sábado, 30 de abril de 2016

Sermones del Cura de Ars

LA COMUNIÓN
(segunda parte)



1.- Digo, en primer lugar, que la Sagrada Comunión nos une íntimamente a Jesús; unión tan estrecha es esta, que el mismo Jesucristo nos dice: «Quién come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él; mi Carne es un verdadero alimento, y mi Sangre es verdaderamente una bebida» (Ioan., VI, 58-57) ; de manera que por la Sagrada Comunión la Sangre adorable de Jesús corre verdaderamente por nuestras venas, y su Carne se mezcla con nuestra carne; lo cual hace exclamar a San Pablo: «No soy yo quién obra y quién piensa; es Jesucristo que obra y piensa en mí. No soy yo Quién vive; es Jesucristo Quién vive en mí» (Gal., 11, 20.). Dice San León que, al tener la dicha de comulgar, encerramos verdaderamente dentro de nosotros mismos el Cuerpo adorable, la Sangre preciosa y la divinidad de Jesucristo. Y, decirme, ¿comprendéis toda la magnitud de una dicha tal? No, solo en el cielo nos será dado comprenderla. ¡Dios mío!, ¡una criatura enriquecida con tan precioso don!...

2.- Digo que, al recibir a Jesús en la Sagrada Comunión se nos aumenta la gracia. Ello es de fácil comprensión, ya que, al recibir a Jesús, recibimos la fuente de todas las bendiciones espirituales que en nuestra alma se derraman. En efecto, el que recibe a Jesús, siente reanimar su fe; quedamos más y más penetrados de las verdades de nuestra santa religión; sentimos en toda su grandeza la malicia del pecado y sus peligros el pensamiento del juicio final nos llena de mayor espanto, y la pérdida de Dios se nos hace más sensible. Recibiendo a Jesucristo, nuestro espíritu se fortalece; en nuestras luchas, somos más firmes, nuestros actos están inspirados por la más pura intención, y nuestro amor va inflamándose más y más. Al pensar que poseemos a Jesucristo dentro de nuestro corazón experimentamos inmenso placer, y esto nos ata, nos une tan estrechamente con la Divinidad, que nuestro corazón no puede pensar ni desear más que a Dios. La idea de la posesión perfecta de Dios llena de tal manera nuestra mente, que nuestra vida nos parece larga; envidiamos la suerte, no de aquellos que viven largo tiempo, sino de los que salen presto de este mundo para ir a reunirse con Dios para siempre. Todo cuanto es indicio de la destrucción de nuestro cuerpo nos regocija. Tal es el primer efecto que en nosotros causa la Sagrada Comunión, cuando tenemos nosotros la dicha de recibir dignamente a Jesucristo.

3.- Decimos también que la Sagrada Comunión debilita nuestra inclinación al mal, y ello se comprende fácilmente. La Sangre preciosa de Jesucristo corre por nuestras venas, y su Cuerpo adorable que se mezcla al nuestro, no pueden menos que destruir, o a lo menos debilitar en alto grado, la inclinación al mal; efecto del pecado de Adán. Es esto tan cierto que, después de recibir a Jesús Sacramentado, se experimenta un gusto insólito por las cosas del cielo al par que un gran desprecio de las cosas de la tierra. Decidme, ¿cómo podrá el orgullo tener entrada en un corazón que acaba de recibir a un Dios que, para bajar a él, se humilló hasta anonadarse?. Se atreverá en aquellos momentos a pensar que, de si mismo, es realmente alguna cosa?. Por el contrario, ¿habrá humillaciones y desprecios que le parezcan suficientes?. Un corazón que acaba de recibir a un Dios tan puro, a un Dios que es la misma santidad, ¿no concebirá el horror y la execración más firmes de todo pecado de impureza?. ¿No estará dispuesto a ser despedazado antes que consentir, no ya la menor acción, sino tan sólo el menor pensamiento inmundo? Un corazón que en la Sagrada Mesa acaba de recibir a Aquel que es dueño de todo lo criado y que paso toda su vida en la mayor pobreza, que «no tenía ni donde reclinar su cabeza» santa y sagrada, si no era en un montón de paja; que murió desnudo en una Cruz; decidme: ¿ese corazón podrá aficionarse a las cosas del mundo, al ver cómo vivió Jesucristo? Una lengua que hace poco ha sostenido a su Criador y a su Salvador, ¿se atreverá a emplearse en palabras inmundas y besos impuros? No, indudablemente, jamás se atreverá a ello. Unos ojos que hace poco deseaban contemplar a su Criador, más radiante que el mismo sol, ¿podrían, después de lograr aquella dicha, posar su mirada en objetos impuros? Ello no parece posible. Un corazón que acaba de servir de trono a Jesucristo, ¿se atreverá a echarlo de sí, para poner en su lugar el pecado o al demonio mismo? Un corazón que haya gozado una vez de los castos brazos de su Salvador, solamente en Él hallará su felicidad. Un cristiano que acaba de recibir a Jesucristo, que murió por sus enemigos, ¿podrá desear la venganza contra aquellos que le causaron algún daño? Indudablemente que no; antes se complacerá en procurarles el mayor bien posible. Por esto decía San Bernardo a sus religiosos: «Hijos míos, si os sentís menos inclinados al mal, y más al bien, dad por ello gracias a Jesucristo, Quién os concede esta gracia en la Sagrada Comunión.»


4.- Hemos dicho que la Sagrada Comunión es para nosotros prenda de vida eterna, de manera que ello nos asegura el cielo; estas son las arras que nos envía el cielo en garantía de que un día será nuestra morada; y, aún más, Jesucristo hará que nuestros cuerpos resuciten tanto más gloriosos, cuanto más frecuente y dignamente hayamos recibido el suyo en la Comunión. ¡Si pudiésemos comprender cuanto le place a Jesús venir a nuestro corazón!... ¡Y una vez allí; nunca quisiera salir, no sabe separarse de nosotros, ni durante nuestra vida, ni después de nuestra muerte!-... Leemos en la vida de Santa Teresa que, después de muerta, se apareció a una religiosa acompañada de Jesucristo; admirada aquella religiosa viendo al Señor aparecérsele junto con la Santa, preguntó a Jesucristo por que se aparecía así. Y el Salvador contesto que Teresa había estado en vida tan unida a Él por la Sagrada Comunión, que ahora no sabía separarse de ella. Ningún acto enriquece tanto a nuestro cuerpo en orden al cielo, como la Sagrada Comunión. ¡Cuánta será la gloria de los que habrán comulgado dignamente y con frecuencia!... El Cuerpo adorable de Jesús y su Sangre preciosa, diseminados en todo nuestro cuerpo, se parecerán a un hermoso diamante envuelto en una fina gasa, el cual, aunque oculto, resalta más y más. Si dudáis de ello, escuchad a San Cirilo de Alejandría, Quién nos dice que aquel que recibe a Jesucristo en la Sagrada Comunión esta tan unido a Él, que ambos se asemejan a dos fragmentos de cera que se hacen fundir juntos hasta el punto de constituir uno sólo, quedando de tal manera mezclados y confundidos que ya no es posible separarlos ni distinguirlos. ¡Qué felicidad la de un cristiano que alcance a comprender todo esto!... Santa Catalina de Siena, en sus transportes de amor exclamaba: « ¡Dios mío! ¡Salvador mío! ¡Que exceso de bondad con las criaturas al entregaros a ellas con tanto afán! ¡Y al entregaros, les dais también cuanto tenéis y cuanto sois! Dulce Salvador mío, decía ella, os conjuro a que rociéis mi alma con vuestra Sangre adorable y alimentéis mi pobre cuerpo con el vuestro tan precioso, a fin de que mi alma y mi cuerpo no sean más que para Vos, y no aspiren a otra cosa que agradaros y a poseeros». Dice Santa Magdalena de Pazzi que bastaría una sola Comunión, hecha con un corazón puro y un amor tierno, para elevarnos al más alto grado de perfección. La beata Victoria, a los que veía desfallecer en el camino del cielo, les decía: «Hijos míos, ¿por qué os arrastráis así en las vías de salvación? ¿Por qué estáis tan faltos de valor para trabajar, para merecer la gran dicha de poderos sentar a la Sagrada Mesa y comer allí el Pan de los Ángeles que tanto fortalece a los débiles? ¡Si supieseis cuanto endulza este pan las miserias de la vida!, ¡si tan sólo una vez hubieseis experimentado lo bueno y generoso que es Jesús para el que lo recibe en la Sagrada Comunión ¡... Adelante, hijos míos, id a comer ese Pan de los fuertes, y volveréis llenos de alegría y de valor; entonces sólo desearéis los sufrimientos, los tormentos y la lucha para agradar a Jesucristo». Santa Catalina de Génova estaba tan hambrienta de este Pan celestial, que no podía verlo en las manos del sacerdote sin sentirse morir de amor: tan grande era su anhelo de poseerlo; y prorrumpía en estas exclamaciones: «Señor, ¡venid a mí! ¡Dios mío, venid a mí, que no puedo más! ¡Dios mío, dignaos venir dentro de mi corazón, pues no puedo vivir si Vos! ¡Vos sois toda mi alegría, toda mi felicidad, todo el aliento de mi alma!». Si pudiésemos formarnos aunque fuese tan sólo una pequeña idea de la magnitud de una dicha tal, ya no desearíamos la vida más que para que nos fuese dado hacer de Jesucristo el pan nuestro de cada día. Nada serian para nosotros todas las cosas creadas, las despreciaríamos para unirnos sólo con Dios, y todos nuestros pasos, todos nuestros actos sólo se dirigirían a hacernos más dignos de recibirle.

