DE LAS CAUSAS EFICIENTES DE LA PASION.
Es el argumento de esta cuestión la causa eficiente de la pasión de
Cristo, o dicho en términos más llanos, de los autores de esta pasión. En donde
entran Dios Padre, el mismo Cristo, los gentiles y los judíos. Los autores
primeros son, sin duda, el Padre y Jesucristo; los ejecutores libres y
responsables son los gentiles y judíos; sobre todo este último, que con
insistencia tenaz pidieron la condenación de Jesús hasta que lograron arrancar
a Pilato la sentencia condenatoria. Por eso el Angélico dedica los dos últimos
artículos a tratar de la responsabilidad de los judíos en la pasión de Cristo.
El Padre y Cristo, autores principales
En el Antiguo Testamento, Yavé es el Dios omnipotente y soberano, que
hizo el cielo y la tierra, y es también quien los gobierna, quien dirige
asimismo la historia humana y quien planea, anuncia y promete ejecutar la obra
mesiánica. En los oráculos de los profetas notamos esta diferencia entre las
amenazas de la justicia divina y las promesas de la misericordia: la justicia
obra sólo excitada por la iniquidad humana; pero la misericordia obra movida
por sí misma, «por las entrañas de su misericordia, por las que nos visitó
viniendo de lo alto». Por esto las amenazas son de ordinario profecías
condicionadas, pero las promesas son absolutas: En el Nuevo Testamento, el
Padre no pierde nada de la autoridad de Yavé. Bastaría para ello fijar la
atención en la oración dominical, dirigida al Padre (Mt. 6,9-12). Es sobre roda
significativa la plegaria de .Jesús: Yo
te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a
los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos. Sí, Padre, porque así
te plugo (Mt. II, 25S). En San Juan resalta esta misma idea en la oración
sacerdotal de Jesús (17). En los Actas no hablan de otro modo los apóstoles
acerca del Dios de los padres, que cumple en sus días lo que tantas veces había
prometido por medio de los profetas (Act. 2,32SS; 3,13ss; r3, 17ss). San Pablo
nos ofrece en la Epístola a los Efesios el plan divino de la salud en estos
términos: Bendito sea Dios, Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición
espiritual en los cielos, por cuanto que en El nos eligió antes de la constitución
del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El, y nos predestino en
caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, según el beneplácito de su
voluntad para alabanza de la gloria de su gracia, etc. (r,355). En 1 Cor
15,28 nos ofrece San Pablo un pensamiento verdaderamente atrevido en su
expresión. El Hijo, que ha recibido del
Padre todo poder en el cielo y en la tierra, al fin de las cosas hará entrega
del reino en manos del Padre y se sujetará a quien a El todo se lo sometió,
para que sea Dios todo en todas las cosas.
Pues conforme a estos principios hemos de entender cuanto la Sagrada
Escritura nos dice sobre el tema que nos ocupa. Empecemos por el vaticinio del
Siervo de Yavé, que atrás dejamos transcrito. Es la revelación del brazo de
Yavé, es decir, de su poder salvador (Is. 53,1). Él mismo Yavé es quien cargó
sobre Él la iniquidad de todos nosotros
(53,6), quien quiso quebrantarle con padecimientos (53,10'" Y por eso le
da por parte suya muchedumbres (53,12). Pero el Siervo no es una masa muerta.
El fue quien tomó sobre sí nuestras maldades !Y cargó con nuestros dolores
(53,4). Por eso, ofreciendo su vida en sacrificio por el pecado tendrá prosperidad:
y vivirá largos días (53,10). Yavé, pues, ordena conforme a sus planes de
misericordia: pero el Siervo se somete a ejecutar esos mismos planes conforme
al beneplácito divino. Vengamos ahora a la ejecución de esos mismos planes
según la revelación que nos ofrece el Nuevo Testamento.
En San Juan se habla repetidas veces de la misión del Hijo por Dios
Padre. Pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo sino
para que el mundo sea salvo por Él (3,17). y más adelante dice Jesús: Si yo juzgo mi juicio es verdadero, porque
no estoy solo sino yo y el Padre, que me ha enviado (8.16). Y luego: El que me envió está conmigo no me ha
dejado solo porque ya hago siempre lo que es de su agrado (8.29)). Estas
palabras nos traen a la memoria aquellas otras del mismo Salvador a los
discípulos, que le invitaban con la comida: Yo
tengo una comida que 'Vosotros no sabéis... Mi alimento es hacer la 'Voluntad
del que me envió y acabar su obra (4, 32,34). Las postreras palabras que
Jesús dirigió a los judíos fueron éstas, que dijo en alta voz, clamando dice el
evanvelista: El que cree en mí, no cree
en mí sino en el que me ha enviado, el que me ve, ve al que me ha envía..., El
Padre mismo que me ha enviado, es quien me manda lo que he de decir, y yo sé que
su precepto es la 'Vida eterna (12,44SS).
No otro es el lenguaje de San Pablo, que dice escribiendo a los Gálatas:
Mientras fuimos niños vivíamos en la
servidumbre baja los elementos del
mundo: mas, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido
de mujer, nacido bajo la ley
para redimir a los que estaban bajo la ley, para que recibiésemos la
adopción (4.2SS). Y a los romanos, hablando de esa misma ley, dice que lo que a ella era imposible, por ser débil a
causa de la carne, Dios enviando a su primogénito Hijo en carne semejante a la
del pecado, condeno al
pecado en la carne (8,3), Vemos, pues, que el Padre, como Dios soberano,
envía a su Hijo al mundo para realizar sus planes de salud.
Otros pasajes nos declaran mejor los motivos de esta conducta de Dios,
Dice, en efecto, San Juan: Porque tanto amo Dios al mundo que le dio a su unigénito
Hijo ; para que todo el que crea en Él no
perezca, sino que tenga la Vida eterna (.,.16). Y San Pablo, escribiendo a
los romanos, después de declararles lo que Dios hizo con los predestinadnos añade: A Qué diremos pues, a esto? Si Dios está
con nosotros, ¿quien contra nosotros? El
que no perdonó a su propio Hijo antes lo
entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con Él todas las cosas? (8,28-32).
Pues el Hijo, no tiene otro querer ni no querer que el del Padre, ¿cómo no nos ha de arriar y, llevado de este
amor, someterse a la obediencia, y, consumado, vino a ser para todos los que le
obedecen causa de salud eterna (5,7-9). En la Epístola a los Romanos, San
Pablo contrapone la desobediencia de Adán a la obediencia -de Cristo, diciendo:
Pues, como por La desobediencia de uno
muchos fueron hechos pecadores, así también por La obediencia de uno muchos
serán hechos justos (5,19). Este uno que con su obediencia merece la
justicia pera muchos no es otro que Cristo, que por obediencia al Padre sufrió
la pasión. Pues la obediencia no es sino la sujeción al mandato del superior.
Finalmente, el Apóstol, escribiendo a los filipenses, hace el más alto
elogio de la obediencia de Jesucristo, que en la condición de hombre se humilló, hecho obediente has la muerte, y muerte de cruz; por lo cual Dios le
exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús
doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos, y
toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre. A
la humillación corresponde la exaltación; a la obediencia, la soberanía. Pero ¿cómo
se entiende que el Padre entregue al Hijo a la muerte y que el mismo Hijo se
entregue también? Cristo, en cuanto Dios, se entregó a la muerte con la misma
voluntad y el mismo acto que le entregó el Padre; pero en cuanto hombre, se
entregó con la voluntad eficazmente inspirada por el Padre soberano.
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