13 DE MAYO
SAN ROBERTO BELARMINO, OBISPO
Y DOCTOR DE LA IGLESIA
III
Clase – Paramentos Blancos
Epístola
– Sab. VII, 7-14
Evangelio
– San Mateo, V, 13-19
"Desde los orígenes de
la Iglesia hasta nuestros días, la divina Providencia no ha cesado jamás de
suscitar hombres ilustres por su ciencia y santidad, los cuales han conservado
e interpretado las verdades de la fe católica y rechazado los ataques con que
los herejes amenazaban a estas mismas verdades". Entre ellos brilla San
Roberto Belarmino tan célebre por su enseñanza y sus obras de controversia, por
su celo en reforma de la Iglesia, por las virtudes que practicó en grado
heroico y de las cuales son acabada imagen sus tratados ascéticos.
LA IGLESIA EN EL SIGLO XVI. —
La Iglesia en el siglo XVI atravesaba por una era de prueba. Una parte de
Europa se había dejado arrastrar por la rebelión de Lutero. Guerras religiosas
cubrían de sangre países que sometidos a la Santa Sede habían gozado, durante
muchos siglos, del beneficio de la unidad. La teología católica parecía haber
perdido algo de su vitalidad y de su influencia; en la disciplina eclesiástica
se habían ido deslizando poco a poco algunos abusos, y Lutero declarando
imposible la reforma de la Iglesia por el Papado, creaba una nueva teología so
pretexto de devolver a los fieles la libertad de los hijos de Dios.
LA DEFENSA DE LA IGLESIA. —
Pero Cristo prometió estar con su Iglesia "todos los días hasta el fin de
los siglos". Contra los falsos reformadores suscitó una pléyade de santos
e ilustres doctores que defendieron la verdad y la santidad menospreciadas, San
Roberto Belarmino aparece en primera fila junto con San Pedro Canisio, su hermano
de religión en la Compañía de Jesús.
EL TEÓLOGO. — En Lovaina, situada entre Alemania e
Inglaterra protestantes, prosigue la enseñanza tradicional comentando la Suma
de Santo Tomás que sabe adaptar con éxito a las necesidades de su época.
Sobresale especialmente en la controversia. Recoge los testimonios de los
Padres de los Concilios y del derecho de la Iglesia y defiende victoriosamente
los dogmas atacados por los innovadores. En 1586 se publicaban por primera vez
sus admirables Controversias. "En ellas, dice Pío
XI, refuta de una manera decisiva los ataques lanzados por los Centuriadores de
Magdeburgo cuyos tiros iban dirigidos a derribar la autoridad de la Iglesia mediante
un uso engañoso de pruebas históricas y de testimonios de los Padres." Esta
enseñanza provocó tanta alegría entre los católicos como ira en campo adverso,
en el que Teodoro de Beza dirá hablando de las Controversias: "He
aquí el libro que nos ha perdido." Muchos herejes, en efecto, encontraron
en ellas la luz y volvieron a la verdadera fe; San Francisco de Sales decía que
para sus predicaciones en Chablais, durante cinco años no había usado otros
libros que la Biblia y las obras del gran Belarmino. No le bastaba convencer de
error a los herejes; quería además prevenir a los mismos fieles contra su
propaganda, y, con ese fin, compuso un Catecismo notable que él mismo enseñaba gustoso
a los niños y a las gentes sencillas por muy importantes que fuesen sus
ocupaciones. En los últimos años de su vida, escribió algunas notas
espirituales, fruto de sus meditaciones y de sus retiros, las cuales forman
cinco opúsculos ascéticos y nos revelan la hermosura de su alma. Un siglo antes
el humanismo había alejado al hombre de su criador por el paganismo en que había
sumido a las almas. Ciertas doctrinas de la teología protestante tendían a
acentuar esta separación dando una idea falsa de la justicia divina y afirmando
la teoría desesperante de la predestinación al infierno. Como su amigo, San Francisco
de Sales, San Roberto se dedicó en dar a conocer la ternura de Dios. El amor es
la base de su espiritualidad, nos inspira la confianza en ese Dios que es el
Dios de la alegría y de la bondad, que llama al pecador a penitencia y desea infinitamente
más que nosotros nuestra salvación. Hace a la virtud amable y fácil,
persuadiéndonos que la santidad consiste sencillamente en el cumplimiento de la
voluntad divina, en el deber de estado y en el abandono filial. En tiempo en
que dominaba el sombrío pesimismo de Calvino, y en que los católicos mismos,
por necesidad de reforma, se sentían inclinados a una mayor austeridad de
vida—lo cual permitirá al jansenismo desenvolverse rapidísimamente—, tuvo el valor
de hacerse el apóstol de la bondad de Dios ya que tantos otros realzaban su
justicia
EL SANTO. — Se
ha dicho con razón que San Roberto Belarmino recibió de Dios la triple vocación
de enseñar a los fieles, alimentar la piedad de las almas fervorosas y
confundir a los herejes. Se comprende que San Francisco de Sales le haya tenido
por maestro y que Benedicto XV le haya propuesto como modelo de los que
propagan y defienden la religión
católica. San Roberto fué verdaderamente modelo en los diferentes cargos que
ocupó durante su larga carrera; simple religioso o provincial, profesor o
