San Isaac, el Sírio “El gozo es un aliciente para el alma, es alegría producida por la esperanza que florece en el corazón. Y la meditación sobre la que espera es la salud del corazón”. |
Schimnik
Muchos escritores
espirituales proponen algunos medios, basados en sólidos razonamientos, que
estimulen la diligencia a tener en la oración. Aconsejan, por ejemplo:
1. Profundizar en
reflexiones sobre la necesidad, excelencia y eficacia de la oración para la
salvación del alma.
2. Convencerse, sin
posible duda, de que Dios nos exige absolutamente la oración y que su Verbo nos
exhorta a orar.
Negligencia, incluso
aceptándolos y poniéndolos en práctica, raramente recoge sus frutos. En efecto,
estas medicinas son demasiado amargas para un paladar viciado, y demasiado
débiles para una naturaleza profundamente corrompida. ¿Qué cristiano ignora que
es preciso orar con frecuencia y diligencia, que lo exige Dios, que la pereza en
la oración será castigada, que los santos han orado con ardor y perseverancia?
Y, sin embargo, toda esta conciencia, ¡qué pocas veces da buenos resultados! El
que se examina a sí mismo constata qué poco y raramente hace honor a estas sugerencias
de la razón y de la conciencia, y, si bien de vez en cuando los recuerda,
continúa viviendo en el mal camino y en la pereza. Y, por eso, en su experiencia y sabiduría los santos
Padres, conociendo la fragilidad de la voluntad y la fuerza de las pasiones del
corazón del hombre dan un giro al obstáculo, como hacen los médicos, que
mezclan lo amargo con lo dulce y untan de miel el borde de la copa que contiene
la medicina. Revelan el medio más fácil y eficaz para vencer la pereza e
indiferencia en la oración y alcanzar, con la ayuda de Dios, la perfección y la
dulce esperanza del amor divino. Aconsejan
reflexionar, lo más frecuentemente posible, sobre el estado de la propia alma y
leer atentamente lo que han escrito los Padres sobre el tema. Aseguran, en
efecto, que con la oración se alcanzan
pronto y fácilmente suaves sensaciones interiores y explican cuán deseables
son: deleites que nacen del corazón, oleadas de calor interior y de luz,
inefables entusiasmos, alegría, suavidad
de corazón, paz profunda y la esencia misma
del gozo; todos los efectos de la oración del corazón. Si se sumerge en tales
reflexiones, el alma fría y débil se calienta y refuerza, encuentra de nuevo el
deseo de la oración y se siente como atraída a experimentar el ejercicio de la misma.
Como dice san Isaac el Sirio: «el gozo es un aliciente para el alma, es alegría
producida por la esperanza que florece en el corazón. Y la meditación sobre la
que espera es la salud del corazón». Y prosigue: «desde el principio hasta el
fin de esta actividad se presuponen un cierto método y la esperanza de
cumplimiento, y esto estimula la mente a crear el fundamento de la propia
acción; y de la visión de la meta recibe consuelo a lo largo del camino».
También san Hesiquio, después de haber descrito la pereza como obstáculo para
la oración y despejado el terreno de los equívocos sobre la posibilidad de encontrar
de nuevo el fervor, concluye diciendo: «si no deseamos el silencio del corazón
por otras razones, que lo deseemos al menos por la deliciosa sensación de
alegría que transmite al alma». Se
deduce de aquí que este Padre da como estímulo a la frecuencia de la oración
«la deliciosa sensación de alegría» que deriva de ella. Igualmente también Macario
el Grande enseña que debemos poner de nuestra parte el esfuerzo espiritual con
el fin y esperanza de obtener el fruto, es decir, la alegría en nuestros
corazones. Ejemplos claros de este
poderoso método se Recordar siempre que si somos perezosos y negligentes en la
oración no alcanzaremos progreso alguno en los actos de devoción que conducen a
la paz y a la salvación; y, por lo tanto, serán inevitables el castigo en este
mundo y los tormentos en el otro. Reanimar la propia resolución con los ejemplos
de los santos, porque todos alcanzaron la santidad y la salvación por el camino
de la oración continua. Pero si bien es verdad que estos métodos tienen su
valor y nacen de una genuina comprensión de las cosas, el alma corrompida,
entorpecida por la encuentran en numerosos pasos de la Filocalía que contiene
detalladas descripciones sobre los deleites de la oración. Es necesario que los
lea lo más frecuentemente posible quien esté en conflicto con el mal de la
pereza y la aridez espiritual, considerándose a sí mismo, sin embargo, indigno de
estos deleites y reprochándose siempre duramente por la propia negligencia. Sacerdote
Pero una tal meditación, ¿no llevará al inexperto a la voluptuosidad espiritual
como llaman los teólogos a la tendencia del alma que desea excesivas
consolaciones y suavidad de gracias sin contentarse con cumplir sus actos de devoción
por necesidad y deber, prescindiendo de la recompensa?
