martes, 12 de abril de 2016

La Misa de Siempre - Mons.Marcel Lefebvre


*CONTINUACIÓN DE LA ENTRADA DEL DIA 21/03

2. Un sacrificio por amor al Padre y por amor a las almas

Nuestro Señor dio su vida primeramente por amor a su Padre y para restablecer la gloria de su Padre. Se siente perfectamente que Nuestro Señor en la Cruz estaba completamente orientado a su Padre. Se dirigió a Él al principio de su Pasión. Todos sus sentimientos estaban orientados hacia su Padre. No cabe duda que daba su Sangre para redimimos, por la Redención de los pecados del mundo, pero todo su pensamiento estaba orientado hacia el inmenso amor que tiene a su Padre. Quiere hacer la voluntad de su Padre y restablecer su gloria. Ninguna criatura ha podido cantar nunca las alabanzas del Padre como su propio Hijo, su propio Hijo encarnado, y evidentemente ninguna criatura lo podrá hacer nunca."


Para tener una idea de lo que pensaba Nuestro Señor Jesucristo cuando estaba en la Cruz, ¿no podemos poner en nuestros labios las palabras de esa gran oración que pronunció antes de ir al Cenáculo para la última Cena y antes de subir a la Cruz? Esta oración admirable encierra las palabras más hermosas que pronunció Nuestro Señor Jesucristo: "Padre -dice Nuestro Señor- glorifícame Tú, junto a Ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese"." (Jn 17, 5). Esto nos pone en una atmósfera completamente celestial y divina, en la eternidad del mismo Dios. “... con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese". Ningún hombre en este mundo, ni siquiera la Santísima Virgen, pudo pronunciar palabras como éstas. Estaban reservadas al Hombre-Dios, a Dios. Nuestro Señor pide a su Padre que le glorifique de nuevo, y a través de esto Él glorifica a su Padre." Mientras pide esta glorificación, Nuestro Señor no puede dejar de inclinarse hacia los hombres. En la Cruz repite la palabra que había pronunciado antes de su Pasión: "Yo (...) he llevado a cabo la obra que me encomendaste realizar". (Jn. 17,4) cuando dice: "Todo está consumado"." (Jn 19,30). ¿Y cuál era esta obra? Era la de elegir y guiar a los elegidos: "He guardado a los que me habías dado”. (Jn 17, 12) He guardado las almas que me diste: los Apóstoles, los discípulos, los fieles que los han seguido, y todos los que han creído en la misión que me has confiado y que Yo he realizado. Yo he guardado a todos éstos y pido que también un día los glorifiques": "Que sean uno como nosotros somos uno, que formen una sola cosa con nosotros"." (Jn 17, 22-23) "Yo los he sacado del mundo?" (Jn 15, 19) dice Nuestro Señor, "pero ellos no son del mundo, como Yo tampoco no soy del mundo?" (]n 17, 14) y "Yo no ruego por el mundo" .37 (Jn 17, 9) ¿Por qué pronuncia Nuestro Señor todas estas palabras? Las pronuncia a causa de los que se niegan a creer en su Divinidad y que se oponen a Él. Nuestro Señor pide a Dios que los mantenga fieles y que los guarde del mundo: "Guárdalos del mal, para que cumplan esa predestinación, que sean fieles por su perseverancia a la elección que ha hecho de ellos. Todo esto es muy grave y misterioso. Nuestro Señor pronunciaba ciertamente estas palabras estando aún en la Cruz. Pensaba en ellas puesto que eran las últimas palabras que dirigía a su Padre, mirando toda la obra que había llevado a cabo durante los años que había pasado en la tierra."

La inclinación al Gloria Patri

v.- Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto
v.- Gloria al Padre, y  al Hijo, y al Espíritu Santo.

R.- Sicut erat in principio, et nunc, et simper et in saecula saeculorum. Amen.
R.- Como era en el principio, y ahora  siempre, y en los siglos de los siglos.  Amén.

v.- Introibo ad altare Dei.        
v.- Subiré al altar de Dios.

R.- Ad Deum qui laetificat juventutem meam
R.- Al Dios que es la alegría de mi juventud.

v.- Adjutorium nostrum in nomine Domini.      
v.- Nuestro auxilio lo está en el nombre del Señor.

R.- Qui fecit Caelum et terram.
R.- Que hizo el cielo y la tierra.

