CAPÍTULO 9
Encíclica Quanta cura
del Papa Pío IX
que condena el naturalismo,
el liberalismo, el indiferentismo, el comunismo y el socialismo
(8 de diciembre de 1864)
La particularidad de esta encíclica es que, de
hecho, es el preámbulo del Syllabus en el que el Papa Pío IX quiso hacer
un resumen de los errores que él mismo había condenado o que habían sido
condenados formalmente por sus predecesores. Es un tema que hoy nos interesa
muy particularmente. Ya conocemos la agitación que, aun entre los católicos,
causó esa decisión. Recordar verdades en una encíclica, todavía pasa, pero
pretender hacer un catálogo preciso de proposiciones condenadas, es algo
distinto…
Los liberales ante el Syllabus
Los católicos liberales
reaccionaron violentamente. Para ellos el Santo Padre exageraba. ¡Era
in-admisible! El Syllabus era inadecuado para los tiempos modernos, porque
el Papa no tenía en cuenta la sociedad de su tiempo ni la evolución de las
ideas, etc… En pocas palabras, era ya lo que dicen los modernistas y
progresistas: adaptarse al mundo, adaptarse a los errores modernos, el aggiornamento,
etc. El obispo de Orleans, Mons. Dupanloup, se constituyó el portavoz de
los católicos insatisfechos: “El Papa ha querido clarificar la situación y
lanzar condenas, pero lo importante es saber interpretar”… En pocas palabras:
“Hay cosas que se pueden tomar y otras que se pueden dejar”… Así los católicos
liberales se sintieron aliviados por Mons. Dupanloup y esto hizo fracasar la
rectificación. A fuerza de dejar siempre que algo se deslizara, y de
interpretar y buscar fórmulas para evitar las condenas, se logró destruir el
efecto de los Documentos Pontificios. Los progresistas y modernistas no pueden
oír pronunciar siquiera la palabra Syllabus. Los pone furiosos. Creen
que este documento no tiene autoridad y que fue una idea del Papa Pío IX, pero
que no fue confirmada y que, además, no se puso en aplicación. Eso es falso. El
Syllabus, al contrario, fue confirmado por los obispos y por los Papas,
y, como hemos visto, por el Papa León XIII en su encíclica Immortale Dei. Por
consiguiente, el Syllabus reviste un gran valor. El Papa San Pío X, en
sus diferentes escritos, repitió a menudo de un modo muy explícito la
condenación de los errores denunciados. Pero, como observó León XIII, no se
escuchó la voz de los Papas y el mal siguió progresando. Esta encíclica Quanta cura, que es muy
hermosa, es de capital importancia porque constituye una exposición de la
situación tal como la veía Pío IX y corresponde de un modo casi premonitorio a
lo que vive la Iglesia desde el concilio Vaticano II. ¡Es espantoso!
Condena del naturalismo
político
«Al ver, con profundo dolor de Nuestro corazón,
la horrorosa tormenta levantada por tantas opiniones perversas, así como al
examinar los daños tan graves como dignos de lamentar con que tales errores
afligen al pueblo cristiano; por deber de Nuestro apostólico ministerio, y
siguiendo las huellas ilustres de Nuestros Predecesores, levantamos Nuestra
voz, y (…) condenamos las monstruosas opiniones que, con gran daño de las almas
y detrimento de la misma sociedad civil, dominan señaladamente a nuestra época;
errores que no sólo tratan de arruinar la Iglesia católica, con su saludable
doctrina y sus derechos sacrosantos, sino también la misma eterna ley natural
grabada por Dios en todos los corazones y aun la recta
razón. Errores son éstos, de los cuales se derivan casi todos los demás». [nº
2] Pío IX confirma la misma condena proferida por el Papa
Gregorio XVI que ya hemos citado, y sigue: «Sabéis muy bien, Venerables Hermanos,
