Carta Pastoral Nº° 26
"¿HABRÁ QUE
HACERSE PROTESTANTE
PARA SER BUEN
CATÓLICO?"
“Vae mihi si non
evangilzavero”
(I
Corintios, IX, 16)
Sin referirnos a las vías
inesperadas en las que se vieron los Padres del Concilio al tratarse ciertos
esquemas desarraigados del magisterio de la Iglesia pretendemos en las páginas
que siguen hacernos eco de aquella palabra que los Padres del Concilio no han
podido olvidar: ¡Caveamus” (cuidémonos). Cuidémonos de que nos
influya un espíritu absolutamente inconciliable con el que los Pontífices
romanos y los precedentes Concilios se esforzaron incansablemente por difundir
entre los cristianos. No se trata de un espíritu de progreso, sino de ruptura y
de suicidio. Las declaraciones de algunos
Padres a ese respecto son orientadoras: unos afirman que entre las
declaraciones pasadas y las de los autores de determinados esquemas no existe
contradicción, porque las circunstancias se han modificado. Cuanto el Magisterio
de la Iglesia ha afirmado hace cien años regía para aquellos tiempos, pero no
para los nuestros. Hay otros que se refugian en
el misterio de la Iglesia. Otros consideran que un
Concilio tiene por objeto modificar la doctrina de los Concilios anteriores. Por último, otros sostienen
que todo el Concilio está por encima del magisterio ordinario, por lo cual
puede prescindir de éste t bastarse por sí solo. Se oye, además la voz de la
prensa liberal afirmando que por fin la Iglesia admite la evolución del dogma. ¿Es posible discernir el
motivo, al menos aparente, que permitió a esas tesis revolucionarias instalarse
oficialmente en las deliberaciones del concilio? Nos creemos con autoridad para
afirmar que ello se produjo a favor de un ecumenismo presentado primero como
católico y que, durante el curso de las Sesiones, se transformó en ecumenismo
racionalista.
Ese espíritu de ecumenismo
no católico ha sido el instrumento del cual manos misteriosas se sirvieron para
intentar quebrar y pervertir la doctrina enseñada desde los tiempos evangélicos
hasta nuestros días, doctrina por la que ha corrido y sigue corriendo tanta
sangre de mártires. Por inconcebible que
parezca, así ha sucedido: de ahora en adelante, en la historia de la Iglesia se
hablará siempre de esas tesis contrarias a la doctrina que, so pretexto de
ecumenismo, se presentaron a los Padres conciliares del Vaticano II. De esa manera, se hicieron
esfuerzos para elaborar esquemas que atenúen o incluso hagan desaparecer
ciertos puntos de doctrina específicamente católica que pudieran desagradar a
los ortodoxos y, especialmente, a los protestantes. Quisiéramos abordar algunos
ejemplos de las nuevas tesis propuestas. Nos parece útil desarrollar las tesis
católicas tradicionales sobre tales puntos, pues se trata de una doctrina
conocida por todos, enseñada en nuestros catecismos, que nutre nuestra Liturgia
y que ha sido objeto de las más firmes y luminosas enseñanzas de los Papas
desde hace un siglo. Expresar el dolor que
experimentaron los Padres firmemente aferrados a la continuidad de la doctrina
al escuchar la exposición de las nuevas tesis hecha por los relatores oficiales
de las Comisiones, es tarea imposible. Pensábamos en las voces de los Papas
cuyos cuerpos yacían sepultados en el preciso lugar donde nos encontrábamos.
Pensábamos en el inmenso escándalo que pronto haría la prensa por su manera de
transmitir esas exposiciones.
La
Primacía de Pedro
Veamos primero la Primacía
de Pedro, a la cual se quiere desplazar en beneficio de una colegialidad
mal definida y mal comprendida, que culmina en un desafío al sentido común.
¡Cuánto mejor y más provechoso hubiera sido señalar la función del obispo en la
Iglesia con relación a su grey particular bajo la vigilancia de Pedro, y
mostrar cómo -a través de esa grey particular- se debe por caridad a la Iglesia
universal, comenzando por las Iglesias que le son próximas, siguiendo por las
de las misiones, y luego por la Iglesia entera, pero en dependencia inmediata
de Pedro, ¡qué es el único que se debe en justicia y directamente a todas las
Iglesias y a toda la Iglesia!