Al final de los salmos decimos: Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto... in saecula saeculorum. Amén. iEs la oración más hermosa que hacemos, no hay que olvidarlo! Es la conclusión de la oración de los salmos. Si la Iglesia ha querido poner esta oración al final de los salmos es porque es como la conclusión y la irradiación de toda la oración. No se puede rezar de mejor manera: Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto... in saecula saeculorum. Amén. Es la oración más hermosa que podamos hacer, y si al decir esta oración nos inclinamos ante la Santísima Trinidad, es para adorarla porque no hay nada más grande, más sublime ni más hermoso que la Santísima Trinidad." La fe nos descubre que Dios Padre engendra una Persona igual a Sí: el Verbo. ¡Descubrir esto es maravilloso y extraordinario! Dios Padre no está solo. En su amor, ha producido al Verbo de Dios, una Persona igual a Sí mismo y el Verbo ama a su Padre con un amor igual a Sí mismo. El amor con el que el Padre y el Hijo se aman recíprocamente  ha engendrado una tercera Persona que es el Espíritu Santo. Es un descubrimiento que nos hace comprender la vida íntima de Dios en la eternidad antes del principio del mundo y que nos hace entender cómo comunica su amor a las criaturas. Dios ha tenido siempre esta vida intensa de amor que sobrepasa todo lo que podemos concebir e imaginar. Si el Verbo es absolutamente igual al Padre es porque no retiene nada de su amor, sino que da todo al Verbo, su propia vida y todo su Ser, sin dejar, por supuesto, de ser Él mismo. La única diferencia entre el Padre y el Hijo es que uno engendra y el otro es engendrado; fuera de esta relación de paternidad y de filiación, son exactamente iguales. No hay más cualidades ni más poder ni más inteligencia en el Padre que en el Hijo, y es así desde toda la eternidad. Dios Padre engendra a su Hijo y el amor del Padre y del Hijo produce a la tercera Persona que es el Espíritu Santo. El Padre y el Hijo son principios del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el amor con que se aman. ¡Es el gran misterio! El misterio de la Encarnación y el misterio de la Redención son desde luego grandes misterios que muestran el amor de Dios por nosotros, pero sólo existen a causa de la Santísima Trinidad. Si no hubiera Santísima Trinidad no habría ni Encarnación ni Redención. Así, el gran misterio que nos regocijará por toda la eternidad es sobre todo el misterio de la Trinidad."


La oración del Confiteor

Confíteor Deo omnipoténti,
beatæ Mariæ semper Vírgini,
beato Michäeli Archángelo,
beato Ioanni Baptístæ,
sanctis Apóstolis Petro et Paulo,
ómnibus Sanctis, et tibi Pater:
quia peccávi nimis cogitatióne, verbo et opere .
Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa.
Ídeo precor beatam Maríam semper Vírginem,
beatum Michäelem Ar­chán­gelum,
beatum Ioannem Baptístam,
sanctos Apóstolos Petrum et Paulum,
omnes Sanctos, et Pater,
oráre pro me ad Dóminum Deum nostrum.



V.- Misereatur vestri omnipotens
Deus, et dimissis pecatis vestris,
perducat vos ad vitam Eternam.
R.- Amen.

V.- Indulgentiam, absolutionem et
remissionem peccatorum nostrorum,
tribuat nobis omnipotens, et
misericors Dominus.
R.- Amen.

V.- Deus, tu conversus vivificabis nos.
R.- Et plebs tua liEtabitur in te.

V.- Ostende nobis, Domine, misericordiam tuam.
R.- Et salutare tuum da nobis.

V.- Domine, exaudi orationem meam.
R.- Et clamor meus ad te veniat.

V.- Dominus vobiscum.
R.- Et cum spiritu tuo.

Todo hombre es pecador y tiene que reconocerlo.

La liturgia tradicional, tal como la Iglesia nos la ha transmitido a lo largo de los siglos, es una escuela admirable de humildad. Lo vemos en los gestos y las acciones; las postraciones, las genuflexiones y las inclinaciones son manifestaciones de nuestra humildad y de nuestra reverencia hacia Dios en primer lugar. (...) Por ejemplo, es una costumbre de la liturgia que el sacerdote al principio de la misa se incline durante el Confiteor. Se inclina como el publicano, con los ojos mirando al suelo y diciendo: "Señor, ten piedad de mí que soy un pobre pecador". (Le 18, 13) Nosotros también somos pecadores."

