ZENAIDA LLERENAS |
No faltó un Judas
traidor...
El 14 de agosto de
1928, madre e hija continuaban recluidas juntas en la inmunda bartolina de la
cárcel. Mientras tanto, ese mismo día había caído asesinado en una emboscada el
coronel Marcos Torres junto con su asistente José Plascencia. El Coronel
cristero se encontraba en una hacienda, distante 7 kilómetros de Colima, y
pensaba regresar cuanto antes hacia el volcán, en donde podrían oír misa y
comulgar el día 15 en honor de la Asunción de la Santísima Virgen, con todos
sus aguerridos soldados de Cristo Rey. Mas antes había de recibir en aquella
hacienda la cantidad de doscientos pesos, que se le habían prometido para las
tropas de los libertadores cristeros.
Al rayar el alba,
Marcos Torres se presentó en el lugar señalado y la persona que había prometido
el dinero, le confirmó que se lo entregaría, pero le suplicó que volviese más
tarde y solo, porque el dueño del dinero no quería comprometerse delante de los
soldados, que entonces acompañaban al Coronel. Marquitos, como le llamaban
cariñosamente al Coronel los demás cristeros, de ordinario tan astuto y listo,
en esa ocasión no sospechó que aquello fuera una celada del enemigo.
Dio órdenes a sus
soldados, los llevó a un sitio lejano de la hacienda, camino del volcán, y los
dejó en aquel lugar donde esperaban reunirse al cabo de unas horas, cuando
trajese el dinero prometido para las tropas cristeras. Volvió, pues, solamente
acompañado de su asistente, José Plascencia, un joven colimense piadoso,
valiente defensor de la causa de Cristo Rey y de los derechos de los católicos
colimenses.
El traidor que los
esperaba en la hacienda había calculado bien su plan y, disimulando muy bien su
felonía, le suplicó a Marcos que entrara en una de las dependencias de la
hacienda para firmarle un recibo de la cantidad que se le entregaba. Marcos
dejó a Plascencia a la entrada y pasó al interior que le señalaron; y como en
el cuarto no había mesa alguna, se dispuso a firmar el papel apoyado sobre la
pared, de espaldas a la puerta.
—¡Ahora!
—gritó el traidor—, y al instante, sin que Marcos Torres se
percatara de lo que estaba sucediendo, unos soldados del gobierno aparecieron
por otra puerta y sin decir una palabra acribillaron a balazos por la espalda
al coronel Marquitos, mientras que del mismo modo otros asesinaban a
Plascencia. Así, cayeron muertos vilmente otros dos valientes defensores de
Cristo Rey en Colima.
Los soldados
callistas se sintieron muy ufanos por haber eliminado al Coronel cristero y
quisieron alardear a todo mundo de su cobarde triunfo. Mas para eso fue preciso
que hubiera un traidor que se vendiera al enemigo para entregarlo. Por
desgracia, la historia se repite: nunca han faltado los judas que están
dispuestos a vender nuevamente a Cristo y a sus fieles seguidores, por una
ganancia miserable. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al
final pierde su alma?
Llevaron los dos
cadáveres a Colima, atados con cuerdas a lomos de sendas mulas y los tiraron en
el empedrado, frente al Palacio de Gobierno. Después mandaron traer una banda
de música que estuvo tocando dianas y otras piezas ruidosas, a fin de que la
gente se congregara para presenciar aquel espectáculo macabro
—Miren,
fíjense bien cómo terminan los malhechores y bandidos que no respetan las leyes
del gobierno. ¡Así irán cayendo todos los ji... cristeros y quienes los
encubren! Sépanlo muy bien.
Pero la gente no
hacía caso a las vociferaciones del militar, pues sólo tenían ojos para ver los
cadáveres de dos valientes cristeros muertos cobardemente. Al verlos, las
buenas personas se persignaban, daban la vuelta y se retiraban rezando en
silencio y con los ojos nublados por las lágrimas.
—
¡Ya nos mataron al valiente coronel Marquitos! ¡Ya cayó otro heroico defensor
de nuestra santa causa! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva santa María de Guadalupe!
Mientras, en la
cárcel de mujeres, apenas llegó la noticia de la muerte del coronel Marquitos,
los mismos guardianes irrumpieron en la celda de las asustadas mujeres para
darles la terrible noticia, entre risotadas, burlas y sarcasmos innobles.
—Mire,
“vieja”, dónde está su Cristo Rey. ¿De qué le sirvió la protección a su
hermano, si ya se lo echaron los soldados de mi general Chaires? ¡Ja, ja, ja..!
Ya los perseguidores
habían conseguido aquello que les sirvió de pretexto para apresar a la hermana
y a la sobrina del Coronel martirizado. ¿Por qué entonces no les devolvían la
libertad? Chaires y los demás perseguidores de la Iglesia pretendían dar una
“lección ejemplar” a todos los católicos de Colima, ensañándose contra aquellas
dos heroínas de la fe. Así pues, no iban a dejar pasar la oportunidad de sus
manos.
La muerte del querido
hermano y tío, del valiente defensor cristero, llenó de tristeza a la señora
Rosalía y a su hija, quienes se resignaron cristianamente y continuaron
fortaleciéndose en la oración, mientras permanecían presas a la espera de lo
que el destino dispusiera para ellas.
—Hija, ¡que se cumpla
la santa Voluntad de Dios con nosotras! No sabemos si nos devolverán la
libertad o también nos matarán como a mi querido hermano Marcos. Vamos a
ofrecérselo todo a Cristo Rey por el triunfo de su Reino, por el bien
espiritual de nuestra Patria mexicana, por todos los valientes defensores
cristeros y también por los que persiguen a nuestra madre la Iglesia católica,
para que Dios nuestro Señor se apiade de ellos y les conceda la gracia de la
conversión antes de que los llame a su juicio eterno
- Sí,
mamá. Aunque yo no volviese a abrazar nuevamente a mis demás familiares ni a
mis amigas, por estar aquí encerradas injustamente, todo se lo ofrezco gustosa
a Cristo Rey, por el triunfo de su Reino en las almas.
Pasaron las semanas y
pasaron tres meses completos de reclusión y de martirio lento e innoble. En
aquellas terribles circunstancias, solamente la fortaleza que Dios da puede
levantar y sostener el ánimo de las personas. Pero tantos sufrimientos, la
falta de aire libre, la escasez de alimentos sanos, los insultos de los
perversos guardianes y las amenazas continuas contra la pureza de Zenaida,
acabaron con su salud. El 23 de noviembre ya no pudo levantarse de su miserable
camastro. Su debilitado organismo estaba ardiendo en fiebre, y doña Rosalía, en
su angustia, no tenía a la mano ninguna medicina que menguara, aunque fuera un
poco, los sufrimientos de su querida hija.
Alguien dio a la
buena señora un poco de linaza, y el guardián de la prisión, con un gesto de
humanidad, le permitió que con una escoba vieja hiciera un poco de lumbre y le
prestó un jarrito con agua, donde coció la linaza, para dar a Zenaida la pobre
infusión. Aquello resultó inútil.
¡La pobre señora no
podía hacer más!, y así llegó el 27 de noviembre. Zenaida se moría sin remedio
mientras doña Rosalía, quien deseaba tanto que su hija recibiera los santos
Sacramentos, tuvo que resignarse a ayudarla ella misma a bien morir. Le rezó el
acto de contrición, la comunión espiritual, repetidas Avemarías a la Reina del
cielo, el acto de consagración a Cristo Rey. Cuando ya entraba en agonía
Zenaida, le hizo repetir muchas veces la jaculatoria que estaba en labios de
todos los cristeros, y que gozaba de indulgencia plenaria: ¡Viva Cristo Rey!
Con
ella en los labios, a las tres y media de la mañana del 28 de noviembre de
1928, entregó Zenaida su alma virginal a Dios, coronada con los nardos de la
pureza y los laureles del martirio. Se unía en el cielo con todos los mártires
de Cristo Rey, de todas las épocas, y dejaba en la tierra un ejemplo admirable
de fortaleza cristiana y de fe inquebrantable en el poder y el amor de Dios,
que es la fuerza de los débiles, sobre todo en los momentos de prueba y de
mayor sufrimiento.
CONTINUA...
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