Pero veamos la tesis nueva y
las dos afirmaciones que contiene:
1)
Todo, absolutamente todo poder sobre la Iglesia ha sido confiado solamente a
Pedro.
2)
Todo ese mismo poder ha sido confiado también a Pedro y a los Apóstoles
colectiva-mente. Si verdaderamente todo el
poder ha sido confiado sólo a Pedro, lo que los otros puedan tener lo habrán
recibido de él. Si los obispos tienen con Pedro una parte en el gobierno
universal, parte que Pedro no puede quitarles, ya Pedro no tiene todo el poder
él solo. ¡Que no hablen de misterio!
La contradicción, es manifiesta. En el segundo caso, Pedro no tiene sino la
cuota mayor del poder, lo cual ha sido condenado por el Vaticano I: “Si alguien
dijere que el Pontífice romano no tiene sino las potiores partes y no la
plenitud del poder supremo, que sea anatema”. Después de Pedro, se ataca a
la Curia, que es considerada secretaría del Papa, cuando en realidad es
la parte más noble de la Iglesia particular de Roma, Iglesia cuya fe es
indefectible y que es Madre y Maestra de todas las Iglesias. Hacia ella deben
dirigirse las miradas de los Padres, porque pueden estar ciertos de que allí
encontrarán la verdad. ¿Por qué se pretende que la
Iglesia de Roma calle? ¿De dónde nos vendría la luz si los Padres conciliares
de la Iglesia de Roma enmudecieran? Por otra parte, intercalar
entre el obispo de Roma y la Iglesia el cuerpo episcopal de la Iglesia
Universal en forma institucionalizada significaría quitar a la Iglesia de Roma
su título de Madre de todas las Iglesias. Con eso no queremos
contradecir la posibilidad de que el Soberano Pontífice consulte más
frecuentemente a los obispos y modifique, si lo considera conveniente, algunas
modalidades o estructuras de la Curia. Pero el propósito de quienes
aspiran a crear una institución jurídica nueva ceñida a una colegialidad
siempre en ejercicio, podría hacer de la nueva institución el cuerpo electoral
del Soberano Pontífice. Porque es inconcebible que el Papa no resulte elegido
por su clero dado que debe ser Obispo de Roma para ser luego sucesor de Pedro.
La
Virgen María
Con imprudencia increíble, a
despecho del deseo explícito del Santo Padre, el esquema propuesto suprime el
título de María Madre de la Iglesia; los ecumenistas lamentan que la Virgen
María sea nombrada Mediadora.Sin embargo, cabe esperar
que la devoción de los Padres a María restablecerá el honor que el Concilio
debe a la Virgen, proclamándola solemnemente Madre de la Iglesia y consagrando
el mundo a Su Corazón Inmaculado.
La
Eucaristía
Se habrá observado que a
propósito de la Eucaristía – aunque este tema no ha sido tratado ex professo
– existen dos alusiones tendientes a disminuir la estimación de la
Presencia Real de Nuestro Señor. Al final del esquema sobre
las Sagradas Escrituras, se pone a la Eucaristía en un mismo pie de igualdad
con las Escrituras. ¡Cómo no pensar en todos esos evangelios que desde entonces
han reemplazado a la Eucaristía en los altares mayores de nuestras Iglesias! Se afirma, por otra parte,
que los protestantes carecen de “la plena realidad de la Eucaristía”.
¿De qué Eucaristía se trata? Ciertamente no puede ser de la Eucaristía
católica, pues la presencia real ésta no está...
La
Revelación
En todos los esquemas
relativos a la Revelación se tiende a minimizar el valor de la Tradición en
provecho de la Escritura. Se reprocha exageradamente a los fieles y a los
sacerdotes no alentar una mayor devoción a la Sagrada Escritura. En efecto, las Escrituras
han sido destinadas a la Comunidad del pueblo de Dios en sus jefes y no a cada
miembro individual aisladamente, como sostiene los protestantes. Por eso la
iglesia, como una madre, brinda la leche de la doctrina a sus hijos mediante su
feliz presentación en la Liturgia, en el catecismo, en la homilía dominical.
