martes, 29 de marzo de 2016

Memorias de de un mártir Cristero o “Entre las patas de los caballos”

Doctor Baltasar López
Con Jesús no les tememos
Ni a ministros ni a masones, ¡Uy jajay!,
Ni a los pujidos de Calles,
Ni a las muecas de Morones.
¡Uy jajay, qué risa me da!


Tales son los hechos, precisando lugar y fecha, que han sembrado el Pánico y el horror en estas regiones. .. En todo el Bajío ha causado gran sensación el asesinato del doctor Baltasar López, Los lamentos proclaman la crueldad de los esbirros que se encarnizan en la tarea abominable de los" procedimientos expeditaos", los que asesinan hombres de bien por sospecha, por una denuncia anónima, a veces por simples antipatías. Días después llegó a la ciudad de México el hijo del médico asesinado, quien venía huyendo, temeroso de correr suerte semejante.

Luis y yo hablamos con mi padre y por varios días se refugió en mi casa. Estaba destrozado por el dolor y la rabia impotente. Su obsesión era levantarse en armas para cooperar al establecimiento de un gobierno justo que castigara a los asesinos.  El nos contó cómo ya en el suelo se santiguó su padre y dijo:

"Muero por Cristo", lo cual fue visto por testigos presenciales del asesinato. Más de cuatro mil personas concurrieron a los funerales efectuados ante gran despliegue de tropas enviadas por el general callista Espinosa y Córdoba, quien a partir de esa fecha reforzó considerablemente los destacamentos militares en la región. 

XIII

LA CROM CELEBRÓ EL DÍA DEL TRABAJO en 1927 al estilo soviet. Sus agremiados desfilaron bajo la amenaza de la cláusula de exclusión, con cientos de banderas rojinegras, la mayor parte de ellas con la hoz y el martillo. Se cantó la Internacional y se lanzaron al espacio grandes globos con los colores rojo y negro y el escudo comunista. Por la noche organizaron bailes populares en las plazas públicas, los cuales se vieron en extremo desairados.

Las cárceles estaban pletóricas de católicos y se amenazó con dar muerte ese primero de mayo a "los curas y rezanderos" detenidos, simulando que era el pueblo quien obraba espontáneamente. Temiendo fueran ciertos esos rumores, una señorita que había logrado la confianza de los guardias de los sótanos en la Inspección de Policía, llevó a los presos la Sagrada Eucaristía dentro de una polvera y comulgaron por su propia mano, o de manos de algún sacerdote, cuando lo había en el separo correspondiente. Esto levantó el espíritu de los detenidos, quienes oraron luego en conjunto cantaron cantos religiosos que coreados en todos los sótanos se hicieron oír hasta la calle y conmovieron a quienes los escucha Los "sótanos de la Inspección", que sobrecogían de terror con solo nombrarlos, eran mazmorras húmedas, malsanas y sucias, donde peor tormento no lo constituían las incomodidades materiales, sino la promiscuidad y el hacinamiento de personas que no podían reunirse, en un ambiente infecto.

Sin embargo, aún había algo peor en materia de confinamiento y vejaciones: el penal de las Islas Marías, lugar de terror destinado a criminales empedernidos, a ladrones de oficio, a asesinos sentenciados. No se creyó que Calles se atreviera a deportar allá a los católicos, por lo que el estupor fue grande al enterarse la sociedad, por los diarios del 26 de mayo de 1927, de que habían sido deportados los primeros treinta y siete católicos. Excélsior informaba: FUERON DEPORTADOS AYER A LAS ISLAS MARÍAS 141 PENADOS. Entre ellos van 37 reos de delitos contra el orden público. Además de los rateros y malhechores que van a purgar sus crímenes trabajando en las Islas Marías, lejos de toda comunidad con sus semejantes, en la cuerda que partió ayer salieron quienes las autoridades policíacas han considerado comprometidos en actividades sediciosas, ya que han llegado a comprobar que, valiéndose de mil medios, estaban en correspondencia con algunos grupos de alzados, a los que proporcionaban elementos de guerra y datos sobre la movilización de fuerzas federales encargadas de perseguirlos.