CONTINUARA...

"Ite Missa Est"


30 DE ABRIL


SANTA CATALINA DE SENA, VIRGEN

Misa – Dilexisti
III Clase – Paramentos Blancos

Epístola – II Cor., (X, 17-18; 11, 1-2)
Evangelio – San Mateo (XXV, 1-13)


LA MÍSTICA.  — ¿Quién se atreverá a emprender la tarea de contar los méritos de Santa Catalina o de enumerar siquiera los títulos de gloria de que está rodeada? Se encuentra entre las primeras filas de las esposas de Jesús. Como virgen fiel se unió al Esposo divino desde sus tiernos años. Su vida, consagrada por tan noble voto, se deslizó en el seno de la familia, hasta que estuvo preparada para cumplir la alta misión a que la destinaba la Providencia divina. El Señor, que quería glorificar por ella el estado religioso la inspiró unirse por medio de la profesión a la orden tercera de los Frailes Predicadores. Tomó su hábito y practicó toda su vida sus santos ejercicios. Se trasluce desde el principio en los modales de la sierva de Dios algo celestial, como si un ángel hubiera bajado a vivir en la tierra para llevar en su cuerpo una vida humana. Su vuelo hacia Dios es irresistible, y hace pensar en el ímpetu que arrastra a las almas gloriosas hacia el supremo bien, ante cuya presencia estará ya siempre. En vano el peso de la carne mortal intenta retardar su vuelo; la energía de la penitencia la hace someterse, la suaviza y la aligera. Parece vivir sola el alma en cuerpo transformado. Le basta para sostenerle el divino manjar de la Eucaristía; y la unión con Cristo es tan completa, que se imprime sus sagradas llagas en los miembros de la virgen y le dan a gustar los dolores de la Pasión. Desde el interior de esta vida tan elevada sobre los humanos, Catalina no vive ajena a ninguna de las necesidades de sus hermanos. Su celo es fuego para las almas, su compasión tierna como la de una madre para con las dolencias de sus cuerpos. Dios abrió para ella la fuente de los milagros y Catalina los derrama a manos llenas sobre los hombres. Las enfermedades y la muerte misma obedecen a su mandato, los milagros se multiplican en torno de ella. Las comunicaciones divinas con ella comenzaron desde sus primeros años, y el éxtasis llegó a ser en ella un estado casi habitual. Sus ojos vieron con frecuencia al divino resucitado que la prodiga sus caricias y sus pruebas. Los más altos misterios estuvieron a su alcance y una ciencia que nada tenía de terrena iluminó su inteligencia. Esta joven sin cultura compondrá escritos sublimes, en los cuales los horizontes más profundos de la doctrina del cielo, se exponen con precisión y elocuencia sobrehumanas, con un acento que aún hoy día penetra las almas.

ACCIÓN POLÍTICA. — No quiso el cielo que tantas maravillas permanecieran ocultas en un rincón de Italia. Los santos son columnas de la Iglesia y si, a veces, su acción es misteriosa y callada, a veces también se manifiesta a las miradas de los hombres. Entonces se hacen patentes los resortes con que Dios gobierna al mundo. Al final del siglo xiv, era necesario hacer volver a la ciudad eterna al Vicario de Jesucristo, ausente de su Sede desde hacía más de sesenta años. Un alma santa, pudo con sus méritos y oraciones, lograr que se realizase este retorno tan deseado por toda la Iglesia; quiso el Señor esta vez qué esto fuera público; "en nombre de Roma abandonada, en nombre de su divino Esposo que también lo es de la Iglesia, Catalina pasa los Alpes, y se presenta al Pontífice que nunca vió a Roma, y a quien tampoco Roma había conocido. La Profetisa le intima respetuosamente el deber que tiene que cumplir; como garantía de su misión le revela un secreto que sólo él conoce. Gregorio XI se da por vencido y la ciudad eterna ve de nuevo a su padre y pastor. Pero, a la muerte del Pontífice, un cisma, presagio de mayores males, viene a desgarrar el seno de la Iglesia. Catalina, lucha contra la tempestad hasta su último aliento; pero el año treinta y tres se acerca; el Señor no quiere que sobrepase la edad que El consagró en su persona; ha llegado el tiempo de que la virgen vaya a continuar en los cielos su ministerio de intercesión por la Iglesia que tanto amó, y por las almas rescatadas con la sangre de Cristo.

Vida. — Santa Catalina nació en Sena el 25 de marzo de 1347. A los siete años hizo voto de castidad perpetua. Después de gran oposición su madre la permitió recibir el hábito de las Hermanas de Sto. Domingo, pero viviendo en el siglo. Su vida la pasó cuidando a los enfermos, calmando los odios que dividían a las familias, y convirtiendo pecadores con sus exhortaciones y oraciones. Escribió al Legado del Papa en Italia, pidiéndole la reforma del clero, la vuelta del Papado de Aviñón a Roma, y la organización de una cruzada contra los infieles. En 1376, enviada por los florentinos, emprendió un viaje a Aviñón, para defender ante el Sumo Pontífice la causa de Florencia, sobre la cual el Papa había tenido que lanzar el entredicho, a causa de su rebelión. Además se aprovechó para pedir de nuevo a Gregorio XI volviera a Roma. Al comienzo del gran Cisma, sostuvo ardientemente la causa de Urbano VI, sin lograr hacerla triunfar. Favorecida con las más elevadas gracias espirituales, dictó en el curso de sus éxtasis el Dialogo que encierra toda su doctrina mística. Murió en Roma, el año 1380. Su cuerpo descansa en la iglesia de Santa María de Minerva. El Papa Pío II la canonizó en 1461 y Pío IX en 1866 la declaró segunda patrona de Roma.

PLEGARIA POR TODOS. — Absorta la Iglesia en las glorias de la resurrección, se dirige a ti, oh Catalina, que sigues al Cordero a donde quiera que va en este lugar de destierro donde no puede detenerse por mucho tiempo, no goza de su presencia sino a intervalos; por lo cual te pregunta: "¿Encontraste al que ama mi alma? Eres su Esposa, también ella lo es; pero para ti ya no hay velos, no hay separación, mientras que para ella el gozo es raro y fugaz, y la luz, velada por las sombras. ¡Pero cuál ha sido tu vida, oh Catalina! Has unido la más profunda compasión por los dolores de Jesús a las alegrías más embriagadoras de la vida gloriosa. Nos puedes iniciar en los misterios del Calvario y en las magnificencias de la Resurrección. Estamos en Pascua, en la vida nueva; procura que la vida de Jesús no se extinga en nuestras almas, sino que crezca por el amor del que la tuya nos ofrece admirable ejemplo.

PLEGARIA POR LA IGLESIA. — Concédenos participar, oh virgen, de tu adhesión filial a la Santa Iglesia, que te hizo emprender tan grandes cosas. Te afligías de sus dolores y te alegrabas en sus alegrías como hija sumisa. También nosotros deseamos amar a nuestra madre, proclamar los lazos que nos unen a ella, defenderla contra sus enemigos, ganarla nuevos hijos generosos y fieles. El Señor se sirvió de tu débil brazo, oh mujer inspirada, para restituir en su silla al Romano Pontífice. Fuiste más fuerte que los elementos humanos que se afanaban por prolongar una situación desastrosa para la Iglesia. Las cenizas de Pedro en el Vaticano, las de Pablo en la Vía Ostiense, las de Lorenzo y Sebastián, las de Cecilia e Inés y las de tantos millares de mártires, saltaron de gozo en sus tumbas, cuando el carro triunfal que llevaba a Gregorio XI entró en la Ciudad.