Está dentro del orden de la naturaleza que la Escritura nos sea enseñada por
personas autorizadas. Así lo ha querido Nuestro Señor. Nada tenemos que tomar
de los protestantes, cuya historia ha demostrado suficientemente que por sí
sola la Escritura no puede mantener la unidad ni preservar del error.
La
Verdad de la Iglesia
La Verdad de la Iglesia
tiene, evidentemente, consecuencias que molestan a los protestantes y también a
ciertos católicos imbuidos de liberalismo. En lo sucesivo el nuevo
dogma que ocupará el lugar que correspondía a la Verdad de la Iglesia será el
de la dignidad de la persona humana junto con el bien supremo de la libertad:
dos nociones que se evita definir con claridad. De ello se sigue, según
nuestros novadores, que la libertad de manifestar públicamente la religión de
su propia conciencia es un derecho estricto de toda persona humana que ninguna
otra persona del mundo puede prohibir. Que sea una religión verdadera o falsa,
que promueva virtudes o vicios, poco les importa. ¡El único límite será un bien
común que evitan celosamente definir! Por consiguiente, se haría
necesario revisar los acuerdos entre el Vaticano y las naciones que con toda
justicia reconocen una situación preferencial a la religión católica. El Estado debería ser neutro
en materia de religión. Habría que revisar muchas constituciones de Estado, no
solamente en las naciones de religión católica. ¿Habrán pensado esos nuevos
legisladores de la naturaleza humana que el Papa también es jefe de Estado? ¿Se
lo invitará a laicizar el Vaticano? Según ello, los católicos perderían el
derecho de obrar para establecer o restablecer un Estado católico. Su deber
sería mantener el indiferentismo religioso del Estado. Recordando a Gregorio XVI,
Pío IX calificó esa actitud de “delirio”, y, más aún, de “libertad de
perdición” (Quanta Cura, 8 de diciembre de 1864). León XIII trató el
tema en su admirable Encíclica Libertas præstantissimum. ¡Pero todo eso era
adecuado para su época, no para mil novecientos sesenta y cuatro!
La libertad que desean
quienes la consideran un bien absoluto es quimérica. Si se admite que la
libertad suele estar restringida en el orden moral, ¡cuánto más no lo estará en
el orden de la elección intelectual! Dios ha atendido admirablemente las
deficiencias de la naturaleza humana por medio de las familias que nos rodean:
aquella en la cual hemos nacido y que debe educarnos, es decir, la patria,
cuyos dirigentes deben facilitar el desarrollo normal de las familias hacia la
perfección material, moral y espiritual; la Iglesia, mediante sus diócesis cuyo
Padre es el Obispo, cuyas parroquias forman células religiosas donde las almas
nacen a la vida divina y se alimentan en esta vida con los sacramentos. Definir la libertad como
ausencia de coacción significa destruir todas las autoridades colocadas por
Dios en el seno de esas familias para facilitar el buen uso de la libertad que
nos ha sido dada para buscar espontáneamente el Bien y eventualmente para
proporcionarlo, como ocurre con los niños y asimilados.
La verdad de la Iglesia es
la razón de ser de su celo evangelizador, de su proselitismo, y -por ende- la
razón profunda de las vocaciones misioneras, sacerdotales y religiosas que
exigen generosidad, sacrificio, perseverancia en las aflicciones y en las
cruces. Ese celo, ese fuego que
quiere abrazar al mundo molesta a los protestantes. Se trazará, pues, un
esquema sobre la Iglesia en el mundo que evitará celosamente hablar de
evangelización. ¡Toda la ciudad terrestre podrá construirse sin que se dé en
ella intervención a los sacerdotes, religiosos o religiosas, sacramentos,
Sacrificio de la Misa, instituciones católicas, como escuelas, obras
espirituales y materiales de caridad!... En semejante espíritu un
esquema sobre las Misiones se hace muy difícil. ¿Pensarán los novadores llenar
así los seminarios y noviciados? La Verdad de la Iglesia es
también razón de ser de las escuelas católicas. Con el nuevo dogma se insinúa
que sería preferible fusionarlas con las demás escuelas en tanto éstas observen
el derecho natural (sic). Evidentemente, no queda
lugar para Hermanos ni Hermana docentes... ¡La admirable Encíclica de Pío XI
sobre la educación de la juventud era para mil novecientos veintinueve, no para
mil novecientos sesenta y cuatro!...
