Nuestra Señora y Juan Diego |
Nota. Han llegado a la redacción providencialmente unos folletos sobre las apariciones de la Santísima Virgen María, apariciones autorizadas por la iglesia de siempre como lo son: Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestra Señora del Carmen, Nuestra Señora de Lourdes y Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, que pondré a vuestra disposición en este blog, solo pido un poco de paciencia porque se deben escanear, pasar a Word, adaptar los textos y pasarlos al blog.
Dichos artículos irán, con el propósito, de
incentivar a quienes los lean la devoción en vuestros corazones a las
verdaderas devociones a Nuestra Señora y en contra de la actual “dvotio
moderna” que ha surgido con l fin de eliminar lo que la Iglesia católica ha
recomendado aquí y en todas las partes del orbe católico de antaño.
Quiero iniciar la entrega de estos artículos
con las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe ya muy conocidas por muchos,
nunca esta de mas volver a recordarlas siempre bajo otro aspecto sin faltar a
la verdad de estas apariciones.
I. LA VIRGEN DE
GUADALUPE
EN MEXICO
Las intervenciones de Nuestra Señora en la
historia, siempre son deliciosas. Muchas veces con curaciones prodigiosas,
entre las que sobresale el milagro de Calanda de la Virgen del Pilar. Otras
veces con mensajes para nuestra salvación, como el importantísimo de Fátima. En
México las apariciones de Sta. María a fin de convertir los indígenas al
catolicismo, tienen un sello especial, su mismo retrato, y ver su imagen
bastará para llevarnos a Jesús; ¡tanto puede la Madre de Dios con sola su
figura!
Vamos a conocer la historia, empezando por los
antecedentes que la enmarcan.
Un Viernes Santo, 22 de abril de 1519, 26 años
después que Colón descubriese América, otro gran conquistador, el extremeño Hernán
Cortés, desembarcaba en México, en Veracruz. Con pocos hombres, mucha audacia y
genio militar, entraba en la ciudad de México el 13 de agosto de 1521,
conquistando territorios mayores qué España rápidamente, con las vicisitudes
conocidas de su «noche triste», el que-mar las naves, etc.
Sobre la cultura, organización política y
religión de los diversos pueblos que habitaban aquellas tierras, tomamos de uno
de sus descendientes, el profesor Ceferino Salmerón:
México, estrictamente hablando, no era más que
una ciudad de Tenochtitlán, patria de los aztecas; al occidente el reino de
Tacuba y el tarasco, al oriente el de Texcoco; los mayas, que no formaban
reino, al suroeste, en la península de Yucatán; en el sur los reinos mixteco y
zapoteco; todos independientes de los aztecas: «Tribus y pueblos
semicivilizados, vivían en forma por demás miserable y rudimentaria. Su escasa
y pobre alimentación básicamente constaba de tortas de maíz, frijol, chile,
hierbas silvestres, raíces de plantas y variedad de sabandijas. Desconocían el
pan de trigo, la variedad de carnes de animales domesticados cuadrúpedos, el
vino de uva, las grasas y el aceite de oliva, la leche de vaca o de cabra,
porque los ganados vacuno y cabrino aquí no existían.
España, a su hija Nueva España, la pobló de
toda clase de plantas y árboles frutales, tales como los cítricos, la manzana,
la pera, el plátano y la vid, el cocotero y la caña de azúcar. Introdujo los
cereales, desconocidos entre los indígenas, tales como el trigo y la cebada, el
centeno y el arroz. Y en cuanto a los ganados, introdujo en abundancia, en
México, el porcino, el cabrío, el lanar, el vacuno y el caballar, el mular y el
asnal, que aquí no había ni uno solo de esos animales tan útiles a los hombres
en todos los órdenes de la vida.
España enseñó al indígena el uso de la rueda,
que jamás había puesto en práctica, y cuyo desconocimiento lo mantuvo estancado
en un irreparable retraso; pero además enseñó a los pueblos indígenas
conquistados el aprendizaje de las artesanías y de las industrias europeas, que
tanto bien les hizo. Por último, España enseñó a los pueblos indígenas a
mejorar su alimentación, sus habitaciones y su manera de vestir, utilizando
telas y paños y trajes que antes de la conquista no conocían, y por cuyo motivo
andaban desnudos o semidesnudos. Algunos de ellos, con su escritura
jeroglífica, habían pasado del período prehistórico al protohistórico.
