SEXTA APARICION
(CONTINUACION)
El interrogatorio fue haciéndose cada vez más
duro, a medida que pasaba el tiempo y todas las respuestas de Bernardita eran
tranquilas, pero firmes y coherentes. No conseguía cogerla en una contradicción:
«Has dicho que los cabellos le caían por la espalda —No, yo he dicho... Señor,
Vd., lo cambia todo» «Yo sé quién te ha mandado que digas esto, confiesa» ...
Estaba tan nervioso que no era capaz de meter la pluma en el tintero. Pero
cuando ella sin inmutarse se reafirmó en su propósito de volver a la gruta, el
comisario ya chilló: «Entonces voy a llamar a los guardias, ¡prepárate para ir
a la cárcel!»
La señorita Estrade afirmaría más tarde: «Nada
me ha emocionado tanto en mi vida como la actitud de Bernardita ante el comisario».
Una muchedumbre protestaba en la calle y
aporreaba la puerta de Jacomet exigiendo la libertad de la niña. Afortunadamente
para él se presentó entonces su padre. No le resultó difícil amedrentarle y
consiguió su promesa de no dejarla volver, ni de recibir gente.
Jacomet, el probo funcionario, cometió un
error imperdonable al dejarse llevar de una deformación profesional: ver, en
todos a quienes interroga, delincuentes; le faltaba el espíritu religioso que
admite la posibilidad de lo sobrenatural. Después del interrogatorio, Estrade
juzgó que eran fantasías de una niña. Jacomet le rebatió: «No es más que una
intriga de devotas hipócritas».
El, el alcalde y el jefe de los gendarmes
ordenaron a sus respectivos agentes que vigilasen estrechamente la gruta y a Bernardita.
Por la noche, ésta rezó el rosario con su familia llorando. ¿No podría volver?
SETIMA APARICION
(martes, 23 de febrero): Él lunes 22 los
Soubirous no dejaron a su hija ni ir a Misa, y su madre la acompañó a la
escuela. Pero por la tarde Bernardita dijo: «No puedo mover las piernas si no
es para ir a Massabielle» y fue; aunque no sola, como quería. Los gendarmes
tenían orden de vigilarla y la acompañaron uno a cada lado, no sin exclamar:
«¡Que en el s. XIX se nos quiera hacer creer en semejantes supersticiones!»
Corrió la voz y se juntó gran número de personas, entre ellas las tías Basilia
y Lucila. La gruta, el rosario, la vela encendida..., pero faltó la aparición.
Bernardita volvió llena de tristeza: «¿Qué he hecho mal?» Sus tías, su madre,
le insistieron que no volviera. El ridículo había sido grande. Los comentarios
irreverentes: «La Señora de la gruta tiene miedo a los gendarmes». «Las
apariciones se han acabado».
No se daban cuenta que, de ser una alucinación
o fraude, es cuando no hubiera faltado la aparición. Además, la Virgen le había
pedido que fuera 15 días, pero no había dicho que Ella se aparecería todos los
días. Para Bernardita fue una purificación, y tal vez una enseñanza, pues había
ido desobedeciendo a sus padres.
Sin embargo, la decepción de Bernardita tuvo
un efecto inesperado: sus padres le retiraron su prohibición de volver a la
gruta. Tal vez les impresionaron las palabras del Rev. Pomian con quien se
volvió a confesar aquella tarde Bernardita: «Nadie tiene derecho a impedirlo».
Pronto corre la voz. Mañana irá la vidente a
la gruta, pero aún de noche Manolita Estrade y otras amigas no pueden ir solas
a esas horas. Su complaciente hermano se niega a acompañarlas; ¡qué iban a
decir en el círculo! Se acercó a casa del párroco, éste no quería saber nada de
las apariciones, alabaría su negativa a ir, y él quedaría justificado ante su
hermana y sus amigas. La reacción del párroco no fue menos inesperada que la
del matrimonio Soubirous: «Vaya, vaya. Me gustaría que un hombre serio como
Vd., vaya a ver qué ocurre allí».
Al día siguiente, martes 23, antes de la 6 ya
se han reunido en la gruta un centenar de personas. Varios de los señores de
Lourdes, todos incrédulos, todos intentando justificar su ida, juntos revisan
la gruta: alguna hendidura por donde penetre la luz...