La
doctrina social de la Iglesia
También la doctrina social
de la Iglesia molesta al ecumenismo.
Por ello se nos dirá “que la
distribución de la propiedad está librada a la prudencia de los hombres y a las
instituciones de los pueblos, dado que ninguna parte de la tierra ni ningún
bien ha sido conferido por Dios a ningún hombre en particular”. ¡Así la
doctrina también afirmada por Juan XXIII de la propiedad privada como derecho
esencial de la naturaleza humana no tendría fundamento sino en el derecho
positivo!. La lucha de clases y de naciones sería necesaria para el progreso y
para la evolución continua de las estructuras sociales. El bien común sería una
noción en continua evolución y “puesto que nadie es universal, nadie tendría
una visión completa del bien común”, del cual, sin embargo, se da una nueva
definición: “La libertad y la plenitud de la vida humana”.
¿Qué queda de las enseñanzas
de los Papas acerca de la doctrina social de la Iglesia: Rerum Novarum, Quadragesimo Anno, Pacem in Terris?
Estamos en mil novecientos setenta y cuatro. Que nos digan, entonces que pasará
mañana con las enseñanzas de mil novecientos sesenta y cuatro en mil
novecientos setenta y cuatro... Estos ejemplos bastan para
demostrar que en las comisiones prevalece una mayoría de miembros ganados por
un ecumenismo que no sólo es ajeno a lo católico sino que, según propia
confesión, se parece extrañamente al modernismo condenado por San Pío X y del
cual el Papa Pablo VI nos dice en su Encíclica Ecclesiam Suam que ha
comprobado su resurgimiento. La prensa liberal se ha
adueñado de esas tesis antes de que las mismas hayan sido propuestas no bien se
las presentó en los esquemas y, particularmente, cuando obtuvieron mayoría
importante en la sala conciliar. Una vez obtenida la
victoria, quedó abierta la vía a todos los diálogos, esto es, a todas las
transacciones. Por fin concluían la “papolatría” y el régimen monárquico de la
Iglesia, el Santo Oficio y el Index, las conciencias quedaban liberadas,
etcétera.
¿Qué corresponde que hagamos
ante ese desenfreno, ante esa tempestad?
1) Guardar
indefectiblemente nuestra fe, nuestra adhesión a todo lo que la Iglesia nos
ha enseñado siempre, sin turbarnos ni descorazonarnos. Nuestro Señor pone a
prueba nuestra fe, como lo hizo con los apóstoles, como lo hizo con Abraham.
Para ello es preciso que nos domine realmente la sensación de que vamos a
perecer. De ese modo, la Victoria de la Verdad será autenticamente la victoria
de Dios y no la nuestra.
2) Ser
objetivo. Reconocer los aspectos positivos que se manifiestan en los deseos
de los Padres conciliares, deseos que desgraciadamente y como a su pesar han
sido utilizados para establecer textos jurídicos que sirven a tesis que la mayoría
de los mismos Padres ni habían imaginado. Intentemos definir esos
deseos del siguiente modo: Deseo profundo de
colaboración mayor en pro de una más intensa eficacia del apostolado:
colaboración entre pastores y con el Pastor Supremo. ¿Quién podría condenar
semejante deseo? Deseo de manifestar a los
hermanos separados y al mundo entero su gran caridad a fin de que todos acudan
a Nuestro Señor y a Su Iglesia. Deseo de dar a la Iglesia
mayor sencillez, en su Liturgia, en el comportamiento habitual de los pastores
y, en particular, de sus obispos, en la formación de los clérigos que los
preparen más directamente para su ministerio pastoral. Tendencia está motivada
por el temor de ya no ser escuchados ni comprendidos por el conjunto del pueblo
fiel. Estos deseos tan legítimos y
oportunos podrían manifestarse perfectamente en textos admirables y
orientaciones adaptadas a nuestro tiempo sin la colegialidad, mal fundada y mal
definida; sin la libertad religiosa, falsa; sin la declaración sobre los judíos,
inoportuna; sin indicios de demolición de la autoridad del Papa, sin negar el
título de Madre de la Iglesia a la Virgen María, y sin calumniar a la Curia
romana. No son, en conjunto, los
Padres del Concilio quienes alentaron esos textos con semejante redacción que
expresa una doctrina nueva, sino un grupo de Padres y de periti que
aprovecharon los muy legítimos deseos de los Padres para introducir sus
doctrinas. Los esquemas, gracias a
Dios, no tienen todavía redacción definitiva. El papa aún no los ha aprobado en
sesión pública. Por lo demás, el Concilio ha afirmado su voluntad de no definir
ningún dogma nuevo, sino de ser un Concilio pastoral y ecuménico. La iglesia de
Roma, única indefectible entre todas las Iglesias particulares, permanece
firmemente en la fe; la mayoría de los cardenales no aprueba las nuevas tesis.