La gran cultura indigenista, especial-mente la
azteca, de que tanto hablan escritores norteamericanos, ingleses y franceses,
no pasa de ser un gran mito, y un mito con todas las señales y pelajes de
anticatolicismo y del anti hispanismo. Porque para hablar de tal cultura habría
que preguntar: ¿Dónde está su alfabeto? ¿Dónde sus obras de literatura, de
filosofía, de historia, de matemáticas, de elocuencia y de geometría? ¿Dónde
sus obras maestras de arquitectura, de escultura y de pintura que rivalizaran con
las europeas de los siglos XV y XVI? Los indígenas estaban sumergidos en el más
denso y degradante paganismo. Los sacrificios humanos, el canibalismo, la
desenfrenada embriaguez, las sodomías y las hechicerías, eran las pasiones
dominantes de las almas y de los cuerpos de los habitantes en esta enorme
región del Nuevo Mundo. El pueblo azteca era el primero en tales degradantes
prácticas. En vísperas del descubrimiento del Nuevo Mundo, en 1487. Ahuítzotl,
octavo rey azteca, había sacrificado a Huitzilopochtli, dios de la guerra, por
lo menos veinte mil víctimas humanas en cuatro días consecutivos». Hasta aquí
el profesor mexicano.
Esta era la realidad histórica que es
importante conocer. Tres siglos más tarde, cuando en 1821 México rompe su
unidad política con la Corona de España, tenía cuatro millones y medio de kms.2
de cuya civilización son testimonios perennes su lengua, su literatura, sus
grandiosos templos llenos de objetos artísticos... (En 1848, separado México de
España, le arrebató Estados Unidos cerca de dos millones y medio de kms.2:
Texas, Nuevo México, California...)
La evangelización de los indios comenzó ya
Fray Bartolomé de Olmedo, merceda- rio, capellán del ejército español. En 1524
llegaban los franciscanos, y después seguirían otras órdenes y sacerdotes. Pero
diez años más tarde, en 1531, aun las conversiones eran escasas, cuando una
prodigiosa intervención de la Reina del Cielo iba a cambiar radicalmente la
situación religiosa.
La relación más antigua que tenemos del hecho
prodigioso, fue escrita por un indio, D. Antonio Valeriano, natural de Atzacpotzalco,
pariente del emperador Moctezuma. De los diez a los doce años recibió de los
misioneros franciscanos la instrucción primaria en una casa junto al convento
de S. Francisco, y al fundarse en 1535 el Colegio de Sta. Cruz de Tlatelolco,
fue uno de los primeros colegiales. Tanto aventajó en el estudio de las lenguas
mexicana, latina y castellana, en retórica, filosofía y en historia, que
mereció suceder a sus mismos maestros en enseñar a los colegiales; pues el
«Códice de Santiago», en enero de 1552, menciona a Valeriano con el título de
lector. También le tomó como colaborador para su magna obra Historia General de
las cosas de la Nueva España, el célebre franciscano Fray Bernardino de
Sahagún. Por su prudencia, recto juicio y conocimiento de las cosas, fue
Gobernador de Indios-por 32 años desde enero de 1573 hasta agosto de 1605 en
que murió. Gobernó con gran aceptación y edificación de todos, por lo que el
mismo Felipe II le escribió una carta muy favorable, haciéndole en ella muchas
mercedes.
