Mucho hemos escuchado sobre lo que pasa en Oriente
Medio, pero poco sobre los católicos o cristianos que viven en esos países muy
poco. Al parecer hay una confabulación no digo mundial sino también de parte
Roma para callar y sepultar bajo los escombros a tantos y tantos cristianos
(nombre oficial para denominar a los católicos ortodoxos de esos países) que
son víctimas de las atrocidades del EL sin que nadie mueva un dedo por ellos o
rece por sus almas para que a la hora de dar testimonio de Nuestro Señor acepten
el martirio como antaño lo hacían los mártires de la primera hora del
cristianismo.
Por medio de este blog les hacemos entrega de otra
declaración sobre el entramado que existe en Oriente Medio en donde los
cristianos son parte importante de esta tragedia.
Al ser recibido en el palacio del Elíseo, sede de la presidencia de
Francia, se le comunicó al Patriarca maronita de Antioquía y de Todo el
Oriente, S. B. Bechara Boutros Rahi, principal autoridad de la más importante
Iglesia oriental vinculada a Roma, que Francia y sus aliados estaban a punto de
intervenir militarmente en Siria para poner en el poder a la Hermandad
Musulmana. Al no disponer entonces de espacio en el Levante, los cristianos de
Oriente tendrían que prepararse para emprender el éxodo y buscar refugio en
Europa.
Dejamos a la Hermana Madre
Agnes-Mariam de la Croix hablar:
El sínodo expresó (aludiendo a
la foto de arriba) con fuerza el carácter árabe de los cristianos de Oriente,
por inmersión y simbiosis con su entorno histórico y cultural. No debemos
olvidar que los cristianos de Oriente fueron los pioneros del Renacimiento
árabe, conocido como Nahda (Al-Nahda (árabe: النهضة, al-Nahḍa), «Renacimiento» o
«Despertar árabe». Fue el renacimiento de la literatura y el pensamiento árabes
bajo la influencia de Occidente, durante la segunda mitad del siglo XIX y
principios del XX. Este movimiento comenzó en Egipto, Líbano y Siria y después
se extendió a otros países árabes.) Ante la colonización otomana. Fueron ellos,
junto a importantes personalidades musulmanas, quienes hicieron renacer la
lengua árabe y la extendieron por el mundo a través de las traducciones, al
árabe o a partir de ese idioma, elaboradas por grandes intelectuales, sobre
todo en Alepo, Damasco y Monte Líbano.
Las primeras imprentas del mundo árabe aparecieron gracias a cristianos
como Abdalá Zakher. (Diácono Abdallah Zakher (عبد الله زاخر en árabe) nació en Alepo en 1684 y murió en 1748,
es un escritor, impresor y tipógrafo melquita sirio-libanesa) Sin embargo, a
raíz de los movimientos panárabes de principios del siglo XX y de ciertas
tensiones anteriores a las independencias, varias facciones cristianas fueron
llevadas a separarse ideológicamente de sus hermanos árabes de otras
confesiones. Esto se vio con especial fuerza durante la guerra del Líbano,
cuando algunos cristianos libaneses renegaban fuertemente de su pertenencia al
mundo árabe para argumentar sobre supuestas raíces fenicias, cananeas u de otro
tipo. La derrota cristiana en la guerra del Líbano trajo de nuevo los
corazones hacia una justa medida en materia de historia y de identidad. Los
cristianos se reconocieron a sí mismos como gente llamada a cumplir una misión
en la tierra de sus ancestros, desde Mesopotamia hasta el Mediterráneo, pasando
por las riberas del Nilo, para dejar el testimonio de su esperanza ante sus
hermanos musulmanes, a los que recibieron como liberadores ante el colonizador
bizantino en época de las guerras islámicas. Hay que recordar la obra del
difunto padre Corbon, (uno de los miembros que redacto el nuevo catecismo de la
Iglesia “Católica” bajo el pontificado de Juan Pablo II) autor de un libro que
tuvo gran influencia entre los pastores de las Iglesias cristianas en el
sentido de la adopción de la causa árabe y de su identificación como árabes.
Ese libro, con cuyo título estoy en desacuerdo, es La Iglesia de los árabes.