PLEGARIA POR ITALIA. — Ruega también, oh Catalina, por Italia que tanto te amo y que estuvo tan orgullosa de tus gestas. En ella está suelta hoy la impiedad y la herejía; se blasfema el nombre de tu Esposo, se predica al pueblo descarriado las doctrinas más perversas, se le enseña a maldecir de todo lo que un día veneró, la Iglesia es ultrajada y la fe, desde tanto tiempo debilitada, amenaza extinguirse; acuérdate de tu desgraciada patria, oh Catalina. Es ya hora de que vengas en su ayuda y la libres de las garras de sus enemigos. La Iglesia entera espera de ti la salvación de esta ilustre provincia de su imperio; calma las tempestades y salva la fe en este naufragio que amenaza devorarlo todo.

viernes, 29 de abril de 2016

Sermones del Cura de Ars


LA COMUNIÓN
(primera parte)

“Panis quem ego dabo, caro mea est pro mundi vita.”
El pan que os voy a dar, es mi propia carne para la vida del mundo.
(S. Juan., VI, 52.)

Si no nos lo dijese el mismo Jesucristo, ¿Quién de nosotros podría llegar a comprender el amor que ha manifestado a las criaturas, dándoles su Cuerpo adorable y su Sangre preciosa, para servir de alimento a las almas? ¡Caso admirable! Un alma tomar cómo alimento a su Salvador... ¡y esto no una sola vez, sino cuántas le plazca!... ¡Oh, abismo de amor y de bondad de Dios con sus criaturas!... Nos dice San Pablo que el Salvador, al revestirse de nuestra carne, ocultó su divinidad, y llevo su humillación hasta anonadarse. Pero, al instituir el adorable sacramento de la Eucaristía, ha velado hasta su humanidad, dejando sólo de manifiesto las entrañas de su misericordia. ¡Ved de lo que es capaz el amor de Dios con sus criaturas!... Ningún sacramento puede ser comparado con la Sagrada Eucaristía. Es cierto que en el Bautismo recibimos la cualidad de hijos de Dios Y, de consiguiente, nos hacemos participantes de su eterno reino; en la Penitencia, se nos curan las llagas del alma y volvemos a la amistad de Dios; pero en el adorable sacramento de la Eucaristía, no solamente recibimos la aplicación de su Sangre preciosa, sino además al mismo autor de la gracia. Nos dice San Juan que Jesucristo «habiendo amado a los hombres hasta el fin» (S.Juan., XIII, 1), halló el medio de subir al cielo sin dejar la tierra; tomo el pan en sus santas y venerables manos, lo bendijo y lo transformó en su Cuerpo; tomo el vino y lo transformó en su Sangre preciosa, y, en la persona de sus apóstoles, transmitió a todos los sacerdotes la facultad de obrar el mismo milagro cuántas veces pronunciasen las mismas palabras, a fin de que, por este prodigio de amor, pudiese permanecer entre nosotros, servirnos de alimento, acompañarnos y consolarnos. «Aquel, nos dice, que come mi carne y bebe mi sangre, vivirá eternamente; pero aquel que no coma mi carne ni beba mi sangre, no tendrá la vida eterna» (S.Juan., VI, 54-55.). ¡Oué felicidad la de un cristiano, aspirar a un tan grande honor cómo es el alimentarse con el pan de los Ángeles!... Pero ¡ay!, ¡cuán pocos comprenden esto!... Si comprendiésemos la magnitud de la dicha que nos cabe al recibir a Jesucristo, ¿no nos esforzaríamos continuamente en merecerla? Para daros una idea de la grandeza de aquella dicha, voy a exponeros:

1.° Cuán grande sea la felicidad del que recibe a Jesucristo en la Sagrada
Comunión. 

2.° Los frutos que de la misma hemos de sacar.

I. Todos sabéis que la primera disposición para recibir dignamente este gran sacramento, es la de examinar la conciencia, después de haber implorado las luces del Espíritu Santo; y confesar después los pecados, con todas las circunstancias que puedan agravarlos o cambiar de especie, declarándolos tal cómo Dios los dará a conocer el día en que nos juzgue. Hemos de concebir, además, un gran dolor de haberlos cometido, y hemos de estar dispuestos a sacrificarlo todo, antes que volverlos a cometer. Finalmente, hemos de concebir un gran deseo de unirnos a Jesucristo. Ved la gran diligencia de los Magos en buscar a Jesús en el pesebre; mirad a la Santísima Virgen; mirad a Santa Magdalena buscando con afán al Salvador resucitado. No quiero tomar sobre mí la empresa de mostraros toda la grandeza de este sacramento, ya que tal cosa no es dada a un hombre; tan sólo el mismo Dios puede contaros la excelsitud de tantas maravillas; pues lo que nos causara mayor admiración durante la eternidad, será ver cómo nosotros, siendo tan miserables hemos podido recibir a un Dios tan grande. Sin embargo, para daros una idea de ello, voy a mostraros cómo Jesucristo, durante su vida mortal, no pasó jamás por lugar alguno sin derramar sus bendiciones en abundancia, de lo cual deduciremos cuan grandes y preciosos deben ser los dones de que participan los que tienen la dicha de recibirle en la Sagrada Comunión; o mejor dicho, quo toda nuestra felicidad en este mundo consiste en recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión; lo cual es muy fácil de comprender: ya que la Sagrada Comunión aprovecha no solamente a nuestra alma alimentándola, sino edemas a nuestro cuerpo, según ahora vamos a ver.

Leemos en el Evangelio que, por el mero hecho de entrar Jesús, aun recluido en las entrañas de la Virgen, en la casa de Santa Isabel, que estaba también encinta, ella y su hijo quedaron llenos del Espíritu Santo; San Juan quedo hasta purificado del pecado original, y la madre exclamó: « ¿De dónde me viene una tal dicha cual es la que se digne visitarme la madre de mi Dios?» (Luc., I, 43.). Calculad ahora cuanto mayor será la dicha de aquel que recibe a Jesús en la Sagrada Comunión, no en su casa cómo Isabel, sino en lo más íntimo de su corazón; pudiendo permanecer en su compañía, no seis meses, cómo aquella, sino toda su vida. Cuando el anciano Simeón, que durante tantos años estaba suspirando por ver a Jesús, tuvo la dicha de recibirle en sus brazos, quedo tan emocionado y lleno de alegría, que, fuera de sí, prorrumpió en transportes de amor. « ¡Señor! exclamo, ¿qué puedo ahora desear en este mundo, cuando mis ojos han visto ya al Salvador del mundo?... Ahora puedo va morir en paz! (Luc., II, 29.). Pero considerad aún la diferencia entre recibirlo en brazos y contemplarlo unos instantes, o tenerlo dentro del corazón... ¡Dios mío!, ¡cuán poco conocemos la felicidad de que somos poseedores! ... Cuando Zaqueo, después de haber oído hablar de Jesús, ardiendo en deseos de verle, se vio impedido por la muchedumbre que de todas partes acudía, se encaramó en un árbol. Más, al verle el Señor, le dijo: «Zaqueo, baja al momento, puesto que hoy quiero hospedarme en tu casa» (Luc., XIX, 5.). Dio se prisa en bajar del árbol, y corrió a ordenar cuántos preparativos le sugirió su hospitalidad para recibir dignamente al Salvador. Este, al entrar en su casa le dijo: «Hoy ha recibido esta casa la salvación». Viendo Zaqueo la gran bondad de Jesús al alojarse en su casa, dijo: «Señor, distribuiré la mitad de mis bienes a los pobres, y, a quienes haya yo quitado algo, les devolveré el duplo» (Luc., XIX,8). De manera que la sola visita de Jesucristo convirtió a un gran pecador en un gran santo, ya que Zaqueo tuvo la dicha de perseverar hasta la muerte. Leemos también en el Evangelio que, cuando Jesucristo entró en casa de San Pedro, este le rogó que curase a su suegra, la cual estaba poseída de una ardiente fiebre, Jesús mandó a la fiebre que cesase, y al momento quedó curada aquella mujer, hasta el punto que les sirvió ya la comida (Luc., IV, 38-39.). Mirad también a aquella mujer que padecía flujo de sangre; ella se decía: «Si me fuese posible, si tuviese solamente la dicha de tocar el borde de los vestidos de Jesús, quedaría curada»; y en efecto, al pasar Jesucristo, se arrojó a sus pies y sanó al instante (Math., IX, 20.). ¿Cuál fue la causa porque el Salvador fue a resucitar a Lázaro, muerto cuatro días antes?... Pues fue porque había sido recibido muchas veces en casa de aquel joven, con el cual le ligaba una amistad tan estrecha, que Jesús derramó lágrimas ante su sepulcro (Ioan., XI.). Unos le pedían la vida, otros la curación de su cuerpo enfermo, y nadie se marchaba sin ver conseguidos sus deseos. Ya podéis considerar cuán grande es su deseo de conceder lo que se le pide. ¿Qué abundancia de gracias nos concedes, cuando Él en persona viene a nuestro corazón, para morar en el durante el resto de nuestra vida?!Cuánta felicidad la del que recibe la Sagrada Eucaristía con buenas disposiciones! ... Quién podrá jamás comprender la dicha del cristiano que recibe a Jesús en su pecho, el cual desde entonces viene a convertirse en un pequeño cielo; él sólo es tan rico cómo toda la corte celestial.

