lunes, 16 de noviembre de 2015

Carta Abierta a los Católicos Perplejos



VIII


Entre  los católicos a  menudo  he oído  y continúo oyendo esta observación: “Se nos quiere imponer una religión nueva". ¿Es exagerada  esta expresión? Los modernistas, que se han infiltrado abundantemente en la Iglesia y que llevan la voz cantante, trataron primero de tranquilizar a  los católicos diciéndoles: "Pero no, ustedes tienen esa impresión porque  las formas caducas fueron reemplazadas por otras, por razones que se imponían: ya no se puede rezar  exactamente  como  se  hacía  antes,  había  que  quitar  el  polvo,  adoptar  una  lengua comprensible  para  los  hombres  de  nuestro  tiempo,  practicar  la  apertura  en  dirección  de nuestros hermanos separados... Pero, desde luego, nada ha cambiado" .Luego  esos  modernistas  tomaron  menos  precauciones  y  los  más  audaces  hicieron declaraciones ya en pequeños grupos frente a gente convertida a su causa, ya públicamente.

Un padre Cardonnel se ufanaba  mucho al  anunciar un  nuevo cristianismo en el que estaría controvertida "la famosa trascendencia que hace de Dios el monarca universal" y se remitía abiertamente  al  modernismo  de  Loisy:  "Si  usted  nació  en  una  familia  cristiana,  los catecismos que aprendió son esqueletos de la fe". Y luego proclamaba: "Nuestro cristianismo se manifiesta mejor en la forma neocapitalista". El cardonal Suénens, después de haber reconstruido la iglesia a su manera, exhortaba a  “abrirse  al  pluralismo  teológico  más  amplio ”  y  reclamaba  el  establecimiento  de  una "jerarquía de  las  verdades para establecer  aquello que  había que creer  mucho, aquello que había que creer un poco y aquello que no tenía importancia.”En 1973 en locales del arzobispado de París, el padre Bernard Feillet daba un curso de manera oficial dentro del marco de la "Formación cristiana de los adultos" en el cual afirmaba una  y otra vez:"Cristo no venció la muerte. Sucumbió a la muerte por  la muerte...En el plano  de  la  vida,  Cristo  fue  vencido  y  todos  nosotros  seremos  vencidos.  Y  la  fe  no  está justificada por nada, la fe va a ser ese grito de protesta contra este universo que termina, como lo decíamos hace un instante, con la percepción de lo absurdo, con la conciencia de la condenación y con la realidad de la nada". Podría citar un número importante de este género de declaraciones que levantaron más o  menos escándalo, que  fueron  más o  menos desaprobadas  y que a  veces  no  lo  fueron en modo alguno. Pero el pueblo cristiano en su gran mayoría huía de estas manifestaciones; si se enteraba de ellas por los diarios pensaba que se trataba de abusos sin ningún carácter general y no ponía en tela de juicio su propia fe. Ahora el pueblo cristiano ha comenzado a interrogarse al encontrar en manos de sus hijos  libros de catecismo que  ya  no exponen  la doctrina católica tal como era enseñada de manera inmemorial. Todos los nuevos catecismos están inspirados en mayor o menor grado en el  Catecismo holandés, publicado por primera vez en 1966. Las  proposiciones  contenidas  en  esta  obra parecían tan  fraguadas  y controvertidas, que el Papa encargo a una comisión de cardenales que la examinara; ésta se verificó en Gazzada, Lombardía, en abril de 1967.Ahora  bien,  esta  comisión  señaló  diez  puntos  sobre  los  cuales  aconsejaba  que  la Santa Sede reclamara modificaciones. Era una manera de decir, de conformidad con los usos posconciliares, que esos puntos estaban  en desacuerdo con  la doctrina de  la Iglesia -,unos años antes los habrían condenado rotundamente y el  Catecismo holandés  habría sido puesto en el Index. En  efecto,  los  errores  u  omisiones  señalados  tocan  a  lo  esencial  de  la  fe.  ¿Qué encontramos en este catecismo?



El Catecismo holandés: 

ignora a los ángeles y no define a las almas humanas como creadas inmediatamente por Dios.

