lunes, 9 de noviembre de 2015

CARTA ABIERTA A LOS CATÓLICOS PERPLEJOS






  
A los católicos  que  sienten  que  se  están  operando  transformaciones  radicales  les resulta difícil resistir la insistente propaganda, común a todas las revoluciones. Se les dice : "Ustedes no aceptan el cambio, pero la vida es cambio. Ustedes permanecen aferrados a cosas  fijas,  pero  lo  que  era  bueno  hace  cincuenta  años  ya  no  conviene  a  la  mentalidad actual ni al género de vida que llevamos. Ustedes se atienen al pasado y no son capaces de modificar sus costumbres".  Muchos católicos se sometieron a la reforma para no incurrir en esos reproches pues no encontraban argumentos para defenderse de acusaciones infamantes como éstas: "Ustedes son retrógrados, anticuados, no viven con su época”. El cardenal Ottaviani  decía ya refiriéndose a los obispos: "Tienen miedo de parecer  viejos". Pero  los  católicos  nunca  nos  hemos  negado  a  aceptar  ciertos  cambios, ciertas adaptaciones que atestiguan la vitalidad de la Iglesia. En materia litúrgica los hombres de mi edad asistieron a varias re formas; yo acababa de nacer cuando Pío X se preocupó por aportar mejoras, especialmente dando más importancia al ciclo temporal, al adelantar la edad de la primera comunión y al restaurar el canto litúrgico que había sufrido un eclipse. Luego Pío  XII redujo  la duración del  ayuno eucarístico a causa de  las dificultades inherentes a la vida moderna, autorizó por el mismo motivo la celebración de la misa por la tarde, reemplazó el oficio de la vigilia pascual en la tarde del Sábado Santo, remodeló los oficios de la semana santa. Juan XXIII agregó por su parte algunos retoques al rito llamado de san Pío V antes del concilio.

Pero nada de todo esto se aproximaba poco ni mucho a lo que se verificó en 1969, a saber, una nueva concepción de la misa. Se nos reprocha también que nos aferremos a formas exteriores y secundarias, como por ejemplo, la lengua latina. Se proclama que es una lengua muerta que nadie comprende, como si el pueblo cristiano la hubiera comprendido más en  el siglo XVII o en el siglo XIX, ¡Qué  negligencia  la  de  la  Iglesia,  según  los  innovadores,  al  esperar  tanto  tiempo  para suprimir el latín! Yo creo que la Iglesia tenía sus razones. No ha de asombrarnos que  los católicos experimenten  la  necesidad de comprender mejor  textos  admirables  de  los  cuales  pueden obtener alimento espiritual, ni que deseen asociarse más íntimamente a la acción que se desarrolla ante sus ojos. Sin embargo, no se satisfacen  esas  necesidades  adoptando  las  lenguas  vernáculas  de  punta  a cabo  del  Santo Sacrificio. La lectura en francés de la Epístola y del Evangelio constituye una mejora y se la practica cuando conviene en Saint- Nicolas-du-Chardonnet así como en  los prioratos de  la Fraternidad que yo fundé. Por lo demás, lo que se ganaría estaría fuera de toda proporción con lo que se perdería, pues la inteligencia de los textos no es el fin último de la oración, ni el único  medio de poner el alma en oración, es decir, en unión con Dios. Si se presta una atención demasiado grande al sentido  de los textos, eso puede constituir hasta un obstáculo para la oración.

Me  maravilla  que  no  se  lo  comprenda,  cuando  al  mismo  tiempo  se  predica  una religión del corazón, una religión menos intelectual y más espontánea. La unión con Dios se obtiene por obra  de  un canto  religioso  y celestial, por obra de  un ambiente  general de  la acción litúrgica, por la piedad y el recogimiento del lugar, por su belleza arquitectónica, por el fervor de la comunidad cristiana, por la nobleza y la piedad del celebrante, la decoración simbólica, el perfume del incienso, etcétera. Poco importa el estribo con tal que el alma se eleve.  Cualquiera  puede  tener  esta  experiencia  si  franquea  los  umbrales  de  una  abadía benedictina de esas que conservaron el culto divino en todo su esplendor.
Esto en  nada disminuye la necesidad de  tratar de comprender mejor  los  rezos,  las oraciones y los himnos, así como la necesidad de una participación más íntima; pero es un error creer que mediante el empleo puro y simple de la lengua vernácula y la supresión total de la  lengua  universal de la Iglesia, consumada desgraciadamente casi en todas partes del mundo, se puede  llegar  a esos  fines.  Basta  ver  el  éxito  de  las  misas,  por  más  que  estén dichas según el nuevo orden, en las cuales se conservó el canto d el Credo, del Sanctus y del Agnus Dei. Pues  el  latín  es  una  lengua  universal.  Al  emplearlo,  la  liturgia  nos  pone  en  una comunión universal, es decir, católica. En cambio, si la liturgia se localiza, se individualiza, pierde esa dimensión que marca profunda mente a las almas, Para no incurrir en semejante error bastaba observar los ritos católicos orientales en los cuales  los actos  litúrgicos se expresan desde  hace  mucho tiempo en  lengua  vulgar. En esas comunidades se comprueba el aislamiento de  los  miembros. Cuando están dispersas fuera de su país de origen, dichas comunidades  necesitan sacerdotes propios para  la  misa, como para los sacramentos, como para toda ceremonia y construyen iglesias especiales que apartan a dichas comunidades, por la fuerza de las cosas, del resto del pueblo católico.

