Fenómenos inexplicables
Además del hecho histórico ya narrado de la
aparición repentina de la prodigiosa imagen, hay una serie de fenómenos
inexplicables:
DURACION
DE LA TILMA:
El ayate, tejido de fibra de maguey, tiene una duración de unos veinte años;
pero en el caso de la tilma guadalupana no sólo perdura por más de 450 años,
sino que está extraordinariamente suave, hasta el punto que durante muchos años
los expertos pensaban que era una palma silvestre que da un tejido más suave.
Más aún: en 1791, limpiando el marco con agua
fuerte, ésta cayó en la parte superior de la tilma, a la derecha del
observador. El tejido debía haberse destruido, sin embargo, sólo quedó una
mancha amarillenta, que con el tiempo va desapareciendo, como si la tilma ella
sola se fuese regenerando, ¡al igual que los seres vivos!
LA
PINTURA:
Según los análisis de las fibras, hechos en 1936 por el doctor alemán Ricardo
Kuhn, premio Nobel de química en 1938, en dichas fibras, una roja y otra
amarilla, no existen colorantes vegetales, ni animales, ni minerales. Esto lo
ha confirmado el estudio Smith-Callagan, respecto de la imagen original, a
diferencia de los añadidos. Además, no se dio a la tela preparación o aparejo
alguno, según se acostumbra y es necesario para que agarre bien la pintura.
Ya en 1775, el Dr. José Ignacio Bartolache y
Díaz de Posada (fundador de «El Mercurio Volante», primera revista médica
editada en América) publicó en «La Gaceta de México» su propósito de investigar
la inexplicable lozanía de la imagen. Para ello hizo tejer por indios cuatro
ayates, dos de maguey y dos de palma silvestre. No consiguió igualaran a la
tilma, pero escogiendo el mejor, y los mejores pintores, mandó hiciesen dos
copias lo más exactas posibles de la Virgen de Guadalupe. Tampoco fueron las
copias perfectas, aunque sí muy bellas. Una regaló a las religiosas de la
Enseñanza, y no se sabe más de ella. Otra se colocó protegida por dos cristales
en 1789 en la capilla del Pocito, en la falda del cerro del Tepeyac. Ya en 1796
hubo que retirarla del altar, totalmente descolorida y saltada la pintura,
después desapareció.
Y sin embargo el original se sigue conservando
como recién pintado (pintado o lo que sea), a pesar de haber estado expuesto,
incluso sin cristal, 116 años a toda la humedad y salitre de aquella región de
lagos, a todo el humo de las velas, al polvo, a innumerables insectos, al
fervor de los fieles que lo besaban y tocaban con multitud de objetos piadosos.
Incólume al tiempo y a tantos elementos
destructores, también lo fue a la explosión de una bomba en 1921. El 14 de
noviembre, un obrero, Luciano Pérez, a las diez y media de la mañana dejó en el
altar mayor un ramo de flores: dentro escondía una carga de dinamita que
estalló minutos después. Los destrozos fueron tremendos en el altar, y hasta se
rompieron los cristales de las casas fuera de la basílica. En cambio, al cuadro
de la Virgen no le pasó nada, incluso el cristal que debió quedar pulverizado,
permaneció intacto.
LA
TECNICA:
Ningún pintor hubiera escogido para pintar un cuadro semejante tejido, más
parecido a tela de saco que a un lienzo. Además, la tilma estaba hecha de dos
pedazos, con costura en el medio (que no afecta al rostro de la Virgen por
estar indiñado hacia su derecha). Pero lo notable, otro de los fenómenos
inexplicables, es que el artífice ha sido capaz de aprovechar todas las
imperfecciones del tejido como elemento pictórico.
El Dr. Rodrigo Franyutti, uno de los investigadores
de la imagen de Guadalupe, dice en su estudio El verdadero y extraordinario
rostro de la Virgen de Guadalupe: Para dar luminosidad y volumen a un rostro
por lo menos hay que utilizar dos colores, uno claro y otro oscuro para las
sombras. Pero en el rostro de la Virgen no hay una sola sombra pintada. Las
cejas, el borde de la nariz, la boca y los ojos no son otra cosa que la misma
tela, carentes de todo color superpuesto con todas sus manchas e
irregularidades, pero utilizadas con tal maestría que parecen perfiles
extremadamente bien dibujados; todos los rasgos no son más que aberturas de la
tela, manchas e hilos gruesos. Por ejemplo, el perfil que forma la nariz no es
sino la misma tela que termina en un hilo grueso en lo que es la punta de la nariz.