Un murmullo anuncia la llegada de Bernardita.
Empezó el rosario. Estrade, el recaudador, que no había cesado de hacer reír a
su hermana y amigas con sus «tontas y vulgares chanzas» como las definió él
mismo después, es el mejor narrador de la escena. De pronto, al acabar el
primer misterio, como herida por un rayo, tuvo un estremecimiento de
admiración. Se trasformó: sus ojos se iluminaron, en sus labios apareció una sonrisa
de ángel, una gracia indefinible se extendió sobre ella, ¡parecía otra! Los
hombres, subyugados, se quitaron el sombrero y se arrodillaron como las mujeres
del pueblo. Nadie veía con quien, pero Bernardita sostenía una conversación, a
veces temblaba de alegría, otras, cuando suplicaba, enternecía hasta las
lágrimas a los espectadores, a ratos rezaba y se santiguaba: «Si en el cielo lo
hacen, no lo harán de otra manera». La mejor actriz del mundo sería incapaz de
repetir tal escena. El éxtasis duró una hora, que se les hizo corta a quienes
la contemplaban. Casi al final, Bernardita fue de rodillas hasta el rosal silvestre,
se recogió y besó el suelo. La aparición le pedía estos actos de humildad.
Aquel día le comunicó uno de los tres secretos personales, que, junto con la
oración para ella sola, nunca revelará; por algunos indicios se sospecha
trataban de su vocación religiosa, y de que moriría joven.
Cuando acabó, volvió suavemente en sí y
desapareció entre la multitud. Los «intelectuales» de Lourdes, que habían
estado presentes, se retiraron confundidos, silenciosos, luego no pudieron
reprimir su emoción: «Es prodigioso..., sublime..., divino...» Estrade confiesa
que sentir la presencia de la Reina del Cielo y que le hubiese permitido estar
junto a Ella, le emociono hasta el delirio.
Dos testimonios femeninos son también
impagables. Durante el éxtasis Eleonora Pérard (¿quién iba a pensar que esta muchacha
traviesa iba a ser el próximo año Hija de la Caridad?) clavó un alfiler grande,
de cabeza negra, en el hombro de Bernardita, quien ni se dio cuenta. La
señorita Estrade, por su parte, notó que la vela resbaló un poco de la mano de
la vidente hasta llegar al suelo, de manera que el dedo índice quedó sobre la
llama mucho tiempo, debió quedar carbonizado. No se atrevió a tocar la vela, y
se extrañó que no se quejase. Después tuvo mucho interés en ir a su casa, donde
comprobó que la mano estaba perfectamente. Allí vio también que el pequeño a
quien tantas veces había dado de comer era hermano de Bernardita; y desde aquel
día, el pequeño Juan María de 6 años merendó todos los días dentro de su casa.
Sería inacabable relatar todas las visitas y
preguntas a la vidente, hasta agotarla, todos los comentarios, las discusiones;
cómo los escépticos iban creyendo...
OCTAVA APARICION
(miércoles, 24 de febrero): Acuden entré 400 y
500 personas. Antes de acabar el primer misterio Bernardita cae en éxtasis; es
bastante movido: en un momento llora y vuelve en sí, se levanta, llora, porque
alguien, para verla mejor, ha apartado las ramas del rosal silvestre: «¿Quién
ha tocado la zarza?» Luego va diversas veces hacia el fondo de la gruta. El
rostro se entristece, y se ilumina repetidas veces; llorando se vuelve a los
circunstantes y repite las palabras de la Virgen:
—¡Penitencia, penitencia, penitencia!
La emoción vence a su tía Lucila que da un
grito; con ello la aparición cesa. Después le dirá: «Tía, no tendría que volver
conmigo».
NOVENA APARICION
(jueves, 25 de febrero): Como el día anterior,
unas 400 personas, la mayoría mujeres, algunas desde las dos de la madrugada
para coger buen sitio. Llueve. Antes de amanecer llega Bernardita. La gente
exige que se cierren los paraguas y se quiten los sombreros. Sin acabar el
primer misterio, Bernardita cae en éxtasis. Va a ser un día memorable: el día
del regalo de la fuente milagrosa. La Virgen le dice:
—Vaya a beber a la fuente y a lavarse en ella.