Da  a  entender  que  el  pecado  original  no  fue  transmitido  por nuestros  primeros  padres  a  todos  sus  descendientes,  sino  que  es  algo  que contraen los hombres por el hecho de vi vir en la comunidad humana, en la que reina el mal; el pecado original tendría en cierto modo carácter epidémico.

En ese catecismo  no se afirma  la  virginidad de  María- , no se dice que Nuestro Señor murió por nuestros pecados y fue enviado con ese fin por  su  Padre,  ni  que  la  gracia  divina  nos  fue  restituida  a  ese  precio.  En consecuencia, se presenta la misa como  un banquete y no como un sacrificio.

No se afirma de manera clara ni la Presencia real de Cristo, ni la realidad de la transubstanciación.

La  infalibilidad  de  la  Iglesia  y  el  hecho  de  que  ésta  posee  la verdad  desaparecieron  de  esta  enseñanza,  lo  mismo  que  la  posibilidad  del intelecto humano de "tener acceso a los misterios revelados".

Se  llega  así  al  agnosticismo  y  al  relativismo.  El  ministerio sacerdotal queda rebajado. La dignidad de los obispos es considerada como un mandato que  le  habría confiado el  "pueblo de  Dios",  y el  magisterio de  los obispos sería como una sanción de lo que cree la comunidad de los  fieles. El Sumo Pontífice pierde su poder pleno, supremo y universal.

La Santísima Trinidad, el misterio de las tres Personas divinas, no es presentado de una manera satisfactoria.
La comisión critica también

La exposición que se hace en el catecismo de la eficacia de los sacramentos, de  la definición del  milagro, de  la suerte reservada a  las almas justas después de la muerte.

La  comisión  señala  las  oscuridades  en  la  explicación  de  las leyes morales y de las "soluciones de casos de conciencia" en las que se hace poco caso de la indisolubilidad del matrimonio. Aun  cuando  en  este  libro  el  resto  sea  "bueno  y  laudable",  lo  que  nada  tiene  de sorprendente  pues  los  modernistas  siempre  mezclaron  lo  verdadero  y  lo  falso  como  lo observa firmemente san Pío  X, ciertamente hay bastante para afirmar que se trata de una obra perversa  y  eminentemente  peligrosa  para  la  fe.  Ahora  bien,  sin  esperar  el  informe  de  la comisión  y  aun  apresurando  los  trabajos,  los  promotores  del  libro  hacían  publicar traducciones en varias lenguas. Y posteriormente el texto nunca fue modificado. A veces se agregaba el dictamen de la comisión, a veces no se lo hacía. Luego hablaré del problema   de la obediencia. ¿Quién desobedece en este asunto? ¿El que denuncia ese catecismo? 