Profesor
Yo creo que los
teólogos en este caso ponen en guardia contra los excesos y deseos de placer espiritual,
pero no niegan en modo alguno el gozo y consuelo que nace de la virtud. Porque
si desear un premio no es la perfección, Dios, sin embargo, no prohíbe al
hombre pensar en el premio y en las consolaciones; es más, El mismo se sirve de
la idea de premio para estimular al hombre a observar los mandamientos y
alcanzar la perfección. «Honra al padre y a la madre», dice un mandato. y he
aquí el premio a quien lo observa: «si quieres entrar en la vida» (Dt 5, 16).
«Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres».
Esto es lo que exige la perfección. E inmediatamente sigue la promesa que
induce a esa perfección: «y tendrás un tesoro en los cielos» (Mt 19, 21).
«Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien..., os injurien y
proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre... » Aquí se
exige una gran tarea espiritual, para la que es precisa una fuerza interior extraordinaria
y una invencible paciencia. Pero también el premio y consuelo serán grandes, aptos
para despertar y sostener esta extraordinaria fuerza espiritual: «vuestra
recompensa será grande en el cielo» (Le 6, 22-23). Por eso pienso que es necesario
un cierto deseo del placer de la oración del corazón, y probablemente sea él el
que constituya el medio para obtener diligencia y éxito. Y así, todo esto
confirma indiscutiblemente las teorías que ahora hemos oído al padre ermitaño.
Schimnik
Sobre este tema se
expresa con la máxima claridad uno de los grandes teólogos, precisamente san
Macario el Grande: «como en el momento de plantar una vid se pone toda la
atención y trabajo esperando recoger buen fruto, y si el fruto no llega habrá
sido una fatiga inútil, así en la oración. Si no esperas el fruto espiritual,
es decir: amor, paz, gozo, -tu fatiga será inútil. Por eso
debemos fatigarnos con el fin y la esperanza de recoger el fruto, o sea, la
consolación y alegría de nuestros corazones». ¿Veis con qué claridad responde
este santo Padre a la pregunta sobre la necesidad del gozo en la oración? Y me
viene a la mente, a propósito, el punto de vista de otro escritor espiritual
que he leído recientemente, según el cual la naturaleza de la oración es para
el hombre la razón fundamental de su inclinación a orar. Por eso, tomar conciencia
de esta naturaleza puede, según mi opinión, servir como medio poderoso para
estimular la diligencia en la oración, el medio que tanto va buscando el señor
profesor. Resumiré brevemente los puntos salientes de aquel escrito. Por
ejemplo, el autor escribe que la razón y la naturaleza condenan al hombre al conocimiento
de Dios. La primera examina este hecho: no puede haber efecto sin causa, y comenzando
la escala desde las cosas tangibles, desde las más bajas a las más elevadas, se
llega a la causa primera, Dios. La segunda, desplegando a cada paso la admirable
sabiduría, armonía, orden, gradualidad, ofrece el material fundamental para la
escala que conduce de las causas finitas a las infinitas. De esta manera el
hombre natural llega naturalmente al conocimiento de Dios. Y por eso no ha
sucedido jamás, ni sucederá jamás, que pueblo o tribu, aunque sea bárbara, no
haya llegado a un cierto conocimiento de Dios. Se deduce de aquí que el más
salvaje isleño, sin estímulos externos y, por decirlo así, involuntariamente,
dirige su mirada al cielo, cae de rodillas, lanza un profundo suspiro del que
no entiende su sentido, pero que le es necesario, y nota que algo le tira a lo alto,
que le empuja a lo desconocido. De aquí Se deduce algo extremadamente significativo:
universalmente la esencia o alma de toda religión consiste en la oración
secreta, la cual se manifiesta en este o aquel movimiento del espíritu y en lo
que es, sin más, un holocausto, más o menos desviado y oscurecido por el tosco y
salvaje entendimiento de los paganos. Y cuanto más admirable es este hecho a la
luz de la razón, tanto más exige de nosotros el descubrimiento de la causa
secreta de esta maravilla que se expresa en la necesidad natural de orar.
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