38-44
Hemos contemplado admirados
la adhesión inefable y la constancia, divina con que el Espíritu Santo ejerce
su misión en las almas; nos quedan por añadir todavía algunos rasgos para completar
la idea de las maravillas de poder y de amor que ejecuta este, divino huésped
en el hombre que no cierra las puertas de su corazón a su influencia. Pero
antes de ir más lejos, experimentamos la necesidad de tranquilizar a aquellos que,
al oír los prodigios de bondad que realiza en nuestro favor y el misterio de su
presencia continua en medio de nosotros, temiesen que el que ha descendido para
consolarnos de la ausencia de nuestro Redentor, suplante nuestro amor a
expensas de aquel que, "siendo de la sustancia de Dios, no reputó
codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, antes se anonadó tomando la forma de
siervo y haciéndose semejante a los hombres La falta de instrucción cristiana
en muchos de los fieles de la actualidad es causa de que el dogma del Espíritu
Santo sea conocido de una manera vaga, y ún podríamos decir que se desconozca su
acción especial en la Iglesia y en las almas. Por otra parte, estos fieles
conocen y honran con laudable devoción los Misterios de la Encarnación y
Redención de Nuestro Señor Jesucristo, pero se diría que aguardan la eternidad
para aprender en qué son deudores al Espíritu Santo. Así, pues, les diremos que
la misión del Espíritu Santo está tan lejos de hacernos olvidar lo que debemos
a nuestro Salvador, que su presencia entre nosotros y con nosotros es el don supremo
de la ternura del que se dignó ser clavado en la cruz. El recuerdo que conservamos
de estos misterios, ¿quién lo produce y conserva en nuestros corazones sino el
Espíritu Santo? Y el fin de sus solicitudes en nuestra alma, ¿no es formar en
nosotros a Cristo, el hombre nuevo para poder ser incorporados con él
eternamente como miembros suyos? El amor que tenemos a Jesús es inseparable del
que debemos al Espíritu Santo, así como el culto ferviente de este Espíritu nos
une estrechamente al Hijo de Dios del que procede y quien nos lo donó. Nos
conmueve y enternece el pensamiento de los dolores de Jesús, y es natural; pero
sería indigno permanecer insensibles a las resistencias, a los desprecios y a
las traiciones continuas de que es objeto el Espíritu Santo en las almas, Somos
todos hijos del Padre Celestial: pero ¡ojalá comprendiéramos desde este mundo
que somos deudores de ello a la abnegación de las dos divinas personas que han
hecho que lo fuésemos a costa de su gloria!
FORMA EN NOSOTROS A CRISTO. —
Después de esta digresión, que nos ha parecido oportuna, continuemos
describiendo las operaciones del Espíritu Santo en el alma del hombre. Como acabamos
de decir, su fin es formar en nosotros a Jesucristo por medio de la imitación
de sus sentimientos y de sus actos. ¿Quién conoce mejor que este divino Espíritu
las disposiciones de Jesús, cuya humanidad santísima produjo en las entrañas de
María, de Jesús, de quien se posesionó y con quien habitó plenamente, a quien
asistió y dirigió en todo por medio de una gracia proporcionada a la dignidad
de esta naturaleza humana unida personalmente a la divinidad? Su deseo es
reproducir una copia fiel de él, en cuanto que la debilidad y exigüidad de
nuestra humilde personalidad, herida por el pecado original, se lo permitiere.