¿Obtienen de esto algún beneficio? No se manifiesta de manera  evidente que la lengua litúrgica particular haya hecho a estas comunidades más fervientes y practicantes que a aquellas beneficiadas por  una  lengua  universal, incomprendida de  muchos tal  vez, pero susceptible de ser traducida. Si consideramos la situación fuera de la Iglesia, ¿cómo logró el islamismo asegurar su cohesión al difundirse en regiones  tan diferentes  y entre pueblos de  razas  tan diversas como Turquía, África del Norte, Indonesia o el África negra? Al imponer en todas partes el árabe como lengua del Alcorán. En África veía yo cómo los morabitos hacían aprender de memoria los suras a niños que no podían entender una sola palabra.

Y hay algo más, el islamismo llega a prohibir la traducción de su libro santo. Hoy es de buen tono admirar la religión de Mahoma a la que, según me entero, se han convertido millares de franceses, y pedir dinero en las iglesias para construir mezquitas en Francia. Sin embargo n os hemos guardado bien de inspirarnos en el único ejemplo que podía tenerse en cuenta: la persistencia de una lengua única para la oración y para el culto. El hecho de que el latín sea una lengua muerta habla en favor de su mantenimiento - , en  esas  condiciones  es  el  mejor  medio de proteger la  expresión  de  la  fe  contra  las variaciones lingüísticas que naturalmente se dan en el curso de los siglos. Desde hace unos años  el  estudio  de  la  semántica  se  ha  difundido  mucho  y  hasta  se  lo  introdujo  en  los programas de  francés de los colegios.

¿No es uno de los objetos de la semántica el estudio del cambio de significación de las  palabras,  de  los  desplazamientos  de  sentido  observados  con  el  correr  del  tiempo  y  a veces en períodos muy breves? Saquemos pues partido de esta ciencia para comprender el peligro que supone confiar el caudal de la fe a modos de decir que no son estables. ¿Habría  sido  posible  conservar  durante  dos  mil  años,  sin  corrupción  alguna,  la formulación de las verdades eternas, intangibles, con lenguas  que evolucionaran sin cesar y fueran  diferentes  según  los  países  y  hasta  según  las  regiones?  Las  lenguas  vivas  son cambiantes y móviles. Si se confía la liturgia a la lengua del momento, habrá que adaptarla continuamente atendiendo  a  la semántica. No es sorprendente que  haya que constituir sin cesar nuevas comisiones ni que los sacerdotes ya no tengan tiempo de decir la misa. Cuando fui a ver a Su Santidad Pablo  VI en Castelgandolfo, en 1976, le dije: "No sé si sabéis, Santo Padre, que ahora  hay trece oraciones eucarísticas oficiales en Francia". El Papa, entonces, levantando en alto  los brazos  me replicó:  " ¡Pero  muchas  más,  monseñor, muchas más!"

De manera que tengo razón al formularme una pregunta: ¿existirían tantas oraciones eucarísticas si los liturgistas estuvieran obligados a componerlas en latín? Además de esas fórmulas  puestas  en  circulación  después  de  haber  sido  impresas  aquí  o  allá,  habría  que hablar  también  de  los  cánones  improvisados  por  el  sacerdote  en  el  momento  de  la celebración  y  de  todos  los  elementos  incidentales  que  el  oficiante  introduce  desde  la "preparación de la penitencia" hasta la "despedida de la asamblea".¿Podría producirse esto si se oficiara en latín? Otra forma exterior contra la cual se levantó cierta opinión es el uso de la sotana, no tanto en la iglesia o en las visitas al Vaticano, sino en la vida de todos los días... La cuestión no es esencial, pero tiene una gran importancia. Cada vez que el Papa lo ha  recordado  — y Juan  Pablo II por su parte lo ha hecho con insistencia-  se registraron protestas  indignadas en  las  filas del clero. Leía  no  hace  mucho  en  un diario de París  las declaraciones que sobre este punto hizo un sacerdote de vanguardia:  "Eso es puro folklore... En Francia, el uso de una vestimenta reconocible no tiene sentido porque no hay ninguna necesidad  de  reconocer  a  un  sacerdote  en  la  calle.  En  cambio,  la  sotana  o  el  traje  del pastor  protestante  provocan  aislamientos...  El  sacerdote  es  un  hombre  como  los  demás. Verdad es que preside la Eucaristía".

