viernes, 11 de marzo de 2016

DESCENDIMIENTO DE CRISTO A LOS INFIERNOS - Santo Tomás de Aquino

 Sentido de este artículo de fe.

Empecemos por notar que los autores sagrados, siguiendo las concepciones físicas de los antiguos, así como ponen la morada de Dios en La más alta esfera de los cielos, en la que después se llamó el cielo empíreo, así ponen la morada de los muertos, los infiernos, en el centro de la tierra. La teología ha renunciado a estas concepciones, que la ciencia demostró no ser conformes con la verdad. Dios está en todas partes o no está en ninguna. Los ángeles y Ias almas de los santos tienen el cielo, donde Dios se les revelo. Jesucristo, la Virgen María y Ios otros santos, después de la resurrección, llevan el cielo consigo mismos y es muy accidental para ellos este o el otro lugar. Pero, en fin, parece que éstos deben ocupar alguno. Cuál sea éste, la teología confiesa hoy ignorarlo. Otro tanto hemos de decir de los infiernos, esto es, de los diferentes lugares en que, según sus diversos estados, debían hallarse las almas de los muertos. Todavía los verbos subir y bajar tienen en nuestro caso un sentido más hondo. Subir es elevarse a Dios, que es lo más alto; bajar es alejarse de Él. Siendo Dios luz y vida, su moreda se ha de hallar en lo más alto de los cielos, mientras que la morada de los muertos se ha de hallar en el polo opuesto.

Esto supuesto, volvamos la consideración a Jesucristo. Según In ciencia teológica, había en su alma como dos estancias: la una, superior, en que gozaba de la visión beatifica, y por ella era comprehensor; la otra, inferior, en que comunicaba con los hombres, y por esto era viador. Es éste un misterio de la vida del Salvador, exigido por la economía de la redención. Muerto Jesús y consumada con su muerte la obra de la redención, desapareció esa división del alma de Jesús, que quedó plenamente glorificada (q.54 a.e e). El lugar en que ella estaba no era otro que Dios, que es el verdadero cielo de las almas, según San Agustín. En virtud de la misma muerte del Redentor, las almas de los muertos que estaban unidas a El por la esperanza y la caridad y purificadas de sus imperfecciones, recibieron el fruto pleno de la redención, es decir, la gloria divina, el paraíso prometido al ladrón. Dondequiera que estuvieran, vivían ya en Dios, que era su cielo. No hemos de concebir las cosas divinas al modo de las humanas, no obstante que los autores sagrados y nosotros tengamos que valernos de imágenes sensibles para expresar nuestras ideas sobre las realidades sobrenaturales.

El artículo, pues, de que tratamos, no significa en el fondo otra cosa que la universalidad de la redención de Jesucristo, que alcanza así a los que fueron antes de Él como a los que fueron o serán después de Él. Una condición se les exige, la fe implícita o explícita en el Redentor y una vida en consonancia con esa fe. El alma bienaventurada del Señor debía esperar el momento señalado para unirse con su cuerpo. ¿En dónde se halla entonces? Por de pronto en Dios, que la beatificaba. ¿Y las almas de los justos? También en Dios. Y en algún otro lugar? Misterio de Dios. Pero una cosa parece obvia, que el alma del Señor, una vez separada del cuerpo, fue a juntarse con las almas de los muertos, fue a visitarles y llevar les la nueva de su redención. Esto significará la expresión descendió a los infiernos.

Después de la resurrección, el Señor continuó comunicándose con los discípulos hasta el día de su ascensión, ¿Dónde se hallaba el tiempo en que estaba ausente de los discípulos? Siempre en Dios, que lo beatificaba en el alma y en el cuerpo, ¿En qué otro lugar? También lo ignoramos, y las almas de los justos, plenamente bienaventuradas, ¿vivían en algún otro lugar, además del que tenían en Dios? No podemos concebirlas separadas de Jesucristo, su Redentor; pero, fuera de esto, nada podemos decir. En suma, qué el artículo de la fe "descendió a los infiernos» significa que también a los justos de la antigua alianza les alcanzó el fruto de la redención y que lo recibieron luego de muerto el Señor.

11. Los libertados por el Señor
En el Antiguo Testamento, el seol, hades, infierno, es la morada de los muertos, sin distinción de categorías. Pero el progreso de la revelación nos obliga a distinguir cuatro diversos estados de las almas, y, según éstos, otros tantos infiernos. Primero, el de los condenados, o sea el de las almas totalmente separadas de Dios por el pecado mortal. Segundo, el limbo de los niños, es decir, de aquellos que están separados de Dios por el pecado original. Tercero, el de las almas que están separadas de Dios por el reato de sus pecados personales, y es el purgatorio, Cuarto, el de los justos ya purificados, pero separados de Dios por el reato del pecado original, y es el, seno de Abrahán, o limbo de los justos. Sólo a estos últimos llegó la nueva de la venida de Jesucristo, es decir, sólo éstos recibieron el fruto de redención, que para ellos era, la glorificación, No a los condenados, porque ellos. No hallaban ya en estado de convertirse a Dios. Tampoco a los niños, por la misma razón. Ni, a las almas del purgatorio, a quienes el Angélico no concede jubileo especial con ocasión de tan fausto acontecimiento. La elocuencia de los antiguos Padres, servida por una imaginación creadora y brillante, nos ha pintado esta obra del Salvador con singulares colores, que no son otra cosa que imágenes de la verdad tan alta que dejamos señalada, (7 De fide orth, C.2Q: MG 94,IIOr.
Ep. 164 C.5.6: ML 33,715.716,) 

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