29 DE
ABRIL
SAN PEDRO de verona, MARTIR
Misa – Protexísti
Epístola –
Sap; V, 1-5
Evangelio –
San Juan; XV, 1-7
El
héroe que la Santa Iglesia envía hoy a Jesús resucitado, combatió con tanta
valentía que el martirio adornó hasta su nombre. El pueblo cristiano le llama San Pedro Mártir, de
suerte que su nombre y su victoria no se separarán jamás. Inmolado por un brazo
herético, es el tributo que la cristiandad del siglo XIII ofreció al Redentor.
Nunca triunfo alguno fué celebrado con tan solemnes aclamaciones. En el siglo anterior
la palma obtenida por Tomás de Cantorbery, fué saludada con alegría por los
pueblos que nada amaban tanto como la libertad de la Iglesia; la obtenida por
Pedro fué objeto de una ovación semejante. La fiesta se guardaba como las
solemnidades antiguas, con la suspensión de trabajo, y los fieles acudían a las
iglesias de los Hermanos Predicadores, llevando ramos que presentaban para que
los bendijeran en recuerdo del triunfo de Pedro Mártir. Esta costumbre se ha conservado
hasta nuestros días en Europa meridional, y los ramos bendecidos por los
Dominicos ese día son considerados como una protección para las casas en que se
conservan con respeto.
SAN PEDRO Y LA INQUISICIÓN. — ¿Por qué causa se inflamó el celo del pueblo
cristiano por la memoria de esta víctima de un odioso atentado? Pedro había caído
trabajando en defensa de la fe, y entonces a los pueblos nada les era tan
querido como la fe. Pedro tenía la misión de buscar a los herejes maniqueos que
desde hacía tiempo infectaban el Milanesado con sus doctrinas perversas y sus costumbres
tan odiosas como sus doctrinas. Su firmeza, su integridad en el cumplimiento de
tal misión, le hacían el blanco del odio de los Patarinos; y cuando cayó,
víctima de su valor, un grito de admiración y reconocimiento se levantó en toda
la cristiandad. Nada pues más lejos de la verdad, que las declamaciones de los
enemigos de la Iglesia y de sus imprudentes fautores, contra las pesquisas que el
derecho público de las naciones católicas había decretado para descubrir y
castigar a los enemigos de la fe. En aquellos siglos, no había tribunal más popular
que el encargado de proteger las sagradas creencias, y de reprimir a los que
las atacaban. Goce, pues, la Orden de Predicadores, a quien particularmente le
estaba encargada esta alta magistratura, goce sin orgullo pero también sin debilidad,
del honor que tuvo de ejercerla durante tantos años, para bien del pueblo
cristiano. ¡Cuántas veces sus miembros han hallado muerte gloriosa en el cumplimiento
de su sagrado deber! San Pedro Mártir, es el primero de los mártires que esta
Orden ha dado por esta causa; pero los fastos dominicanos cuentan con gran número
de herederos de su abnegación y émulos de su corona. La persecución de los
herejes no es sino un hecho de la historia; y a nosotros los católicos no nos está
permitido juzgar de ella de distinto modo que juzga la Iglesia. Hoy nos manda
honrar como mártir a uno de sus santos que halló la muerte saliendo al
encuentro de los lobos, que amenazaban a las ovejas del Señor; ¿No
seríamos culpables ante nuestra Madre si osáramos enjuiciar de otro modo que
ella el mérito de los combates que merecieron a Pedro la corona inmortal? Lejos,
pues, de nuestros corazones de católicos la cobardía que no se atreve a aceptar
los esfuerzos de nuestros antepasados por conservarnos la herencia más
preciosa. Lejos de nosotros esa facilidad pueril en creer las calumnias de los
herejes y de los pretendidos filósofos contra una institución a la que ellos no
pueden sino detestar. ¡Lejos de nosotros esa deplorable confusión de ideas que
coloca en el mismo plano la verdad y el error y que, por lo mismo, que el error
no tiene ningún derecho, osa concluir que la verdad nada tiene que reclamar!
VIDA.
— Nació San Pedro en Verona en 1206, de padres
herejes. Con la ayuda de la gracia, y las enseñanzas de un maestro católico,
abrazó la fe católica desde su juventud. Siendo estudiante en Bolonia, lejos de
dejar enfriar su fe, entró en la Orden de Predicadores, donde se distinguió en
la práctica de las virtudes religiosas. Ordenado sacerdote, ejerció su ministerio
en las provincias vecinas, haciendo muchos milagros y numerosas conversiones.
En 1232, Gregorio IX le nombró Inquisidor
general de la fe. Sus trabajos por extirpar la herejía le atrajeron el odio de
los maniqueos. El 6 de abril de 1252,
uno de ellos le asesinó cuando iba a
Milán. Su cuerpo fué llevado a la iglesia de los Dominicos de Milán, y el año
siguiente, Inocencio IV le inscribía en el católogo de los Santos.
PROTECCIÓN CONTRA EL ERROR.
— Protector del pueblo cristiano, ¿qué otro móvil sino la caridad dirigió todos
tus trabajos? ya sea que tu palabra viva y luminosa reconquiste las almas engañadas
por el error, ya sea que caminando contra el enemigo, tu valor les obligue a huir
lejos de los pastos que quisieran envenenar, nunca tuviste en vista otro objeto
que el de preservar a los fieles de la seducción. ¡Cuántas almas sencillas habrían
gozado de las delicias de la verdad divina, que la Santa Iglesia hacía llegar hasta
ellas, y que engañados miserablemente por los predicadores del error, sin
defensa contra el sofisma y la mentira, pierden el don de la fe, languidecen en
la angustia y la depravación! La sociedad católica previno estos males. No podía
sufrir que la herencia adquirida con el precio de la sangre de los mártires,
fuese presa de enemigos envidiosos que se habían propuesto apoderarse de ella.
Sabía que en el fondo del corazón del hombre caído existe cierta inclinación al
error, y que la verdad, inmutable en sí, no está en segura posesión de nuestra
inteligencia, sino en cuanto es protegida por la ciencia y por la fe: la
ciencia, que pertenece al dominio de muy pocos, la fe, contra la cual conspiran
constantemente el error, bajo las apariencias de la verdad. En las edades
cristianas, se consideraba tan culpable como absurdo, conceder al error una
libertad a la que sólo tiene derecho la verdad, los poderes públicos se
consideraban en la obligación de velar por la salud de los débiles, apartando de
ellos las ocasiones de caer, del mismo modo que un padre cuida de alejar a sus
hijos de los peligros que les serían tanto más funestos cuanto su inexperiencia
no los preveían.
AMOR DE LA FE.
— Alcánzanos, oh Santo Mártir, estima mayor del don precioso de la fe, que nos
conserva en el camino del cielo. Procura, solicita su conservación en nosotros
y en todos los que nos están confiados. El amor de esta santa fe se ha enfriado
en muchos; el trato con los que no creen les ha acostumbrado a concesiones de palabra
y de pensamiento que los han debilitado. Tráelos, oh Pedro, a ese celo por la
verdad divina que debe ser el distintivo del cristiano. Si en la sociedad en
que vive, todo tiende a igualar los derechos del error y de la verdad, que se
consideren tanto más obligados a profesar la verdad y a detestar el error.
Reaviva en nosotros, oh Santo Mártir, el ardor de la fe, "sin la cual es imposible
al hombre agradar'". Haz que seamos delicados en este punto de importancia
capital para la salvación, para que, aumentando de día en día nuestra fe,
merezcamos ver eternamente en el cielo lo que hayamos creído firmemente en la
tierra.
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