Pero, me diréis, ¿por qué, pues, la mayor parte de los cristianos son tan insensibles e indiferentes a esa dicha hasta el punto de que la desprecian, y llegan a burlarse de los que ponen su felicidad en hacerse de ella participantes? -¡Ay!, Dios mío, ¿qué desgracia es comparable a la suya? Es que aquellos infelices jamás gustaron una gota de esa felicidad tan inefable. En efecto, ¡un hombre mortal, una criatura, alimentarse, saciarse de su Dios, convertirlo en su pan cotidiano! ¡Oh milagro de los milagros! ¡Amor de los amores! ... ¡Dicha de las dichas, ni aún conocida de los Ángeles!... ¡Dios mío! ¡Cuánta alegría la de un cristiano cuya fe le dice que, al levantarse de la Sagrada Mesa, llevase todo el cielo dentro de su corazón! ... ¡Dichosa morada la de tales cristianos!..., ¡Qué respeto deberán inspirarnos durante todo aquel día! ¡Tener en casa otro tabernáculo, en el cual habita el mismo Dios en cuerpo y alma! ... Pero, me dirá tal vez alguno, si es una dicha tan grande el comulgar, ¿porque la Iglesia nos manda comulgar solamente una vez al año? -Este precepto no se ha establecido para los buenos cristianos, sino para los tibios o indiferentes, a fin de atender a la salvación de su pobre alma. En los comienzos de la Iglesia, el mayor castigo que podía imponerse a los fieles era el privarlos de la dicha de comulgar; siempre que asistían a la Santa Misa, recibían también la Sagrada Comunión.


¡Dios mío!, ¿cómo pueden existir cristianos que permanezcan tres, cuatro, cinco y seis meses sin procurar a su pobre alma este celestial alimento? ¡La dejan morir de inanición! ... ¡Dios mío cuánta ceguera y cuánta desdicha la suya¡... ¡Teniendo a mano tantos remedios para curarla, y disponiendo de un alimento tan a propósito para conservarle la salud!... Reconozcámoslo con pena, de nada se le priva a un cuerpo que, tarde o temprano, ha de morir y ser pasto de gusanos y, en cambio, menospreciamos y tratamos con la mayor crueldad a un alma inmortal, creada a imagen de Dios... Previendo la Iglesia el abandono de muchos cristianos, abandono que los llevaría hasta perder de vista la salvación de sus pobres almas, confiando en que el temor del pecado les abriría los ojos, les impuso un precepto en virtud del cual debían comulgar tres veces al año: por Navidad, por Pascua y por Pentecostés. Pero, viendo más tarde que los fieles se volvían cada día más indiferentes, acabó por obligarlos a cercarse a su Dios sólo una vez al año. ¡Oh, Dios mío!, ¡que ceguera, que desdicha la de un cristiano que ha de ser compelido por la ley a buscar su felicidad! Así es que, aunque no tengáis en vuestra conciencia otro pecado que el de no cumplir con el precepto pascual, os habréis de condenar. Pero decirme, ¿qué provecho vais a sacar dejando que vuestra alma permanezca en un estado tan miserable?... Si hemos de dar crédito a vuestras palabras, estáis tranquilos y satisfechos; pero, decidme, ¿dónde podéis hallarla esa tranquilidad y satisfacción? ¿Será porque vuestra alma espera sólo el momento en que la muerte va a herirla para ser después arrastrada al infierno? ¿Será porque el demonio es vuestro dueño y Señor? ¡Dios mío!, ¡cuánta ceguera, cuánta desdicha la de aquellos que han perdido la fe! Además, ¿por qué ha establecido la Iglesia el uso del pan bendito, el cual se distribuye durante la Santa Misa, después de dignificado por la bendición? Si no lo sabéis, ahora os lo diré. Es para consuelo de los pecadores, y al mismo tiempo para llenarlos de confusión. Digo que es para consuelo de los pecadores, porque recibiendo aquel pan, que está bendecido, se hacen en alguna manera participantes de la dicha que cabe a los que reciben a Jesucristo, uniéndose a ellos por una fe vivísima y un ardiente deseo de recibir a Jesús. Pero es también para llenarlos de confusión: en efecto, si no está extinguida su fe, ¿qué confusión mayor que la de ver a un padre o a una madre, a un hermano o a una hermana, a un vecino o a una vecina, acercarse a la Sagrada Mesa, alimentarse con el Cuerpo adorable de Jesús, mientras ellos se privan a sí mismos de aquella dicha? ¡Dios mío y es tanto más triste, cuanto el pecador no penetra el alcance de dicha privación! : Todos los Santos Padres están contestes en reconocer que, al recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión, recibimos todo género de bendiciones para el tiempo y para la eternidad; en efecto, si pregunto a un niño: «¿Debemos tener ardientes deseos de comulgar?-Sí, Padre, me responderá. -Y ¿por qué?-Por los excelentes efectos que la comunión causa en nosotros. -Mas, ¿cuáles son estos efectos?-Y el me dirá: la Sagrada Comunión nos une íntimamente a Jesús, debilita nuestra inclinación al mal, aumenta en nosotros la vida de la gracia, y es para los que la reciben un comienzo y una prenda de vida eterna.»

CONTINUARA... 

LE DESTRONARON - Del liberalismo a la apostasía La tragedia conciliar.

CUARTA PARTE
UNA REVOLUCION
EN TIARA Y CAPA

CAPITULO XXIV
EL BANDIDAJE DEL VATICANO II


Es interesante el encontrar un precedente al Concilio Vaticano II, al menos en cuanto a los métodos allí utilizados por la minoría liberal activa, que rápidamente vino a ser mayoría. A este respecto, hay que mencionar al Concilio General de Efeso (año 449) bajo el nombre que le da el Papa San León I: “el bandidaje de Efeso”. Este Concilio fue presidido por un obispo ambicioso y sin escrúpulos: Dióscoro, quien, con la ayuda de sus monjes y de los soldados imperiales, ejerció una presión inaudita sobre los Padres del Concilio. Se negó a los legados del Papa la presidencia que ellos reclamaban; las cartas pontificales no fueron leídas. Este Concilio, que no fue ecuménico por esta razón, llegó a declarar ortodoxo al hereje Eutiques, quien sostenía el error del monofisismo (una sola naturaleza en Cristo). El Vaticano II fue, igualmente, un bandidaje, con la diferencia de que los Papas (Juan XXIII y luego Pablo VI), no obstante estar presentes, no opusieron resistencia, o apenas, al asalto de los liberales; más aún, favorecieron sus empresas. ¿Cómo fue posible esto? Declarando a este Concilio “pastoral” y no dogmático, haciendo hincapié en el aggiornamiento y el ecumenismo, estos Papas privaron de entrada al Concilio y a sí mismos de la intervención del carisma de la infalibilidad, que los habría preservado de todo error. En el presente capítulo mostraré tres de las maniobras del clan liberal, durante el Concilio Vaticano II.

Golpe de mano sobre las comisiones conciliares

El Pélerin Magazine del 22 de noviembre de 1985, relataba confidencias muy esclarecedoras del Card. Liénart a un periodista, Claude Beaufort, en 1972; acerca de la primera Congregación General del Concilio. Citaré in extenso este artículo intitulado: Le Cardinal Liénart: “Le Concile, l’Apothéose de ma Vie” [El Card. Liénart: “El Concilio, la Apoteosis de mi Vida”]. Me contentaré con agregar mis observaciones. “El 13 de octubre de 1962: el Concilio Vaticano II tiene su primera sesión de trabajo. El orden del día prevé que la Asamblea designe a los miembros de las Comisiones especializadas, llamadas para ayudarla en su tarea. Pero los 2300 Padres reunidos en la inmensa nave de San Pedro apenas si se conocían. ¿Pueden elegir, de entrada, equipos competentes? La Curia esquiva la dificultad: con los boletines de voto, se distribuyen las listas de las antiguas comisiones preparatorias constituidas por ella. La invitación a mantener los mismos equipos es clara...”

