CAPÍTULO 3
Encíclica Qui pluribus
del Papa Pío IX
sobre el racionalismo y otros errores modernos
difundidos por los Masones
(9 de noviembre de 1846)
En su encíclica Qui pluribus, del 9 de
noviembre de 1846, el Papa Pío IX proporciona aún más detalles que sus
predecesores respecto a la acción que ejercen los Masones. Hay que destacar que
ésta fue su primera encíclica y es bastante larga, lo que muestra con qué
importancia el Papa trató este tema. Al principio, lo mismo que más tarde San
Pío X en su primera encíclica, expresa su admiración y sus aprehensiones ante
el peso del cargo que acaba de recibir: «…Apenas
hemos sido colocados en la Cátedra del Príncipe de los Apóstoles, sin
merecerlo, y recibido el encargo, del mismo Príncipe de los Pastores, de hacer
las veces de San Pedro, apacentando
y guiando, no sólo corderos, es decir, todo el pueblo cristiano, sino también
las ovejas, es decir, los Prelados»…El Papa manifiesta enseguida su deseo de dirigirse a
los obispos y fieles: «…nada deseamos tan
vivamente como hablaros con el afecto íntimo de caridad. No bien tomamos
posesión del Sumo Pontificado, según es costumbre de Nuestros predecesores, en
Nuestra Basílica Lateranense, en el año os enviamos esta carta»…
El Papa comienza exponiendo la situación de la Iglesia
en el momento de asumir el cargo de Sumo Pontífice:
«Sabemos, Venerables
Hermanos, que en los tiempos calamitosos que vivimos, hombres unidos en
perversa sociedad e imbuidos de malsana doctrina, cerrando sus oídos a la
verdad, han desencadenado una guerra cruel y temible contra todo lo católico,
han esparcido y diseminado entre el pueblo toda clase de errores, brotados de
la falsía y de las tinieblas. Nos horroriza y Nos duele en el alma considerar
los monstruosos errores y los artificios varios que inventan para dañar»…
Se ha dicho algunas veces que Pío IX, en los primeros
años de su pontificado, se mostró liberal y que después, con la experiencia del
ejercicio del pontificado, se volvió muy firme y se mostró como un luchador
admirable, sobre todo, por supuesto, en el momento en que publicó su encíclica Quanta
cura y el famoso Syllabus, que provocó el horror de todos los
progresistas y liberales de esa época. Pero eso no es cierto. Es una especie de
leyenda que circuló, pero es falsa. El Papa Pío IX, desde su primera encíclica,
se revela como un hombre de fe, luchador y tradicional:«Porque sabéis,
Venerables Hermanos, que estos enemigos del hombre cristiano, arrebatados de un
ímpetu ciego de alocada impiedad, llegan en su temeridad hasta a enseñar en
público, sin sentir vergüenza, con audacia inaudita abriendo su boca y blasfemando contra Dios (Apoc. 3, 6), que son
cuentos inventados por los hombres los misterios de nuestra Religión
sacrosanta, que la Iglesia va contra el bienestar de la sociedad humana, e
incluso se atreven a insultar al mismo Cristo y Señor».El Papa se da cuenta de que las sectas condenadas
desde hace más de un siglo por sus predecesores continúan viviendo y a su vez
denuncia el mal que siguen perpetrando con sus doctrinas perversas.
El error del racionalismo
«Con torcido y falaz
argumento, se esfuerzan en proclamar la fuerza y excelencia de la razón humana,
elevándola por encima de la fe de Cristo, y vociferan con audacia que la fe se
opone a la razón humana. Nada tan insensato, ni tan impío, ni tan opuesto a la
misma razón».
Evidentemente, en el fondo el vicio radical de estos
enemigos de la Iglesia es el de proclamar a la razón humana independiente y
decir que todo lo que le sobrepasa y no puede comprender, como los misterios,
por supuesto, es inadmisible. “La razón
humana es preponderante —dicen—; tiene que dominar y no se le puede pedir que
se someta a nadie ni a nada que no pueda comprender”.
Por esto, el Papa Pío IX afirma la superioridad de la
fe sobre la razón y muestra que no pueden contradecirse entre sí:«Porque aun cuando la fe
esté sobre la razón, no hay entre ellas oposición ni desacuerdo alguno, por
cuanto ambos proceden de la misma fuente de la Verdad eterna e inmutable, Dios
Optimo y Máximo».La fe está por encima de la razón. La razón, con su luz
natural, no puede comprender los misterios sobrenaturales que son el objeto de
la fe. Sin embargo, la fe no se opone a la razón. Por supuesto, no podemos
comprender ni la fe ni nuestros misterios, pero nuestra fe en estos misterios es
algo razonable y se funda en motivos válidos: la apologética, y la credibilidad
de quienes nos han enseñado lo que sabemos, en particular Nuestro Señor
Jesucristo que nos ha enseñado estos misterios.
¿Por qué creemos? Por la autoridad de Dios, autor de
la revelación, por supuesto; y a nivel huma-no, también tenemos sólidos motivos
para creer. Cuando la Iglesia nos pide que creamos, no nos pide nada contrario
a la razón. Nos pide, evidentemente, que hagamos un acto que está por
encima de nuestra razón y que asintamos a verdades que no podemos
comprender en este mundo: el misterio de la Santísima Trinidad, de la
Encarnación, de la Redención, etc.Si la Iglesia nos pide que creamos en misterios, no lo
hace de un modo irracional, sino al contra-rio, basado en motivos de credibilidad,
como los milagros de Nuestro Señor y que prueban que El era Dios. Como El lo
probó, tenemos que creer en sus palabras que proceden de Dios y no podemos
oponernos a El.La fe no sólo no contradice a nuestra ciencia sino que
le es un complemento infinitamente más elevado y más grande, pues este
conocimiento nos viene de Dios y no simplemente de nuestra razón humana.