Los  holandeses rompieron  la  marcha, pero  nosotros  los alcanzamos  muy pronto. No consideraré  la evolución  histórica de  la catequesis  francesa para detenerme  más bien en su última  manifestación,  la  "colección  católica de documentos privilegiados de  la fe"   titulada Fierres  Vivantes  y  el  flujo  de  "trayectos  catequísticos".  Para  respetar  la  definición  de  la palabra  catequesis  o  catecismo  ostensiblemente  empleada  en  todos  los  documentos,  esas obras  deberían  estar  desarrolladas  en  preguntas  y  respuestas  pero  se  ha  abandonado  esa construcción que permitía un estudio sistemático del contenido de la fe y casi nunca se dan respuestas. Pierres Vivantes  se guarda de hacer afirmaciones, salvo las de las proposiciones nuevas, insólitas, extrañas a la tradición. Cuando se evocan los dogmas se lo hace como si fueran creencias particulares de una parte de los hombres que el libro llama  "los cristianos"   y que los pone en competencia con los judíos, los protestantes, los budistas y hasta los agnósticos y los ateos. En  muchos  pasajes,  los  "animadores  de  catequesis"   son  invitados  a  proceder  de manera que el niño abrace una religión, no importa cuál. Hay además interés en prestar oídos a los  incrédulos  que  tienen  mucho  que  enseñar  al  niño.  Lo  importante  es  "hacer  equipo", prestarse servicios entre camaradas de clase y preparar para mañana las luchas sociales en las que habrá que comprometerse hasta con los comunistas, como lo explica la edificante historia de  Madeleine  Delbrél,  esbozada  en  Pierres  Vivantes  y  contada  por  entero  en  ciertos "trayectos". Otro  "santo"  que  se  propone  como  ejemplo  a  los  niños  es  Martin  Luther  King,  en tanto  que  se  alaba  a  Marx  y  a  Proudhon,  "grandes  defensores  de  la  clase  obrera"   que "parecen proceder de fuera de la Iglesia".  La Iglesia,  vea  usted, habría querido emprender ese comba te, pero no se dio maña para hacerlo. Se contentó con "denunciar la injusticia". Eso es lo que se les enseña a los niños. Pero  más  grave  aún  es  la  manera  de  desacreditar  las  sagradas  Escrituras,  obra  del Espíritu Santo. Cuando uno esperaría que la colección de textos de la Biblia comenzara por los relativos a la creación del mundo y del hombre, Pierres Vivantes empieza con el libro del Éxodo y con  este título "Dios crea a su pueblo". ¿Cómo  no van  a sentirse los católicos más que perplejos, desconcertados y sublevados por semejante desvío? Hay que llegar al primer libro de Samuel para encontrar un retorno en dirección del libro  del  Génesis  y  enterarse  de  que  Dios  no  creó  el  mundo.  Tampoco  esta  vez  estoy inventando; eso está escrito:  "El autor de este relato de la creación se pregunta, lo mismo que muchas personas, cómo comenzó el mundo.Unos creyentes reflexionaron y uno de ellos compuso  un  poema..."   Luego, en  la  corte  de  Salomón,  otros  sabios  reflexionan  sobre el problema del mal. Para explicarlo escriben un "relato con imágenes" y entonces tenemos así explicada la tentación por obra de la serpiente y la caída de Adán y Eva. Pero no se habla del castigo,  el  texto  aquí  se  interrumpe.  Dios  no  castiga,  así  como  la  Nueva  iglesia  ya  no condena,  salvo a quienes permanecen  fieles a  la  tradición.  El pecado original, citado entre comillas,  es  una  "enfermedad  de  nacimiento",  una  "imperfección  que  se  remonta  a  los orígenes de la humanidad", algo muy vago, inexplicable.Por supuesto, así toda la religión se desmorona. Si ya no se puede dar una respuesta en lo relativo al problema del mal, ya no vale la pena predicar más, ni decir misas, ni confesar.

¿Quién habrá de escucharlo a uno? El Nuevo Testamento comienza con Pentecostés. Se pone el acento en esta primera comunidad  que  lanza  un  grito  de  fe.  Luego  esos  cristianos  "recuerdan"  y  la  historia  de Nuestro  Señor  se  dibuja  poco  a  poco  saliendo  de  las  brumas  de  la  memoria  de  aquellos cristianos. Se comienza por el final, la cena, el Gólgota; luego se expone la vida pública y, por  fin,  la  niñez de Jesucristo con  este título ambiguo: “Los primeros discípulos  narran  la niñez de Jesús. Sobre estas bases, los "trayectos" da n a entender fácilmente que los Evangelios de la niñez de Jesús son  una piadosa  leyenda como  las  leyendas que  los pueblos antiguos tenían costumbre de elaborar cuando componían la biografía de sus grandes hombres. Por lo demás, Pierres Vivantes da una fech a tardía de los Evangelios, lo cual reduce la credibilidad de éstos, y en un cuadro tendencioso muestra a los apóstoles y a sus sucesores predicando, celebrando y enseñado, antes de "descifrar la vida de Jesús a partir de sus propias vidas".