¿Qué más normal que volver a elegir para las comisiones conciliares a aquellas que, durante tres años, habían preparado aquellos textos irreprochables en el seno de las comisiones preparatorias? Pero, evidentemente, esta proposición no podía ser del agrado de los innovadores. “A la entrada de la Basílica, el Card. Liénart, fue informado de este procedimiento muy ambiguo por el Card. Lefebvre, arzobispo de Bourges. Los dos conocían la gran pusilanimidad de las comisiones preconciliares, su carácter muy romano y poco acomodado a la sensibilidad de la Iglesia Universal. Ellos temían que las mismas causas produjeran los mismos efectos. El obispo de Lille ocupa un escaño en el Consejo de Presidencia del Con-cilio. Esta posición, estima su interlocutor, le permite intervenir, oponerse a la maniobra, reclamar el tiempo necesario para que las Conferencias Episcopales puedan proponer candidaturas representativas.” Así que, los liberales temen a los teólogos y a los esquemas “romanos”. Para obtener comisiones de sensibilidad liberal, digámoslo, es preciso preparar nuevas listas que abarcarán a los miembros de la mafia liberal mundial: un poco de organización y para empezar, una primera intervención, lo lograrán.

“Ayudado por Mons. Garrone, el Card. Lefebvre, ha preparado un texto en latín. El lo pasa al Card. Liénart.” He aquí un texto ya preparado por el Card. Lefebvre, arzobispo de Bourges. Es decir que no hubo improvisación sino premeditación, digamos preparación, organización, entre cardenales de sensibilidad liberal.  “Diez años después, éste [el Card. Liénart] recordaba su estado de ánimo aquél día, en los términos siguientes:

– Me quedé sin respuesta. Ya sea que, convencido de que eso no era razonable, no decía nada y faltaba a mi deber; o bien hablaba. Nosotros no podíamos renunciar a nuestra función, que era la de elegir. Entonces tomé mi papel. Me incliné hacia el Card. Tisserant, quien estaba a mi lado y presidía y le dije: –Eminencia, no se puede votar. No es razonable, no nos conocemos. Le pido la palabra. El me respondió: –Es imposible, el orden del día no prevé ningún debate. Estamos reunidos simplemente para votar, yo no puedo darle la pala-bra. Yo le dije: –Entonces, voy a tomarla. Me levanté y temblando, leí mi hoja. Inmediata-mente, me di cuenta de que mi intervención respondía a la angustia de toda la asistencia. Aplaudieron. Luego, el Card. Frings, quien estaba un poco más lejos, se levantó y dijo lo mismo. Los aplausos se redoblaron. El Card. Tisserant propuso levantar la sesión y dar cuenta al Santo Padre. Todo esto había durado apenas veinte minutos. Los Padres salieron de la Basílica, lo que alarmó a los periodistas. Inventaron novelas: “Los obispos franceses se rebelan en el Concilio”, etc. No era una rebelión, era una sabia reflexión. Por mi rango, y las circunstancias, yo estaba obligado a hablar o renunciaba, ya que interiormente hubiera sido una dimisión.”  Saliendo del Aula conciliar, un obispo holandés expresaba sin rodeos su pensamiento y el de los obispos liberales, franceses y alemanes, diciendo a un sacerdote amigo que se encontraba a cierta distancia: “¡Nuestra primera victoria!”

El I.D.O.C. o el intox

Uno de los medios de presión más eficaces del clan liberal sobre el Concilio fue el I.D.O.C., Instituto de Documentación..., al servicio de las producciones de la inteligentia liberal, que inundó a los padres conciliares con textos innumerables. El I.D.O.C. declaró haber distribuido, hasta el final de la tercera sesión conciliar, más de cuatro millones de hojas. La organización y las producciones del I.D.O.C. correspondieron a la Conferencia Episcopal Holandesa, el financiamiento había sido asegurado, en parte, por el Padre Werenfried (por desgracia) y por el Card. Cushing, arzobispo de Boston en los Estados Unidos. El enorme secretariado se encontraba en la via dell'Amina en Roma.  De nuestro lado, obispos conservadores, habíamos tratado de contrarrestar esta influencia, gracias al Card. Larraona, que puso su secretariado a nuestra disposición. Teníamos máquinas de escribir y de mimeógrafo y algunas tres o cuatro personas. Fuimos muy activos, pero eso era insignificante en comparación con la organización del I.D.O.C. Algunos brasileños, miembros de la T.F.P., nos ayudaron con una abnegación inaudita, trabajan-do durante la noche mimeografiando los textos que entre cinco o seis obispos habíamos redactado, es decir, el comité directivo del Coetus Internationalis Patrum que yo había fun-dado con Mons. Carli, obispo de Segni, y Mons. de Proença Sigaud, arzobispo de Diamantina, en Brasil, 250 obispos se habían afiliado a nuestra organización.  Con el Padre V. A. Berto, mi teólogo particular, con los obispos antedichos y otros como Mons. de Castro Mayer y con algunos obispos españoles, redactamos esos textos que se imprimían durante la noche; y a la madrugada algunos de esos brasileños iban en auto a distribuir nuestras hojas por los hoteles, en los buzones de los Padres conciliares, como lo hacía el I.D.O.C. con una organización veinte veces superior a la nuestra. El I.D.O.C. y muchas otras organizaciones y reuniones de los liberales son la muestra de que hubo una conjura en este Concilio, preparada con antelación, desde hace años. Ellos supieron lo que debían hacer, cómo hacerlo y quién debía hacerlo. Lamentablemente este complot tuvo éxito, el Concilio fue intoxicado, en su gran mayoría, por el poder de la propaganda liberal.

Astucias de los redactores de los esquemas conciliares

Es cierto que, con los 250 Padres conciliares del Coetus, habíamos tratado, por todos los medios puestos a nuestra disposición, de impedir que los errores liberales aparecieran en los textos del Concilio y con eso pudimos, a pesar de todo, limitar los daños, cambiar algunas afirmaciones inexactas o peligrosas, agregar tal frase para rectificar una proposición tendenciosa, una expresión ambigua. Pero debo confesar que no hemos podido purificar al Concilio del espíritu liberal y modernista que impregnaba la mayoría de los esquemas. De hecho, los redactores eran precisamente los expertos y los Padres empapados de este espíritu. Ahora bien, ¿qué queréis?, cuando un documento está en todo su conjunto redactado con un espíritu falso, es prácticamente imposible expurgarlo de este espíritu; sería preciso volver a escribirlo completamente para darle un espíritu católico.

Lo que pudimos hacer, por los modi que presentamos, es agregar incisos en los esquemas y eso se ve muy bien; basta con comparar el primer esquema de la libertad religiosa con el quinto que fue redactado, ya que este documento se redactó cinco veces y otras tantas volvió al escenario, de este modo, a pesar de todo, logramos atenuar el subjetivismo que infestaba las primeras redacciones. Lo mismo para la Gaudium et Spes, se ven muy bien los párrafos que han sido agregados a petición nuestra y que están allí, yo diría, como piezas colocadas en un viejo vestido; eso no va con el conjunto; no existe más la lógica de la redacción primitiva; los agregados hechos para atenuar o contrarrestar las afirmaciones liberales, quedan allí como cuerpos extraños. No sólo nosotros, conservadores, hicimos agregar tales párrafos; el mismo Papa Pablo VI, vosotros lo sabéis, hizo agregar una Nota explicativa preliminar a la Constitución sobre la Iglesia, Lumen Gentium, para rectificar la falsa noción de colegialidad insinuada en el texto N° 22.

Pero lo molesto es que los mismos liberales hicieron lo mismo en los textos de los esquemas: afirmación de un error o de una ambigüedad, o de una orientación peligrosa, luego, inmediatamente, antes o después, la afirmación en sentido contrario, para tranquilizar a los padres conciliares conservadores. Así en la Constitución sobre la Liturgia, Sacrosanctum Concilium cuando escribieron: “podrá darse mayor cabida a la lengua vernácula” (N° 36, §2) y confiaron a las asambleas episcopales el cuidado de decidir si se adoptara o no la lengua vernácula (cf. N° 36, §3), los redactores de los textos abrieron la puerta a la supresión del latín en la liturgia. Pero, para atenuar esta pretensión, tuvieron cuidado primeramente; de escribir en el N° 36, §1: “Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular.” Tranquilizados por esta afirmación los padres se tragaron sin problemas las otras dos.