Los Padres conciliares que desempeñan tareas importantes en la iglesia romana,
así como la mayoría, sin la casi totalidad de los teólogos romanos, no se
colocan junto a los novadores. Eso es fundamental, pues los fieles del mundo
entero deben unirse en torno de esa Iglesia de Roma, Maestra de Verdad; ya lo
afirmó así San Ireneo.
3) Afirmar
nuestra fe públicamente sin desfallecimientos: en la prensa, en nuestras
conversaciones, en nuestra correspondencia; y estar dispuestos a obedecer al
Papa y permanecer indefectiblemente unidos a él.
4) Orar
y hacer penitencia. Orar a la Virgen María, Madre de la Iglesia, pues Ella
está en el centro de todos los debates y ha vencido siempre todas las herejías.
En Ella encontrarán los Padres conciliares unanimidad, como los hijos alrededor
de su Madre. Ella vela sobre el Sucesor de Pedro y actuará de manera que Pedro
confirme siempre a sus hermanos en la fe, en la fe que fue la de los Apóstoles
y de Pedro en particular y de todos sus sucesores. Hay que hacer penitencia
para merecer los auxilios de la gracia de Nuestro Señor; penitencia en el
cumplimiento de nuestros deberes de estado sin desfallecimientos, sin abandono,
sin desánimo, a pesar del ambiente infernal de libertinaje, de impudicia, de
desprecio por la autoridad, de atropello a uno mismo y al prójimo.
Tengamos confianza: Dios es
todopoderoso y ha dado a Nuestro Señor todo poder en el cielo y en la tierra.
Esos poderes, ¿serán menores en 1964 que en 1870, menores en el último Concilio
que en todos los anteriores? Nuestro Señor no abandonará las promesas de
asistir perpetuamente a la Santa Iglesia Católica y Romana.
“Confidite, ewgo sum, nolite
timere” (Mc. 6, 50).
¡Oh, María, Madre de la
Iglesia, mostrad que sois nuestra Madre!
11
de octubre de 1964, en la
Fiesta
de la Maternidad de la Virgen
[Nota Complementaria]
No hemos modificado en nada
este texto, y creemos que hoy corresponde reflexionar particularmente sobre la
realidad expresada por el título: en efecto, no se puede negar que en todos los
dominios de la iglesia se ha producido un peligroso deslizamiento hacia el
protestantismo. El más grave es el que
concierne a la fe a causa de la redacción de los nuevos catecismos, a partir
del de Holanda hasta llegar al italiano pasando por los de Francia, Alemania y
en particular el inverosímil catecismo de Canadá. Todos están impregnados de la
doctrina expuesta en el primer esquema de “la Iglesia en el mundo”, el cual, se
impone decirlo, no es católico. La fe, la Palabra de Dios, el Espíritu, el
Pueblo de Dios son explicados a la manera modernista y protestante, esto es,
racionalista. A la Revelación se la reemplaza por la conciencia, que bajo el
soplo del Espíritu se expresa mediante el profetismo. Ese profetismo que
corresponde a todo el pueblo de Dios se manifiesta particularmente en la
Liturgia de la Palabra. El bautismo y los sacramentos son más expresiones de la
Fe que causas de la gracia y de las virtudes. No acabaríamos de señalar todos
los peligros involucrados en esos catecismos, todos referidos al Vaticano II. Y
no hay duda que en el Concilio, especialmente en el documento Gaudium et
Spes, pueden encontrarse frases equívocas y un espíritu surgido del primer
esquema. Según el magisterio, también
el ministerio sacerdotal se atribuye a todo el Pueblo de Dios, que en virtud
del mismo, constituye la Asamblea Eucarística y cumple el culto comunitario,
cuyo sacerdote es el presidente, que pronto será su delegado electo. Su
carácter sacerdotal y su celibato ya no tienen razón de ser. No puede negarse
que las reformas litúrgicas concurren a esa orientación. Los comentarios
correspondientes se expresan según la modalidad protestante, minimizando la
función del sacerdote, la realidad del sacrificio y la presencia real y
permanente de Nuestro Señor en la Eucaristía.
