San Leonardo de Puerto Mauricio fue un fraile franciscano muy santo que vivió en el monasterio de San Buenaventura en Roma. Fue uno de los más grandes misioneros en la historia de la Iglesia. Él solía predicar a miles de personas en las plazas de cada ciudad y pueblo donde las iglesias no podían albergar a sus oyentes. Tan brillante y santa era su elocuencia que una vez cuando realizo una misión de dos semanas en Roma, el Papa y el Colegio de los Cardenales fueron a oírle. La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen, la adoración del Santísimo Sacramento y la veneración del Sagrado Corazón de Jesús eran sus cruzadas. No fue en pequeña medida responsable de la definición de la Inmaculada Concepción hecha poco más de cien años después de su muerte. También nos dio las alabanzas divinas, que se dicen al final de la bendición. Pero el trabajo más famoso de San Leonardo fue su devoción a las Estaciones de la Cruz. Tuvo una muerte santa a sus setenta y cinco años, después de veinticuatro años de predicación sin interrupciones.
Uno de los sermones más famosos de San
Leonardo de Puerto Mauricio fue “el pequeño número de los que se salvan”. Fue
el único que se basó en la conversión de grandes pecadores. Este sermón, al
igual que sus otros escritos, se sometió a examinación canónica durante el
proceso de canonización. En él se examinan los diferentes estados de vida de
los cristianos, y concluye con el pequeño número de los que se salvan, en
relación con la totalidad de los hombres. El lector que medite
sobre este notable texto. Aproveche la solidez de su argumentación, que le ha
valido la aprobación de la Iglesia. Aquí está el vibrante y conmovedor sermón
de este gran misionero.
Gracias a Dios, el número de los discípulos del Redentor no es tan pequeño como para que la maldad de los escribas y fariseos sea capaz de triunfar sobre ellos. Aunque se esforzaron por calumniar su inocencia y engañar a la gente con sus sofismas traicioneros para desacreditar a la doctrina y el carácter de Nuestro Señor, buscando puntos, incluso en el sol, muchos todavía lo reconocieron como el verdadero Mesías, y, sin miedo ni de castigos o de amenazas, abiertamente se unieron a su causa. ¿Todos los que siguieron a Cristo, lo siguieron hasta la gloria? ¡Ah, aquí es donde yo venero el misterio profundo y adoro en silencio los abismos de los decretos divinos, en lugar de decidir sobre este punto tan grande! El tema que estaré tratando hoy es muy grave, ha causado que incluso los pilares de la Iglesia tiemblen, ha llenado a los más grandes santos de terror y poblado los desiertos de anacoretas. El objetivo de esta instrucción es decidir si el número de cristianos que se salvan es mayor o menor al número de cristianos que son condenados, y espero que esto pueda producir en ustedes un temor saludable acerca de los juicios de Dios.
Hermanos, por el amor que tengo por ustedes,
me gustaría ser capaz de asegurarles a cada uno de ustedes, con la perspectiva
de la felicidad eterna diciendo: Es seguro que iras al paraíso, el mayor número
de cristianos se salva, por lo que también tú te salvarás. Pero, ¿cómo puedo
darles esta dulce garantía si se rebelan contra los decretos de Dios como si
fueran sus peores enemigos? Veo en Dios un deseo sincero de salvarlos, pero
encuentro en ustedes una inclinación decidida a ser condenados. Entonces, ¿qué
voy a hacer hoy si hablo con claridad? Yo seré desagradable para ustedes. Pero
si yo no hablo, voy a ser desagradable para Dios.
Por lo tanto, voy a dividir este tema en dos
puntos. En el primero, para llenarlos de terror, voy a dejar que los teólogos y
los Padres de la Iglesia decidan sobre esta cuestión y declaren que el mayor
número de los cristianos adultos son condenados, y, en adoración silenciosa de
este terrible misterio, voy a mantener mis sentimientos para mí mismo. En el
segundo punto, trataré de defender la bondad de Dios contra los impíos, al
demostrarles que los que son condenados están condenados por su propia malicia,
porque querían ser condenados. Entonces, aquí hay dos verdades muy
importantes. Si la primera verdad les asusta, no se pongan en contra mía, como
si yo quisiera hacer el camino hacia el cielo más estrecho para ustedes, porque
quiero ser neutral en este asunto, sino pónganse contra los teólogos y los
Padres de la Iglesia, quienes grabarán esta verdad en sus corazones por la
fuerza de la razón. Si ustedes están desilusionados por la segunda verdad, den
gracias a Dios por esta, porque Él sólo quiere una cosa: que le den sus
corazones totalmente a Él. Por último, si me obligan a decir claramente lo que
pienso, lo voy a hacer para su consuelo.