El Vaticano siempre se posicionó a favor de la causa palestina,
(“siempre” hoy por hoy al Vaticano no le importa la causa de los católicos en
Oriente Medio) y no por alineamiento político sino por una cuestión de
justicia. Hoy en día todos los cristianos de Oriente, incluso los ex militantes
anti árabes, admiten esa posición. Sin embargo, la injustificada injerencia de
Occidente –encabezado por Estados Unidos y Francia– en los asuntos regionales,
[injerencia] profunda y amargamente sufrida durante la guerra del Líbano y que
no se ha borrado aún de la realidad que hoy se vive en Irak, hace que los
cristianos, encabezados por sus prelados, sean extremadamente precavidos.
No se trata de convertirnos en enemigos de los occidentales sino de
darnos cuenta de una vez y por todas de que la supervivencia de los cristianos
en el Oriente no puede depender de ningún tipo de protectorado. Nuestro futuro
depende de la convivencia de los cristianos con sus hermanos que conviven con
ellos en el Oriente y en quienes ellos reconocen a hermanos de sangre, más allá
de divergencias confesionales, por demás menos grandes de lo que parece. Los cristianos han servido siempre de pretexto cultural a Occidente.
Cuando los otomanos, el hombre enfermo de Europa, no tenían otro remedio que
recibir a los diversos cónsules occidentales que venían a Alepo con sus misioneros–franceses,
italianos, venecianos, genoveses, holandeses, austriacos, ingleses, etc.–, los
cristianos eran el medio que permitía que estos se adaptaran al misterioso
Oriente. En definitiva, los cristianos no son enemigos de nadie. Recibieron a
los occidentales tan bien como los musulmanes.
En todo caso, después de tantos desengaños, hoy se reservan el derecho
a criticar lo incorrecto, la estrechez de análisis o las actitudes
intempestivas de unos y otros en Occidente, de quienes promueven en Occidente
sus propios intereses en detrimento de la presencia multisecular de los cristianos
y de otros componentes étnico-culturales del tejido socio-demográfico oriental.
O se aceptan los principios democráticos y se tienen en cuenta nuestros puntos
de vista, o se admite que nos encontramos nuevamente ante un sistema
maquiavélico que exige que nos callemos y que quiere obligarnos a obedecer. Me decepciona la prensa católica que sigue ciegamente la tendencia que
dictan los dueños del mundo y que no hace más que repetir como un papagayo lo
mismo que los grandes medios repiten constantemente. Es una lástima que, en
estos días difíciles, nos obliguen a dar explicaciones, en primer lugar, ante
quienes comparten nuestra misma creencia y se hallan inmersos en la mentira, la
tergiversación y la desinformación, con la salvedad de algunas excepciones a cuya
valentía quiero rendir homenaje.
Los occidentales se han acostumbrado a ser los jueces, los pensadores,
los que ordenan y, digamos, los tutores de los cristianos de Oriente. Eso se
debe al exceso de complacencia de algunos de nosotros hacia una cultura
alternativa que han adoptado. Además, una cosa es ser francófono y otra muy
distinta es permitirle a los franceses –o a otros occidentales– erigirse en
pedagogos y tutores de los cristianos de Oriente. El Patriarca maronita dijo lo que pensaba, de acuerdo con sus colegas,
los demás Patriarcas de Oriente. No lo hizo por complicidad con una dictadura,
sino en armonía con su propio concepto de la Justicia, del Derecho y del
interés de las comunidades cristianas. Está claro que las declaraciones del
Patriarca contradicen de manera muy autorizada las maniobras de la comunidad
internacional tendientes a instaurar a cualquier precio un régimen alternativo
títere en Siria, al igual que en Libia.
El hecho de que ahora se interesen tanto por los asuntos sirios – ¿y por
qué no lo hicieron durante la guerra del Líbano, cuando nos masacraban ante la
indiferencia general?–, al extremo de dedicarles la primera plana en los medios
del Nuevo Totalitarismo, debería llamar la atención de toda persona libre y
dotada de espíritu crítico.
Decir que los cristianos de Oriente y sus pastores son reacios a
acompañar las revoluciones árabes por temor a la democracia es una calumnia mal
intencionada. Los cristianos han sido en todas partes pioneros de la libertad
de expresión, de la igualdad entre ciudadanos y de la dignidad del pueblo. Es
una falsedad decir que, culturalmente, ignoramos el significado de democracia,
que nuestras familias son autoritarias y que, en general, no hay democracia (ni
debe haber) en la Iglesia. Es una lectura estrecha, superficial.