PURIFICA LA NATURALEZA. —
Sin embargo, de eso el Espíritu Santo obtiene en esta obra digna de Dios nobles
y felices resultados. Le hemos visto disputando con el pecado y con Satanás la
herencia rescatada por el Hijo de Dios; considerémosle trabajando con éxito en
la "consumación de los santos", según expresión del Apóstol'. Se
posesiona de ellos en un estado de degradación general, les aplica en seguida
los medios ordinarios de santificación; pero resuelto a hacerles alcanzar el
límite posible a sus fuerzas del bien y de la virtud, desarrolla su obra con
ardor divino, La naturaleza está en su presencia: naturaleza caída, infestada
con el virus de la muerte; pero naturaleza que conserva todavía cierta
semejanza con su Criador, del que conserva señales en su ruina. El Espíritu
viene, pues, a destruir la naturaleza impura y enferma y al mismo tiempo a
elevar, purificando, a la que el veneno no contaminó mortalmente. Es necesario,
en obra tan delicada y trabajosa, emplear hierro y fuego como hábil médico, y
¡cosa admirable!, saca el socorro del enfermo mismo para aplicarle el remedio
que sólo puede curarle. Así como no salva al pecador sin él, así no santifica
al santo sin ser ayudado con su cooperación. Pero anima y sostiene su valor por
medio de mil cuidados de su gracia y la naturaleza corrompida va
insensiblemente perdiendo terreno en esta alma, lo que permanecía intacto va
transformándose en Cristo y la gracia logra reinar en el hombre entero.
DESARROLLA LAS VIRTUDES..—Las virtudes no están ya inertes
o débilmente desarrolladas en este cristiano; se las ve adquirir nuevo vigor de
día en día. El Espíritu no consiente que una sola, quede rezagada; muestra
constantemente a su discípulo a Jesús, tipo ideal, que posee la virtud plena y
perfecta. Algunas veces hace sentir al alma su impotencia para que ésta se
humille; la deja expuesta a las repugnancias y a la tentación; pero entonces es
cuando la asiste con más esmero. Es necesario que luche, como es necesario que
sufra; sin embargo de eso, el Espíritu la ama con ternura y tiene consideración
con sus fuerzas aún cuando la prueba. ¡Qué cosa tan magnífica ver que un ser
limitado y caído reproduzca el sumo de la santidad! Con frecuencia desfallece el
ánimo en tal obra y puede darse unos traspiés; pero el pecado o la imperfección
no pueden resistir al amor que el Espíritu divino alimenta con particular
cuidado en este corazón, que consumirá pronto estas escorias y cuya llama no
apagándose nunca.
COMUNICA LA VIDA DIVINA. — La vida humana desaparece;
mas Cristo vive en este hombre nuevo o como
este hombre vive en Cristo'. La oración llega a ser su elemento, porque en ella
siente el lazo que le estrecha con Jesús y que este lazo se estrecha cada vez más.
El Espíritu muestra al alma nuevas sendas para que encuentre a su bien soberano
en la oración. Para ello, prepara los grados como en una escala que comienza en
la tierra y cuya cima se oculta en lo alto de los cielos. ¿Quién podrá contar
los favores divinos hacia aquel que, habiéndose librado de la estima y del amor
de si mismo no aspira a otra cosa, en la unidad y sencillez de su vida, que
contemplar y gozar de Dios, que engolfarse en él eternamente? Toda la Santísima
Trinidad toma parte en la obra del Espíritu Santo. El Padre deja sentir en esta
alma los abrazos de su ternura paternal; el Hijo no puede contener el ímpetu de
su amor hacia ella, y el Espíritu Santo la inunda cada vez más de luces y
consuelos.
ES EL INTRODUCTOR EN LA FAMILIA
DEL CIELO. — La corte celestial que
contempla todo lo que se relaciona con el hombre, que exulta de alegría
por un solo pecador que hace penitenciaba visto este hermoso
espectáculo, le sigue con indecible amor y alaba al Espíritu que sabe
obrar tales prodigios en una naturaleza corruptible. María, en su
alegría maternal, hace acto de presencia algunas veces en el nuevo hijo
que la ha nacido; los ángeles se muestran a las miradas de este
hermano, digno ahora de su sociedad, y los santos que estuvieron sujetos
al cuerpo, traban estrecha amistad con aquel a quien esperan que
llegará dentro de poco a la mansión de la gloria. ¿Qué de extraño tiene
que este hijo del Espíritu divino no haga más que extender la
mano para suspender con frecuencia las leyes de la naturaleza y consolar a sus
hermanos del mundo en sus sufrimientos o necesidades? ¿Acaso no les
ama con amor que procede de la fuente infinita del amor, con amor
que no está sujeto al egoísmo y a las tristes recaídas a las que está
sujeto aquel en quien Dios no reina?