Los detenidos en los sótanos de la Inspección fueron conducidos a la Penitenciaría, sin observar en el procedimiento ninguna de las formas legales prescritas, todo dentro del mayor sigilo, para evitar que familiares o amigos solicitaran la protección de la justicia, no obstante lo cual algunos lograron ampararlos; pero no fue respetado este máximo ordenamiento, por lo que, pasando sobre todo, el gobierno llevó a cabo su determinación. La madrugada del 25 de mayo los sacó de la prisión sin más que la ropa puesta y los condujeron a un tren de carga formado por carros-caja, que partió a las cuatro de la mañana, dejando a las familias de las víctimas sumidas en honda y amarga incertidumbre. Estos primeros católicos deportados estuvieron en el Penal del Pacífico del 29 de mayo al 24 de julio de 1927. Entonces, sin que aún sepamos a qué se debió, los pusieron en libertad, "obedeciendo un mandato urgente del gobierno".

El 31 de julio eran esperados en la ciudad de México y desde temprana hora una ansiosa y abigarrada muchedumbre llenaba los patios y andenes de la estación de Colonia. Muchas señoras y señoritas llevaban flores. La policía montada no tardó en hacer acto de presencia, y pronto Empezaron a surgir dificultades entre ésta y el pueblo, pues la gente durante la larga espera lanzaba vivas a los deportados, a Cristo Rey y a la Virgen de Guadalupe. Los policías recibieron orden de desalojar los andenes y el tumulto se inició. Llegaron refuerzos policíacos en camiones y se desató la batalla. Los ramos de flores servían a las damas para defenderse de los policías que a golpes de culata pretendían desalojarlas. Andaba yo enfrascado en la lucha cuando vi que subían a mi madre, a mi hermana y a otras personas a uno de los carros policíacos. Enardecido grité al grupo más aguerrido, formado por boleros, papeleras y estudiantes:

-¡A desinflar las llantas! -y corrimos a los camiones, que estaban mal protegidos, pues la mayor parte de los gendarmes andaban a caza de prisioneros o cumpliendo la orden de despeje. El montado que los guardaba se echó sobre nosotros y nos hizo retroceder a culatazos; pero mientras, por el otro lado, un bolero cortó las llantas con filoso puñal, e hizo correr al policía en su seguimiento. Aprovechamos el momento y sacamos violentamente del carro a mi madre, hermana y demás personas detenidas.

Nos escabullimos entre la multitud y tomamos un carro de alquiler y pedimos al conductor nos llevara a céntrica casa comercial, donde entramos por una puerta y salimos por otra, en previsión de que nos siguieran. A los católicos nos subieron a un carro-caja que había conducido carbón y se colocó en el techo parte de la escolta que nos custodiaba. El primer día nos dieron un pedazo de pan con carne y frijoles descompuestos que no pudimos comer. En la noche nos amarraron, advirtiéndonos el jefe de la escolta que había posibilidades de que los cristeros atacaran el tren tratando de libertarnos, pero que si eso ocurría tenía órdenes de matarnos a todos. El tren nunca se detuvo en lugares poblados, ni pudimos comunicarnos con alguien en todo el trayecto.

El domingo 29 llegamos a Manzanilla y nos embarcaron en el barco Progreso. A las nueve llegamos al muelle de la Isla María Madre, donde nos tuvieron hasta las doce del día. Nos condujeron después a la Barraca, que es una galera grande y vieja, construida de madera y en muy malas condiciones, pestilente, llena de chinches 'V otros insectos. Se nos ordenó desnudarnos y nos dejaron en calzoncillos. Nos quitaron todos los objetos de valor que llevábamos, medallas, rosarios, etc. Después, uno a uno, pasamos ante el Director del Penal, Barba González. No podíamos imaginarnos a dónde iban a mandarnos descalzos, sin sombrero y sin camisa. Con Pánico escuchamos los azotes que en otro cuarto daba el capataz porque no se desvestían pronto o por cualquier otro motivo. Los que entraban a desvestirse eran recibidos -a puntapiés y golpes. Los católicos fuimos los últimos en pasar revista, ya desnudos, siguiendo a los presos que antes habían salido hasta una pieza de unos cuatro metros de lado, oscura, húmeda, con muros de piedra y pavimento empedrado cubierto de lodo. La aglomeración producía un vapor asfixiante y nauseabundo. Estábamos en ayunas desde la víspera.