que en nuestro tiempo hay no pocos que, aplicando a la sociedad civil el impío
y absurdo principio llamado del naturalismo,
se atreven a enseñar “que la perfección de los gobiernos [esto es muy
importante] y el progreso civil exigen imperiosamente que la sociedad humana se
constituya y se gobierne sin preocuparse para nada de la religión, como si ésta
no existiera, o, por lo menos, sin hacer distinción alguna entre la verdadera
religión y las falsas”». [nº 3]
Las falsas religiones han sido
inventadas por el demonio
Los progresistas se ponen furiosos si
decimos que las demás religiones son falsas. No soportar oír esto. “¿Así que
vosotros condenáis todas las demás religiones? ¿Todas las otras religiones son
malas?” Es algo visceral para ellos y su concepto concuerda con el principio
mismo del liberalismo, según el cual todas las religiones son buenas. “Vosotros
creéis —dicen— que sólo la religión católica es buena y capaz de hacer bien a
la sociedad. Pero fijaos en la piedad de los musulmanes, en la de los
budistas”… Los Papas, que de ninguna manera eran liberales y que se mantuvieron
siempre firmes en la fe, siempre distinguieron explícitamente a la verdadera
religión de las falsas. ¿De qué espíritu vienen las falsas religiones? ¿De Dios
o del demonio? Si son falsas, han sido inventadas por el espíritu del error y
de la mentira, y el maestro de la mentira y del error es el demonio. Las falsas
religiones han sido inventadas por él precisamente para alejar a poblaciones y
países enteros de Nuestro Señor, e impedirles que se hagan católicos y escuchen
la Verdad. No cabe duda. Por eso es casi imposible convertir a los musulmanes.
El Islam aprisiona a millones de almas
en el error
Durante 15 años yo estuve en Dakar con 3 millones de
musulmanes, 100.000 católicos y 200.000 animistas, y si durante esos 15 años se
convirtieron 10.000 musulmanes ya era mucho. Quiero decir convertirlos
realmente y hacerlos pasar del Islam al catolicismo. No digo que no había
cierta in-fluencia católica, gracias a nuestras escuelas, en las que teníamos
entre un 10 y un 15 % de musulmanes. Yo no quería que hubiera más, porque si no
hubieran impuesto el Islam en nuestras escuelas. Cuando son fuertes, se imponen
y forman un movimiento para convertir a los demás. Cuando son débiles, escuchan
y se callan. Desde luego, los jóvenes que estuvieron en nuestras escuelas
recibieron una influencia, y quizás algunos de ellos desearon el bautismo (el
bautismo de deseo). Eso puede ser. Pero es muy difícil para un joven
convertirse al catolicismo, porque lo echan de su familia y sabe que hasta hay
peligro de que lo envenenen. ¡Seguro! Sólo pueden llegar a convertirse los que
son estudiantes en la universidad, porque son independientes. Saben que su
futuro está asegurado. Ya no necesitan a su familia; se van a Europa y ahí
pueden convertirse. Pero convertir a alguien que está en su familia es
prácticamente imposible. Al inspirar esta religión islámica, el demonio ha
conseguido realmente impedir la conversión de millones de hombres. Es
relativamente más fácil convertir a los protestantes. Antes del Concilio
siempre había muchos que se convertían, pero ahora ya no. Se entiende, puesto
que la Iglesia católica, al haberse ella misma protestantizado, ya no se
presenta como un ideal que puedan desear los protestantes. Ya no les ofrece
ningún interés. También se convertían algunos judíos, pero ahí hay un peligro
porque nunca se sabe si se convierten realmente o si sólo es en
apariencia para facilitar o preservar sus intereses materiales o su situación.
Es muy difícil descubrirlo, pero es un hecho que hubo cierto número que se
convirtió.