La primera epístola de San Juan es muy clara sobre este particular: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonamos los pecados y purificamos de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros. Hijitos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero". (1 [n 1,8 - 2, 2) Santo Tomás se pregunta si tenemos que recordar que somos pecadores. ¿Por qué recordamos que somos pecadores? ¿No es mejor olvidarlo? Santo Tomás contesta: no tenemos que recordar los pecados concreta e individualmente sino recordar nuestro estado de pecadores. Tenemos que recordarlo siempre. Incluso las almas más perfectas siempre han reconocido que eran pecadoras. Sentían en su naturaleza todas las consecuencias del pecado. Sufrían a causa de ello y siempre les era una razón para ser más fervorosas, para ser más contemplativas de la Pasión de Nuestro Señor y para estar más unidas a su Cruz para ser más perfectas. Es lo que vemos en la vida de los Santos siempre se han considerado pecadores. "Pero, finalmente, es algo exagerado... iNo eran tan pecadores!" Pues, precisamente, se acercaban tanto a Dios que, al acordarse de sus pequeñas faltas, les parecía que eran demasiado grandes; sentían por ellas un dolor infinito y la vida entera no les parecía suficiente para dolerse de las faltas que habían cometido ante la bondad y el amor de Nuestro Señor por ellas. Algo parecido a cuando nos acercamos a un cuadro bien iluminado: se ven los efectos, mientras que cuando nos alejamos, no se ven tan claramente. Cuando nuestra alma se acerca más a Dios, a Nuestro Señor, vemos nuestros defectos como más grandes." Durante toda la misa, las oraciones nos recuerdan que somos pecadores, de modo que tenemos que pedir las gracias a Dios y su misericordia sobre nosotros. La virtud que tenemos que tratar de alcanzar y que nos aconsejan mucho las oraciones de la santa misa es la contrición interior que los antiguos autores espirituales llamaban la compunción. La compunción es la contrición habitual que consiste en tener siempre nuestro pecado ante los ojos. "Mi pecado está siempre ante mí?", decimos en el salmo Miserere. (Sal. 50) ( ... ) No es algo que nos rebaje. No creemos que la Iglesia nos pida estas virtudes para rebajamos, sino para nuestra santificación y para ponemos en la realidad de la vida espiritual. Don Marmion, siguiendo a Santo Tomás, nos lo dice muy bien: el que vive en ese estado de compunción habitual evitará muchos pecados", porque este arrepentimiento continuo del pecado y esta actitud interior ante el estado de pecado en que estamos nos aleja evidentemente de él. Si nos arrepentimos del pecado y si tenemos una verdadera contrición, tenemos horror de él y, por consiguiente, tenemos ese sentimiento y ese instinto, diría yo, de desprecio y de rechazo del pecado. Creo que son actitudes interiores muy favorables para nuestra vida espiritual y que favorecen el ejercicio de la caridad, porque no hacemos penitencia por hacer penitencia; Dios y la Iglesia nos piden que hagamos penitencia para hacemos practicar la caridad, para destruir en nosotros todo lo que hay de egoísmo y de orgullo, y todo lo que hay de vicios que oprimen en cierto modo nuestro corazón y nos encierran en una pequeña torre de marfil."


La Oración Aufer a Nobis

Oremus

Aufer a nobis, quaesumus,
Domine, iniquitates nostras: ut
ad Sancra Sanctorum puris
mereamur mentibus introire. Per
Christum Dominum nostrum.
Amen.

Te suplicamos, Señor, que
borres nuestras iniquidades,
para que merezcamos entrar
con pureza de corazón en el
Santo de los Santos. Por
Cristo nuestro Señor. Amén.


Conviene subir al altar con profundos sentimientos de humildad y con un gran deseo de santidad. A lo largo de la misa, la Iglesia invita al sacerdote a revestirse de disposiciones de humildad. Esto se manifiesta en las oraciones que el sacerdote dice en voz baja subiendo al altar: Aufer a nobis, "Borra, oh Señor, nuestras iniquidades... ", Oramus te, Domine, "Te rogamos, Señor ( ... ) te dignes perdonarme todos mis pecados"."La virtud de humildad, tan esencial para el cristiano, es la base misma de todas las virtudes porque nos lleva a la adoración y es el resultado de la adoración. Es lo que dice clarísimamente Santo Tomás." El que es humilde lo es porque está en presencia de Dios. Procura estar siempre en su presencia y esta vida lo hace humilde y le hace tomar conciencia continua de su nada, de que él es nada y que Dios es todo. Esta virtud de humildad corresponde perfectamente a la adoración a Dios que debemos tener," San Pablo dice muy bien que si creemos que somos algo, como no somos nada, estamos en la ilusión: "No siendo nada, se engaña a sí mismo"." (Ga16, 3) ( ... )