La filosofía, al servicio de la teología
Santo Tomás de Aquino ha dicho que la filosofía es la
sierva de la teología, pues la ciencia teológica es mucho más elevada que la
filosófica. La ciencia filosófica tiene que ponerse al servicio de la teológica
para mostrarnos precisamente que la teología no se opone de ningún modo a la
razón, aun cuando está por encima de la humana comprensión. Pero el principio
básico de todas las filosofías modernas rechaza categóricamente toda verdad
re-velada como algo impuesto. Este argumento supone que el entendimiento,
únicamente con las luces de la razón natural, puede comprender todas las
verdades.
La razón individual no puede demostrarlo
todo
Este concepto no solamente es falso cuando se refiere
a las verdades de la fe, sino que también lo es cuando se refiere a las
verdades que pertenecen a la razón, a la filosofía y a la ciencia humana. En
efecto, ¿cuántas cosas tenemos que aceptar sin poderlas comprobar? Aunque se
diga: “Sí, pero la razón podría comprobarlas”. De acuerdo. Por ejemplo: se nos
enseñan los principios de la filosofía, cuya evidencia no siempre podemos
tener; y lo mismo vale para todas las ciencias. No podemos volver a hacer los
razonamientos que los hombres han ido desarrollando durante siglos desde que la
ciencia empezó a dar sus primeros pasos, pues se ha ido acumulando desde que
los hombres existen, y no se puede saber todo ni volver a descubrirlo todo. ¿Cómo
se puede imaginar que todos los que nacen dijeran: “Yo no quiero que nadie me
enseñe, ni quiero ningún profesor ni maestro; todo lo quiero saber por mí
mismo”? Sería imposible. ¿Quién puede conocer todas las ciencias por sí mismo?
Nos vemos obligados a tener maestros y a recibir una enseñanza, precisamente
para progresar mucho más rápido en la ciencia. Si cada uno tuviera que volver a
descubrir todos los razonamientos científicos para hallar el origen y la
evolución de todas las leyes, como llegar a definir tal o cual principio
filosófico o ley química, nadie lo conseguiría.
Existencia de misterios incluso naturales
Los que dicen: “Yo no creo nada de lo que me dicen;
tengo que poderlo probar yo mismo”, son insensatos, porque obrando de este modo
no se podría saber nada. También en la naturaleza hay misterios.
Inevitablemente se llega a la conclusión de que existe un Dios creador de todas
las cosas y que nos ha creado. Por ejemplo: la filosofía demuestra que hay un
ser primero, infinitamente activo, inteligente y poderoso, al que se llama
Dios, que tiene que ser el autor de todo lo que vemos y somos. Si queremos
ahondar un poco en la noción de la creación, nos damos cuenta que es un gran
miste-rio. ¿Cómo puede Dios, autor de toda la creación, crear seres que no sean
El mismo pero que no estén fuera de El, puesto que nada puede estar fuera de
Dios? Es un misterio. ¿Cómo considerar la libertad humana y la
omnipotencia de Dios? Dios, en cierto modo, sostiene nuestros actos libres en
el ser. No podemos hacer ningún acto libre sin que Dios esté presente. Algunos
se inclinan a decir que Dios lo hace todo y, por así decirlo, no somos libres;
mientras que otros pretenden que el hom-bre, al ser libre, hace todo y que Dios
no interviene para nada. Eso no puede ser, porque sería pre-tender que en
algunos actos Dios no está presente, siendo que no existe ningún ser ni se
lleva a cabo ninguna acción sin que Dios le dé con qué; de otro modo, nosotros
seríamos Dios. Si pudiésemos hacer alguna obra solos, sin la intervención de
Dios, seríamos los autores del ser, y en ese caso podríamos hacer a todos los
seres; pero no es así, pues no lo podemos hacer. Es algo que no quieren admitir
los que no aceptan que hay misterios en la naturaleza. Por una parte vemos,
pues, que por la apologética, la razón demuestra los fundamentos naturales de
la fe y que a su vez la fe nos ilumina aun respecto a los misterios
sencillamente naturales. Como dice el Papa Pío IX, la fe y la razón no sólo no
se oponen sino que: «de tal manera se
prestan mutua ayuda, que la recta razón demuestra, confirma y defiende las
verdades de la fe; y la fe libra de errores a la razón, la ilustra, confirma y
perfecciona con el cono-cimiento de las verdades divinas».
Como otros racionalistas apelan al progreso indefinido
de la razón humana contra la supremacía de la fe y contra la inmutabilidad de
las verdades de fe, el Papa también los condena:«Con no menor
atrevimiento y engaño, Venerables Hermanos, estos enemigos de la revelación,
exaltan el humano progreso y, temeraria y sacrílegamente, quisieran enfrentarlo
con la Religión católica como si la Religión no fuese obra de Dios sino de los
hombres o algún invento filosófico que se perfecciona con métodos humanos».El Papa precisa entonces su refutación de lo que, más
tarde, se iba a llamar semirracionalismo:«Nuestra santísima
Religión no fue inventada por la razón humana, sino clementísimamente manifestada
a los hombres por Dios. Se comprende con facilidad que esta Religión ha de
sacar su fuerza de la autoridad del mismo Dios, y que, por lo tanto, no puede
deducirse de la razón ni perfeccionarse por ella».
La credibilidad de la Revelación
«Yo no existiría, Dios mío, ni podría existir si Vos
no estuvieseis en mí, o más bien, yo no sería si no estuviese en Vos de quien
todo procede, por quien todo existe y en quien todo se conoce». San Agustín, Confesiones, Lib. 1, cap. 2. Siguiendo
al Papa vamos a desarrollar la cuestión de los motivos de credibilidad de la
Revelación y, por lo tanto, de nuestra fe: «La
razón humana —dice Pío IX— para que no yerre ni se extravíe en negocio de tanta
importancia, debe escrutar con diligencia el hecho de la divina revelación,
para que le conste con certeza que Dios ha hablado, y le preste, como dice el
Apóstol un razonable obsequio (Rom.