Así pasamos la noche, repegados unos a otros, sin cobijas ni ropa. A las cuatro de la mañana oímos el toque de diana y un capataz entró gritando: Arriba...Bribones, se acabó la buena vida. Nos formaron para pasar lista de presentes y nos llevaron al rancho, del que con trabajos comimos algo obligados por el hambre. Se nos ordenó pasar al baño, y aprovechamos para lavar nuestros calzones, única prenda de vestir que nos habían dejado. Después nos raparon por completo y nos dejaron la mañana libre. A las tres de la tarde nos llevaron a cargar adobes, cuyo peso era de 25 kilogramos cada uno. Debíamos acarrearlos de dos en dos, recorriendo una distancia de seiscientos metros a trote de coyote, como gritaban los capataces. Aquello fue algo terrible para nosotros los pobres penados. Sentíamos que íbamos a desfallecer, y no nos permitieron tomar agua, ni mucho menos descansar. Todo era tristeza, sufrimientos, angustia. Ya ni quien se acordara que había vivido como gente de buena sociedad, en el seno de una familia, perdimos desde entonces la noción de hombres; nos convertimos en parias, embrutecidos de fatiga y golpes. El preso que se atrevía a protestar o simplemente solicitaba clemencia, era tirado al suelo a golpes e insultado. A nosotros no nos bajaban de fifís fanáticos, hijos de tal y expresiones como la de «a ver si es lo mismo andar con curas que trabajar". Entre nosotros iban dos personas de mucha edad quienes, no pudiendo con los adobes al hombro, los llevaban cargados en la cintura; a todos se nos hacían llagas en los lugares donde apoyábamos la carga. Suspendieron el trabajo a las cinco de la tarde, cuando yo sentía que no podía más; pero al día siguiente fue peor.

A las cuatro de la mañana nos levantaron al toque de diana. Pensábamos que no podríamos dar paso de lo doloridos que estábamos, y de nuevo se nos puso a cargar adobes hasta las doce. Cuando terminamos de acarrearlos, a unos se nos mandó a componer un camino. Aquel trabajo fue peor, tanto que después suspiraba por la carga de los adobes como cosa más fácil. Se trataba de trabajar con zapapicos, palas y carretillas y levantar peñascos. N os obligaron a trabajar como allí lo acostumbraban, de las cuatro de la mañana a las seis de la tarde, sin mencionar los extras que diariamente se les ofrecen y a veces hasta en la noche. Otros de los católicos fueron destinados al desembarque de los vapores que llegaban a la Isla, lo cual era uno de los oficios más pesados, pues cada tercio pesaba cien o más kilogramos. Algunos más a hacer leña, cal o sal. Era el trabajo de las salinas un verdadero suplicio, a causa del cual varios quedaron casi ciegos por el reflejo del sol.

Al trabajo excesivo había que agregar el calor insoportable, el hambre devoradora, la falta de reposo, los moscos, chinches y toda clase de insectos voraces; la incertidumbre del tiempo que duraría la relegación, la posibilidad de contraer una enfermedad y que por falta de atención médica nos llevaran al panteón o al lazareto, como frecuentemente sucedía; la humillación, la tiranía absoluta, la censura de toda comunicación con el exterior. La tristeza era disipada a veces cantando, especialmente en las noches de luna, en las que nos sentábamos afuera de la barraca a conversar. Entonces comprendía que Dios estaba con nosotros. Otro motivo de mortificación lo constituía la asistencia obligada a conferencias antirreligiosas que periódicamente se daban a los penados " empleados del penal, en las que se insultaba y se hacía mofa descarada de todo lo más santo y querido para los católicos. La comida era miserable ración, propia de esclavos, nauseabunda, re pugnante, pero llegamos a desearla, convertidos como estábamos en verdaderos animales. Otro de los sufrimientos de aquellos lugares es la clase de compañeros de prisión, ya que allí son llevados los individuos más degenerados de la sociedad, los malhechores que no es posible soportar en el país aun cuando la mayor parte nos trató con especiales consideraciones por ser los católicos. Salí para Guadalajara con el propósito de fundar la Federación de Estudiantes Católicos de Jalisco. Nuestra protesta por la supresión de los Crucifijos en las escuelas había sido acogida con entusiasmo por el gremio estudiantil de ese Estado, del que recibimos repetidas invitaciones para ir a formalizar la constitución de sociedades de alumnos en todas las escuelas. El Comité Confederal puso en mis manos un boleto de ferrocarril de segunda clase y veinticinco pesos para gastos. En la estación estuvieron a recibirme algunos universitarios y señoritas normalistas, quienes extremaron sus atenciones conmigo.