¿Por qué no se habla del amor que reina en nuestras familias? Esa
armonía hace que no necesitemos una mayoría para dirigir ya que el consenso es
la realidad cotidiana que une los diversos componentes de este edificio. En
cuanto a la Iglesia, es la comunión lo que caracteriza la relación entre sus
componentes. Tratar a la familia y la Iglesia con la perspectiva de una
democracia es politizar esas realidades, que son infinitamente más profundas
que los intereses de la Politica. A mí me asombra que sacerdotes que convocan a
seminarios de plegaria y de ayuno estén en realidad centrados en una visión
unilateral y politiquera sobre la familia, sobre la Iglesia, sobre la sociedad,
al extremo de convertirse en consultantes gratuitos que, como antes lo hacían
los colonizadores, dictan sus opiniones como altos oráculos a la pobre plebe
del pueblo sirio considerado como menor, inculto, ciego e impotente. Los occidentales están tan imbuidos de sí mismos que no conciben otros
esquemas cívicos que no sean los suyos, a pesar de que su propio mundo está
enfrentando una crisis social, económica y moral insoluble. En las sociedades
tradicionales fieles al sistema ancestral heredado de los tiempos bíblicos
existen otros medios, otros parámetros capaces de regir exitosamente la vida
cotidiana de la sociedad. Al decir esto estoy pensando en el sistema
patriarcal, estoy pensando en el sistema de alianzas entre familias, entre
tribus, entre ciudades, entre regiones y entre Estados, en un sistema
federativo basado en las libertades y los intereses particulares de la familia,
de la tribu, vinculados a la tierra de los ancestros.
Desgraciadamente, Occidente ha erradicado el concepto de pertenencia a
la tierra, a la familia, a la etnia y, en definitiva, ha erradicado el concepto
mismo de identidad ontológica. Su modelo no se basa en el reconocimiento del
individuo sino en intereses periféricos. En nombre de lo económicamente útil se
sacrifican –en beneficio de las multinacionales– los principios de la patria,
de la familia, de la identidad personal. No nos damos cuenta de que estamos
siendo arrastrados por un totalitarismo mucho más desenfrenado y maléfico que
el de esos pequeños regímenes autoritarios que están tratando de derrocar. Estos
han tenido el mérito de haber sabido aprovechar el tejido social, identitario,
familiar, tribal y clánico de nuestro misterioso Oriente. Yo estoy consciente
de que la felicidad de nuestra vida resulta, al ser vista desde lejos,
totalmente incomprensible para Occidente.
Yo deploro que los supuestos opositores no le hayan tomado la palabra
al presidente Bachar el Assad para discutir con él la serie de reformas que él
está aplicando. En vez de ello, esa oposición cerró las puertas a toda
negociación, no sólo con sus declaraciones sino con la fuerza de las armas, a
través de los atentados y de otros hechos violentos. El CNS no se presenta como una emanación natural de una real aspiración
del pueblo sirio a sus legítimos derechos sino como el parto forzado de una
colaboración oculta con intereses extranjeros a Siria. La alianza entre la Hermandad Musulmana y Occidente resulta escandalosa para los cristianos y para
los musulmanes que no quieren que la religión influya en sus vidas en el plano
cívico.
En los regímenes laicos, instaurados después del colonialismo y al
calor del movimiento panárabe, era una ventaja para todos que existiera cierta
distancia entre la religión y lo cívico. ¡Pero los occidentales, que en sus
propios países rechazan con toda razón la amalgama entre cívico-religiosa,
tratan sin embargo de favorecerla aquí para derrocar regímenes laicos! Es eso
lo que despierta temor en la mayoría del pueblo sirio. La Charia aplicada en su
totalidad, como la Hermandad Musulmana pretende instaurarla, da lugar a
regímenes teocráticos obsoletos, oscurantistas como el de Arabia Saudita. ¿Cómo
se puede aceptar ese retroceso en pleno siglo XXI y qué modernidad pretende
aportar la Hermandad Musulmana a la Charia que, dada su naturaleza divina, no
puede ser suavizada ni rectificada por ningún poder humano?
Yo sospecho que hay una complicidad oculta entre los intereses
neocoloniales de Occidente y la coerción mental aplicada a través de la Charia.
A pesar de todo lo democráticas que dicen ser, las potencias occidentales
necesitan por desgracia un sistema que las ayude a subyugar a las masas con el
pretexto de la piedad y de la fidelidad a la religión. En fin, las potencias
occidentales temen a los cristianos que, según la enseñanza del Evangelio, son
libres de escoger entre el Bien y el Mal y que creen en su dignidad de seres
razonables, responsables de sus pensamientos, de sus palabras y de sus
acciones, lo cual no es el caso del fundamentalismo musulmán.
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