Es deber del Estado reprimir el error
religioso
El Papa continúa:
«Y, contra la doctrina de la Sagrada
Escritura, de la Iglesia y de los Santos Padres, no dudan en afirmar que “la
mejor forma de gobierno es aquella en la que no se reconozca al poder civil la
obligación de castigar, mediante determinadas penas, a los violadores de la
religión católica, sino en cuanto la paz pública lo exija”». [nº 3]
Este es exactamente el punto de vista que sostiene la Declaración
sobre la libertad religiosa: oponerse a toda coacción, aun la pública. Eso
viene a ser lo mismo que declararse contra todo Esta-do católico, pues un
Estado católico afirma que la religión católica es la única del Estado y la
única reconocida por el gobierno; por el mismo hecho, protege la verdad y la
verdadera religión. Es evidente que, en cuanto es posible, aunque sin recurrir
a medidas extremas o insoportables, tiene que procurar que no se difundan los
errores, y que el protestantismo y las sectas no vayan corroyendo poco a poco
la unidad de la fe católica del país. Eso acabaría destruyendo no sólo a la
Iglesia, sino también derrocando al gobierno católico. Es lo que ha sucedido en
muchos países precisamente por la debilidad de los gobiernos, que han dejado
que se introdujeran las sectas y las falsas religiones, y de pronto, un día el
gobierno fue superado y derrocado. O también se suprime a un jefe de Estado
Católico si se opone al error, como sucedió en la historia del presidente de
Ecuador, García Moreno, que al fin fue asesinado. Es deber del Estado proteger
la fe de los fieles contra los errores, lo mismo que es su deber impedir que se
difunda la inmoralidad.
Derecho a la libertad del error
La Declaración sobre la libertad religiosa negó todo
esto que había sido afirmado por Pío IX. Y con esta idea de la gobernación
social, absolutamente falsa, no dudan en consagrar aquella opinión errónea, en
extremo perniciosa a la Iglesia católica y a la salvación de las almas, llamada
por Gregorio XVI, Nuestro Predecesor, de feliz memoria, locura, esto es, que “la libertad de conciencias y de cultos es
un derecho propio de cada hombre, que todo Estado bien constituido debe
proclamar y garantizar como ley fundamental, y que los ciudadanos tienen derecho
a la plena libertad de manifestar sus ideas con la máxima publicidad —ya de
palabra, ya por escrito, ya en otro modo cualquiera—, sin que autoridad civil
ni eclesiástica alguna puedan reprimirla en ninguna forma”. Al sostener
afirmación tan temeraria no piensan ni consideran que con ello predican la libertad de perdició y que, “si se da
plena libertad para la disputa de los hombres, nunca faltará quien se atreva a
resistir a la Verdad, confiado en la locuacidad de la sabiduría humana, pero
Nuestro Señor Jesucristo mismo enseña cómo la fe y la prudencia cristiana han
de evitar esta vanidad tan dañosa». [nº 3]
Ahora bien: el texto sobre la Declaración sobre la
libertad religiosa (D. H. 2) afirma que el
«...derecho de la persona humana a la
libertad religiosa debe ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la
sociedad, de forma que se convierta en un derecho civil». (D. H. 2)
Y dice explícitamente que toda religión tiene derecho a
organizarse públicamente en la sociedad civil y tener sus escuelas, periódicos,
y enseñar Todo esto está claramente contenido en
la Declaración sobre la libertad religiosa, Dignitatis humanae. En ella
se lee que: «A estas comunidades [religiosas]… debe
reconocérseles el derecho de inmunidad para regirse por sus propias normas,
para honrar a la Divinidad con culto público…» (D. H. 4)
¿Libertad religiosa o tolerancia?
Los cardenales Bea y Ottaviani
Por este motivo, durante las reuniones de la Comisión
preparatoria central del Concilio, el cardenal Ottaviani se opuso tan vivamente
al cardenal Bea, que quería absolutamente que el Concilio adoptase la libertad
religiosa. Había escrito encabezando su proyecto: “De libertate religiosa”,
mientras que el cardenal Ottaviani le oponía “De tolerantia religiosa”. Enseguida
se ve la diferencia: el error se tolera en la media que no se puede suprimir,
pero si se puede suprimir, se debe hacer. La finalidad es siempre la de
perseguir y destruir el error oponiéndole la verdad. Puede suceder en algunos
Estados (según las circunstancias y en función del número de católicos ), en
que eso no puede ser, porque en ese caso no aseguraría ya el orden público y se
pon-dría en peligro la paz. La Iglesia siempre ha aceptado esto. El Papa León
XIII lo dijo en su encíclica Libertas. Hay un tolerancia, pero la
libertad religiosa tal como la entendía el cardenal Bea es la libertad
concedida por principio a todos los cultos: libertad de opiniones y de que
todos expresen públicamente lo que quieran. Eso es decir exactamente lo
contrario de lo que proclamó el Papa Pío IX en su encíclica Quanta cura. ¡Es
inaudito!