Esos rasgos denotan una técnica superior a la humana, ya que la forma con que
han sido utilizadas las imperfecciones de la tela no tiene explicación lógica:
de lo burdo se obtuvo efectos delicados y de las manchas, hoyos e hilos gruesos
del ayate, unos rasgos finísimos, sin haber puesto un gramo de pintura sobre
ellos.
A su vez, el informe Smith-Callagan afirma:
«Una de las maravillosas e inexplicables técnicas empleadas para dar realismo a
la pintura, radica en la forma como se aprovecha la tilma, no preparada (con
ausencia de plaste o empaste), para dar al rostro una profundidad y apariencia
de vida. Esto es evidente, sobre todo en la boca, donde un fallo de un hilo del
ayate sobresale del plano de éste y sigue a la perfección el borde superior del
labio. Otras burdas imperfecciones del mismo tipo se manifiestan bajo el área
clara de la mejilla izquierda y de la derecha y debajo del ojo derecho.
Considero imposible que cualquier pintor humano hubiera escogido una tilma con
fallos en su tejido y situados de tal forma que acentuaran las luces y las
sombras para dar un realismo semejante. ¡La posibilidad de una coincidencia
[tan múltiple] es mucho más que inconcebible!
Lo verdaderamente extraordinario del rostro y
de las manos es su calidad de tono, que es un efecto físico de la luz
reflejada, tanto por la tosca tilma como por la pintura misma. Es un hecho
indiscutible que si la imagen se mira de cerca queda uno decepcionado por lo
que al relieve y al colorido del rostro se refiere. (En las fotografías tomadas
de cerca, el rostro aparece desprovisto de perspectiva, plano y tosco en su
ejecución). Pero contemplándolo desde unos dos metros parece como si el gris y
el aparentemente aglutinado pigmento blanco del rostro y manos, se combinasen
con la superficie para «recoger» la luz y refractar hacia lo lejos el tono
oliva del cutis. Técnica semejante parece ser un logro imposible para las manos
humanas, aunque la naturaleza nos la ofrece con frecuencia en la colocación de
las plumas de las aves, en las escamas de las mariposas..., [es decir, según
explican, no reflejan la luz los diversos pigmentos, sino que la descomponen].
Al alejarse brota como por encanto la
abrumadora belleza de la Señora. Es la cara de tal belleza y de ejecución tan
singular, que resulta inexplicable para el estado actual de la ciencia».
Sobre esta belleza de la Virgen, que tanto
impresiona a los científicos Smith y Callagan, el Dr. Amado Jorge Kúri,
eminente cirujano y especialista en medicina interna, quién también ha
estudiado de cerca la imagen, dice: «En mi larga vida como profesional he
tenido oportunidad de ver a miles de seres humanos, de todas clases y
condiciones, pero jamás tropecé con uno tan delicado y sugerente». Que esta
especial belleza, atestiguada por muchos, no aparezcan en las reproducciones se
explica en parte por los citados retoques, y por su especial técnica analizada
de descomposición de la luz, que difícilmente puede captar la fotografía.
Quizás algún día se pueda obtener una fotografía perfecta del original sin
retoques.
Aunque éstos han podido confundir incluso a
Smith y Callagan, pero lo más exacto parece ser que los rasgos de la imagen no
representan una joven india, sino judía; incluso la vestimenta lo es.
Para decirlo todo indicaremos también que
varios médicos han apuntado la idea que la Stma. Virgen aparenta como estar
embarazada de unos tres meses (sería en la época del nacimiento de S. Juan
Bautista); con el Niño Jesús no en sus brazos sino en su seno. Curiosamente ya
el maestro Alfonso Junco decía: «Quiso visitarnos, como hubiera visitado a su
prima Sta. Isabel en su gravidez, cuando estas tierras estaban grávidas de
Cristo, y aceleró el nacimiento de Él».
LOS
OJOS: El
último de los prodigiosos fenómenos descubiertos, es el contenido de los ojos,
filigrana técnica del genial artífice, que no solamente no la pintaron manos
humanas, sino que les hubiera sido absolutamente imposible hacerlo a los
hombres del siglo XVI, con los conocimientos de la época.
