El satanismo y los
Juegos de Satán.
Definición
Sin duda alguna fue esclarecedora y, a la vez, sorprendente la
revelación hecha por Mons. Cristiani sobre China y Rusia y como esta última
cumple con los deseos del cielo manifestados en Fátima sin pasar desapercibida
la triste situación de Francia, otrora hija primogénita de la Iglesia. Definir es propiamente limitar. La palabra
satanismo empleada o insinuada por nosotros tantas veces desde las primeras
páginas de este libro puede tener varios sentidos. Podemos en efecto considerar
a Satán bajo el aspecto de amo o príncipe de este mundo. Es el nombre que
Jesucristo le da en tres ocasiones en el Evangelio. Pero acabamos justamente de
tratar este punto de vista. ¿En qué medida está presente Satán en el universo
nuestro? Hemos dicho que esto varía según las razas, los países, las
civilizaciones, los regímenes políticos.
El
vocablo satanismo puede también significar la imitación de Satán
Por el pecado, y hemos recordado la frase de Gregorio el Grande según la cual todos los que cometen pecado,
durante el tiempo que obedecen al pecado, son miembros del "cuerpo
místico” de Satán. No nos incumbe conocer la cantidad de hombres que viven en
"estado de gracia", es decir, que están sustraídos, hic et nunc y a
la influencia de Satán. Pero tenemos el derecho de suponer que es mucho mayor
de lo que pensamos, sobre todo si admitimos que los pecadores no son
frecuentemente más que hombres que han dado un paso en falso, o han sufrido una
caída, pero que no desean por tan poco permanecer bajo el poder de Satán. Por
fin, la palabra satanismo puede significar el culto rendido a Satán, no por un
pecado ocasional y muy rápidamente lamentado y reparado, sino por una adhesión
formal y voluntaria.
Dos formas de satanismo
Pero aquí, distinguimos inmediatamente dos formas de satanismo,
bastante diferentes una de la otra; está el satanismo de los que no creen en
Satán, como no creen en Dios, y que por consecuencia no rinden culto,
propiamente dicho, a Satán, aunque toda su vida se desarrolle de acuerdo con
los principios y las sugerencias de Satán. Para esta primera forma de satanismo
es exacto decir la frase tan frecuentemente repetida y de la cual hemos
indicado los límites: ¡La mejor astucia de Satán es la de hacer creer que no
existe!" Papini cita a este respecto las palabras del filosofo Alain, en
1921: "El diablo ha sufrido la misma suerte que todas las apariciones. . .
La misma guerra, por lo que yo he visto, no ha hecho revivir ni un ápice al
diablo y sus cuerpos."Pero es completamente inútil detenernos en esta
primera forma de satanismo. Es puramente negativa. Se encuentra, además, sin la
menor mala intención, hasta en excelentes cristianos que no saben que están en
oposición con la ortodoxia y con el Evangelio. Lo que debemos estudiar es el
satanismo bajo sus formas activas. Hablamos en plural porque parece que
existieron en el transcurso de los siglos, y sin duda siguen hasta en nuestros
tiempos, por lo menos dos formas muy distintas de satanismo activo: el
satanismo-religión y el satanismo-magia.
El satanismo-religión
En cuanto reflexionamos sobre el asunto no podemos dejar de llegar a
esta comprobación asombrosa: ¡La historia del satanismo religión se confunde con
la histeria de las religiones! Esta conclusión es tan enorme que requiere una
explicación. La historia de las religiones está muy adelantada actualmente en
sus investigaciones. No habla mucho en general de Satán. Los demonios no tienen
en ella más que un lugar muy restringido. El historiador de las religiones se
dedica a describir objetivamente las creencias religiosas de los pueblos, a
nombrar a los dioses, a indicar los atributos de cada una de las divinidades
adoradas por tal o cual grupo humano. Expone los ritos mediante los cuales se
honraba a los dioses. No llega en principio a un juicio de valor. No hace
metafísica y menos teología cristiana. Pero ¿podemos evitar aquí de recurrir a
esta última? Puesto que hablamos de Satán y de su presencia en el mundo, ¿no
debemos colocarnos en el punto de vista cristiano, el único punto de vista
según el cual Satán está exactamente situado donde se halla, efectivamente, en
el cuadro general de los seres? ¿Qué dice, pues, el Evangelio? ¿Qué han dicho
los Padres de la Iglesia? ¿Qué enseña la teología cristiana con respecto al
tema de las religiones paganas? El Evangelio, y nunca podríamos insistir
bastante sobre esto, da a Satán ese título increíble y sin embargo
necesariamente cierto, puesto que es Jesús en persona quien se lo da:¡Príncipe
de este mundo ¿Cómo semejante título puede pertenecer a Satán, si las
divinidades paganas no son lisa y llanamente demonios?