Influencia decisiva del P. John
Courtney Murray, S.J.
Uno de los principales inspiradores e incitadores de esta Declaración
sobre la libertad religiosa es el Padre John Courtney Murray, un americano
miembro dominante de la comisión encargada de prepararla. En su libro El Rin
desemboca en el Tíber, Ralph Wiltgen dedicó una página entera a demostrar
la influencia del Padre Murray en la redacción del texto sobre la libertad
religiosa. En el libro que publicó sobre la libertad religiosa, Michael Davies
pudo revelar que encontró en América documentos anteriores al Concilio que
condenaban al Padre Murray a causa de sus doctrinas. En los anales de su
diócesis, Michael Davies descubrió textos de larguísimas discusiones que tuvieron
lugar entre Murray, el Santo Oficio y los teólogos . En ese momento sus
doctrinas fueron condenadas y el Santo Oficio le prohibió defenderlas y seguir
escribiendo. Pero él se burló de esto y de pronto fue elegido para redactar el
texto sobre la libertad religiosa adoptado por el Vaticano II . ¡Es increíble!
Por supuesto, hizo pasar sus ideas. Sin embargo, es muy interesante saber que
había sido condenado antes por el Santo Oficio a causa de sus ideas y con
prohibición de publicarlas.Así pues, ¿quién tiene razón ahora: el Santo Oficio, que
condenó al Padre Murray fundándose en la doctrina tradicional de la Iglesia; o
el Padre Murray, cuyas ideas fueron adoptadas por el Concilio?
“Expertos” que ya habían sido condenados por
el Santo Oficio
Algunos me dicen: “¡Vd. está contra el Concilio!” Eso es
incorrecto. No estoy contra el Concilio en sí, sino contra la influencia del
liberalismo que se infiltró claramente en él. Es imposible negar esa
infiltración y es evidente que fueron elegidas personas condenadas por el Santo
Oficio para ser expertos en el Concilio como el P. Edouard Shillebeeckx. Durante
una reunión de la Comisión central preparatoria del Concilio en la que
asistieron 70 cardenales y unos 30 obispos y superiores de congregaciones
religiosas, hice la siguiente pregunta: “El cardenal Ottaviani acaba de decir
que los expertos elegidos no tienen que haber sido condenados por el Santo
Oficio, pero yo conozco tres que lo han sido. ¿Cómo es que figuran en la lista
de expertos?” El cardenal no me contestó en ese momento sino hasta que se
terminó la reunión. A la salida, pasó junto a mí, me tomó por el brazo y me
dijo: “¡Ya lo sé!, pero es el “jefe” quien lo quiere…” Ese era claramente el
estilo de Juan XXIII. Para él nunca había nada malo: “¡No! ¡Ese es un hombre
muy bueno!, ya lo verá… Cuando esté entre los demás, entenderá y todo irá muy
bien”.
¡Entre tanto, los que han triunfado son
ellos!
Volvamos al estudio de la encíclica Quanta
cura.