Este indio, culto gracias a los conquistadores,
escribió su relación entre 1545 y 1550, en náhuatl, la lengua de los indios
mexicas o mexicanos. Esta relación pasó a manos de D. Fernando de Alba Ixtlixóchitl
(1568-1648), nieto, por parte de padre, de los reyes de Texcoco, la historia de
cuyo reino escribió, y, por parte de madre (la citada princesa Papantzin) de
Cuitláhuac, penúltimo emperador de México. D. Fernando añadió al manuscrito
algunos milagros, y al morir lo legó, con todos sus papeles, al P. Carlos
Sigüenza y Góngora, exjesuita que luego murió en la Compañía de Jesús, y
entonces pasó a la biblioteca del Colegio de los jesuitas de México. Al ser
expulsados éstos de México por Carlos III en 1767, fueron a parar a la
Universidad de México, de donde se los llevó el general Scott en 1847 a
Washington. Allí el original se ha perdido, pero fue publicado en 1649 por el
bachiller Luis Lasso de la Vega, cura de Guadalupe de 1647 a 1657. Su censor
eclesiástico, el P. Baltasar González, S.J., rector del Colegio de indios y
notable mexicanista, decía de él: «Hallo esta relación ajustada a lo que por
tradición y anales se sabe del hecho». La primera traducción apareció ya en
1648, por obra del P. Miguel Sánchez, oratoriano, enmarañada, con muchos
añadidos eruditos; en 1675 hizo otra, literal sólo en parte, el licenciado Luis
Becerra Tanco, sacerdote filipense, catedrático de lengua azteca en la universidad
de México, muy bien escrita (cfr. en la Historia del Culto de María en
Iberoamérica, Rubén Vargas Ugarte, S.J., 3.a ed. tomo 1, Lima-Madrid 1956).
Pero la traducción que mejor conserva el estilo indio (con su delicadeza y sus
diminutivos, que han influido tanto en el español de México), y actualmente la
ordinaria, es la del licenciado Primo Feliciano Velázquez (México 1926); sin
embargo, extrañamente su castellano es arcaico, por lo cual la retocamos
teniendo delante además la versión de Becerra, las eruditas notas lingüísticas
del mismo Velázquez (La aparición de Sta. María de Guadalupe, México 1931), y
la nueva traducción, más literal, del Rev. Mario Rojas. La relación del indio
Valeriano se conoce con el nombre de sus dos primeras palabras: NICAN MOPOHUA
que significan: «Aquí se refiere».
* Mexicas: los nacidos de la nopalera (= sitio
de nopales, especie de chumberas) porque, según las leyendas, se establecieron
donde vieron un águila comerse a una serpiente en una nopalera. La ciudad: Mexiquic
= junto a la nopalera. También llamados aztecas: los venidos de Aztlán = lugar
de las garzas).
Los toltecas, —pobladores anteriores a los
aztecas— hablaban de un hombre blanco barbado, quien predicó el bien, fundó una
ciudad, y desapareció por el mar de oriente (golfo de México) prometiendo
volver. A este personaje lo divinizaron e identificaron con el sol. (Cfr. Una
gran señal apareció en el cielo, Sta. Cruz Altillo, México 1976).
Según Fernando de Alva Ixtlixóchitl en su
Historia Chichimeca, Netzahualcóyotl, un rey filósofo, llegó al concepto
del Dios invisible, creador de todas las
cosas, a quien dio culto. Una noche a su paje Iztapalotzin se le apareció un
joven resplandeciente que le dijo ser enviado del Dios Todopoderoso, a quien
habían agradado las ofrendas de su señor, por ello un hijo suyo derrotaría al
rey de Chalco (que había sacrificado a dos hijos de aquél) y tendría otro hijo
que le sucedería. Ocurrieron ambas cosas, y por ello construyó un templo al
Dios desconocido, creador de todas las cosas. También a Papantzin, hermana de
Moctezuma, ya aparentemente muerta, se le apareció un joven vestido de blanco,
con alas de plumas y una cruz en la frente, enviado por el verdadero Dios
invisible: Vio la princesa varias galeras en el mar, con hombres blancos de
cascos y banderas con la cruz. «Esos hombres conquistarán esta tierra y traerán
el culto al verdadero Dios, creador del cielo y de la tierra, el cual quiere
que tú seas la primera en recibir el agua que lava del pecado». De hecho, se
bautizó más tarde con el nombre de Doña María, junto con su sobrino Antonio
Valeriano.
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