Por último, el gobierno
conferido por Nuestro Señor al Sacerdocio se transforma en el poder real del
Pueblo de Dios, esto es, la “democratización” de la autoridad en la Iglesia por
la Colegialidad entendida a la manera del Cardenal Suenens, por los Sínodos
nacionales en los cuales todas las instituciones de la Iglesia se someten a los
votos del Pueblo de Dios, profeta, sacerdote y rey. De este modo, en los tres
poderes confiados al Sacerdocio por Nuestro Señor se introduce el virus
protestante, racionalista, naturalista y liberal. Esos poderes destinados a
humanizar las personas recreadas por Nuestro Señor a la imagen de Dios, minadas
por el virus del racionalismo, deshumanizan y lanzan a personas y sociedades a
todos los vicios de la humanidad caída. Debemos luchar por la
salvaguarda del sacerdocio tal como Nuestro Señor lo ha instituido, en la
integridad de su magisterio, de su ministerio y de su gobierno. Debemos enseñar la fe de
siempre, adorar la Eucaristía y venerar el Santo Sacrificio de la Misa como lo
enseñan la Escritura y la Tradición, respetar las personas de nuestros
sacerdotes, de nuestros obispos y del Vicario de Jesucristo porque llevan en
ellos el Sacerdocio y la Misión de Nuestro Señor Jesucristo y no porque sean
delegados del Pueblo de Dios.
Se preparan Sínodos
nacionales después de los de Holanda y Copenhagen. Si tiene los mismos efectos,
pronto habrá otras tantas sectas protestantes. Eso es de esperar, dada la
oposición entre las conclusiones de esos Sínodos y las directivas de la Santa
Sede. El momento es muy grave. Corremos el riesgo de que la elección impuesta a
los fieles holandeses y a los daneses se no imponga mañana a nosotros. Ya se
impone en los catecismos y en ciertas formas de culto litúrgico, en las
orientaciones de algunos obispos o asociaciones de obispos contrarias a las
dictadas por el Sucesor de Pedro, por ejemplo en materia de moral familiar y de
celibato sacerdotal. Recordemos que Pedro vela
por todos los Pastores y por todas las ovejas, y que en caso de contradicción
entre la fe de nuestro Pastor y la de Pedro, Pedro no ha advertido contra el
catecismo holandés y por consiguiente contra todos los nuevos catecismos de él
derivados. Pedro nos ha dictado la moral familiar. Pedro nos ha afirmado en el
Credo. Pedro nos ha prescripto el mantenimiento del celibato sacerdotal.
Nuestros Pastores no tienen derecho a minimizar esas enseñanzas del Pastor de
los Pastores. Recordemos también que las
autorizaciones concedidas en el terreno de la Liturgia no son obligatorias; eso
vale para la Misa de cara al pueblo, la concelebración, la comunión bajo las
dos especies, la comunión de pie, la recepción de la Santa Eucaristía en la
mano.
La actitud de vigilancia se
ha tornado necesaria a causa de los escándalos de que somos testigos,
acontecidos dentro de la misma Iglesia. No podemos desconocer los hechos, los
escritos, los discursos, que tienden al sometimiento de la Iglesia de Roma y a
su aniquilación como Madre y Maestra de todas las Iglesias, y que buscan
transformarnos en protestantes. Resistir a esos escándalos significa vivir la
fe, conservarla pura de todo contagio, mantener la gracia en nuestras almas. No
resistir significa dejarnos intoxicar lenta pero seguramente y volvernos
protestantes sin saberlo.
En
la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús,
Roma,
5 de junio de 1970
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