De igual manera, en la Declaración sobre la Libertad Religiosa Dignitatis Humanæ, cuyo último esquema había sido rechazado por numerosos padres, Pablo VI, hizo agregar un párrafo, diciendo en resumen: “Esta Declaración no contiene nada que sea contrario a la Tradición.”¡Pero, todo el contenido es contrario a la Tradición! Ahora bien, alguno dirá: –¡pero lea!, está escrito ¡no hay nada contrario a la Tradición! Sí, está escrito... ¡Pero eso no impide que todo sea contrario a la Tradición. Y esta frase fue agregada en el último minuto por el Papa, para forzar la mano de aquellos –en particular los obispos españoles– que se oponían a este esquema. Y de hecho, desgraciadamente, la maniobra tuvo éxito, y en lugar de 250 “no” no hubo más que, a causa de una pequeña frase: “No hay nada contrario a la Tradición.” En fin ¡seamos lógicos!, no cambiaron nada en el texto, es fácil pegar después una etiqueta y un certificado de inocencia! ¡Procedimiento inaudito! ¡Dejemos esos amaños y raterías y pasemos a hablar sobre el espíritu del concilio!

"CARTAS PASTORALES Y ESCRITOS por S.E. MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE"

Carta Pastoral Nº 27
LAS PERSECUCIONES 

“Coeferunt autem illum acusare, dicentes:
Hunc invenimus subvertentem gentem nostram
et dicentem se Christum regem esse(Lc. XXIII, 2)
(“Y comenzaron a acusarlo diciendo: he aquí un hombre que hemos encontrado que pervertía nuestra nación… y se decía ser rey y Cristo”). Lc. XXIII.

“Commovet populum docens per universam Judeam”

(“subleva al pueblo por la doctrina que difunde en toda Judea”). Lc. XXIII,  

En el momento en que nuestros compañeros belgas, permaneciendo en las regiones ocupadas por los Muletistas, sufren persecución, haciéndonos evocar el doloroso recuerdo de nuestros queridos sacerdotes masacrados en Kongolo, mientas que nuestros compañeros de Polonia sufren sin cesar una persecución que podría decirse científicamente organizada, y cuando en numerosos países los misioneros son objeto de vejaciones y amenazas de expulsión, es bueno reavivar en nosotros la fe en nuestra vocación, la convicción de que por nuestra profesión y con más razón por nuestro sacerdocio, debemos ser en todo semejantes a Nuestro Señor: “Pues a los que él tiene previstos, también los predestinó para que se hiciesen conformes a la imagen de su Hijo, por manera que sea el mismo Hijo el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos, VIII, 29).

Hemos sido elegidos de una manera totalmente particular para ser sus discípulos y apóstoles, ¿cómo extrañarnos que nos pida que llevemos la cruz que llevó, y que bebamos el cáliz que bebió? Es evidente a los ojos de la fe que los sufrimientos que soportan y soportarán nuestros sacerdotes, los ubican en una misma línea recta de conformidad y semejanza con Nuestro Señor.  A nuestros compañeros se los acusa de sublevar la población contra los jefes o los gobernan-tes. Nuestro Señor ha sido también acusado de eso: “hunc invenimus subvertentem gentem nostram” (San Lucas, XXIII, 2). A nuestros sacerdotes se los acusa de ser agentes del extranjero. Nuestro Señor ha sido acusado de pertenecer a otro reino, al servicio de una causa extranjera… “hunc invenimus dicentem se Christum regem esse” (San Lucas, XXIII, 2). “Non habemus regem, nisi Cæsarem” (San Juan, XIX, 15). Así será de todo cristiano, su bautismo lo hace ciudadano del reino de Dios, ciudadano de la Iglesia Romana, y es a causa de esta pertenencia que millones de cristianos han sido martirizados. Muchos habrían salvado la vida si hubieran aceptado renegar de esa filiación, de esa pertenencia. Pero les fue más querida que la pertenencia a la ciudad terrenal, aunque estén entre los mejores hijos de la tierra. ¡Se puede dudar del amor de Nuestro Señor por su patria terrenal, personificada en la Jerusalén que quiso tanto! Y sin embargo fue condenado como revolucionario y extranjero. Se toleraría a los católicos y a los misioneros católicos si aceptasen no pertenecer más a otro reino… Que los católicos formen iglesias cismáticas… iglesias únicamente sometidas a los gobiernos locales, las que serán toleradas y hasta subvencionadas, que ayudarán a los estados en sus fines políticos.

Nuestra condición de sacerdote católico, de cristiano católico y romano es tal, que nos pone, en todos los países no católicos y hasta a veces en los países con mayoría católica, en situación de extranjeros; si es verdad que queremos ser semejantes a Nuestro Señor, nuestro reino no debe ser de este mundo. Nuestro Señor ha designado a Pedro como su vicario aquí abajo; por nuestro bautismo somos hijos de Cristo y de su vicario, Obispo de Roma, nuevo motivo para ser condenados como extranjeros. Esa marca esencial del cristiano semejante en todo a Nuestro Señor no debe ser para nosotros una carga; al contrario, para nosotros será una prenda de nuestra ciudadanía del cielo, de esa verdadera y única patria cuyo nombre ciertamente vale la pena llevar, la patria permanente y definitiva. Pero no debe tampoco autorizarse una actitud de independencia exagerada e injustificada hacia los poderes legítimos, cualesquiera que sean.

Para completar estos pensamientos que tienen por fin fortalecer nuestra mente ante las pruebas y las persecuciones, debemos precisar que, si aparentemente las pruebas infringidas a todos los extranjeros de un país son las mismas, y que no se puede hablar de testimonio particular de parte de los misioneros, no se puede negar que el misionero perseguido lo es de hecho porque está presente en el país, y que el único motivo de su presencia es su fe en Nuestro Señor y en su Iglesia. Es imposible separar al misionero de sus convicciones y de los motivos de su misión. Se puede decir, en verdad, que no sería perseguido si no tuviera esa fe que lo llevó a esos lugares lejanos, y por esa misma razón, no se hubiera encontrado en el país donde se lo persigue, lo que no es el caso de los demás extranjeros. Si se tratara de tomar represalias legítimas por parte de los gobiernos por actos injustos cometidos contra ellos, no se podría hablar más de testimonio de la fe, la que no puede nunca hacer realizar actos de injusticia. Fuera de estos casos, es evidente que el misionero perseguido, ultrajado, muerto injustamente y únicamente por causa de su carácter de extranjero, lo ha sido a causa de su fe, que es el motivo profundo y permanente de ese carácter.

Las acusaciones que públicamente han sido hechas contra Nuestro Señor eran bien políticas: “pervierte al pueblo por su predicación, siembra la revolución y se convierte en enemigo del César, puesto que se dice rey; entonces, tiene otra pertenencia política”. Debe, pues, desaparecer. En conclusión, me parece muy legítimo y conforme a la tradición de la Iglesia, aplicarles a todos nuestros compañeros que sufren o sufrirán persecución en su país de misión, de una manera injusta, aún por el solo hecho de su origen extranjero, el título de mártir, en testimonio de su fe en Nuestro Señor en la Iglesia Católica.  Y esto se aplica con más razón a nuestros compañeros originarios de África o de otras regiones, que son también perseguidos por ser miembros de un cuerpo que aparece como extranjero a una nación por estar primeramente sometido a una autoridad espiritual representada por un extranjero para esa nación, el sucesor de Pedro, vicario de Nuestro Señor Jesucristo.

Tal es nuestra noble y hermosa condición de cristianos y de católicos, nuestra condición de discípulos y sacerdotes de Nuestro Señor. La sangre del misionero no puede derramarse más que como testimonio de su fe y de su pertenencia a Jesucristo, si quien se la hace derramar no ha sido provocado injustamente.
Mons. Marcel Lefebvre
(“Avisos del mes”, septiembre-octubre de 1964)

"Ite Missa Est"

29 DE ABRIL

SAN PEDRO de verona, MARTIR

Misa – Protexísti

Epístola – Sap; V, 1-5
Evangelio – San Juan; XV, 1-7

El héroe que la Santa Iglesia envía hoy a Jesús resucitado, combatió con tanta valentía que el martirio adornó hasta su nombre. El pueblo cristiano le llama San Pedro Mártir, de suerte que su nombre y su victoria no se separarán jamás. Inmolado por un brazo herético, es el tributo que la cristiandad del siglo XIII ofreció al Redentor. Nunca triunfo alguno fué celebrado con tan solemnes aclamaciones. En el siglo anterior la palma obtenida por Tomás de Cantorbery, fué saludada con alegría por los pueblos que nada amaban tanto como la libertad de la Iglesia; la obtenida por Pedro fué objeto de una ovación semejante. La fiesta se guardaba como las solemnidades antiguas, con la suspensión de trabajo, y los fieles acudían a las iglesias de los Hermanos Predicadores, llevando ramos que presentaban para que los bendijeran en recuerdo del triunfo de Pedro Mártir. Esta costumbre se ha conservado hasta nuestros días en Europa meridional, y los ramos bendecidos por los Dominicos ese día son considerados como una protección para las casas en que se conservan con respeto.