Condenación de la libertad de cultos
Al presentar su Syllabus en la
encíclica, como ya hemos visto, Pío IX empieza condenando particularmente el
pretender: «…aplicar a la sociedad civil el impío
y absurdo principio llamado del naturalismo…»
En aquella época ya había muchos que:
«…se atreven a enseñar “que la
perfección de los gobiernos y el progreso civil exigen imperiosamente que la
sociedad humana se constituya y se gobierne sin preocuparse para nada de la
religión, como si esta no existiera, o, por lo menos, sin hacer distinción
alguna entre la verdadera religión y las falsas”. Y, contra la doctrina de la
Sagrada Escritura, de la Iglesia y de los Santos Padres, no dudan en afirmar
que “la mejor forma de gobierno es aquella en la que no se reconozca al poder
civil la obligación de castigar, mediante determinadas penas, a los violadores
de la religión católica, sino en cuanto la paz pública lo exija”». [nº 3]
Este artículo fue objeto de discusiones muy fuertes. Ahora
bien: es exactamente lo que dice la Declaración sobre la libertad religiosa
(Dignitatis humanae) del Vaticano II . Estamos ante un problema que algún
día tendrá que resolverse. No puede ser que la Iglesia deje que un texto del
Concilio contradiga lo que dijo Pío IX de modo explícito. Este es el motivo de
nuestra oposición a la Roma actual. En su última carta, el cardenal Seper me ha
escrito: “Vd. no tiene que criticar ningún documento del Concilio”. No quiere
que mostremos que algunos de esos textos no corresponden para nada a la
doctrina de la Iglesia. Cuando hemos enviado a Roma documentos que explican
nuestra postura, sobre todo las 5 ó 6 páginas publicadas por la revista Itineraires:
“Mons. Lefebvre y el Santo Oficio” , no hemos recibido ninguna respuesta. Si
no nos responden es porque no pueden refutar nuestros argumentos. Pero estemos
persuadidos de que un día Roma reconocerá que en los textos del Concilio hay cosas
inaceptables y, por consiguiente, va a tener que cambiarlos. Lo que es grave es
que lo que vemos que sucede ahora es lo que condenaron los Papas en el siglo
pasado. Pío IX, lo mismo que Gregorio XVI en 1832, denuncia a los que: «…con esta idea de la gobernación
social, absolutamente falsa, no dudan en consagrar aquella opinión errónea, en
extremo perniciosa a la Iglesia católica y a la salvación de las almas, llamada
por Gregorio XVI, Nuestro Predecesor, de feliz memoria, “locura”, esto es, que
“la libertad de con-ciencias y de cultos es un derecho propio de cada hombre,
que todo Estado bien constituido debe proclamar y garantizar como ley
fundamental”». [nº 3]
Pero precisamente eso es lo que dice el Concilio: que todos
pueden practicar su religión. ¿Quién tiene, entonces, razón? Nosotros nos
atenemos a la doctrina expresada por Gregorio XVI, Pío IX, y repetida después
por León XIII, San Pío X y Pío XII. Cuando nos dicen: “Estáis contra el magisterio
de la Iglesia”, respondemos: “¡Todo lo contrario! Pero como nos apegamos al
magisterio de to-dos estos Papas, no podemos aceptar los errores que se nos
enseñan hoy”. Y si nos dicen: “Cada magisterio corresponde a su época; Pío IX
ya pasó hace un siglo y medio…”, en ese caso ya no habría ningún magisterio. Si
el de Pío IX no vale nada, ni tampoco el de sus predecesores ni el de los que le
siguieron, el de hoy no valdrá nada dentro de 10 años. En ese caso, ¿a dónde
anclarse? ¿dónde está la verdad?
La Iglesia ocupada
Durante 20 siglos la Iglesia ha afirmado siempre lo mismo,
fiel a su mensaje y a la Tradición. Desde hace 3 ó 4 siglos el liberalismo ha
ido ganando poco a poco a la sociedad. En el siglo XX ha entrado en la Iglesia,
y ahora se ha ganado a la jerarquía. Prácticamente el demonio y los masones han
llegado a penetrar hasta la cima de la Iglesia y a hacerle enseñar cosas que
antes condenaba. Por supuesto que la Iglesia no puede equivocarse ni cambiar,
pero puede verse invadida por personas que no son de ella. La han invadido y
ocupan puestos importantes, pero no son de la Iglesia. Estamos presenciando una
verdadera ocupación, como escribe Ploncard d’Assac en su libro La Iglesia
ocupada. Es verdad. Roma está ocupada. Los Papas débiles, más o menos
liberales, se han dejado guiar por esa gente. Ya no tienen valor para
reaccionar y vacilan, puesto que ellos mismos no tienen una doc-trina firme.