Ese "presidente" expresaba aquí ideas contrarias al Evangelio y a realidades sociales bien confirmadas.  En todas  las religiones,  los jefes religiosos  llevan signos distintivos. La antropología, de la que tanto caso se hace, está allí para atestiguarlo. Entre los musulmanes , los  sacerdotes  utilizan  vestidos  diferentes,  collares  y  anillos.  Los  budistas  llevan  una vestimenta teñida de azafrán y se afeitan la cabeza de cierta manera. En las calles de París y de otras grandes ciudades se puede observar a jóvenes adeptos a esa doctrina y su aspecto no suscita ninguna crítica. La sotana garantiza el carácter especial del clérigo, del religioso o de la religiosa, así como el  uniforme  garantiza  la condición del  militar o del agente del orden, pero con  una diferencia, estos últimos, a l usar las ropas civiles, tornan a ser ciudadanos como los demás, en tanto que el sacerdote debe conservar su hábito distintivo en todas las circunstancias de la vida social. En efecto, el carácter sagrado que adquirió en la ordenación debe hacerlo vivir en el mundo, sin ser del mundo. Así lo leemos en san Juan: "Vosotros  no  sois del mundo... mi elección os ha sacado del mundo" (NV, 19). El hábito del sacerdote debe ser distintivo y al mismo tiempo elegido con un espíritu de modestia, de discreción y de pobreza. Una segunda razón es el deber que tiene el sacerdote de dar testimonio de Nuestro Señor: "Vosotros seréis mis testigos", "No se pone la lámpara bajo el celemín".


La religión no debe permanecer encerrada en las sacristías, como lo decretaron hace mucho tiempo los dirigentes de los países del Este, pues Cristo nos ha mandado exteriorizar nuestra  fe,  hacerla  visible  por  un  testimonio  que  ha  de  ser  visto  y  oído  por  todos.  El testimonio  de  la  palabra,  que  ciertamente  es  más  importante  en  el  sacerdote  que  el testimonio del hábito, se ve empero grandemente facilitado por la manifestación bien clara del sacerdocio, como es el uso de la sotana. La separación de  la Iglesia  y del  Estado, aceptada  y considerada a  veces como  la mejor  solución,  ha  hecho  penetrar  poco  a  poco  el  ateísmo  en  todos  los  dominios  de  la actividad  y  debemos  admitir  que  buen  número  de  católicos  y  hasta  de  sacerdotes  ya  no tienen  una  idea  exacta  del  lugar  que  ocupa  la  religión  católica  en  la  sociedad  civil.  El laicismo lo invadió todo.

El sacerdote que vive en una sociedad de este tipo tiene la impresión cada vez más profunda de  ser extraño a esa  sociedad,  luego de ser  molesto, de ser el  testimonio de  un pasado llamado a desaparecer. Siente que su presencia es sólo tolerada, por lo menos así lo considera. De ahí su deseo de integrarse en el mundo laicizado, su deseo de fundirse en la masa. A esta clase de sacerdote le falta haber viajado por países menos descristianizados que el nuestro, y sobre todo le falta una fe profunda en su sacerdocio. Además  no tiene en cuenta el sentido religioso que aun  existe en  nuestro país. Se supone  muy  gratuitamente  que  aquellos  con  los  que  debemos  tratar  en  relaciones  de negocios o en relaciones fortuitas son no religiosos.
Los jóvenes sacerdotes que salen de Ecóne y todos los que no se han entregado a la corriente del anonimato lo comprueban todos los días. ¿Aislamiento? Todo lo contrario. La gente los aborda en la calle, en las estaciones, para hablarles; a veces lo hace sencillamente para manifestarles su alegría de ver sacerdotes. En la nueva Iglesia se preconiza el diálogo. ¿Cómo iniciar un diálogo si comenzamos por disimularnos a los ojos de los posibles interlocutores? En las dictaduras comunistas, una de las primeras medidas de los amos del momento fue prohibir la sotana; ése es uno de los medios destinados a ahogar la religión. ¿Podría creerse que también lo inverso es cierto? El sacerdote que se muestra como tal por obra de su apariencia exterior es predicación viva. La ausencia  de  sacerdotes  reconocibles  en  una  gran  ciudad  marca  un  retroceso  grave  en  la predicación del Evangelio; ésa es la continuación de la obra nefasta de la Revolución y de las leyes de separación.

Agreguemos que  la sotana protege al sacerdote del  mal,  le  impone  una actitud,  le recuerda  en todo momento su misión en la tierra, lo guarda de las tentaciones. Un sacerdote vestido con su sotana  no experimenta  ninguna crisis de  identidad.  En cuanto a  los  fieles, saben con quién  están tratando;  la sotana  es  una  garantía de autenticidad del sacerdocio. Algunos católicos  me  manifestaron  la dificultad que experimentaban al confesarse con un sacerdote que llevaba chaqueta pues tenían la impresión de que confesaban los secretos de su conciencia a  un cualquiera. La confesión es  un acto judicial; ¿por qué, pues,  la justicia civil siente la necesidad de hacer llevar la toga a sus magistrados? 

CONTINUA...

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