SAN PEDRO Y LA INQUISICIÓN. — ¿Por qué causa se inflamó el celo del pueblo cristiano por la memoria de esta víctima de un odioso atentado? Pedro había caído trabajando en defensa de la fe, y entonces a los pueblos nada les era tan querido como la fe. Pedro tenía la misión de buscar a los herejes maniqueos que desde hacía tiempo infectaban el Milanesado con sus doctrinas perversas y sus costumbres tan odiosas como sus doctrinas. Su firmeza, su integridad en el cumplimiento de tal misión, le hacían el blanco del odio de los Patarinos; y cuando cayó, víctima de su valor, un grito de admiración y reconocimiento se levantó en toda la cristiandad. Nada pues más lejos de la verdad, que las declamaciones de los enemigos de la Iglesia y de sus imprudentes fautores, contra las pesquisas que el derecho público de las naciones católicas había decretado para descubrir y castigar a los enemigos de la fe. En aquellos siglos, no había tribunal más popular que el encargado de proteger las sagradas creencias, y de reprimir a los que las atacaban. Goce, pues, la Orden de Predicadores, a quien particularmente le estaba encargada esta alta magistratura, goce sin orgullo pero también sin debilidad, del honor que tuvo de ejercerla durante tantos años, para bien del pueblo cristiano. ¡Cuántas veces sus miembros han hallado muerte gloriosa en el cumplimiento de su sagrado deber! San Pedro Mártir, es el primero de los mártires que esta Orden ha dado por esta causa; pero los fastos dominicanos cuentan con gran número de herederos de su abnegación y émulos de su corona. La persecución de los herejes no es sino un hecho de la historia; y a nosotros los católicos no nos está permitido juzgar de ella de distinto modo que juzga la Iglesia. Hoy nos manda honrar como mártir a uno de sus santos que halló la muerte saliendo al encuentro de los lobos, que amenazaban a las ovejas del Señor; ¿No seríamos culpables ante nuestra Madre si osáramos enjuiciar de otro modo que ella el mérito de los combates que merecieron a Pedro la corona inmortal? Lejos, pues, de nuestros corazones de católicos la cobardía que no se atreve a aceptar los esfuerzos de nuestros antepasados por conservarnos la herencia más preciosa. Lejos de nosotros esa facilidad pueril en creer las calumnias de los herejes y de los pretendidos filósofos contra una institución a la que ellos no pueden sino detestar. ¡Lejos de nosotros esa deplorable confusión de ideas que coloca en el mismo plano la verdad y el error y que, por lo mismo, que el error no tiene ningún derecho, osa concluir que la verdad nada tiene que reclamar!

VIDA. — Nació San Pedro en Verona en 1206, de padres herejes. Con la ayuda de la gracia, y las enseñanzas de un maestro católico, abrazó la fe católica desde su juventud. Siendo estudiante en Bolonia, lejos de dejar enfriar su fe, entró en la Orden de Predicadores, donde se distinguió en la práctica de las virtudes religiosas. Ordenado sacerdote, ejerció su ministerio en las provincias vecinas, haciendo muchos milagros y numerosas conversiones. En 1232, Gregorio IX le nombró Inquisidor general de la fe. Sus trabajos por extirpar la herejía le atrajeron el odio de los maniqueos. El 6 de abril de 1252, uno de ellos le asesinó cuando iba a Milán. Su cuerpo fué llevado a la iglesia de los Dominicos de Milán, y el año siguiente, Inocencio IV le inscribía en el católogo de los Santos.


PROTECCIÓN CONTRA EL ERROR. — Protector del pueblo cristiano, ¿qué otro móvil sino la caridad dirigió todos tus trabajos? ya sea que tu palabra viva y luminosa reconquiste las almas engañadas por el error, ya sea que caminando contra el enemigo, tu valor les obligue a huir lejos de los pastos que quisieran envenenar, nunca tuviste en vista otro objeto que el de preservar a los fieles de la seducción. ¡Cuántas almas sencillas habrían gozado de las delicias de la verdad divina, que la Santa Iglesia hacía llegar hasta ellas, y que engañados miserablemente por los predicadores del error, sin defensa contra el sofisma y la mentira, pierden el don de la fe, languidecen en la angustia y la depravación! La sociedad católica previno estos males. No podía sufrir que la herencia adquirida con el precio de la sangre de los mártires, fuese presa de enemigos envidiosos que se habían propuesto apoderarse de ella. Sabía que en el fondo del corazón del hombre caído existe cierta inclinación al error, y que la verdad, inmutable en sí, no está en segura posesión de nuestra inteligencia, sino en cuanto es protegida por la ciencia y por la fe: la ciencia, que pertenece al dominio de muy pocos, la fe, contra la cual conspiran constantemente el error, bajo las apariencias de la verdad. En las edades cristianas, se consideraba tan culpable como absurdo, conceder al error una libertad a la que sólo tiene derecho la verdad, los poderes públicos se consideraban en la obligación de velar por la salud de los débiles, apartando de ellos las ocasiones de caer, del mismo modo que un padre cuida de alejar a sus hijos de los peligros que les serían tanto más funestos cuanto su inexperiencia no los preveían.


AMOR DE LA FE. — Alcánzanos, oh Santo Mártir, estima mayor del don precioso de la fe, que nos conserva en el camino del cielo. Procura, solicita su conservación en nosotros y en todos los que nos están confiados. El amor de esta santa fe se ha enfriado en muchos; el trato con los que no creen les ha acostumbrado a concesiones de palabra y de pensamiento que los han debilitado. Tráelos, oh Pedro, a ese celo por la verdad divina que debe ser el distintivo del cristiano. Si en la sociedad en que vive, todo tiende a igualar los derechos del error y de la verdad, que se consideren tanto más obligados a profesar la verdad y a detestar el error. Reaviva en nosotros, oh Santo Mártir, el ardor de la fe, "sin la cual es imposible al hombre agradar'". Haz que seamos delicados en este punto de importancia capital para la salvación, para que, aumentando de día en día nuestra fe, merezcamos ver eternamente en el cielo lo que hayamos creído firmemente en la tierra.

jueves, 28 de abril de 2016

De quien se ríen los enemigos? De nosotros! - R.P Arturo Vargas


De quien se ríen los enemigos?
De nosotros!
(R.P. Arturo vargas)

Nuestra época está enferma: celebró en un instante de locura y de odio, sus nupcias con la sombra a la mitad de la noche que es la hora misteriosa del error y del mal, y hoy, al sentir que las garras afiladas de todas las crisis se clavan para despedazar carne y espíritu, vuelve en vano sus ojos angustiados a todos los oráculos que le dieron a beber el brebaje maldito. Y ha encontrado por todas partes charlatanes que disecan cuerpos y desarticulan pensamientos y almas, pero nadie ha podido entre sus maestros, decir el conjuro salvador.

He escogido este pasaje en especial por aplicarse con más exactitud a nuestros días. La humanidad entera es como un hombre en estado de coma, está consciente de todo lo que pasa, pero no puede moverse. Para quienes no tiene a Dios como referencia caen necesariamente en la desesperación, el delirio, la desilusión y, finalmente el suicidio, fin lamentable y misterioso a la vez, pero fiel consecuencia de su estado de coma.