13,1)».
La Iglesia no nos pide que hagamos un acto contrario a
la razón. La fe está por encima de la razón, pero el acto de la fe es rationi
consentaneus, es decir, está de acuerdo con la razón.
Hay una cierta semejanza con lo que se llama la fe
humana. Cuando los maestros imparten su enseñanza legítimamente, podemos pensar
que se les puede creer. Hay suficientes razones que de-muestran que la
enseñanza que da el maestro tiene todos los caracteres de credibilidad. Podemos
confiar en él porque creemos que conoce realmente la materia que enseña, y
porque los libros de dónde saca su ciencia son fuentes legítimas y válidas; por
eso creemos lo que dice.Existe, pues, una fe humana. Ya que damos nuestro
asentimiento a las ciencias naturales creyendo en la autoridad natural de los
maestros que nos las enseñan, no hay motivo para no obrar del mismo modo cuando
habla Dios, aunque sólo fuera por los milagros que ha hecho al cumplir todas
las profecías que hizo en el transcurso de todos los siglos y que Nuestro Señor
realizó punto por punto y palabra por palabra. ¿Por qué no creer que El que nos
ha hablado así es Dios? Por consiguiente, ¿cómo no asentir a lo que enseña?
Además hay otras pruebas, puesto que se ha manifestado
como dueño de la naturaleza al mandar a las olas, a los vientos y a la vida
misma, y al haber resucitado a los muertos. Pero la cosa más extra-ordinaria es
el haberse resucitado a Sí mismo. Habiendo probado de este modo que era Dios,
tenemos que creer razonablemente en sus palabras.A los que dicen: “¡Sí!, pero nosotros no lo hemos
visto ni escuchado”, la Iglesia les da todas las pruebas de su propia
credibilidad. La Iglesia es la continuación de Nuestro Señor, que transmite su
palabra de generación en generación. La Iglesia tiene en sí todas las pruebas,
y sobre todo la mayor e irrefutable: su santidad.
Dios es santo. No podemos imaginar lo contrario. Dios
tiene que producir frutos de santidad. Está claro que la Iglesia misma es
santa, aunque sólo fuese por todos los santos que le pertenecen, por todos los
hijos que ella ha formado y por todas las obras de caridad que ha difundido en
el mundo entero. La Iglesia ofrece suficientes pruebas para que estemos seguros
de que Dios nos habla por su medio. Por eso es necesaria la santidad de la
Iglesia, hasta en sus mismos detalles. Por ejemplo: el sacerdote, el párroco en
su parroquia, es quien representa a la Iglesia. Si el sacerdote no cumple con
su deber de santidad, eso supone un problema grave para los fieles.
Sin duda ya saben que su párroco no es el único
sacerdote de la Iglesia; están suficientemente instruidos para saber que forman
parte de una diócesis, que es la que constituye la familia cristiana, y por eso
tienen otras pruebas.Pero, con todo, para ellos el sacerdote representa a
la Iglesia, realmente es el hombre de Iglesia. Así que si él no manifiesta una
cierta santidad, se escandalizan, y a algunos puede hacerles perder la fe.
Algunos la han perdido por culpa de los sacerdotes que se han comportado mal o
han abandona-do su sacerdocio. Cuando esto se repite una o varias veces, es
normal que pase eso. La gente necesita la credibilidad y tener pruebas.El Papa continúa su encíclica denunciando a esos
hombres que ya no quieren que se hable de la fe, que la niegan de un modo poco
razonable, y que difunden por todas partes los errores de que Nuestro Señor no
es Dios, que la Iglesia no es de institución divina y que lo que ella enseña
son cuentos.Todo esto está pasando después de tanto tiempo de
cristiandad, durante el cual nadie se hubiera atrevido o ni siquiera imaginado
decir semejantes cosas. Es un escándalo enorme para la cristiandad que hombres,
supuestamente filósofos e inteligentes, difundan por todas partes: en
periódicos, revistas y toda clase de libros, esas ideas contrarias a la Iglesia
y a la religión católica.
Otros ataques contra la Iglesia
El Papa Pío IX prosigue sus palabras a los obispos,
ratificando las condenaciones de sus predecesores:
«De aquí aparece
claramente cuán errados están los que, abusando de la razón y tomando como obra
humana lo que Dios ha comunicado, se atreven a explicarlo según su arbitrio y a
interpretarlo temerariamente, siendo así que Dios mismo ha constituido una autoridad
viva para enseñar el verdadero y legítimo sentido de su celestial revelación,
para establecerlo sólidamente, y para dirimir toda controversia en cosas de fe
y costumbres con juicio infalible, para
que los hombres no sean empujados hacia el error por cualquier viento de
doctrina».
Dios ha establecido a Pedro para que, al hablar como
cabeza de la Iglesia, confirme y precise la definición de la fe con sus juicios
infalibles. Qué grave es que los sucesores de Pedro ya no empleen un lenguaje
claro y nítido, como lo emplearon la mayor parte de los Papas cuando expresaban
la verdad; y que usen palabras nuevas, modernas y ambiguas que, al no ser
precisas, desconciertan. Después del Concilio Vaticano II ya no sabemos en qué
confiar. Esto genera una inquietud muy profunda en el espíritu de los fieles y
es algo muy grave.