Éste es un vuelco completo: las experiencias personales de los apóstoles se convierten en el origen de la Revelación en lugar de ser la Revelación la que modela sus pensamientos y sus vidas. Sobre el fin último,  Pierres Vivantes  mantiene una inquietante confusión. ¿Qué  es el alma? "Para correr es necesario el aliento; el aliento es necesario para llegar al fin de las cosas difíciles. Cuando alguien muere se dice: 'Rindió su último aliento'. El aliento es la vida, la vida íntima de cada uno. También se dice 'el alma'." En otro capítulo, el alma es asimilada al corazón, al corazón que late, al corazón que ama.  El  corazón  es  también  el  asiento  de  la  conciencia.  ¿Cómo  entender  esto?  ¿En  qué consiste pues la muerte? Los autores del libro no se pronuncian sobre la cuestión: “Para algunos, la muerte es la detención definitiva de la vida, otros piensan que se puede vivir aun después de la muerte, pero no saben si eso es seguro. Otros por fin tienen la firme seguridad de esa vida posterior; los cristianos son de éstos".  El niño  no tiene  más que elegir,  la  muerte es  una cuestión de opciones. Pero el que sigue los cursos de catecismo, ¿no es cristiano? En ese caso, ¿por qué hablarle  de  los  cristianos  en  la  tercera  persona  del  plural  en  lugar  de  decirle  firmemente: "Nosotros, nosotros sabemos que existe una vida eterna y que el alma no muere"? El paraíso es objeto de un tratamiento igualmente equívoco; "Los cristianos hablan a veces del paraíso para designar la alegría perfecta de estar con Dios para siempre después de la muerte; eso  es el 'cielo', el Reino de Dios, la Vida eterna, el reino de la Paz".

Esta explicación es muy hipotética. Parecería que se trata de una manera de decir, de una  metáfora  tranquilizadora  empleada  por  los  cristianos.  Nuestro  Señor  nos  prometió,  si observamos  sus  mandamientos,  el  cielo  que  la  Iglesia  siempre  definió  como  "un  lugar  de felicidad perfecta en el que los ángeles y los elegidos ven a Dios y lo poseen para siempre". Esta  catequesis  representa  un  rebajamiento  seguro  respecto  de  lo que  se  afirmaba en los catecismos. De esto no puede seguirse otra cosa que una falta de confianza en las verdades enseñadas y una desmovilización espiritual: ¿qué sentido tiene resistir a los instintos y seguir el camino estrecho si no se sabe muy bien lo que le espera al cristiano después de la muerte? El  católico  no  va  a  buscar  en  sus  sacerdotes  o  en  sus  obispos  indicaciones  que  le permitan  hacerse  una  idea  sobre  Dios,  sobre  el  mundo,  sobre  el  fin  último,  sino  que  les pregunta lo que debe hacer y lo que debe creer. Si los sacerdotes le responden con una serie de proposiciones y proyectos de vida, a ese católico no le queda otro remedio que constituirse una religión personal y entonces se convierte en protestante. Esta catequesis convierte a los niños en pequeños protestantes.


La orden del día de  la reforma es  la eliminación de  las  "certezas". Se critica a  los cristianos  que  poseen  certezas  y  que  las  guardan  como  un  avaro  guarda  su  tesoro;  se  los considera egoístas, bochornosos. Hoy uno debe abrirse a las opiniones contrarias, admitir las diferencias,  respetar  las  ideas de  los  francmasones, de  los  marxistas, de  los  musulmanes  y hasta de los animistas. La marca de una vida santa es dialogar con el error. Entonces  todo  es  lícito. Ya aludí a las consecuencias  de  la nueva definición del matrimonio, y no son consecuencias  hipotéticas, algo que  le podría ocurrir al cristiano que tomara al pie de la letra esa definición. Esas consecuencias no tardaron en realizarse, como lo comprobamos por la licencia de las costumbres que se difunde día a día. Pero lo que más consterna es comprobar que esta catequesis da apoyo a la definición. Consideremos un "material catequético", como se dice ahora, publicado en Lyon en 1972 con el imprimatur  y destinado a los educadores. ¿El título?  He aquí al hombre. La parte dedicada a la moral dice lo siguiente:  "Jesús no tuvo la intención de dejar a la posteridad una 'moral' política o sexual, o de cualquier otra índole... La única exigencia que subsiste es el amor de los hombres entre sí... Según eso, uno es libre, libre de elegir la mejor  manera,  en  cada  circunstancia,  de  expresar  ese  amor  que  uno  siente  por  sus semejantes".El capítulo sobre la "Pureza" da las aplicaciones de esta ley general. Después de haber explicado, con menosprecio del Génesis, que la vestimenta apareció sólo tardíamente, "como signo de una posición social, de una dignidad" y para desempeñar un "papel de disimulo", se define a la pureza del modo siguiente:  "Ser puro es estar en el orden natural, es ser fiel a la naturaleza... Ser puro es  estar en armonía, en paz, con la tierra y los hombres; es estar de acuerdo, sin resistencia ni violencia, con las grandes fuerzas de la naturaleza" .

