jueves, 19 de mayo de 2016

El Peregrino Ruso

San Isaac, el Sírio

“El gozo es un aliciente para el alma, es alegría producida por la esperanza que florece en el corazón. Y la meditación sobre la que espera es la salud del corazón”.


Schimnik

Muchos escritores espirituales proponen algunos medios, basados en sólidos razonamientos, que estimulen la diligencia a tener en la oración.  Aconsejan, por ejemplo:

1. Profundizar en reflexiones sobre la necesidad, excelencia y eficacia de la oración para la salvación del alma.

2. Convencerse, sin posible duda, de que Dios nos exige absolutamente la oración y que su Verbo nos exhorta a orar.

Negligencia, incluso aceptándolos y poniéndolos en práctica, raramente recoge sus frutos. En efecto, estas medicinas son demasiado amargas para un paladar viciado, y demasiado débiles para una naturaleza profundamente corrompida. ¿Qué cristiano ignora que es preciso orar con frecuencia y diligencia, que lo exige Dios, que la pereza en la oración será castigada, que los santos han orado con ardor y perseverancia? Y, sin embargo, toda esta conciencia, ¡qué pocas veces da buenos resultados! El que se examina a sí mismo constata qué poco y raramente hace honor a estas sugerencias de la razón y de la conciencia, y, si bien de vez en cuando los recuerda, continúa viviendo en el mal camino y en la pereza.  Y, por eso, en su experiencia y sabiduría los santos Padres, conociendo la fragilidad de la voluntad y la fuerza de las pasiones del corazón del hombre dan un giro al obstáculo, como hacen los médicos, que mezclan lo amargo con lo dulce y untan de miel el borde de la copa que contiene la medicina. Revelan el medio más fácil y eficaz para vencer la pereza e indiferencia en la oración y alcanzar, con la ayuda de Dios, la perfección y la dulce esperanza del amor divino.  Aconsejan reflexionar, lo más frecuentemente posible, sobre el estado de la propia alma y leer atentamente lo que han escrito los Padres sobre el tema. Aseguran, en efecto, que con la oración  se alcanzan pronto y fácilmente suaves sensaciones interiores y explican cuán deseables son: deleites que nacen del corazón, oleadas de calor interior y de luz, inefables entusiasmos, alegría,  suavidad de corazón, paz profunda y la esencia  misma del gozo; todos los efectos de la oración  del corazón. Si se sumerge en tales reflexiones, el alma fría y débil se calienta y refuerza, encuentra de nuevo el deseo de la oración y se siente como atraída a experimentar el ejercicio de la misma. Como dice san Isaac el Sirio: «el gozo es un aliciente para el alma, es alegría producida por la esperanza que florece en el corazón. Y la meditación sobre la que espera es la salud del corazón». Y prosigue: «desde el principio hasta el fin de esta actividad se presuponen un cierto método y la esperanza de cumplimiento, y esto estimula la mente a crear el fundamento de la propia acción; y de la visión de la meta recibe consuelo a lo largo del camino». También san Hesiquio, después de haber descrito la pereza como obstáculo para la oración y despejado el terreno de los equívocos sobre la posibilidad de encontrar de nuevo el fervor, concluye diciendo: «si no deseamos el silencio del corazón por otras razones, que lo deseemos al menos por la deliciosa sensación de alegría que transmite al alma».  Se deduce de aquí que este Padre da como estímulo a la frecuencia de la oración «la deliciosa sensación de alegría» que deriva de ella. Igualmente también Macario el Grande enseña que debemos poner de nuestra parte el esfuerzo espiritual con el fin y esperanza de obtener el fruto, es decir, la alegría en nuestros corazones.  Ejemplos claros de este poderoso método se Recordar siempre que si somos perezosos y negligentes en la oración no alcanzaremos progreso alguno en los actos de devoción que conducen a la paz y a la salvación; y, por lo tanto, serán inevitables el castigo en este mundo y los tormentos en el otro.  Reanimar la propia resolución con los ejemplos de los santos, porque todos alcanzaron la santidad y la salvación por el camino de la oración continua. Pero si bien es verdad que estos métodos tienen su valor y nacen de una genuina comprensión de las cosas, el alma corrompida, entorpecida por la encuentran en numerosos pasos de la Filocalía que contiene detalladas descripciones sobre los deleites de la oración. Es necesario que los lea lo más frecuentemente posible quien esté en conflicto con el mal de la pereza y la aridez espiritual, considerándose a sí mismo, sin embargo, indigno de estos deleites y reprochándose siempre duramente por la propia negligencia. Sacerdote Pero una tal meditación, ¿no llevará al inexperto a la voluptuosidad espiritual como llaman los teólogos a la tendencia del alma que desea excesivas consolaciones y suavidad de gracias sin contentarse con cumplir sus actos de devoción por necesidad y deber, prescindiendo de la recompensa?