«Nos, que por
inescrutable juicio de Dios hemos sido colocados en esta Cátedra de la verdad,
ex-citamos con vehemencia en el Señor, vuestro celo, Venerables Hermanos, para
que exhortéis con solícita asiduidad a los fieles encomendados a vuestro
cuidado (…) Conocéis también, Venerables Hermanos, otra clase de errores y
engaños monstruosos, con los cuales los hijos de este siglo atacan a la
Religión cristiana y a la autoridad divina de la Iglesia con sus leyes, y se
esfuerzan en pisotear los derechos del poder sagrado y el civil. Tales son los
nefandos conatos contra esta Cátedra Ro-mana de San Pedro, en la que Cristo
puso el fundamento inexpugnable de su Iglesia. Tales son las sectas
clandestinas salidas de las tinieblas para ruina y destrucción de la Iglesia y
del Estado, condenadas por Nuestros antecesores, los Romanos Pontífices».Como sus predecesores, el Papa muestra que, con
espíritu racionalista, se están difundiendo otros errores contra la Iglesia y
su doctrina, que tienen como objetivo destruirla. Denuncia en particular a las
Sociedades Bíblicas, que distribuyen gratuitamente y de modo masivo versiones
falsificadas de las Sagradas Escrituras.
El indiferentismo en materia religiosa
Luego señala otro motivo para condenar a las sectas
masónicas, que es:
«...el sistema perverso y
opuesto a la luz natural de la razón que propugna la indiferencia en materia de
religión, con el cual estos inveterados enemigos de la Religión, quitando toda
diferencia entre la virtud y el vicio, entre la verdad y el error, entre la
honestidad y la vileza, aseguran que en cualquier religión se puede conseguir
la salvación eterna…»
Está dicho con toda claridad, y lo podrían meditar los
sucesores de Pedro que se han apartado de la sana doctrina. «…como si alguna
vez pudieran entrar en consorcio la justicia con la iniquidad, la luz con
las ti-nieblas, Cristo con Belial (2 Cor. 6, 15)».
Ataques contra el celibato sacerdotal
Llegando al cuarto objetivo de estas sectas, el Papa
Pío IX lo precisa así:«Tal es la vil
conspiración contra el sagrado celibato clerical».Los ataques contra el celibato de los sacerdotes no
son algo nuevo de nuestra época. El Papa escribía esto en 1846. Por
consiguiente, no es ninguna novedad ver que en hoy se ejercen muchas presiones,
incluso por parte de los obispos, a favor del matrimonio de los sacerdotes o de
la ordenación de sacerdotes casados, que tienden a suprimir así el celibato del
clero.
«Conspiración que, ¡oh
dolor! algunas personas eclesiásticas apoyan…»
Hay miembros del clero que se unen a de los masones
para intentar destruir el celibato eclesiástico, «…olvidadas lamentablemente de su propia dignidad, dejan vencerse y
seducirse por los halagos de la sensualidad; tal la enseñanza perversa, sobre
todo en materias filosóficas, que engaña y corrompe lamentablemente a la
incauta juventud…»
El comunismo, doctrina destructora
Además de los ataques contra el celibato sacerdotal,
el Papa denuncia los temibles peligros del comunismo:
«…y le da a beber hiel de dragón (Deut. 32,
33) en el cáliz de Babilonia (Jer.
51, 7), tal la nefanda doctrina
del comunismo, contraria al derecho natural…»
Ya en esta época el Papa se alzó contra las sectas que
son el origen de la falsa y abominable doctrina del comunismo. Con cien años de
antelación describe lo que iba a suceder.
Los Papas lanzaron solemnes advertencias claras, pero
nadie los escuchó. Los jefes de Estado permanecieron sordos y nadie se preocupó
de sus condenaciones. Los mismos obispos no fueron suficientemente valientes,
toda la doctrina perversa se difundió rápidamente, y sucedió lo que había
previsto el Papa Pío IX:
«…una vez admitida, echa
por tierra los derechos de todos, la propiedad, y la misma sociedad humana».
No podía decirse mejor. ¿Qué queda hoy de los derechos
del hombre en los países en que se ha establecido un gobierno comunista? Ya no
hay propiedad, pues cede sus derechos en pro del colectivismo, y en lo que se
refiere a la sociedad humana, ya no es una sociedad sino una esclavitud. El
Papa evoca finalmente los medios que emplean las sectas para lograr sus fines,
y principalmente la prensa y la edición de libros:
«la propaganda infame,
tan esparcida, de libros y libelos que vuelan por todas partes y que enseñan a
pecar a los hombres; escritos que, compuestos con arte, y llenos de engaño y
artificio, esparcidos con profusión para ruina del pueblo cristiano… De toda
esta combinación de errores y licencias desenfrenadas en el pensar, hablar y
escribir, quedan relajadas las costumbres…»
¿Qué diría si viviese ahora? En su tiempo las
“costumbres relajadas” que denuncia el Papa, si bien no eran aceptables,
distaban mucho de las proporciones que vemos ahora.
«…despreciada la
santísima Religión de Cristo, atacada la majestad del culto divino, vejada la
potestad de esta Sede Apostólica, combatida y reducida a torpe servidumbre la
autoridad de la Iglesia, conculcados los derechos de los Obispos, violada la
santidad del matrimonio…»
También sobre este particular, en esa época no se
podía ni siquiera imaginar la cantidad de familias que serían destruidas con la
introducción de las leyes que permiten el divorcio, violando la santidad y la
indisolubilidad del matrimonio. Desde que la ley del divorcio se introdujo en
Italia se han registrado decenas de miles. En Francia, hay entre 80 y 100 mil
divorcios cada año.Es la destrucción total de la familia. Los
hijos no saben con quién irse, si con su padre o con su madre; quedan
completamente abandonados. Sin ninguna tutela, los niños se convierten en presa
de la delincuencia; luego vienen los crímenes y robos, y después las cárceles para
niños. Esos son los frutos del divorcio, producto de nuestra “hermosa” sociedad
liberal. «…y todos los demás males que
nos vemos obligados a llorar, Venerables Hermanos, con común llanto».