director de conciencia, arzobispo o cardenal de Curia. Fué quien guió por los
caminos de la santidad a San Luis Gonzaga: fué el consejero preferido por
muchos Papas. Como arzobispo, se mostró escrupuloso observador de los decretos del
Concilio de Trento; era fiel a la residencia, celoso de la predicación, de una
caridad inagotable para con los pobres, cuidadoso en la formación de los
jóvenes sacerdotes, en la dignidad del clero y hermosura del culto divino. Su
austeridad de vida no se desmintió nunca. Incluso cuando fué elegido cardenal
se atuvo a su resolución de no cambiar nada en el género de vida que llevaba en
la Compañía de Jesús. Consagraba diariamente varias horas a la oración, ayunaba
tres días por semana y hasta en los honores observó un método de vida muy
modesto. No trató nunca de enriquecer a su familia y sólo tras muchas
instancias se logró de él que ayudara a sus padres pobres. Sentía muy
humildemente de sí mismo y era de una admirable sencillez de alma. Ponía todo
su cuidado en no empañar con la más ligera falta la inocencia bautismal. Amaba,
en ñn, con amor filial, tierno y fuerte a la Santísima Virgen. Todas sus
virtudes brillaron con espléndido fulgor durante su última enfermedad. El Papa Gregorio
XV y numerosos cardenales, temerosos ante el pensamiento de que un tal apoyo
iba a faltar a la Iglesia acudieron a visitarle. Cuando murió, Roma entera le
hizo magníficos funerales y con voz unánime le canonizó. Su cuerpo colocado en
la iglesia de San Ignacio, junto a la tumba de San Luis Gonzaga, como lo había
deseado él en vida, ha permanecido hasta nuestros días rodeado de la veneración
de los fieles.
VIDA. —
San Roberto Belarmino, sobrino del Papa Marcelo II, nació en Montepulciano,
cerca de Florencia, en 1542. Desde su juventud, mostró gran piedad y vivo deseo
de apostolado. Ingresó a los 18 años en la Compañía de Jesús e hizo sus
estudios en Roma, Florencia, Mondovi, Padua y Lovaina, donde fué ordenado de
sacerdote y nombrado para una cátedra de teología. Pronto se le consideró como
uno de los mejores teólogos de la cristiandad, y el Papa Gregorio XIII le llamó
a Roma para confiarle los cursos de Controversias en el Colegio romano donde
llegó a tener hasta 2.000 estudiantes. Después de haber sido nombrado provincial
de Ñapóles, fué de nuevo llamado a Roma por Clemente VIII, quien le nombró
consultor del Santo Oficio y después Cardenal. Consagrado obispo, se trasladó en
1602 al arzobispado de Capua, administrándole durante tres años, al cabo de los
cuales renunció y volvió a Roma donde permaneció hasta su muerte, acaecida en
1629. Fué beatificado y canonizado por Pío XI que le nombró Doctor de la
Iglesia.
PLEGARIA. —
"Como lámpara ardiente puesta sobre el candelero para alumbrar a cuantos
hay en la casa, iluminaste a los católicos y a aquellos que se perdían lejos de
la Iglesia; como estrella en firmamento, con los rayos de tu ciencia tan vasta
como profunda y con el esplendor de tus talentos trajiste a los hombres de
buena voluntad la verdad a la que serviste siempre y por encima de todo. Primer
apologista de tu tiempo y aún de tiempos posteriores te ganaste, por tu vigorosa
defensa del dogma católico la admiración y la atención de todos los verdaderos
servidores de Cristo". Ruega por nosotros que aprobamos los honores que
Roma te ha tributado. Las necesidades de nuestra época son muy semejantes a los
de la tuya: el amor de novedades seduce también a muchas almas y el
racionalismo, hijo del protestantismo ha hecho disminuir las verdades entre
nosotros. Apoya nuestra oración que pide a Dios en la colecta de la Misa un
amor mayor de la verdad y el retorno de los descarriados a la unidad de la
Iglesia. Pastor celoso, obtén para la Iglesia sacerdotes y obispos que
"abrasados como tú por el fuego de la caridad se gasten sin cesar por el
bien de las almas y cuyos consejos y ejemplos les hagan correr con el corazón
dilatado por el camino de los preceptos divinos'". Enseña también a todos
los fieles a estimar por encima de todo las verdades católicas del catecismo. Que
este librito, por la perfección del cual tanto trabajaste, nos dé no sólo la
ciencia necesaria para la salvación, sino que además nos introduzca en el
camino de la perfección, siguiendo las huellas de ese humilde hermano converso,
el Venerable Mariano de Rocca Casale, que supo beber su maravillosa sabiduría
en su regla franciscana y en este tu pequeño manual, Enséñanos sobre todo la
práctica de los dos primeros mandamientos en los cuales se resume toda la ley.
El amor de Dios dominó toda tu vida y la dió su armonía y grandeza. Ojalá
conservemos siempre como tú, fija la mirada de nuestro corazón en Jesús
crucificado y no veamos sino a El en la persona de nuestros hermanos. Inspíranos
también los sentimientos de ternura que tú tenías para con la Virgen Inmaculada
cuyo honor defendiste contra los herejes.
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