Profesor

Yo creo que los teólogos en este caso ponen en guardia contra los excesos y deseos de placer espiritual, pero no niegan en modo alguno el gozo y consuelo que nace de la virtud. Porque si desear un premio no es la perfección, Dios, sin embargo, no prohíbe al hombre pensar en el premio y en las consolaciones; es más, El mismo se sirve de la idea de premio para estimular al hombre a observar los mandamientos y alcanzar la perfección. «Honra al padre y a la madre», dice un mandato. y he aquí el premio a quien lo observa: «si quieres entrar en la vida» (Dt 5, 16). «Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres». Esto es lo que exige la perfección. E inmediatamente sigue la promesa que induce a esa perfección: «y tendrás un tesoro en los cielos» (Mt 19, 21). «Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien..., os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre... » Aquí se exige una gran tarea espiritual, para la que es precisa una fuerza interior extraordinaria y una invencible paciencia. Pero también el premio y consuelo serán grandes, aptos para despertar y sostener esta extraordinaria fuerza espiritual: «vuestra recompensa será grande en el cielo» (Le 6, 22-23). Por eso pienso que es necesario un cierto deseo del placer de la oración del corazón, y probablemente sea él el que constituya el medio para obtener diligencia y éxito. Y así, todo esto confirma indiscutiblemente las teorías que ahora hemos oído al padre ermitaño.

Schimnik


Sobre este tema se expresa con la máxima claridad uno de los grandes teólogos, precisamente san Macario el Grande: «como en el momento de plantar una vid se pone toda la atención y trabajo esperando recoger buen fruto, y si el fruto no llega habrá sido una fatiga inútil, así en la oración. Si no esperas el fruto espiritual, es decir: amor, paz, gozo, -tu fatiga será inútil. Por eso debemos fatigarnos con el fin y la esperanza de recoger el fruto, o sea, la consolación y alegría de nuestros corazones». ¿Veis con qué claridad responde este santo Padre a la pregunta sobre la necesidad del gozo en la oración? Y me viene a la mente, a propósito, el punto de vista de otro escritor espiritual que he leído recientemente, según el cual la naturaleza de la oración es para el hombre la razón fundamental de su inclinación a orar. Por eso, tomar conciencia de esta naturaleza puede, según mi opinión, servir como medio poderoso para estimular la diligencia en la oración, el medio que tanto va buscando el señor profesor. Resumiré brevemente los puntos salientes de aquel escrito. Por ejemplo, el autor escribe que la razón y la naturaleza condenan al hombre al conocimiento de Dios. La primera examina este hecho: no puede haber efecto sin causa, y comenzando la escala desde las cosas tangibles, desde las más bajas a las más elevadas, se llega a la causa primera, Dios. La segunda, desplegando a cada paso la admirable sabiduría, armonía, orden, gradualidad, ofrece el material fundamental para la escala que conduce de las causas finitas a las infinitas. De esta manera el hombre natural llega naturalmente al conocimiento de Dios. Y por eso no ha sucedido jamás, ni sucederá jamás, que pueblo o tribu, aunque sea bárbara, no haya llegado a un cierto conocimiento de Dios. Se deduce de aquí que el más salvaje isleño, sin estímulos externos y, por decirlo así, involuntariamente, dirige su mirada al cielo, cae de rodillas, lanza un profundo suspiro del que no entiende su sentido, pero que le es necesario, y nota que algo le tira a lo alto, que le empuja a lo desconocido. De aquí Se deduce algo extremadamente significativo: universalmente la esencia o alma de toda religión consiste en la oración secreta, la cual se manifiesta en este o aquel movimiento del espíritu y en lo que es, sin más, un holocausto, más o menos desviado y oscurecido por el tosco y salvaje entendimiento de los paganos. Y cuanto más admirable es este hecho a la luz de la razón, tanto más exige de nosotros el descubrimiento de la causa secreta de esta maravilla que se expresa en la necesidad natural de orar. 

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