EL
REENCUENTRO
(PRIMERA PARTE)
A mediados del mes de diciembre de
1977, el frío y las lluvias azotaban con inclemencia la región del sur de
Jalisco, las nevadas caídas en la cumbre del Nevado de Colima la dejaron
blanca esperando a aquellos que quisieran jugar con su blanco adorno. Esa tarde
del 17, el sol lentamente se ocultaba tras la montaña, sus últimos rayos
iluminaban su cima dándole un colorido bello y agradable. El cielo lucía su
manto azul, una tranquilidad apacible reinaba en el lugar, la naturaleza parecía
dormida al abrigo de la montaña. Lamentablemente esta tranquilidad fue
interrumpida por quince jóvenes que, deseosos de aventuras, se acercaban al pie
de ella entre bromas y risas, con la intención de escalarla. Lo harían esa
noche como lo habían planeado. Gruesos abrigos los resguardarían del frío
nocturno y las linternas les facilitarían el ascenso. Todos, bajo la dirección
del guía, emprendieron su ansiada aventura.
Las primeras horas de la noche pasaron con su habitual
tranquilidad, cerca de la media noche un viento gélido y suave comenzó a soplar
moviendo las ramas de los pinos y producían un suave murmullo. Para el guía
este viento no auguraba cosas buenas. Temiendo una tormenta, aconsejó apresurar
el paso con el fin de llegar a un refugio cercano. Los jóvenes no tomaron en
serio dicho consejo porque, en medio de aquella espesa oscuridad, el cielo se
veía profusamente tachonado de estrellas y no se vislumbraba indicio alguno de
tormenta. Conforme pasaba el tiempo el viento aumentaba su intensidad y, poco a
poco, el cielo estrellado se cubría de nubes: el guía tenía razón. A la cuarta
hora de camino el cielo amenazaba con dejar caer de un momento a otro, su
torrencial lluvia sobre la montaña. El susurro de los pinos se convirtió en un
ensordecedor ruido, el viento dificultaba mucho la caminata. Un fuerte rayo
cayó a pocos pasos de donde estaban ellos, derribando un pino de gran tamaño.
Se quedaron atónitos sin saber qué hacer, pues nunca les había sucedido algo
semejante. La voz decidida y enérgica del guía los sacó de su aturdimiento;
pero la temida tormenta se hizo presente. Bajaron sus mochilas y sacaron los
impermeables para protegerse de la lluvia cuando otro rayo, con su claridad,
les mostró una pendiente muy peligrosa conocida por los lugareños como el
espinazo del diablo, famosa por sus derrumbes. Los jóvenes horrorizados
quedaron como petrificados. El guía, ante esta inesperada situación, se
movilizó rápidamente y entre gritos y empellones quería alejarlos de aquel
peligroso lugar. Un tercer rayo desprendió una gran cantidad de tierra
armando una impresionante avalancha que todo lo arrasaba a su paso. Ante
este inminente peligro los jóvenes corrieron pero, por desgracia, uno de ellos
no alcanzó a librarse de ella siendo arrastrado cuesta abajo. Los demás, llenos
de espanto y desesperación vieron, cómo desaparecía en medio de la fuerte
lluvia y la densa oscuridad. Varios quisieron ir en su busca, pero el guía los
disuadió diciéndoles.
__ ¿Están locos? Ni se
les ocurra salir. Uds. no saben lo peligrosa de esa pendiente, no se desesperen
y tomemos las cosas con calma. Por ahora conviene buscar un lugar donde pasar
la noche y mañana temprano lo buscaremos.
Uno de ellos,
muy nervioso y fuera de sí, lo increpo:
__Si Ud.
conocía este lugar ¿por qué no nos lo advirtió?
El guía lo miró
y le contesto con voz serena:
__No sé si Ud. recuerda cuando les dije que
apresuraran el paso; Uds. lo tomaron a broma; ahora miren las consecuencias. Todos,
con el corazón lleno de tristeza y dolor, caminaron en silencio tras el guía.
No lejos de la pendiente encontraron un refugio improvisado, lo acondicionaron
y procuraron descansar pero era imposible conciliar el sueño ante la ausencia
del compañero. ¿Qué les dirían a sus padres cuando regresaran a Guadalajara?
Esas y otras tantas cosas pasaban por sus mentes. Ignacio se acercó al guía.
--Disculpe
¿existen posibilidades de salvación para Antonio?
El guía con
rostro serio pero resignado respondió:
--Ud. ¿cree en
Dios?
– Antes no creía; pero desde esta noche sí
creo en Él.
--Pues solo un
milagro puede salvar a su amigo porque la avalancha lo habrá envuelto entre
palos y piedras arrastrándolo cuesta abajo y las probabilidades son muy
remotas. Solo nos queda esperar en un milagro; rece para que suceda. Por esta
noche haga lo posible para dormir, mañana iniciaremos su búsqueda.