Todo está en las manos de Dios. Si Dios quisiera y si Nuestro Señor dijera: ''A éste lo abandono", volveríamos a la nada. No existiríamos. Inmediatamente y en ese mismo instante, desapareceríamos. Ya no estaríamos en este mundo. Por eso, en la medida en que disponemos de nosotros mismos sin referencia a Nuestro Señor, vivimos en la ilusión. Lo mismo sucede si creemos que somos algo por nosotros mismos... Si fuéramos algo por nosotros mismos, seríamos Dios, porque si nos diéramos aunque sólo fuera una partecita de nuestra existencia, nos la daríamos siempre y la habríamos tenido siempre y, por consiguiente, seríamos Dios. El simple hecho de que no podemos damos la existencia prueba que no nos viene de nosotros, sino que proviene de otro, es decir, de Nuestro Señor, de Dios." La virtud de humildad no es una virtud necesaria únicamente porque somos pecadores. Toda criatura tiene que ser humilde.  Nuestro Señor era humilde. "Aprended de mí -decía Nuestro Señor- que soy manso y humilde de corazón"." (Mt 11, 29) Por consiguiente, la humildad no es una virtud que tenemos que adquirir únicamente porque somos pecadores." Desde luego éste es un motivo más y muy importante: humillamos todavía más a causa de nuestros pecados, pero el simple hecho de ser criaturas exige que nos presentamos como tales ante Dios quien nos ha creado." En este mundo no vemos el lugar que corresponde a Dios. En el cielo, nos daremos cuenta de que nada, realmente nada, subsiste sin Dios, y que por esto las criaturas no son nada con relación a Dios y que sin Él no son absolutamente nada. Dios podría hacer millones y millones, e incluso billones de mundos como el que ha hecho. No hay ningún insecto, ninguna hoja, ninguna flor y nada que crezca ni se haga sin que Él esté ahí. Es Él quien hace todas esas maravillas que conocemos. Todo lo que somos se lo debemos a Dios." Además, de ninguna manera es la humildad una virtud destinada exclusivamente a rebajamos o disminuimos, a ahogamos ni aplastamos; de ningún modo. La humildad se puede definir así: "La humildad es una virtud moral que nos inclina, por reverencia a Dios -y esto es importante, pues es la definición de Santo Tomás" - a disminuimos y colocamos en el lugar que vemos que nos corresponde". Tenemos que disminuimos en el sentido en que tenemos que colocarnos en nuestro verdadero lugar. Es importante saber que vivimos constantemente en cierta ilusión. ( ... )

Meditemos el sentido de estas palabras: "Colocamos en el lugar que vemos que nos corresponde". El lugar que nos corresponde es el lugar de una criatura y de una criatura redimida por la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Por lo tanto tenemos dos vínculos profundos con Dios: el de criatura y el de criatura redimida, lo cual supone que somos pecadores. Somos criaturas. En la medida en que ahondemos la noción de criatura, y en esa misma medida, nos pondremos en nuestro verdadero lugar ante Dios. Tenemos que ahondar igualmente el beneficio de la gracia que Dios nos da al redimimos y hacer de nosotros sus hijos por medio de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Tenemos que meditar sobre nuestro estado de pecadores y sobre la gran misericordia de Dios con nosotros. Esto nos ayudará también a ponemos en nuestro verdadero lugar ante Nuestro Señor Jesucristo. ¿Hay algo más importante en este mundo que ponemos en nuestro lugar ante Dios? No tenemos derecho de estar fuera de nuestro lugar. Finalmente, la humildad va necesariamente paralela a la caridad; y el grado más próximo a la perfección de la humildad es también el que está más cerca de la caridad perfecta." El grado más elevado de la humildad es la caridad. Buscamos la humildad para alcanzar la caridad y para estar en el estado de caridad. No tratamos de luchar contra el pecado por la lucha misma, sino que procuramos esa lucha para alcanzar finalmente la verdadera caridad con Dios y con el prójimo. La finalidad es la caridad, la unión con Dios y la unión con nuestro Señor," Beso del altar.