Encontramos entonces una pregunta y una respuesta: "¿Es esa pureza compatible con la  pureza  de  los  cristianos?  No  sólo  es  compatible  sino que  es  necesaria a una  pureza verdaderamente  humana y cristiana.  Jesucristo  no  repudió  ni  rechazó  ninguno  de  esos descubrimientos,  de  esas  adquisiciones  que  son  el  fruto  de  una  larga  indagación  de  los pueblos; muy por el contrario, Jesucristo vino a darles una prolongación extraordinaria: “Yo no vine a abolir, sino a realizar”, En apoyo de  sus afirmaciones  los autores aducen el ejemplo de María Magdalena: "En esa asamblea, laque es pura es ella, porque amó mucho, porque amó profundamente". De esta  manera se ha desfigurado el  Evangelio: no se hace  hincapié en el pecado de María Magdalena, en su  vida disoluta; el perdón que Nuestro Señor  le otorga es presentado como una aprobación de su existencia pasada y no se tiene en cuenta la exhortación divina- . " Ve y no peques más". Ni el firme propósito que conduce a la ex pecadora hasta el Calvario, fiel a su Maestro por el resto de sus días. Este libro repugnante no se detiene ante ningún límite:  "¿Puede uno tener relaciones con una muchacha, preguntan los autores, aun sabiendo perfectamente que se trata sólo de una diversión o de ver lo que es una mujer?" 

Y responden:  "Plantear así el problema de  las  leyes de  la pureza es  indigno de un verdadero  hombre,  de  un  hombre  que  ama, de un  cristiano. Significaría  eso  imponer  al hombre  una  picota,  un  yugo  intolerable:  Siendo  así  que  Cristo  vino  precisamente  para librarnos del yugo pesado de las leyes: 'Mi yugo es fácil y mi carga liviana'". Véase cómo se interpretan las palabras más santas p ara pervertir a las a l mas. De san Agustín retuvieron sólo una afirmación: "Ama y haz lo que quieras".

He recibido unos libros innobles publicados en Canadá. En ellos no se habla más que del  sexo:  la  sexualidad  vivida  en  la  fe,  la  promoción  sexual,  etcétera . Las figuras son absolutamente repugnantes, parecería que a toda costa se quisiera infundir en el niño el deseo y  la obsesión del  sexo  y  hacerle creer que en  la  vida  no  hay otra cosa. Numerosos padres cristianos protestaron y reclamaron, pero no hubo nada  que hacer y por una buena razón, en la  última  página  de  esos  catecismos  se  lee  que  han  sido  aprobados  por  la  comisión  de catequesis. ¡El presidente de la comisión episcopal de enseñanza religiosa de  Quebec dio el permiso para imprimirlos! Otro catecismo aprobado por el episcopado canadiense  invita al  niño a romper con todo, con sus padres, con la tradición, con la sociedad, a fin de reencontrar su personalidad que  todos  esos  vínculos  ahogan,  a  fin  de  liberarse  de  los  complejos  que  proceden  de  la sociedad y de la  familia. Buscando siempre  una justificación en el  Evangelio, quienes dan esta clase de consejos pretenden que Jesucristo vivió esas rupturas y que así se reveló como el hijo de Dios. De manera que es Cristo quien quiere que hagamos otro tanto. ¡Se puede adoptar una concepción tan contraria a la religión católica bajo la cubierta de la autoridad episcopal!


En lugar de hablar de ruptura se debería hablar de los vínculos que debemos buscar, porque  ellos  hacen  nuestra  vida.  ¿Qué  es  el  amor  de  Dios  sino  un  lazo  con  Dios,  una obediencia a Dios y a sus mandamientos? El vínculo con los padres, el amor a los padres, son vínculos de vida y no de muerte. ¡Pero se los presenta al niño como algo que lo ahoga y lo oprime,  como  algo  que  disminuye  su  personalidad,  como  algo  de  lo  que  es  menester liberarse! No, no es posible que  los padres dejen corromper de esta  manera a sus  hijos. Lo digo francamente: no pueden enviar a sus hijos a esos catecismos que les hacen perder la fe.


CONTINUA...

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