Directivas pontificias: en primer lugar, defender la fe
Ante este cuadro siniestro de lo que han logrado las
sociedades secretas, el Papa se pregunta qué hay que hacer.
«En tal vicisitud de la
Religión y contingencia de tiempo y de hechos…»
Se dirige a los obispos:«Sabéis muy bien que, en
primer lugar, os incumbe a vosotros defender y proteger la fe católica».Es lo mismo que más tarde San Pío X pidió respeto a la
enseñanza religiosa: frente a la ignorancia religiosa y los ataques contra la
fe, hay que defender la fe católica.
«Esforzaos, pues, en
defender y conservar con diligencia pastoral esa fe, y no dejéis de instruir en
ella a todos, de confirmar a los dudosos, rebatir a los que contradicen;
robustecer a los enfermos en la fe, no disimulando nunca nada, ni permitiendo
que se viole en lo más mínimo la pureza de esa misma fe».
Nos hace bien que nos recuerden lo que tenemos que
hacer. Todos, cada uno en su lugar, tenemos que defender la fe católica, que
está atacada por todas partes y más ahora que nunca. Ahora el clero y los
obispos la atacan cuando dan catecismos que no están de acuerdo con ella. El
catecismo holandés y los que le han seguido ya no enseñan la fe católica. Es
horrible ver que los obispos, cuya misión es la de ser defensores de la fe, son
los que la corrompen. San Pío X decía que la liturgia es la “muralla de nuestra
fe”. Ahora han destruido esta muralla. ¿Cómo extrañarse, pues, de que
desaparezca la fe y de que ahora la gente ya no cree ni conoce sus rudimentos?
Es inevitable y una consecuencia lógica. Volvamos a esos buenos Papas, que
realmente eran defensores atentos de la fe, y que luchaban para preservarla y
propagarla.
Ya hemos escuchado el lenguaje de Pío IX, de León XIII
y de San Pío X, y escucharemos el de los Papas Pío XI y Pío XII. Todos ellos no
dejaron de exhortar siempre a los obispos en el mismo sentido: defender la fe y
mantenerla en su pureza. Ahora nos vemos obligados a comprobar que, a pesar de
las advertencias que los Papas no dejaron de dar («a pesar de nuestra
vigilancia, los errores han seguido progresando»), sigue el mal. Hoy podemos
decir que a pesar de los esfuerzos que emplearon los últimos Papas hasta Pío
XII —entre los cuales, por desgracia, no podemos incluir al Papa Pablo VI—
nadie escuchó su voz, y hoy estamos en la más completa oscuridad. Después de
haber pedido que se proteja la fe, el Papa exige que se denuncie a las sectas y
sus astucias:«Y como es gran piedad exponer a la luz del día los
escondrijos de los impíos y vencer en ellos al mismo diablo a quien sirven…».
Como decía el Papa León XIII, hay que desenmascarar a la Masonería para mostrar lo que es. Hay que descubrir sus errores, sus
secretos y sus talleres de crimen:
«…os rogamos que con todo
empeño pongáis de manifiesto sus insidias, errores, engaños, y maquinaciones
ante el pueblo fiel; le impidáis leer libros perniciosos y le exhortéis con
asiduidad a que, huyendo de la compañía de los impíos y sus sectas como de la
vista de la serpiente, evite con sumo cuidado todo aquello que vaya contra la
fe, la Religión y la integridad de costumbres».Ruega con firmeza a los obispos que denuncien los
errores y que impidan que los “libros perniciosos” caigan en manos de los
fieles. De ahí la necesidad del Índice.Pero lo primero que pidieron los modernistas al
Concilio fue la supresión del Índice. Algunos de ellos decían: “¡Basta que un
libro sea puesto en el Indice para que todo el mundo lo lea! Así, cuando se
dice que tal película es pornográfica, todo el mundo va a verla”.En primer lugar, eso no es cierto. Además, no hay que
dejar de denunciar el mal con pretexto de que, si se denuncia, habrá gente que
lo va a hacer a propósito. En ese caso, ya no habría que denunciar ni siquiera
el veneno, con el peligro que supone que todo el mundo se envenene. Cuando se
ponía un libro en el Indice había muchas personas que no lo leían, y en los
seminarios, universidades y escuelas católicos esos libros estaban prohibidos,
y no se podían encontrar en las librerías católicas. Así que era algo
importante.
“¡Ah, no! —dicen los modernistas—. ¡Es contrario a la
libertad de expresión y de investigación!”. Y el resultado es que el veneno se
ha difundido. La gente lee cualquier cosa. Ya no hay límites. Todo el mundo se
puede envenenar como quiere. ¿Qué importa?A continuación el Papa da otro consejo que resumo así:
“Procurad con todo empeño que los fieles amen la caridad, hagan que la paz
reine entre sí y que no haya divisiones en el interior de la Iglesia; que todos
tengan el mismo gusto en Nuestro Señor Jesucristo; el gusto de la verdad y de
la misma palabra en Nuestro Señor Jesucristo”.
Los sacerdotes: llamados a una vida ejemplar
Pío IX habla luego de los sacerdotes y recuerda a los
obispos, como lo han hecho todos los Papas, que la primera condición para
transmitir la fe a los fieles de modo eficaz y ejemplar es la buena formación
de los sacerdotes.«Mas como no haya nada tan eficaz para mover a
otros a la piedad y culto de Dios como la vida y el ejemplo de los que se
dedican al divino ministerio, y cuales sean los sacerdotes tal será de ordinario
el pueblo»…Los fieles serán como sean sus sacerdotes. Hay un
adagio en la Iglesia que, de algún modo con-firma este juicio: “Si el párroco
es santo, los fieles serán fervorosos; si es fervoroso, los fieles serán
mediocres; si es mediocre, los fieles serán malos; y si es malo… no queda
nada”. ¡Siempre un grado menos!«…bien veis, Venerables Hermanos, que habéis de trabajar
con sumo cuidado y diligencia para que brille en el Clero la gravedad de
costumbres, la integridad de vida, la santidad y la doctrina…»
Para tener un buen clero, hay que pensar
necesariamente en su formación, es decir: tener buenos seminarios. Es algo
evidente, porque es sencillamente de sentido común:«(…) No se os oculta, Venerables Hermanos, que los
ministros aptos de la Iglesia no pueden salir sino de clérigos bien formados, y
que esta recta formación de los mismos tiene una gran fuerza en el restante
curso de la vida. Esforzaos con todo vuestro celo episcopal en procurar que los
clérigos adolescentes, ya desde los primeros años se formen dignamente tanto en
la piedad y sólida virtud como en las letras y serias disciplinas, sobre todo
sagradas».