COMPLETA LA SANTIDAD. — Pero no perdamos de
vista el punto culminante de esta vida maravillosa, más frecuente de lo que
piensan los hombres mundanos y disipados. Aquí aparece el valor de los méritos
de Jesús y el amor hacia la criatura a la vez que la energía divina del Espíritu
Santo. Esta alma está llamada a las nupcias y estas nupcias no se reservarán
para la eternidad. En esta vida, bajo el horizonte estrecho del mundo pasajero
deben realizarse. Jesús desea unirse a la Esposa que conquistó con su sangre y
su Esposa no es solamente su amada Iglesia, sino también esta alma que hace algunos
años no existía, esta alma que permanece oculta a los ojos de los hombres, pero
cuya "hermosura codició él" Es autor de esta belleza que, al mismo
tiempo, es obra del Espíritu Santo; no reposará hasta que no se haya unido con
ella. Entonces se realizará en un alma lo que hemos visto obrar en la misma
Iglesia. El la prepara, la asienta en la unidad, la consolida en la verdad,
consuma en la santidad; entonces el "Espíritu y la Esposa dicen: Ven"
Se necesitaría todo un volumen para describir la acción del Espíritu divino en
los santos y nosotros no hemos podido trazar más que un corto y tosco esbozo.
Sin embargo de eso, este ensayo tan incompleto, además de ser necesario para
terminar de describir, aunque sea brevemente el carácter completo de la misión
del Espíritu Santo sobre la tierra conforme a las enseñanzas de las Escrituras
y a la doctrina de la Teología dogmática y mística, podrá servir para dirigir
al lector en el estudio e inteligencia de la vida de los Santos. En el curso de
este "año Litúrgico", en el que los nombres y las obras de los amigos
de Dios son evocados y celebrados tan frecuentemente por la misma Iglesia, no
se podía dejar de proclamar la gloria de este Espíritu santificador.
EL ESPIRITU SANTO EN MARIA. — No daremos fin a este último día del tiempo pascual, a la vez
que punto final de la octava de Pentecostés, si no ofreciésemos a la reina de
los ángeles el homenaje debido y si no glorificásemos al Espíritu Santo por
todas las grandes obras que realizó en ella. Adornada por él, después de la
humanidad de nuestro. Redentor, de todos los dones que podían acercarla, cuanto
era posible a una criatura, a la naturaleza divina a la que la Encarnación la
había unido, el alma, la persona toda de María fue favorecida en el orden de la
gracia más que todas las creaturas juntas. No podía ser de otro modo, y se
concebirá por poco que se pretenda sondear por medio del pensamiento el abismo
de grandezas y de santidad que representa la Madre de Dios. María forma ella
sola un mundo aparte en el orden de la gracia. Hubo un tiempo en que ella sola fue
la Iglesia de Jesús. Primeramente fue enviado el Espíritu para ella sola, y la
llenó de gracia en el mismo instante de su inmaculada concepción. Esta gracia
se desarrolló en ella por la acción continua del Espíritu hasta hacerla digna, en
cuanto era posible, a una criatura, de concebir y dar a luz al mismo Hijo de
Dios que se hizo también suyo. En estos días de Pentecostés hemos visto al
Espíritu Santo enriquecerla con nuevos dones, prepararla para una nueva misión;
al ver tantas maravillas, nuestro corazón no puede contener el ardor de su admiración
ni el de su reconocimiento hacia el Paráclito que se dignó portarse con tanta
magnificencia con la Madre de los hombres. Pero tampoco podemos menos de
celebrar, con verdadero entusiasmo, la fidelidad absoluta Dé la amada del
Espíritu a todas las gracias que derramó sobré ella. Ni una sola se ha perdido,
ni una sola ha sido devuelta sin producir su obra, como sucede algunas veces en
las almas más santas. Desde un principio fue "como la aurora
naciente" y el astro de su santidad no cesó de elevarse hacia un mediodía,
que en ella no tendría ocaso. Aún no había venido el arcángel a anunciarla que
concebiría al Hijo del Altísimo, y, como nos enseñan los Santos Padres, había