Otros (son la mayoría) a quienes todo les parece bien, el mundo sigue su curso, la ciencia avanza, hay nuevos descubrimientos, nuevos hallazgos planetarios como materiales, pero en lo profundo de su ser el alma esta incomoda con tanta “calma” parece no creer y se revela una y otra vez ella quiere vivir también en su AMBITO ESPIRITUAL mas ni eso encuentra en quienes deben proporcionársela porque ellos se han alejado de Dios fuente prístina que rejuvenece al alma, vigor y vitalidad, pero lo han cambiado por los bienes materiales: “Me han desechado a mí que soy fuente de vida eterna, dice el Señor, y se han cavado cisternas rotas que no pueden contener el agua” tan hambriento esta quien camina por este sendero que aunque pida el pan ESPIRITUAL no le podrán dar porque “nadie da lo que no tiene y los encargados de ese ministerio NO LO TIENEN por más que repiquen las campanas. El fin de estos desafortunados es el mismo que los anteriores con una sola diferencia que aquellos matan su cuerpo y estos aun en vida matan su alma, pero el fin de ambos es la muerte eterna. Tienen estos la culpa si y no; si porque si quienes les dan el “pan espiritual” no les llena sino todo lo contrario se sienten más hambrientos, deben y tienen la obligación de buscar a los ministros del señor que realmente lo den. Y no; porque la comodidad del siglo los atrae poderosamente y, silenciando su razón, siguen por ese camino nefasto cuyo fin ya lo sabemos. En ambos casos se les suministra el brebaje maldito de la inercia y la impotencia que así mismos se han creado, por todo esto es que también sus cuerpos están en estado de coma.

Hay otros a los que quiero referirme no con el celo amargo que entorpece el apostolado y esteriliza la obra de Dios a tal grado que caen en el mismo estado de los otros aunque para llegar a el necesitan más tiempo, pero tarde o temprano caerán y no sé si se levantaran porque este es el estado más lamentable de los que, hasta ahora venimos comentando, LA TIBIEZA ESPIRITUAL signo inconfundible de la muerte eterna. Os contare una anécdota; Una mujer tenía dos jovencitas a su cargo, una era su hija y la otra sus sobrina, a ambas las “atendía” muy bien, pero su hija enfermo de anemia grave acudió al doctor, este al darle la noticia la madre se extrañó muchísimo, porque? Según ella, dijo al doctor, a las dos las alimentaba muy bien. El doctor le pregunto qué le daba a una y que a la otra, ella muy ingenua (este tipo de ingenuidades es muy malo) le dijo: “Cuando coso pollo con verduras a mi hija le doy la carne y a mi sobrina el caldo” del médico le pregunta y su sobrina, como esta? Muy bien de salud, contesto ella. Veis el error el problema no está en el cocido de pollo el en sí mismo es muy nutritivo, el problema está en la mujer. Así mismo el problema no está en quienes celebran la Misa de siempre sino en quien la celebra y asiste sin que se den cuenta o, lo que es peor, dándose cuenta.


Díganme ustedes, era igual la Misa celebrada por San Atanasio y la celebrada por Arrio el hereje fundador de la herejía Arriana? Si la respuesta es sí, yo diría como dice Santo Tomas de Aquino, “secunum quid”, es decir en si misma no existe ningún diferencia las dos son buenas, pero en cuanto a quien la celebra desgraciadamente si hay mucha diferencia porque la de San Atanasio esta en absoluta comunión con la VERDAD ABSOLUTA, pero no así la de Arrio quien, al renunciar a la Verdad Divina también afecto de manera drástica a las Misas que el celebro por no decir que, en su caso, fueron sacrílegas. Visto esto, cuál de las dos ofrece en abundancia la gracia derivada de cada Sacrificio de la Misa? De San Atanasio o la de Arrio? Vosotros sacad la conclusión. Dice Dom Garrigou Lagrange: : “Aquellos que han tratado de asistir a las clases de los maestros del pensamiento modernista con el fin de convertirlos, se han dejado convertir por ellos”. He aquí el gran peligro de la herejía modernista señalada por San Pio X en su Encíclica Pascendi Gregis, ¡he aquí el problema! El “secundum quid” de Santo Tomas. Nadie niega que no sean validas las Misas celebradas por los sacerdotes y congregaciones que conforman el dicasterio de Eclesia Dei, con sede en el actual Vaticano, como la San Pedro entre otras y actualmente la Fraternidad San Pio X, eso nunca se ha puesto en discusión, pero la situación cambia cuando quien la celebra (no todos y para saber si o no quiénes son esos “no todos” he aquí otro escollo) Porque al solapar, encubrir, adherir o participar ya sea MATERIAL O FORMALMENTE (la línea entre una y otra es muy sutil) es lógico que a la larga como dice Dom Garrigou Lagrange. “Se han dejado convertir por ellos” y al entrar en esta herejía moderna llamada MODERNISMO terminen contaminados y poniendo en riesgo de forma innecesaria sus vidas incluso para la eternidad, quieren realmente esto para ustedes como para sus hijos? No sería una locura dar a sus hijos escorpiones en lugar de pan? No es acaso un riesgo muy grande tomar y dar de beber cicuta ustedes y sus hijos aunque sea en pequeñas dosis? Y por desgracia no estáis haciendo algo peor al darles un PAN espiritual salpicado de herejía porque es eso lo que contamino a la Fraternidad y a las otras congregaciones que conservan lo exterior más por dentro se están infestando de herejía y de todas la peor. Pensad muy bien lo que estáis haciendo, ante Dios el día del juicio particular Él os pedirá cuenta estricta de esto, que le contestaran? Que no sabían? En ese momento ninguna excusa valdrá.

“Vuelve en vano sus ojos angustiados a todos los oráculos que le dieron a beber el brebaje maldito”. Y han encontrado por todas partes charlatanes que disecan cuerpos y desarticulan pensamientos y almas, pero nadie ha podido entre sus maestros, decir el conjuro salvador”.


Hay otros de cuyo nombre no quiero acordarme, como dice Cervantes Saavedra en su “Quijote de la mancha” porque, por un lado debo darles la razón pues ya lo dice el mártir cristero Anacleto Gonzales Flores: “Nuestra época está enferma: celebró en un instante de locura y de odio, sus nupcias con la sombra a la mitad de la noche que es la hora misteriosa del error y del mal, y hoy, al sentir que las garras afiladas de todas las crisis se clavan para despedazar carne y espíritu, vuelve en vano sus ojos angustiados a todos los oráculos que le dieron a beber el brebaje maldito”. Más claro no se puede definir la actual crisis de la Iglesia y de la humanidad entera, por ser la peor de las crisis que se han padecido en el devenir de los siglos y porque la cubre un manto al que muchos llaman “misterio de iniquidad”. Pero de aquí a que den oídos sordos a las palabras de San Pablo cuando advierte a su discípulo Tito: “Porque vendrán días en que no soportaran la sana doctrina sino que se buscaran maestros a granel que lisonjeen sus oídos” ¡Oh Brutus que has hecho! Dijo Julio Cesar a su hijo. “Porque estos, continua San Pablo, darán la espalda a Dios” simplemente a la VERDAD, Dios los deja y, que pasa? “Y ha encontrado por todas partes charlatanes que disecan cuerpos y desarticulan pensamientos y almas, pero nadie ha podido entre sus maestros, decir el conjuro salvador”. Anacleto Gonzales Flores escritos sueltos) Acaso no dijo nuestro Salvador: “Cuando oigáis decir, aquí está el Cristo, no aquí… No hagáis caso, porque se levantaran falsos Cristos y falsos profetas” Todos, en esta confusión terrible, somos teólogos aunque no sepamos en qué consiste esta ciencia Sagrada, otros filósofos, aunque no hayamos pisado la universidad, a la altura de un Aristóteles o grandes maestros como Anacleto Gonzales Flores, pero al final olvidamos que no somos nada e ignoramos las palabras de Jesucristo: “Sin mí no podéis hacer nada” somos unos pobres mortales, somos linternas apagadas y nos hemos apropiado de la VERDAD al pasar de un objetivismo a un subjetivismo aberrante en aras se decir LA VERDAD, que verdad? La tuya o la de Dios? esta es la razón profunda por la cual otros han atentado contra la unidad patrimonio exclusivo de la TRINIDAD AUGUSTA y contra la UNIDAD DE PERSONAS. ¿Cómo podemos decir que dirigimos a los pocos católicos cuando nuestras lámparas están apagadas? ¿Cómo podríamos orientar a los fieles verdaderos si hemos tomado nuestras balsas y nos hemos alejado del barco que es la Iglesia y remamos asía lo desconocido? Es por esto que nosotros mismos somos los que también colaboramos a intensificar este caos y de ello somos más responsables nosotros que los anteriores y somos como los fariseos y los modernistas, “ni entramos ni dejamos entrar”. Por lo tanto NO HACEMOS LA OBRA DE DIOS porque para ello es necesario desprendernos de nuestra propia soberbia, de nuestro propio yo y revestirnos del manto de la humildad y abrazarnos en el fuego de la divina caridad entonces podremos decir con el “Maistro” Anacleto: “Es indispensable poner en la obra inmensa de evangelizar a nuestra época, la particular, la levadura, que movida y fermentada por el dedo de Dios llene las alforjas vacías de nuestro siglo con el pan fuerte, vivo y salvador de la palabra eterna”.