En estas palabras el Papa se refiere a los seminarios
menores. Es una institución que existía más o menos en todas partes, aunque no
siempre del mismo modo. Por ejemplo: en Italia, la gran mayoría de las
vocaciones en los seminarios mayores —un 95%— venían de los seminarios menores.
Había colegios o seminarios menores, a donde los párrocos enviaban a los niños
que, según su parecer, tenían aptitudes para el sacerdocio. Pero a la edad de
10 ó 12 años es muy difícil discernir ya si un niño tiene la semilla de la
vocación. Los párrocos los enviaban de todos modos al seminario menor, donde
prácticamente hacían toda su preparación para el seminario mayor. Algunos de
ellos dejaban el seminario, pero no hay que creer que tantos. Allí estaba el
semillero de vocaciones para los seminarios mayores. Eran muy pocos los
seminaristas que venían de colegios o universidades. En Francia, podemos decir
que el 50% de las vocaciones para el sacerdocio venían de los seminarios
menores. Los Papas exhortaron siempre a los obispos a crear y mantenerlos. Se
propagaron sobre todo en los países latinos: en América del Sur, en España, en
Portugal… Se puede decir que algunos colegios eran en realidad casi seminarios
menores, porque esos lugares eran auténticos colegios católicos que dependían
enteramente de la diócesis y cuyos profesores, en gran parte, eran sacerdotes.
Esto ayudaba a los jóvenes a la reflexión y a preguntarse si no iban a seguir
su ejemplo.
Cuando yo fui alumno del colegio del Sagrado Corazón
en Lille, cada año la mitad de los alumnos de filosofía —es decir, unos 15—
entraban en la congregación de los Padres del Espíritu Santo o en los
seminarios. Era un colegio que valía tanto como un seminario menor. Pero cabe
decir que en ese tiempo teníamos a 35 sacerdotes como profesores, y eso que
nosotros éramos 500 alumnos. Por su-puesto, era algo considerable, pero así los
sacerdotes podían ver a cada joven en particular, seguir-los, hablar con ellos,
confesarlos y dirigirlos. Así es como salían tantas vocaciones de este colegio.Ahora los colegios se han vuelto mixtos, como ocurrió
con el que acabo de mencionar, donde ¡incluso se suprimió la Capilla! De vez en
cuando tiene lugar una gran ceremonia en el gimnasio… En la actualidad, hay
cuatro o cinco sacerdotes, pero todos los demás son seglares. El resultado es
que ya no hay vocaciones. Nosotros quisiéramos hacer algo parecido en nuestros
colegios, como en Saint Mary’s (Kansas, Estados Unidos) y en otros lugares. Nos
gustaría que fueran buenos colegios católicos, que no estén reservados sólo
para los jóvenes que puedan tener vocación, pero no cabe duda que la mayor
parte de las vocaciones nos vendrán gracias a ellos.
Ya hemos tenido resultados positivos con nuestra
escuela de Saint-Michel, cerca de Chateauroux, y en la de L’Etoile du Matin; e
igualmente con la escuela de las hermanas dominicas de Fanjeaux.No cabe duda que las escuelas nos darán vocaciones. Es
lo que pedían los Papas. Sin abrir seminarios menores, tendremos escuelas que
cumplirán la misma función.
El magisterio de ayer y el de hoy
Las cartas que recibimos de Roma y de los que nos
atacan, nos acusan de que no aceptamos el magisterio de la Iglesia. Sin
embargo, yo no creo que haya otro seminario en todo el mundo como el de Ecône,
donde se estudian los documentos de los Papas para conocer el magisterio de la
Iglesia y someterle nuestra inteligencia.Somos objeto de acusaciones y de persecuciones
precisamente porque sentimos una gran veneración hacia este magisterio, y
sentimos mucho respeto por los documentos pontificios que lo constituyen. No
podemos imaginar el estar de acuerdo con lo que contradice a lo que los Papas
han dicho siempre. Este es todo nuestro problema desde el Concilio Vaticano II.
¿Se puede adherir al modernismo, al liberalismo, al
laicismo y al indiferentismo por todos los cultos, cuando los Papas no cesaron
de denunciar sus efectos perversos y condenarlos? Nosotros, por obediencia a todo lo que los Papas han
enseñado, rechazamos un magisterio que se opone al de la Iglesia de siempre.
¿Qué nos pueden reprochar? No sólo nos oponemos a este reciente magisterio —que
se ha dejado influenciar por el modernismo y el liberalismo— sino también a un
nuevo concepto que ha penetrado en la Iglesia.Veamos un ejemplo muy sencillo, leyendo la declaración
Dignitatis humanae, sobre la “libertad religiosa”. Leamos el escrito que
hizo un seglar —el profesor Salet, con el seudónimo de Michel Martin, en Le
Courrier de Rome—.
En este escrito se hace una comparación entre los documentos
del magisterio de los Papas Pío IX y Gregorio XVI, confrontándolos con la
declaración sobre la libertad religiosa, para mostrar clara-mente la
contradicción formal y flagrante entre esos documentos.