ya concebido en su alma al Verbo eterno. El la poseía como su Esposa antes de haberla
llamado a ser su Madre. Si pudo Jesús decir, hablando de un alma que había
tenido necesidad de la regeneración: "quien me buscare me encontrará en
corazón de Gertrudis", ¡cuál sería la identificación de los sentimientos de
María con los del Hijo de Dios y qué estrecha su unión con El! Crueles pruebas
la aguardaban en este mundo, pero fue más fuerte que la tribulación, y cuando
llegó el momento en que debía sacrificarse en un mismo holocausto con su Hijo,
se encontró dispuesta. Después de la Ascensión de Jesús, el Consolador
descendió sobre ella; descubrió a sus ojos una nueva senda; para recorrerla era
necesario que María aceptase el largo destierro lejos de la patria donde reinaba
ya su Hijo; no dudó, se mostró siempre la esclava del Señor, y no deseó otra
cosa que cumplir en todo su voluntad. El triunfo, pues, del Espíritu Santo en
María fue completo; por magníficos que hayan sido sus adelantos, siempre ha
respondido a ellos. El título sublime de Madre de Dios a que fue destinada
exigían para ella gracias incomparables: las recibió y las hizo fructificar. En
la obra de la "consumación de los santos y para la edificación del cuerpo
de Cristo" 1 el Espíritu divino preparó para María, en premio de su
fidelidad, y a causa de su dignidad incomparable, el lugar que la convenía.
Sabemos que su Hijo es la cabeza del cuerpo de innumerables elegidos, que se
agrupan armoniosamente en torno suyo. En este grupo de predestinados, nuestra
augusta reina, según la Teología Mariana, representa el cuello que está
íntimamente unida a la cabeza y por el que la cabeza comunica al resto del
cuerpo el movimiento y la vida. No es ella el principal agente, pero por ella
influye ese agente en cada uno de los miembros. Su unión, como es natural, es
inmediata a la cabeza, pues ninguna creatura más que ella ha tenido ni tendrá más
íntima relación con el Verbo Encarnado; pero todas las gracias y favores que
descienden sobre nosotros, todo lo que nos vivifica e ilumina, procede de su
Hijo mediante ella. De aquí proviene la acción general de María en la Iglesia y
su acción particular en cada fiel. Ella nos une a todos a su Hijo, el cual nos une
a la divinidad. El Padre nos envió a su Hijo, éste escogió Madre entre nosotros
y el Espíritu Santo, haciendo fecunda la virginidad de esta Madre, consumó la
reunión del hombre y de todas las creaturas con Dios. Esta reunión es el fin
que Dios se propuso al crear los seres, y ahora que el Hijo ha sido glorificado
y ha descendido el Espíritu-, conocemos el pensamiento divino. Más favorecidos
que las generaciones anteriores al día de Pentecostés, poseemos, no en promesa,
sino en realidad, un Hermano que está coronado con la diadema de la divinidad,
un Consolador que permanece con nosotros hasta la consumación de los siglos para
alumbrar el camino y mantenernos en él, una Madre, intercesora omnipotente, una
Iglesia, también madre, por la que participamos de todos estos bienes.
La Estación, en ¡Roma, es en
la basílica de San Pedro. En este santuario aparecían por última vez hoy los
neófitos de Pentecostés revestidos con sus túnicas blancas y se presentaban al
Pontífice como los últimos corderos de la Pascua, que termina en este día. Ahora
es célebre este día por la solemnidad de las órdenes. El ayuno y la oración qué
la Iglesia ha impuesto a sus hijos durante tres días tiene por objeto volver al
cielo propicio, y debemos esperar que el Espíritu Santo, que ungirá a los
nuevos sacerdotes y a los nuevos ministros con el sello inmortal del
Sacramento, obrará con toda la plenitud de su bondad y de su poder; pues no
solamente inicia en este día a los que van a recibir tan sublime carácter, sino
también obra la salvación de tantas almas como serán confiadas a sus cuidados.
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