Por eso el mal sigue progresando y causando estragos. Juan Pablo II, que
parecía enérgico, no tiene el valor necesario. Expresa deseos, pero no consigue
realizarlos ni imponerlos. Tiene miedo de los que en Roma dicen que ya no
existe la tradición. Mientras el Papa no los eche de Roma, no hay esperanzas de
que veamos un cambio. Sufrimos y la Iglesia sufre una verdadera pasión. Esta es
la situación. De ahí la utilidad de conocer bien el mal. Hay que volver a
leer la Historia del liberalismo, del Padre Manuel Barbier, que ayuda a
comprender la situación actual. La crisis no ha llegado en el lapso de 10 años.
Empezó en el siglo XVI , cuando los hombres se revelaron contra Dios y
decidieron secularizar y desacralizar los Estados echando a la Iglesia y a
Nuestro Señor de la sociedad civil. Hoy esa desacralización ha pasado a la
Iglesia: se desacralizan los altares, la misa y todas las ceremonias. Aparece
muy claramente que en las nuevas misas ha desaparecido el sentido de lo sobrenatural,
de lo sagrado y del misterio… Es algo vacío, hueco y teatral; es todo exterior.
Hace poco un vicario me dijo en México: “La religión progresista es una careta:
¡detrás de ella no hay nada!” Apeguémonos a las verdades enseñadas
por los Papas que fueron valientes en su tiempo.
La codicia de los bienes materiales y
la teología de la liberación
Pío IX muestra las consecuencias sociales del error que
consiste en dejar de lado a la religión: «Cuando en la sociedad civil es
desterrada la religión y aún repudiada la doctrina y autoridad de la misma
revelación, también se oscurece y aun se pierde la verdadera idea de la
justicia y del derecho, en cuyo lugar triunfan la fuerza y la violencia». [nº
4] La sustitución de la fuerza moral y espiritual por la fuerza
material: es lo que estamos presenciando en los países socialistas.
«¿Quién no ve y no siente claramente
que una sociedad, sustraída a las leyes de la religión y de la verdadera
justicia, no puede tener otro ideal que acumular riquezas, ni seguir más ley,
en todos sus actos, que un insaciable deseo de satisfacer la indómita
concupiscencia del espíritu sirviendo tan solo a sus propios placeres e
intereses?». [ibid.] Estas son las ideas que más o menos han pasado a la Iglesia.
Por ejemplo, la teología de la liberación es una codicia inyectada en las almas
y en los corazones de la distribución de la riqueza y de un nivel de vida como
si eso pasara antes que todo lo demás, de modo que la religión tuviera que
estar al servicio de esa codicia y los sacerdotes sólo tuvieran que predicar
esto: “Todo el mundo tiene que tener las mismas posibilidades y gozar de lo
mismo”. ¿Quién habla entonces de la vida eterna? ¿Qué es ese falso paraíso en
la tierra que nunca existirá? Estamos de acuerdo que hay injusticias y hay que
denunciarlas para recordar a cada uno su deber. Pero no olvidemos que las
sociedades modestas alejadas de la civilización moderna, tienen un mejor equilibrio
de vida. Nos parecen demasiado pobres o miserables: no hay radio ni televisión
y vis-ten pobremente, pero trabajan, y tienen sus campos y bosques, y
construyen sus casas, quizás no muy confortables, sin sillones para estirarse a
la americana… pero esas personas viven bien, son felices y saben abrirse a las
cosas religiosas porque no están demasiado apegados a lo material. Por
desgracia, a menudo los amuletos reemplazan a la religión; pero si se consigue
echar esas cosas y enseñarles la religión cristiana, se puede hacer de ellos
unas personas equilibradas y felices. La importante es no buscar las riquezas
ni la comodidad.
La destrucción de las Ordenes
religiosas y de la educación cristiana
Pío IX prosigue: «Por ello, esos hombres, con odio
verdaderamente cruel, persiguen a las Ordenes religiosas, tan beneméritas de la
sociedad cristiana, civil y aun literaria, y gritan blasfemando que aquellas no
tienen razón alguna de existir, haciéndose así eco de los errores de los
herejes. Como sabiamente en-seño Nuestro Predecesor, de venerable memoria, Pío
VI: “La abolición de las Ordenes religiosas hiere al estado de la profesión
pública de seguir los consejos evangélicos; hiere a una manera de vivir
recomendada por la Iglesia como conforme a la doctrina apostólica; finalmente,
ofende aun a los preclaros fundadores que las establecieron inspirados por
Dios”». [ibid.] Evidentemente, estas Ordenes religiosas vivían en la
sencillez, la pobreza y la renuncia a los bienes de este mundo. Pero claro: eso
es tan contrario a los principios de la sociedad moderna, que había que acabar
con este ejemplo molesto para la propagación de las ideas modernas… Por
desgracia, ahora son las Ordenes religiosas las que se destruyen a sí mismas.