¿Qué hacer? Si nos conformamos con el magisterio de
hoy, con esta declaración sobre la libertad Monseñor Lefebvre hablaba en 1980. Desde entonces, el número de centros
de enseñanza católicos ha crecido considerablemente, sobre todo en Francia,
bajo los auspicios de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X y de las Hermanas
Dominicas docentes de Fanjeaux y de Saint-Pré. religiosa, nos oponemos al
magisterio de ayer: el de Gregorio XVI y Pío IX. ¿Cuál de los dos elegimos?
Necesariamente estamos obligados a elegir el más antiguo, porque esta es la regla
de la Iglesia: lo que ha sido enseñado en otro tiempo, y no lo que se enseña
hoy, que no se puede valorar sino en relación con su conformidad con todo el
anterior magisterio de la Iglesia. Ahora se rechaza el pasado diciendo: “¡No!
!Ya no hay que mirar al pasado! ¡Hay que someterse al magisterio de hoy!”. Si
fuese conforme en todo con el magisterio anterior, estaríamos enteramente de
acuerdo. Pero está en oposición con él, y por eso no puede ser.Recordemos la advertencia solemne de San Pablo, que ya
había previsto ese peligro: «Si yo mismo o un ángel enviado del Cielo os
enseñase una doctrina que no sea conforme con lo que fue enseñado primero, no
hay que escucharle. Sea anatema» (Gal. 1, 8). Ya en tiempos de San Pablo se
había planteado el dilema de tener que elegir entre lo que él mismo había
enseñado al principio de su apostolado y que estaba de acuerdo con lo que le
había revelado Nuestro Señor, y lo que profesaban aquellos de quienes decía:
«No hay que escucharlos. Sean anatemas». La regla, pues, es que sean anatemas
los que enseñan cosas que no se habían enseñado antes. Lo mismo decimos
nosotros: se nos exige sumisión a algo que no es conforme a lo que se enseñó
antes, y así no lo podemos aceptar, como es el caso de la misa.
La nueva misa está impregnada de modernismo
Al estudiar la nueva misa se ve que está impregnada de
ideas modernistas. Ha sido elaborada bajo la influencia del espíritu modernista
que denunció y condenó el Papa San Pío X en su encíclica Pascendi dominici
gregis, donde demostró el error y la nocividad del modernismo como “el
conjunto de todas las herejías”. ¿A quién hay que creer? ¿A San Pío X o a los
modernistas que actualmente han penetrado en la Iglesia e intentan someternos a
su influencia? Hay que elegir. Nosotros ya lo hemos hecho: no podemos
someternos a semejante orientación ni aceptar un magisterio en contradicción
con la Tradición y que, al estar guiado por el modernismo, fue condenado por el
magisterio y ha producido toda esa reforma de la Iglesia, cuyos malos frutos y
consecuencias desastrosas vemos con dolor.
La destrucción de la Iglesia, objetivo de los masones
Por eso es tan importante que los católicos estudien
realmente el magisterio de la Iglesia de un modo práctico. ¿Para qué publicaron
los Papas tantos documentos y lanzaron tantas advertencias sobre la Masonería?
Porque vieron en la Masonería precisamente la fuente envenenada de todos los
errores. Los masones son el origen de los errores que nos envenenan: el
racionalismo y el naturalismo que destruyen lo sobrenatural, y por lo tanto,
todo lo que nos vino a traer Nuestro Señor Jesucristo. Si se destruye lo
sobrenatural y la gracia, se destruye la revelación, la Iglesia, los
sacramentos y la misa. No queda nada.Los Papas, con su vigilancia, comprendieron que había
que denunciar a los masones, y como dicen, “desenmascarar” a esas sectas,
porque se disfrazan con una máscara de filantropía, de deseo de hacer progresar
a la humanidad en la amistad entre los hombres, etc.Sólo son perspectivas falsas e ilusorias. Con sus
encíclicas los Papas mostraron claramente la realidad de la Masonería y le
arrancaron la máscara con que se disfrazaba.Casi al final de su encíclica Qui pluribus del
9 de noviembre de 1846, que acabamos de estudiar, el Papa Pío IX exhortaba los
obispos a luchar con fuerza y valor contra las sectas, recordándoles que el
primer deber de su cargo, es:«Esforzarse en defender y
conservar con diligencia pastoral la fe católica».
¿Cómo conseguirlo? Hemos visto que decía el Papa:
primeramente, descubrir las maniobras de los impíos; en segundo lugar, predicar
el evangelio; luego, inculcar la caridad y, finalmente, velar por la santidad
del clero. Por eso daba consejos sobre la elección de los futuros sacerdotes:
“Tened cuidado al elegir a los futuros
sacerdotes”.
Esta es la preocupación de los Papas. Recordemos que
desde la primera encíclica de su pontifica-do, San Pío X decía que el gran
remedio para los males actuales es la buena formación de los sacerdotes.
La fuerza de la Iglesia es la santidad y la
doctrina de los sacerdotes
Se entiende fácilmente. ¿Qué constituye la fuerza de
la Iglesia? ¿Quiénes tienen la función de enseñar la fe de la Iglesia, y
manifestar con su comportamiento y el ejemplo de su vida qué es y qué enseña?
Los sacerdotes. La Iglesia y los fieles serán santos en la medida en que los
sacerdotes lo sean. De ahí la importancia capital que los Papas dan a la
formación sacerdotal y a la elección de los profesores de los seminarios.
San Pío X dijo: “Hay
que expulsar a los profesores que tengan la más leve mancha de modernismo y no
quieran permanecer unidos a la doctrina de la Iglesia tal como tiene que
enseñarse”.