Ella va de rodillas, entre la gente, a la gruta;
allí no encuentra agua, se dirige al río, pero la Virgen le indica que es en el
fondo de la gruta. Encuentra solamente el suelo mojado, entonces escarba, tres
veces toma agua con la mano, pero tiene que tirarla por lo sucia que está; la
cuarta vez la puede beber y lavarse la cara, que le queda toda manchada de
barro. Luego la Virgen le manda:
—Vaya a comer aquella yerba que hay allí.
Es una especie de trébol (dorina o crisos-
plenia) que crece entre las rocas húmedas. Bernardita coge las hojas, las
mastica y termina escupiéndolas, pues están muy duras y amargas. Después de pie
vuelve a su sitio. Su tía Bernarda le limpia la cara y le da una bofetada; está
indignada. Ella se arrodilla y a los pocos momentos desaparece la visión.
La gente, que sólo ha visto el modo de proceder
de Bernardita, no lo comprende. Los incrédulos y curiosos la toman por loca.
Sus mismos partidarios y amigos están desolados, la regañan, no pueden creer
que la Señora le mande hacer esas tonterías. Pero todo ¿no es ya una manera de
hacer penitencia como ayer le pedía?
Penitencia mayor al día siguiente. Fue, había
al menos 500 personas, rezó, besó el suelo, … y la Virgen no se apareció.
Volvió llorando.
Sin embargo, la nueva fuente cada vez atrae
más la atención, aunque todavía es pequeña. Ya el jueves a dos personas se les
ocurrió llenar unos frascos de agua. Desde el viernes, cada vez más gente va a
buscar aquella agua.
DECIMA APARICION
(sábado, 27 de febrero): Noche de viento
helado. A las tres ya hay gente en la gruta. Algunos han salido a la una de sus
casas, lejanas. Durante toda la noche se oye el ruido de los zuecos en las
calles de Lourdes. A las seis sientas de personas forman una masa compacta, no
de 6 por metro cuadrado, sino de 10 y 12, anota el director de la Escuela Superior.
A las seis y media llega Bernardita, no es fácil abrirle paso. Se pone de
rodillas y entra en éxtasis. La Virgen le dice: —Vaya a besar la tierra en
penitencia por los pecadores.
De rodillas va al fondo de la gruta, besando
el suelo muy a menudo. Bebió de la fuente con la mano, y se lavó un poco.
UNDECIMA APARICION
(domingo, 28 de febrero): Llueve toda la
noche, y el frío es intenso. A pesar de todo más de 1.100 personas llevan horas
en la gruta esperando a Bernardita. En el éxtasis de hoy varias veces,
siguiendo las indicaciones de la Virgen, va y vuelve de rodillas hasta el fondo
de la gruta, besando repetidamente el suelo. Un guarda jurado, impresionado,
gritó: «¡Que todo el mundo bese el suelo!». La gente intenta hacerlo, aunque
por las apreturas a muchos no les es posible.
El pueblo espera algo extraordinario —quizás
un gran milagro, o un castigo— el jueves día 4, el último de los quince que
debe ir Bernardita a la gruta. Las autoridades se preocupan. Ese día, por haber
mercado, se reunirá una muchedumbre en Lourdes y en Massabielle. ¿Qué hacer
tras sus repetidos fracasos para impedir que la muchacha vaya a la gruta? El
procurador imperial, Dutour, dispone que la interrogue Rives, el juez de
instrucción. Un alguacil va a buscarla a la salida de Misa. La detiene. Su
hermana llora, eso es el primer paso para la cárcel; pero ella se ríe. «Sujéteme
bien, si no, me escaparé». El juez está sentado en su mesa y manda hacerlo a
Bernardita, el comisario Jacomet se pasea, y permanece de pie el alguacil, que
será el narrador de la escena.
—Bribona, ¿por qué vas a la gruta y traes de
cabeza a tanta gente? ¿Quién te manda hacer eso? Te vamos a encerrar en la
cárcel.
—Estoy preparada. Enciérreme, pero que sea resistente
y bien cerrada; si no me escaparé.
No le hizo gracia.
—Tienes que dejar de ir a la gruta.
—No dejaré de ir.
El alguacil se admira de su tranquilidad.
«Tiene que estar inspirada o es una santa». En ese momento salvó la situación
la superiora del hospital, que llegó llorando y diciendo:
—Ruego a los señores que nos dejen a la niña. No
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