Los Padres de la Iglesia lo han comprendido así, unánimemente. Para
ellos no existe la menor duda sobre este punto. Los dioses paganos son
demonios. Los oráculos paganos, los de Dodona o de Delfos, y los otros que son
menos célebres, son oráculos demoníacos, manifestaciones de satanismo. La
teología cristiana ha adoptado, naturalmente, este punto de vista. La
descripción histórica de los paganismos antiguos o modernos no es para nosotros
una diversión del espíritu, una curiosidad literaria cualquiera, sino la
comprobación deplorable de la dominación de Satán entre los hombres. ¿Cómo ha
podido hacerse esta toma de posesión de las adoraciones y de las imploraciones
humanas por Satán y sus demonios? Parece haberse hecho insensiblemente, por un
deslizamiento inconsciente, por una especie de realismo rudimentario. Los
historiadores de las religiones, en efecto, admiten, en general, que en todas
las religiones, la existencia de un Dios supremo, de un Dios soberano,
todopoderoso y todo bondad, está reconocida, pero que estas mismas religiones
relegan casi siempre a este Dios a una lejanía, y reservan los homenajes a todo
un mundo de divinidades inferiores, buenas o malas, que se saben subordinadas
al Dios soberano, pero que se consideran más próximas a nosotros, más mezcladas
a nuestro destino, más útiles, por consiguiente, para invocar o para conjurar.
Finalmente, en buen número de paganismos, son las fuerzas malhechoras
las que se considera más urgente conciliar y a las cuales se ofrecen
sacrificios rituales. Este "realismo" rudimentario, esta manera de
recurrir, en cierto modo, a lo más urgente, parece haber sido el origen de
todas las mitologías paganas, de todos los ritos paganos, y de sus mezclas
ulteriores en sincretismos prácticos de los cuales el Partenón de Agripa nos da
un indicio. Lo que es indudable es que a los ojos de los judíos, y mucho más
aún de los cristianos, todas las divinidades no podían ser más que demonios. De
ahí la lucha heroica de parte de los judíos en tiempos de los Macabeos, sobre
todo, y de parte de los cristianos durante todo el período de las persecuciones
sangrientas. De ahí esta especie de horror sagrado que los cristianos sentían
frente a lo que ellos llamaban los "ídolos", es decir, los vanos
simulacros del culto demoníaco pagano. Desde el punto de vista que adoptamos
aquí es, pues, evidente que la historia de las religiones (si ponemos a un lado
la única religión verdadera, la de los Patriarcas, luego la de Moisés y por fin
la religión cristiana) no es otra cosa que la historia del satanismo. Y es sólo
así que podemos comprender la expresión: Príncipe de este mundo, atribuida por
Cristo a Satán. Cuando comparamos la exigüidad del culto del verdadero Dios, de
Yavé primero, luego del Verbo encarnado, a la inmensidad del dominio de los
falsos dioses, nos vemos obligados a reconocer que si Jesús es el verdadero
Rey, tuvo mucha razón en decir: "Mi reino no es de este mundo." Y
comprendemos así la insistencia con la cual, en las ceremonias del bautismo
cristiano, se multiplicaban — y todavía se multiplican —los exorcismos para
expulsar al demonio. Dichos exorcismos se encuentran en innumerables ocasiones
en la liturgia católica. Cuando un sacerdote "hace" agua bendita,
pronuncia sobre la sal que va a mezclar con ella las palabras siguientes:
"Te exorcizo, sal creada por el Dios viviente . . ., para que te
conviertas en sal exorcizada para la salvación de los creyentes; para que seas,
para las almas y los cuerpos de todos los que te usarán, un elemento de
bienestar; para que de todo lugar donde hayas sido repartida sea alejada,
echada, toda ilusión, toda malicia y toda emboscada del Demonio engañador, así
como todo espíritu, inmundo, conjurado por Aquel que vendrá a juzgar a los
vivos y a los muertos, y al mundo por el fuego. «¡Así sea!»" Luego dice,
igualmente, sobre el agua que va a bendecir: "Te exorcizo, agua creada en
el nombre de Dios, Padre todopoderoso . . ., para que te conviertas en agua
exorcizada que aleje toda potencia enemiga; para que también seas capaz de
alejar y desarraigar al Enemigo mismo, con sus ángeles apóstatas, por la virtud
misma de ese mismo Jesucristo, Nuestro Señor . . ."
Y además: "Oh Dios, que para salvación del género humano has
mezclado la substancia del agua a tus más grandes misterios, atiende en tu
misericordia nuestra invocación para que esta criatura que es tuya reciba de la
gracia divina el poder de alejar los demonios... Por fin, en el día de la
bendición de las aguas, en la magnífica liturgia del Sábado Santo, se repite
entre otras cosas: "Ordena, Señor, que todo espíritu impuro se retire de
aquí: aleja de este elemento toda la malicia y todos los artificios del
demonio. "Que la potencia enemiga no se mezcle con estas aguas; que no
ronde alrededor de ellas y no se deslice en ellas secretamente; para Infestarlas
y corromperlas. Que esta criatura santa esté a cubierto de todo ataque del
Enemigo, purificada por la expulsión de toda malicia… ¿Quién puede dudar que en
estas fórmulas la fe de la Iglesia esté afirmada con ostentación? Pero dirán,
ésas no son más que frases, residuos de antiguas creencias que no constituyen
quizás a los ojos de los hombres de nuestra época más que supersticiones. A lo
cual contestamos con hechos. En todos los casos de posesión que hemos relatado,
todos los testimonios de los exorcistas y los testigos de sus intervenciones
son categóricos: no es posible asperjar a un poseso o una posesa con agua
bendita sin que el espíritu maligno que está en ellos acuse recibo del ataque
que se le está haciendo: "¡Me quemas! ¡Me quemas!", grita. Hay, pues,
en el agua bendita una virtud actuante que hace anular las secretas acciones
demoníacas. Y esto nos conduce a otro aspecto del satanismo.
CONTINUA...
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