El guía tenía
razón; solamente un milagro podría salvarlo porque la avalancha lo arrastró
como unos veinte metros cuesta abajo, dejándolo en medio de unos matorrales,
totalmente inconsciente al lado de una vereda. Un joven, de tez blanca, curtido
y de mediana estatura, pasaba por allí y le llamó la atención un bulto negro
que se encontraba en medio del matorral.
Removió las ramas, acercó su farol, era un joven. Se apresuró a sacarlo
lo tomó en sus brazos y lo condujo hasta una cueva no muy distante de allí. Le
miró detenidamente; su rostro estaba pálido, sus labios blancos, sus pupilas
dilatadas todo cubierto de sangre por las heridas y rasguños; su estado era
triste y lamentable, le tomó el pulso y acercó su oído al pecho percibiendo los
latidos débiles de su corazón. Por fortuna no tenía ningún hueso roto; lo
despojó de sus ropas destrozadas y mojadas y lo cubrió con su grueso sarape,
extrajo de su morral un frasco de aguardiente y, en un trapo limpio, vació
parte de su contenido limpiando su cuerpo, sacó otro frasco con linimento, hecho
parte de su contenido en sus manos y frotó los miembros del joven para hacerlos
entrar en calor. Poco a poco el cuerpo empezó a reaccinar minutos más tarde el joven
abrió los ojos. Su vista recorrió la cueva iluminada por el farol. Preguntó:
--- ¿Dónde
estoy? ¿Quién es Ud.?
El aludido
contestó:
--En este
momento poco importa saber quién soy y dónde estás. Toma un poco de café y dale
gracias a Dios porque estás vivo. En todo caso sería yo quién debería
preguntarte quien eres y qué haces por estos lugares. Ante esta pregunta se
quedó pensando unos instantes luego contestó:
– En verdad no lo sé.
--Por tu acento
no eres de por aquí y, si no me equivoco vienes de Guadalajara.
-- ¿De
Guadalajara? Sí es verdad soy de allá.
-- ¿Sabes cómo
te llamas, en qué año naciste y el año en qué estamos?
--Me llamo
Antonio, nací en 1960 y estamos en 1977. Bueno, ya he contestado a tus
preguntas; ahora quisiera saber cómo te llamas.
--Por lo visto
no te das por vencido; mi nombre es Angel María.
--Angel María,
no sé cómo agradecerte todo cuanto has hecho por mí, sin tu ayuda de seguro
habría muerto.
Trato de incorporarse, pero no pudo. Angel
María le dijo:
-- Sigo en lo
dicho, eres cabeza dura, ¿a quién se le ocurre semejante tontería después de la
paliza que te propinó la avalancha?
-- ¿La
avalancha? Es verdad pero cómo sucedió aún no lo recuerdo y ¿dónde estoy?
-- Antonio, en
pocas palabras te diría donde estas; pero debido a su importancia ahondare un
poco. Hace muchos años unos hombres hicieron todo lo posible para que Dios
Ntro. Señor se ausentara de sus templos, de sus altares, de los hogares
católicos, pero otros hombres hicieron todo cuanto estaba de su parte para que
El volviera de nuevo; esos hombres no vieron la superioridad del gobierno en
soldados, en dinero y armamento, sintieron la necesidad imperante de defender a
su Dios, a su religión y a la Santa Iglesia y no les importó dejar sus casas,
sus padres, esposas, hijos y todo cuanto tenían; se fueron a los campos de
batalla en busca de su Dios. De esto es testigo este Nevado de Colima con sus
pinos, veredas y caminos. Le hablaron a su Dios con el santo nombre de ¡Viva
Cristo Rey! ¡Viva la Santísima Virgen de Guadalupe! ¡Viva México! Entrando en
fieros y desiguales combates contra el enemigo que, en su rabiosa impotencia,
contestaba con un escalofriante grito de ¡viva Satanás! Después de varias horas
de cerrado combate los cristeros los hacían huir con la cola entre las patas.
Estos hombres regaron el suelo con su sangre y, no contentos con eso, dieron
sus propias vidas para que Dios volviera otra vez. Y viendo El al ver como le
buscaban se dignó venir a sus templos, a sus altares y a sus hogares. Ahora
sabes dónde estás.
Mientras Angel
María hablaba, Antonio sintió algo inexplicable en su alma y trémulo de emoción
con tristeza y lágrimas en los ojos expresó:
--No soy digno
de estar aquí ni tampoco soy digno de escuchar todo cuanto me has dicho.
Comparado a esos valerosos hombres soy solo una piltrafa humana.
Ante la sentida
confesión de Antonio, Angel María dijo:
--- ¿Por qué
dices eso? ¿Tus padres no son católicos como ellos? Tú mismo ¿no eres católico?
Con profundo
dolor contesto:
--- Mis padres
son buenos católicos y no los merezco, ni tampoco merezco el nombre de católico
porque cuando debí defender la fe actué como un cobarde
– Hizo una
pausa y continuó- Angel María, no quisiera seguir hablando de este tema pero tu
persona me inspira una confianza muy especial; te contare todo pues de no
hacerlo estallaré.