Desde el Concilio, muchas han suprimido prácticamente la pobreza, la obediencia
y, a veces la castidad. ¡Ya ni si-quiera se puede acusar a los enemigos de ser
los responsables! De ahí la necesidad de restaurar las Ordenes religiosas:
benedictinos, capuchinos, dominicos… para volver a dar el ejemplo de la
santi-dad al mundo, que tanto lo necesita.
«No contentos con que la religión sea
alejada de la sociedad, quieren también arrancarla de la misma vida familiar.
Apoyándose en el funestísimo error del comunismo y socialismo, aseguran que
“la sociedad doméstica debe toda su razón de ser sólo al derecho civil y que,
por lo tanto, sólo de la ley civil se derivan y dependen todos los derechos de
los padres sobre los hijos y, sobre todo, el derecho de la instrucción y de la
educación”». [nº 5]
¡Quieren el derecho al divorcio! Y por lo tanto, dice el
Papa, hay que negar también a los padres y a la Iglesia la educación de la
juventud para así depravarla.
Infalibilidad de la encíclica
Después de haber expuesto los errores, Pío IX concluye no
sin antes haber mencionado que habla en virtud de su poder apostólico. Se ha
discutido mucho para saber si esta encíclica tiene el sello de la
infalibilidad, pero está claro que, para presentar su Syllabus, el Papa
no sólo invoca su autoridad apostólica sino que usa palabras que emplearon los
Papas cuando quisieron proclamar infaliblemente una doctrina. Se cumplen todas
las condiciones para que el texto de esta encíclica esté marcado por la
infalibilidad .
Leamos lo que escribe a continuación Pío IX:«En medio de esta tan grande
perversidad de opiniones depravadas, Nos, con plena conciencia de Nuestra
misión apostólica y con gran solicitud por la religión, por la sana doctrina y
por la salvación de las almas a Nos divinamente confiadas, así como aun por el
mismo bien de la humana sociedad, hemos juzgado necesario levantar de nuevo
Nuestra voz apostólica. Por lo tanto, todas
y cada una de las perversas opiniones y doctrinas determinadamente
especificadas en esta Carta, con Nuestra autoridad apostólica las
reprobamos, proscribimos y condenamos; y queremos y mandamos que todas ellas
sean tenidas por los hijos de la Iglesia como reprobadas, proscritas y
conde-nadas». [nº 7]
El Papa exhorta luego a los obispos a que recuerden a sus
fieles lo que ha dicho, y acude a la oración:
«Por lo cual queremos excitar la
devoción de todos los fieles, para que, junto con Nos y con Vosotros, en el
fervor y humildad de las oraciones, rueguen y supliquen incesantemente al
clementísimo Padre de las luces y de la misericordia; y con plena fe recurran
siempre a Nuestro Señor Jesucristo, que nos redimió para Dios con su Sangre; y
con fervor pidan continuamente a su Corazón dulcísimo, víctima de su ardiente
caridad hacia nosotros, para que con los lazos de su amor todo lo atraiga hacia
sí…»
Luego el Papa abre un año jubilar.
«…Hemos determinado abrir con
Apostólica liberalidad a los fieles cristianos los celestiales te-soros de la
Iglesia confiados a Nuestra dispensación, a fin de que los mismos fieles, más
ferviente-mente encendidos en la verdadera piedad y purificados por el
sacramento de la Penitencia de las manchas de sus pecados, con mayor confianza
dirijan a Dios sus oraciones y consigan su gracia y su misericordia». [nº 11]
Lo cual indica qué importancia quiso dar el Papa Pío IX a
esta encíclica que hoy se considera retrógrada y anticuada.
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