Almas piadosas, pueden irse; este sermón no es
para ustedes. Su único objetivo es contener el orgullo de los libertinos que
echan el santo temor de Dios fuera de su corazón y unen sus fuerzas con las del
diablo que, según el sentimiento de Eusebio, condenan a las almas,
asegurándolas. Para resolver esta duda, vamos a poner a los Padres de la
Iglesia, tanto griegos como latinos, por un lado; por el otro, los teólogos más
sabios e historiadores eruditos, y dejemos la Biblia en el centro para que
todos la vean. Ahora, no escuchen lo que yo voy a decir - que ya he dicho que
yo no quiero hablar por mí mismo o decidir sobre la materia -, sino escuchen lo
que estas grandes mentes quieren decirles, ellos que son faros en la Iglesia de
Dios para dar luz a los demás para que no se pierdan el camino al cielo. De
esta manera, guiados por la triple luz de la fe, la autoridad y la razón, vamos
a ser capaces de resolver este grave asunto con certeza.
Nótese que no se trata aquí de la raza humana en
su conjunto, ni de todos los católicos sin distinción, pero sólo de los
católicos adultos, que tienen libertad de elección y por tanto son capaces de
cooperar en el gran asunto de su salvación. Primero vamos a consultar a los
teólogos reconocidos para examinar las cosas con más cuidado y no exagerar en
su enseñanza: vamos a escuchar a dos cardenales sabios, Cayetano y Belarmino.
Ellos enseñan que el mayor número de adultos cristianos son condenados, y si yo
tuviera el tiempo para señalar las razones en las que se basan, estarían
convencidos de esto ustedes mismos. Pero me limitaré aquí a citar a Suárez.
Después de consultar a todos los teólogos y de hacer un estudio diligente del
asunto, él escribió, “El sentimiento más común que se tiene es que, entre los
cristianos, hay más almas condenadas que almas predestinadas”.
Añadan la autoridad de los padres griegos y
latinos a la de los teólogos, y ustedes encontrarán que casi todos dicen lo
mismo. Este es el sentimiento de San Teodoro, San Basilio, san Efrén y san Juan
Crisóstomo. Es más, según Baronio era una opinión común entre los padres
griegos que esta verdad fue expresamente revelada a San Simeón Estilita y que
este, después de esta revelación, para asegurar su salvación decidió vivir en
lo alto de un pilar durante cuarenta años, expuesto a la intemperie, un modelo
de penitencia y de santidad para todos. Ahora vamos a consultar a los Padres
latinos. Ustedes escucharán a San Gregorio diciendo claramente: “Muchos
alcanzan la fe, pero pocos hasta el reino celestial”. San Anselmo declara: “Hay
pocos que se salvan”. San Agustín afirma aún más claramente: “Por lo tanto,
pocos se salvan en comparación con aquellos que son condenados”. El más
terrible, sin embargo, es San Jerónimo. Al final de su vida, en presencia de
sus discípulos, dijo estas terribles palabras: “Fuera de cien mil personas
cuyas vidas han sido siempre malas, se encuentra apenas una que es digna de
indulgencia”.
Pero ¿por qué buscar las opiniones de los Padres y teólogos, cuando la Sagrada Escritura resuelve la cuestión con tanta claridad? Busquen en el Antiguo y Nuevo Testamento, y ustedes encontrarán una multitud de figuras, símbolos y palabras que señalan claramente esta verdad: muy pocos se salvan. En el tiempo de Noé, la raza humana entera quedó sumergida por el Diluvio, y sólo ocho personas fueron salvadas en el Arca. San Pedro dice: “Esta arca, es la figura de la Iglesia”, mientras que San Agustín, añade, “y las ocho personas que se salvaron significa que se salvan muy pocos cristianos, porque son muy pocos los que sinceramente renuncian al mundo, y los que renuncian al mundo sólo con palabras no pertenecen al misterio que representa esta arca”. La Biblia también nos dice que sólo dos hebreos de cada dos millones entraron en la Tierra Prometida después de salir de Egipto, y que sólo cuatro escaparon al fuego de Sodoma y de las otras ciudades que se incendiaron y perecieron con esta. Todo esto significa que el número de los condenados que serán arrojados al fuego como la paja es mucho mayor que la de los salvados, que el Padre celestial un día reunirá en sus graneros, como trigo precioso.