--- Agradezco
tu confianza y te ayudaré cuanto pueda.
--- Mis padres
no escatimaron esfuerzo ni perdieron tiempo para instruirme en los primeros
rudimentos de la fe, consciente de la importancia que tenía consolidar en mi
alma, los recibí con agrado correspondiendo a sus esfuerzos. Fui creciendo y el
medio ambiente que me rodeaba fuera de casa, sobre todo en la escuela
secundaria, fue arrancando lentamente de mi alma ese depósito sagrado; el
indiferentismo religioso, la frialdad, el materialismo ateo y otras corrientes
contrarias a la religión, como hienas hambrientas, se lanzaron contra mí
amenazando devorarme o cuando menos confundirme. A ellos se unió el ataque
sistemático de algunos profesores racionalistas y ateos; además, en mis
compañeros no encontré apoyo alguno, al contrario, veía con lástima, cómo ellos
también se amoldaban a las corrientes anticatólicas. Primero sentí pena y luego
vergüenza y, poco a poco, me fui alejando de las prácticas religiosas
originándose en mi interior una crisis de fe, crisis que se acentúa cada vez
más y espiritualmente me tiene muy mal. Cuando me enteré de que mis compañeros
querían hacer una excursión a esta montaña me anoté pensando que quizá la
soledad y la tranquilidad, con la ayuda de Dios, me ayudarían a reencontrar el
camino y el retorno a la religión.
--- Y ¿cuáles son los temas
principales de tu crisis espiritual?
--- La existencia de Dios, el origen
de la creación, el origen mesiánico de Jesucristo, su misión redentora y la
virginidad de la Virgen María, entre otros.
--- Mira, Antonio, ampliamente podría
explicarte cada uno de ellos, pero nos haría falta tiempo y no los agotaríamos.
¿Tus padres te hablaron alguna vez de las Sagradas Escrituras?
--- Sí, y de vez en cuando me leían
algunas historias, pero por desgracia yo nunca las he leído.
--- Bueno
basándome en ellas trataré de contestar a tus dudas.
Angel María comenzó a exponerle con sublimidad
y profundidad, pero con sencillez, la doctrina católica. Empezó por el libro
del Génesis le relato la creación del mundo terminando con la creación del
hombre y la mujer e interpretando correctamente cada punto según las normas de
la exégesis católica, se detuvo un poco en el pecado de Adán, el castigo y la
promesa del Redentor o Mesías. Luego pasó a los profetas, comentando el pasaje
donde Isaías habla de la virgen que dará a luz un hijo a quien pondrá por
nombre Emanuel que quiere decir “Dios con nosotros” y al relato de la pasión de
Jesucristo, demostrándole cómo todo, desde la creación hasta la venida de
Jesucristo, se cumplió en Él. Finalmente le expuso la sublimidad de Su doctrina
resumida en esas hermosas ocho bienaventuranzas terminando su exposición en Su
pasión y muerte. Explayándose, con lujo de detalles, en su dolorosa pasión y
apacible muerte en la cruz. Mientras Angel María le explicaba todo esto,
Antonio sintió cómo se desvanecían las dudas de su corazón y se alejaban las
tinieblas del error ante la claridad divina que emanaba de las palabras de su
compañero. Una gran paz y un gozo muy particular invadieron su corazón, la
arcilla ya estaba casi lista, sólo faltaba que el divino alfarero terminara de
moldearla y perfeccionarla. Con una emoción indescriptible le agradeció todo lo
que hizo para reencontrarse con Dios, Angel María contestó:
---No es a mí a
quien debes agradecer sino a Dios Nuestro Señor de quién solamente he sido su
instrumento.
--- Su bondad y
su misericordia- dijo Antonio- son muy grandes. Él conocía la situación de mi
alma sus angustias y las luchas que padecía pero también sabía que lo buscaba
con ansiedad y que tarde o temprano lo encontraría.
__Porque
buscabas fuera a quien está dentro de tu corazón.
---No entiendo.
---Es muy
sencillo: Dios Nuestro Señor nunca se fue de tu corazón y si no dime ¿quién,
desde lo más íntimo de tu alma, te dio fortaleza para que no claudicaras
definitivamente en la fe? ¿Quién mantuvo la llama de la esperanza a pesar de
las grandes tempestades suscitadas por el demonio contra tu alma con el fin de
apagarla? ¿Quién buscó el día, la hora y las circunstancias providenciales para
este encuentro entre el Padre y el hijo? Todo esto lo hizo nuestro buen Padre
Dios desde el último reducto de tu corazón al cual el demonio nunca tuvo
acceso. ¿Has entendido él porque de mi pregunta?
—Comprendo.
--Bueno, basta por ahora trata de dormir un poco.
Antonio cerró los ojos
meditando en todo cuanto le había dicho su compañero. De buena gana se hubiera
quedado toda la noche: motivos no le faltaban para desvelarse, pero vencido por
el cansancio se quedó profundamente dormido. No habría trancurrido ni media
hora cuando Angel María lo despertó diciendo:...
CONTINUA...
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