En 1929 el fotógrafo oficial de la basílica,
Alfonso Marcué González, descubrió que los ojos de la Virgen reflejaban el busto
de un hombre con barba, pero el abad de la basílica no quiso que se dijese
nada, quizás por la persecución religiosa de entonces. En 1951 José Carlos
Salinas Chávez, dibujante, noticioso del fenómeno, lo examinó de nuevo,
insistió con el citado abad y con el arzobispo, se hizo público el hallazgo y
comenzó el análisis científico por los oculistas de mayor prestigio con lupas y
oftalmoscopios de gran potencia. No se puede dudar, como descubrió en 1956 el
Dr. Rafael Torija Lavoignet: reflejan una imagen según la ley óptica
Purkinje-Samsom. Esta dice que un objeto colocado 35 ó 40 cms, enfrente del
ojo, produce en él tres imágenes: una en la cara exterior de la córnea (delante
del iris), otra más pequeña en la cara exterior del cristalino (lente que está
detrás de la pupila o abertura del iris) y la tercera, aún mejor e invertida,
en la cara interior del cristalino.
Esas tres imágenes de un busto de hombre con
barba se pueden apreciar en el ojo derecho de la imagen; en el ojo izquierdo
aparece sola la primera imagen, más externa en la córnea, debido a que el
objeto está menos de frente al ojo, y por ello no produce las otras dos
imágenes. Desde el punto de vista óptico la diversidad, colocación, curvatura y
enfoque de las imágenes en ambos ojos es perfecta: la del ojo izquierdo algo
desenfocada, por estar más lejos del hombre con barba. ¡Ya está perfección anatómica
supera toda técnica humana!
Además, según testimonio unánime de los
oftalmólogos, al iluminar el ojo el iris se hace brillante, dando la impresión
de ser un ojo vivo, y la pupila de ser algo hueco. Este efecto de vida, y
tridimensional en la mancha negra de la pupila, por supuesto no se encuentra en
ningún otro cuadro del mundo, ni es posible conseguirlo con ninguna pintura.
Los ojos están ligeramente inclinados hacia la
derecha y hacia abajo. Es tal su realismo, que el Dr. Enrique Graue, absorto en
su observación, olvidó que estaba ante un cuadro y le dijo, como a uno de sus
pacientes: «Por favor, mire un poco para arriba». Su color es verde tirando a
marrón, como verde amarillento.
MAS
FIGURAS:
El profesor José Aste Tonsmann, peruano, es especialista en procesos de
digitalización de imágenes en el Centro Científico de IBM de México. Mediante
complicados aparatos y computadoras la luz que refleja una fotografía es convertida
en impulsos eléctricos y éstos reducidos a números (dándole el número que le
corresponde, según sus características, a cada cuadradito o dígito en que se
divida la imagen, y llegan a ser 28.000 por cada milímetro cuadrado) y luego al
reconstruirla puede ser ampliada hasta 2.500 veces su tamaño (una foto carnet
cuadrada, que tenga 5 ctms, de lado, puede convertirse en un cuadro de 2 metros
y medio de lado); además la computadora puede distinguir más de 250 tonos
grises, mientras el ojo humano no más de 40. Esta técnica se emplea sobre todo
para la retrasmisión y análisis de fotografías hechas por los satélites artificiales:
es posible también arreglar la foto si está desenfocada, aplicarle filtros,
quitarle manchas...
Pues bien, el Dr. Tonsmann, buen católico,
interesado por la Virgen de Guadalupe aplicó a sus ojos, en 1979, este procesamiento
de imágenes. En el centro de las pupilas de ambos ojos —y algo diferentes en
cada uno, como ocurre en la realidad—, se han detectado: una figura de rasgos
indios sin barba, con un sombrero en forma de cucurucho el cual extiende por
delante una manta (sin duda Juan Diego), a su derecha un rostro de hombre joven
(se ha supuesto ser el traductor, por estar entre el indio y el obispo; lo fue
Juan González Sánchez, de veintitantos años, extremeño llegado hacía tres años,
que se ordenó de sacerdote en 1534), una cabeza de anciano (del obispo
Zumárraga por su edad, cráneo y nariz vasca, calvo con cerquillo al estilo
franciscano...), y a su derecha otro indio casi desnudo, sentado a la usanza
azteca; detrás de Juan Diego una cara de mujer, de rasgos negros, que mira el
prodigio (se confirmó después que el obispo tenía una esclava negra, a quien en
su testamento concedió la libertad). Naturalmente las computadoras también
analizaron al «hombre con barba», la cual acaricia con su mano derecha (no
tiene características indias, sería un español, quizás D. Sebastián Ramírez de
Fuenteleal, obispo de Sto. Domingo, que llegó a México en octubre de 1531 como presidente
de la Audiencia de la Nueva España, —órgano de gobierno y judicial compuesto
entonces de cinco oidores de gran prestigio e integridad—; y muy posiblemente
se hospedase en la residencia del obispo Zumárraga).
Muy interesante gracia
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