Asistí a numerosas asambleas y reuniones, en las cuales me pidieron les dirigiera la palabra. Aproveche la ocasión para darles a conocer las palabras de aliento y la bendición que el Papa nos dedicó en el Consistorio Secreto Solemne del 20 de diciembre de 1926, quien al referirse a nuestra patria dijo: Las noticias que nos acaban de llegar nos dicen que la persecución se hace cada vez más feroz y más impía, arrojándose a los venerables Prelados de sus diócesis, concentrando, encarcelando y asesinando a virtuosos sacerdotes, haciendo sangriento estrago entre los fieles inermes que se reunían a orar en un venerado Santuario de la Virgen Santísima; profanando el Augusto Sacramento, arrancando la imagen de Cristo Señor y Redentor, de las escuelas mismas privadas, a despecho de las nobles protestas de los jóvenes estudiantes, a quienes con indecible afecto, de nuestro corazón de padre, aplaudimos y enviamos nuestra bendición... la persecución hace largos meses predomina con ferocidad e impiedad inhumanas, derribando y pisoteando, tal como dice San Pablo que lo hará el último emisario de Satanás, "todo lo que lleva el nombre de Dios, y todo lo que lo venerado", conmoviendo y sacudiendo a un pueblo noble y generoso como si fuese una turba de esclavos o de malhechores, después de haberle ofendido en sus sentimientos más íntimos y sagrados; y todo esto con el ridículo pretexto de una ley, que de ley no tiene sino el nombre, desde el momento que está en oposición con todo derecho divino y humano, En medio de estos actos repugnantes y tristes, i qué hermosa y admirable aparece la actitud de los católicos perseguidos por todo aquel generoso y atribulado país! ¡Arzobispos y Obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, ricos y pobres, hombres y mujeres, adultos y jóvenes y hasta niños y niñas en los primeros albores de la vida, dan desde hace algunos meses un espectáculo que es digno de la admiración de todos los hombres que tengan luz en la mente y vida en el corazón y digno de la admiración de los mismos ángeles del cielo!

El que el Santo Padre se refiriera concretamente a nuestras actividades y nos bendijera "con indecible afecto", nos llenó de júbilo y contribuyó grandemente al auge de la Confederación de Estudiantes Católicos de México, cuya influencia se hacía 'ya sentir vigorosamente, alentada por la viril y entusiasta postura de Don Ramón," nuestro asesor eclesiástico. Las muchachas de la Normal me bautizaron como el señor de la silla, por la de alto respaldo, afelpado asiento y solemnes brazos, que habían dispuesto para mí. Una de ellas habló en términos tan elogiosos y vehementes al presentarme y fue tal la aclamación con que me acogieron, que en mi vida me vi tan cortado y comprometido, ni sé de qué les hablé por espacio de media hora; pero acabamos muy amigos. Tuvo gran éxito su sociedad, pues agruparon en ella a la mayor parte de las futuras maestras, educadas precisamente en la escuela oficial.

Terminadas las formalidades de la Junta siguió la charla viva y alegre. Me acosaban a preguntas; me contaron sus aventuras en la persecución, a la que hacían frente con un espíritu y valor admirables. Algunas pertenecían a una agrupación llamada Brigadas de Santa Juana de Arco, cuya principal misión era prestar auxilios a los levantados en armas; fueron varias las que con orgullo manifestaron que sus novios o hermanos estaban peleando en el Ejército Libertador. Daba gusto oírlas; pocas veces había visto concierto más completo entre la idea y el movimiento expresivo. Sus respuestas y comentarios eran ágiles, precisos y a veces llenos de sana picardía. Cuando me referían sus actividades sediciosas pregunté a Carmen, la novel presidenta, si la policía no se daba cuenta de su labor.

-¡No! -contestó la aludida-, la policía de aquí es como la flauta, sólo que le soplen toca.
A otra, muy graciosa y ocurrente, le pregunté si tenía novio y respondió:

-¿Cómo quiere? ¡Pobre de mí, estoy como escopeta cargada y en un rincón!

-Porque quiere -dijo Carmen-, pues hay quien bien le ruega.

-Será, pues, pero quiero a uno a mi medida. El es del asfalto p'allá, y yo... del empedrado p'acá.

Para terminar aquella memorable reunión cantaron entusiasmadas un corrido muy en boga, y cuyas estrofas decían más o menos:

Quieren quitarnos a Cristo Hasta de nuestras escuelas, ¡Uy jajay!

Díganle al señor ministro Que antes nos saca las muelas. ¡Uy jajay, qué risa me da!

Los cuicos andan muy listos Por sorprendemos en misa, ¡Uy jajay!, y cuando de ella venimos

Nos atacamos de risa. ¡Uy jajay, qué risa me da!
El boycot no ha dado chispa,
Ridículo lo han llamado, ¡Uy jajay!,
¡Seguro por la bonanza,
¡Doce cines han cerrado! ¡Uy jajay, qué risa me da!
Con Jesús no les tememos
Ni a ministros ni a masones, ¡Uy jajay!,
Ni a los pujidos de Calles,

Ni a las muecas de Morones. ¡Uy jajay, qué risa me da!

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