En la actualidad, ¿es eso lo que se procura hacer en
los seminarios? ¿Se preocupan de elegir a los profesores? Algunos dicen que
ahora hay más seminaristas que entran en algunos seminarios, como en Alemania,
en Argentina o en Italia… Seguramente ellos van con buenas disposiciones,
porque eligen seminarios que aún guardan cierto carácter tradicional. Pero,
¿qué les sucederá si los profeso-res encargados de su formación no les enseñan
la verdad de la Iglesia ni la filosofía de santo Tomás, de la que ha dicho la
Iglesia que es su doctrina y filosofía? En cierto modo, ya no es la filosofía
de santo Tomás, pues la Iglesia la ha adoptado y la ha considerado como la
verdadera, la que nos enseña qué es el ser de las cosas y qué es la realidad y
la verdad. Por lo tanto, esa es la que hay que enseñar, como lo determina la
Iglesia Si los profesores no sólo no enseñan esta filosofía sino que la
contradicen, los jóvenes se quedan y se forman mal, o se van, porque ven que no
se les enseña la verdad. Pierden su vocación. Es lo que sucede ahora. De ahí la
importancia que reviste la formación de los sacerdotes, sobre la que insiste el
Papa:«Como sabéis que la
práctica de los Ejercicios espirituales ayuda extraordinariamente para conservar
la dignidad del orden eclesiástico, y fijar y aumentar la santidad, urgid con
santo celo tan saludable obra, y no ceséis de exhortar a todos los llamados a
servir al Señor a que se retiren con frecuencia a algún sitio a propósito para
practicarlos, libres de ocupaciones exteriores…»
Para ayudar a los sacerdotes a perfeccionar su
elevación a la santidad, el Papa los exhorta a la práctica de los Ejercicios
espirituales de San Ignacio, y a los obispos les pide que animen a sus sacerdotes
a que los hagan:
«…y dándose con más
intenso estudio a la meditación de las cosas eternas y divinas, puedan purificarse
de las manchas contraídas en el mundo, renovar el espíritu eclesiástico, y con
sus actos despojándose del hombre viejo, revestirse del nuevo que fue creado en
justicia y santidad».
Luego, Pío IX exhorta a los obispos a ser modelos en
el cumplimiento de sus deberes:
«…[para que] cumpliendo como debéis con vuestro oficio
pastoral, todas nuestras queridas ovejas redimidas con la sangre preciosísima
de Cristo y confiadas a vuestro cuidado, las defendáis de la rabia, el ímpetu y
la rapacidad de lobos hambrientos, las separéis de pastos venenosos, y las llevéis
a los saludables y, con la palabra, o la obra, o el ejemplo, logréis
conducirlas al puerto de la eterna salvación. Tratad varonilmente de procurar
la gloria de Dios. (…) Desechados los errores, y arrancados de raíz los vicios,
tomen incremento de día en día, y todos los fieles, arrojando de sí las obras
de las tinieblas, caminen como hijos de la luz, agradando en todo a Dios y
fructificando entodo género de buenas obras».León XIII, encíclica Aeterni Patris del
4 de agosto de 1879; Pío XI, encíclica Studiorum ducem del 29 de junio
de 1923 sobre la filosofía y la teología de Santo Tomás de Aquino.
Papel de los jefes de Estado católicos
A continuación el Papa confía también a los príncipes
su deseo de conservar los principios de la piedad y de la religión. En esa
época aún había príncipes católicos, a pesar de los ataques de la Masonería y
de la situación casi desesperada de la Iglesia. Por eso el Papa se dirigía a
los príncipes. Hay que decir que, por desgracia, todos ellos se dejaron
influenciar por la Masonería. Esto hizo crecer cada vez más la degradación de
la política católica y de la sociedad cristiana.
«Abrigamos también la esperanza de que Nuestros
amadísimos hijos en Cristo los Príncipes, traigan a la memoria, en su piedad y
religión, que la potestad regia se les ha concedido no sólo para el gobierno
del mundo, sino principalmente para defensa de la Iglesia , y
que Nosotros, cuando defendemos la causa de la Iglesia, defendemos la de su
gobierno y salvación, para que gocen con tranquilo derecho de sus provincias».
En tiempos de Pío IX aún había una colaboración entre
los príncipes y la Iglesia. Ella apoyaba a los príncipes en su autoridad, y los
príncipes cumplían con su deber de sostener a la Iglesia y ayudarla a
expandirse.
Actualmente, este pensamiento resulta algo raro para
todos, incluso para los católicos. Es algo que ya no pueden admitir. Los
estados no tienen nada que ver con la Iglesia, ni tienen que sostenerla de modo
alguno. No tienen que sostener a ninguna religión en particular. Tienen que ser
indiferentes con todas las religiones y darles a todas la libertad, sin
distinguir entre la verdadera y las falsas. Hay que acabar con todo ese pasado
y dejar que se introduzca la libertad de cultos.
Pero la libertad de cultos, como hoy se entiende la
“libertad religiosa”, es decir, la libertad del ejercicio externo de las
religiones, lleva a la libertad del error, y el error triunfa siempre sobre la
verdad. Eso no quiere decir que al final no va a triunfar la verdad, sino que
el error puede contribuir a la pérdida de muchas almas, pues cuenta con todos
los medios humanos; dispone de todo el dinero del mundo y todos los medios de
difusión están a su disposición. No cabe duda de que el hombre se siente más
tentado por una falsa religión que por la disciplina. El orden siempre cuesta
más y atrae menos. La libertad se desenfrena y acaba en licencia. Esto es lo
que vemos que pasa ahora, y nadie resiste.
El Papa se encomienda a la Santísima Virgen:
«...a la intercesora para con Dios, la Santísima Madre
de Dios, la Inmaculada Virgen María, que es nuestra madre dulcísima, medianera,
abogada y esperanza fidelísima, y cuyo patrocinio tiene el mayor valimiento
ante Dios».
Y, como es costumbre, Pío
IX concluye su encíclica impartiendo la bendición apostólica
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