LA CONFIANZA EN
DIOS
(R.P. Arturo Vargas Meza)
1º parte
1º parte
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda.
La paciencia
Todo lo alcanza.
quien a Dios tiene
Nada le falta:
¡Solo Dios basta!
Si la eficacia de
esta letrilla se ha demostrado a través de la historia devolviendo a las almas
la paz y la serenidad de espíritu a las almas atormentadas por el dolor, las
enfermedades, la muerte de los seres queridos, la ingratitud de los hombres y
tantas otras calamidades y tribulaciones como jalonan inevitablemente la vida
del hombre sobre la tierra. ¿Por qué no meditarlas ahora con el fin de obtener
la tan ansiada paz y tranquilidad que el mundo no nos puede dar?
NADA TE TURBE, NADA TE ESPANTE.
Mi deseo es comentar cuanto pueda las primeras
palabras de la letrilla, tan simplificadoras y fundamentales, exponiendo las
primeras causas que pueden atormentar a las almas llenándolas de turbación y
haciéndolas perder, por lo mismo, la tranquilidad y la paz. A nuestro juicio,
las principales causas perturbadoras de la paz del alma son ocho. Cuatro de
ellas son de orden corporal: el dolor, la enfermedad, la muerte y la soledad
del corazón. Las otras cuatro son de naturaleza espiritual y se relacionan
directamente con el orden sobrenatural: las tentaciones, el pecado, los
escrúpulos de la conciencia y el tremendo misterio de la divina predestinación.
1. EL PROBLEMA DEL DOLOR.
Uno de los
problemas más terribles y angustiosos que atormentan a nuestra pobre
inteligencia y al pobre corazón humano es, sin duda alguna, la existencia del
mal y del dolor, en su doble aspecto físico y moral. Es un hecho indiscutible
que en el mundo existe, en proporciones aterradoras, el mal moral, o sea, toda
clase de crímenes y de desordenes. Y no en menor proporción existe el mal físico,
o sea, toda clase de sufrimientos y dolores.
Ahora bien: ¿cómo
se explica la existencia de ambos males en el mundo, si todo el está regido y
gobernado por la providencia amorosa de Dios? ¿Cómo puede compaginarse la
bondad de Dios que, según nos enseña la fe, es el más amoroso de los Padres,
con la cantidad inmensa de desordenes y penalidades que afligen a la pobre
humanidad salida de sus manos creadoras?
Este pavoroso
problema ha torturado la inteligencia y el corazón de los mayores pensadores de
todas las épocas y razas. Pero, aunque en el fondo permanecerá siempre un gran
misterio, puede encontrarse una solución suficientemente razonable y
tranquilizadora a la luz de los grandes dogmas del cristianismo: la existencia
del pecado y la eficacia redentora del dolor.
Pongamos bien en
claro las cosas, Dios no hizo el dolor, ni tiene nada que ver con la aparición
del mal moral en el mundo. Ambas cosas, según la divina revelación, tuvieron su
origen en la transgresión, es decir, en el pecado original de nuestros primeros
padres Adán y Eva. Dios los dotó de maravillosos dones naturales,
preternaturales y sobrenaturales que deberían trasmitir, por generación
natural, a todos sus descendientes. Y después de una permanencia más o menos
prolongada en el paraíso terrenal, habrían sido trasladados definitivamente al
cielo sin pasar por el trance terrible del dolor, de la enfermedad y de la
muerte. Tal fue el plan maravilloso de Dios sobre todo de la humanidad según la
divina revelación. Pero todo se vino abajo con la culpable y voluntaria
transgresión del precepto divino. (Gen 3, 17-19)
El hombre y sólo
él, es quien introdujo en el mundo el dolor y la muerte, que de ningún modo
entraban en los planes primitivos de Dios con relación al género humano. Sin
embargo podríamos preguntarnos, ¿por qué Dios permitió semejante descalabro? Ya
que sin la divina permisión nada absolutamente puede ocurrir en el mundo. He
aquí el misterio que envuelve y seguirá envolviendo siempre el problema del
dolor mientras vivamos en el mundo y que en el cielo se disipará por completo. No
es nuestra intención develar del todo el gran misterio sino exponer las
principales razones que, a la luz de la divina revelación y en el claroscuro de
la fe, son suficientemente tranquilizadoras para justificar plenamente el “Nada
te turbe, nada te espante...” ni siquiera ante el problema del dolor y de la
muerte. Trataré de exponer en orden las tres grandes finalidades que la razón
humana, iluminada por la fe, descubre ante el problema del dolor.
2) FINALIDAD FISICA DEL DOLOR.
Cuatro son las
razones de la divina permisión del dolor desde el punto de vista físico:
1) Dios permite el dolor en vista de un
bien superior.
2) La conservación de las fuentes del
dolor es un bien mayor que su supresión.
3) No sería admisible la continua
intervención milagrosa de Dios.
4) El dolor físico nos trae muchísimos
bienes.
a) En la
vida sensible.
b) El
dolor es una fuente de alegría.
c) En el
orden sobrenatural es inmensa la eficacia del dolor físico.
d) El
dolor, inspirador del arte.
1) Dios
permite el dolor en vista de un bien.
No sabremos
comprender este primer punto si antes no hablamos un poco del gobierno de Dios
sobre las cosas creadas que, como dice San Ignacio “fueron creadas para el
hombre y para que le ayuden a conseguir el fin para el que fue creado” Santo
Tomas de Aquino propone a nuestra razón el siguiente razonamiento refiriéndose
precisamente a estas cosas que caen bajo el gobierno de Dios: La quinta vía se
toma del gobierno de Dio. Vemos, en efecto, que cosas que carecen de
conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin, lo que se comprueba
observando siempre, o la mayor parte de las veces, obran de la misma manera
para conseguir lo que más les conviene; de donde se deduce que no van a su fin
por casualidad o al acaso, sino obrando intencionadamente.
Ahora bien: es
evidente que lo que carece de conocimiento no tiende a un fin sino lo dirige
alguien que entiende y conozca, a la manera como el arquero dispara la flecha
hacia el blanco. Luego existe un ser inteligente que dirige todas las cosas naturales
a su fin, y a éste llamamos Dios. Por otro lado San Pablo completa éste
razonamiento teológico con estas palabras: “Todo contribuye al bien de los que
Dios ama...” como consecuencia de estos dos argumentos que también el dolor
entra dentro de la providencia divina y si bien es un mal que Dios permite sin
embargo lo hace con el fin de obtener un bien mayor para nosotros y este fin
mayor es la vida eterna. Pues, ¿quién, ante las miserias humanas cada vez más
calamitosas, dirá que aquí en la tierra esta nuestra suprema felicidad? Y
¿quién pregonara, ante éstas miserias a todos notorias, que la tierra es
nuestra última morada y que no hay otro lugar mejor que éste.? Todo esto nos
demuestra y nos prueba que no hemos sido hechos para habitar la tierra eternamente,
sino para la eternidad; No para el tiempo pues algún día moriremos como está
establecido, sino para la eternidad. Por lo tanto todo lo que nos ocurra en el
tiempo es un incidente trivial; poco importa sufrir ochenta años acá en la
tierra si logramos gozar después en el cielo por toda la eternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario