Carta Pastoral n° 4
LA CONDENACIÓN DEL
COMUNISMO
Hemos publicado el texto oficial del
Decreto del Santo Oficio contra el comunismo, aprobado por el Santo Padre, con
fecha del 1° de julio de 1949. Consideramos que ha llegado el momento de
haceros un breve comentario y de agregar algunas consideraciones y ordenanzas.
Ese Decreto no es ni de orden político ni de orden
social, es de orden religioso; enfoca el comunismo en cuanto basado en una
doctrina materialista y anticristiana. Se pueden distinguir en ese Decreto dos
medidas bien precisas: la primera, de excomunión contra aquellos que defienden
y propagan la doctrina materialista y anticristiana del comunismo; la segunda,
consiste en la privación de los Sacramentos para aquellos que, a pesar de que
se defiendan de profesar esta doctrina, directa o indirectamente colaboran con
una doctrina o una actividad antirreligiosa y con la condición de que conozcan
el efecto pernicioso de su colaboración y la presten libremente.
Es un deber de la Iglesia abrir los ojos de sus hijos
sobre aquello que constituye un peligro para la fe y las costumbres y en
consecuencia, los privaría de la vida eterna. Nuestro Señor maldijo a los
fariseos y a los escribas que, bajo pretexto de religión, hacían faltar a los
fieles al precepto de la caridad respecto de Dios y del prójimo. En el curso de
los siglos, la Iglesia, siempre que previó un peligro de condenación para sus
hijos, les advirtió maternalmente de cuidarse; y si es necesario, amenaza a uno
o a otro con apartarlo del rebaño, si es ocasión de escándalo para sus
hermanos. Hoy, ante el peligro de una doctrina perversa, que se expande por el
mundo bajo diversas formas y que se llama Comunismo, el Jefe de la
Iglesia, siempre vigilante, nos llama la atención para que tengamos cuidado.
Nos descubre, oculta debajo de la defensa de los débiles y oprimidos y de la
apariencia de ideas generosas de igualdad y de libertad, el odio de Dios, la
esclavitud del hombre, la ausencia de toda piedad y de toda caridad. Después de
haber contemporizado durante muchos años, después de haber esperado largamente
que los hechos confirmasen las palabras, el Santo Padre, a pesar de la tristeza
que experimenta por verse incomprendido por algunos de sus hijos, condena el
comunismo como una doctrina que debemos considerar detestable, porque ella es
contraria a todo lo que hay de divino. Nosotros, queridos hermanos, siempre
atentos a la palabra del Sucesor de Pedro, de aquel a quien Nuestro Señor ha
dicho “apacienta a mis corderos, apacienta a mis ovejas”, os hemos
comunicado fielmente el decreto del Santo Oficio que indica la condenación del
comunismo y sanciona las penas previstas por la legislación de la Iglesia
contra aquellos que no se sometan.
Preocupados por manteneros en la verdadera fe y de
cuidaros de todo aquello que puede alejarnos de vuestra adhesión a Cristo y a
la Iglesia, contra todo aquello que puede llevaros fuera del camino que conduce
a la vida eterna, conscientes de nuestra grave responsabilidad, nos ha parecido
que debíamos advertiros nuevamente, con reiteradas instancias, del peligro que
hace correr a vuestra fe la expansión del comunismo en Africa. Aquí, como en Europa, la táctica es la misma. Los
partidarios del comunismo proclaman que no quieren atacar la religión. Pero
conocemos bien lo que valen esas afirmaciones. Es por una razón de propaganda,
como lo dice explícitamente Lenin, que los jefes comunistas proclaman no ser
adversarios de la religión. Pero los hechos son innegables: en todas partes
donde se ha instalado el comunismo, la religión ha sido privada de sus
derechos, luego violentamente perseguida. “Guardaos de los falsos profetas -
dice Nuestro Señor -, ellos vienen a vosotros disfrazados de ovejas, mas por
dentro son lobos rapaces”. Desde hace algunos años, con un éxito más o
menos grande, el comunismo, traído por elementos extranjeros, se ha implantado
en Africa. Por la prensa, por una ayuda insidiosa ofrecida a ciertos
movimientos o grupos, propaga su doctrina y sus métodos nefastos; por una ayuda
financiera y material a ciertas personalidades, que puede ser de buena fe,
adquiere una influencia que su prensa, llena de mentiras y de promesas
engañosas, acredita ante numerosos africanos poco advertidos. ¿Acaso no leemos
en tal diario de Africa Occidental Francesa: “Nuestros maestros son Marx,
Engels, Lenin, Stalin”? Esta prensa no puede ser la vuestra, esos maestros
no pueden ser los vuestros.
Ciertas consignas dadas a tal sección en su territorio
demuestran claramente cuales son las disposiciones de aquellos que las dieron: “La
acción de los Padres y de los Marabúes en ese dominio no podrá silenciarse:
portadores del mensaje de Cristo o de Mahoma, son los cómplices más peligrosos de
los Trusts y de la Administración en los países colonizados. vuestro primer
objetivo será, pues, destruir esta monstruosa mentira religiosa”. “Combatir en
la opinión todas las falsas ideas religiosas en general, tanto en las masas
cristianas, como en las islámicas”.
Un católico no puede seguir a tales jefes.
Lejos de nosotros condenar todos los esfuerzos
realizados en vistas de aplicar una justicia mayor, de hacer progresar el medio
social, de una evolución intelectual y moral más perfecta. Los esfuerzos serán
tanto más fructuosos cuanto más correspondan a las leyes naturales de todo
progreso humano, regido por la cuatro virtudes fundamentales de prudencia,
justicia, fortaleza y templanza. La violencia, la injusticia, la precipitación,
la intemperancia son contrarias a toda civilización. Lejos de nosotros arrojar
el descrédito sobre los grupos que, basados sobre esos principios, pusiesen en
común sus esfuerzos para un resultado más satisfactorio. Pero sería una
imprudencia desastrosa unir esos esfuerzos laudables con agrupaciones políticas
metropolitanas cuya doctrina es totalmente contraria a la verdadera evolución,
que no puede existir sin el amor de Dios y del prójimo. Por lo tanto, es deber
de nuestro cargo advertiros nuevamente. Esperamos, queridos fieles, que no
tengamos que intervenir de una manera más grave para haceros comprender el
deber urgente que tenéis de no colaborar, directa o indirectamente con el
movimiento del comunismo. Leyendo habitualmente su prensa, dando habitualmente
vuestro voto y vuestra aprobación al partido comunista, incluso si no profesáis
su doctrina, obstaculizáis el Reino de nuestro Señor Jesucristo, única fuente
de
todo bien, de toda gracia, de todo don que sea dado a
los hombres sobre la tierra. Persuadido de que seréis dóciles a la voz de
vuestro Pastor, y en prenda de esta docilidad, pedimos a Nuestro Señor y a su
Santísima Madre derramar sobre vosotros y sobre todos aquellos que os son
queridos, sus abundantes bendiciones.
Monseñor Marcel Lefebvre
Carta a los católicos de Senegal 1950
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