Oramus te, Domine, per merita
Sanctorum tuorum, quorum,
reuquiee hic sunt, et omnium
Sanctorum: ut indulgere digneris
omnia peccata mea. Amen.

Rogásmote, Señor, por los
méritos de tus santos, cuyas
reliquias yacen aquí, y por los
de todos los santos, que te
dignes perdóname todos mis
pecados. Amén.

Al rezar la oración Oramus te, el sacerdote besa el altar que contiene una piedra, dentro de la cual hay reliquias de mártires. Desde el siglo IV los Papas pidieron que los altares fueran consagrados. Las piedras de altar consagradas son una imagen del mismo Jesucristo. En ellas hay grabadas cinco cruces que representan las cinco llagas de Nuestro Señor, puesto que el mismo Jesucristo es el altar del sacrificio. Además, el sepulcro de la piedra del altar encierra reliquias de Santos mártires. Son reliquias de Santos que derramaron su sangre por Nuestro Señor. De este modo, el recuerdo de la sangre que derramaron los mártires, unida a la Sangre de Nuestro Señor en nuestros altares, recuerda la Pasión de Nuestro Señor y su sacrificio. El simbolismo es maravilloso, ¿verdad?, pues nos une al sacrificio de Nuestro Señor y a nuestros altares, que tienen que ser el corazón de nuestra virtud de religión, siendo el sacrificio el gran acto de esta virtud." Las reliquias de los mártires son una evocación admirable que nos anima precisamente a ofrecer nuestras vidas con la de Nuestro Señor, como hicieron los mártires."

La antífona de entrada:

Introito

La antífona de entrada introduce al espíritu de la misa del día,
para disponer a las almas a sacar fruto de ella.  

En la liturgia, la Iglesia ha querido ser nuestra madre y nuestra maestra", enseñándonos cuáles deben ser nuestros sentimientos y nuestra fe ante Nuestro Señor Jesucristo, ante este acto extraordinario que es el sacrificio de la misa y ante los sacramentos que instituyó Nuestro Señor. La Iglesia, con un cuidado extraordinario, como una madre diligente, ha redactado estos ritos de un modo maravilloso y espléndido. Los Papas y los concilios se han aplicado a esta liturgia porque saben que la liturgia es como nuestra madre, que nos enseña a amar a Nuestro Señor Jesucristo, a adorarlo como debemos y a recibir todas las gracias que necesitamos. Por esto, se ha dicho que la ley de la oración es la ley de la fe", porque alimentamos nuestra fe según el modo en que rezamos."

Estamos aferrados a la liturgia tradicional que expresa realmente lo que pensamos en nuestro corazón y en el fondo de nuestras almas, es decir, que Jesús es Dios, que Él es nuestro Rey y que está presente en la sagrada Eucarístía." La liturgia expresa maravillosamente la grandeza y la santidad de la misa, la santidad del sacrificio de la Cruz y del sacrificio del altar.



Kyrie

Kyrie, eleison.
Kyrie, eleison.
Kyrie, eleison.
¡Señor, misericordia!
¡Señor, misericordia!
¡Señor, misericordia!

Christe eleison.
Christe eleison.
Christe eleison.
¡Cristo, misericordia!
¡Cristo, misericordia!
 ¡Cristo, misericordia!

 Kyrie, eleison.
Kyrie, eleison.
Kyrie, eleison.
¡Señor, misericordia!
¡Señor, misericordia!
¡Señor, misericordia!


En la santa misa es donde tocamos el gran misterio de Dios; ahí es donde iremos al Padre, recibiremos al Espíritu Santo y comulgaremos al Hijo de Dios. No podemos encontrar nada más hermoso, más grande ni más admirable que el santo sacrificio de la misa."

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están activos en el santo sacrificio de la misa. Las oraciones de la misa lo expresan admirablemente. Recurren a la Santísima Trinidad y al Espíritu Santo, y el Hijo se dirige a su Padre y está vivo en ellas. Toda la Santísima Trinidad opera el santo sacrificio de la misa. ¿Para llevar a cabo qué? Pues bien, para realizar el sacrificio del Verbo encarnado, el sacrificio de la Cruz y el sacrificio de la redención de nuestras almas." 

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