No acabaría si yo tuviera que señalar todas
las figuras, por las que la Sagrada Escritura confirma esta verdad, vamos a contentarnos
con escuchar el oráculo viviente de la Sabiduría encarnada. ¿Qué respondió
nuestro Señor a aquel hombre curioso en el Evangelio que le preguntó: “Señor,
¿son pocos los que se salvan?” ¿Guardó silencio? ¿Respondió con dificultad?
¿Oculto su pensamiento por temor a asustar a la gente? No. Interrogado por uno
solo, se dirige a todos los presentes. Y les dice: “¿Ustedes me preguntan si
sólo unos pocos se salvan? He aquí mi respuesta: Esforzaos por entrar por la
puerta angosta, porque muchos, os digo, tratarán de entrar y no podrán”. ¿Quién
habla aquí? Es el Hijo de Dios, la Verdad Eterna, que, en otra ocasión, dice
aún más claro: “Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”. Él no dice
que llama a todos y que, de todos los hombres, pocos son los elegidos, pero que
muchos son los llamados, lo que significa, como San Gregorio explica que, de
todos los hombres, muchos son los llamados a la verdadera religión, pero pocos
de ellos se salvan. Hermanos, estas son las palabras de Nuestro Señor Jesucristo.
¿Son claras? Son verdaderas. Díganme ahora si es posible que ustedes tengan fe
en su corazón y no tiemblen.
La salvación en los
diferentes Estados de Vida:
Mira aún más alto, y mira a los prelados de la
Santa Iglesia, los pastores que tienen a cargo las almas. ¿Es el número de los
que se salvan entre ellos mayor que el número de los que son condenados?
Escuchen a Cantimpré; él les dirá un evento a ustedes, y ustedes podrán sacar
las conclusiones. Hubo un sínodo que se celebró en París, y un gran número de
obispos y pastores que tenían a cargo las almas estuvieron presentes: el rey y
los príncipes también fueron a añadir lustre a esta asamblea con su presencia.
Un famoso predicador fue invitado a predicar. Mientras estaba preparando su
sermón, un horrible demonio se le apareció y le dijo: “Pon tus libros a un
lado. Si quieres dar un sermón que será útil para los príncipes y prelados,
alégrate con decirles esto de nuestra parte: Nosotros los príncipes de las
tinieblas les agradecemos, príncipes, prelados y pastores de almas, que, debido
a su negligencia, la mayor parte de los fieles son condenados, además, estamos
guardando una recompensa para ustedes por este favor, cuando ustedes estén con
nosotros en el infierno”.
¡Ay de vosotros que mandan a otros! Si tantos
son condenados por vuestra culpa, ¿qué va a pasar con ustedes? Si pocos de los
que son primeros en la Iglesia de Dios se salvan, ¿qué va a pasar con ustedes?
Tomemos todos los estados, ambos sexos, todas las condiciones: maridos,
esposas, viudas, mujeres jóvenes, hombres jóvenes, soldados, comerciantes,
artesanos, pobres y ricos, nobles y plebeyos. ¿Qué podemos decir acerca de
todas estas personas que están viviendo tan mal? El siguiente relato de San
Vicente Ferrer les mostrará lo que ustedes pueden pensar de ello. Relata que un
archidiácono en Lyon renunció a su cargo y se retiró a un lugar desierto para
hacer penitencia, y que murió al mismo día y hora que San Bernardo. Después de
su muerte, se apareció a su obispo y le dijo: “Sabe, Monseñor, en el mismo
momento que morí, treinta y tres mil personas también
murieron. De esta cifra, Bernardo y yo fuimos al cielo sin demora, tres se
fueron al purgatorio, y todos los demás cayeron en el infierno”.
Nuestras crónicas relatan un suceso aún más terrible. Uno de nuestros hermanos,
bien conocido por su doctrina y santidad, estaba predicando en Alemania.
Representó a la fealdad del pecado de impureza tan fuertemente que una mujer
cayó muerta de tristeza en frente de todos. Entonces, volviendo a la vida,
dijo, “Cuando me presente ante el Tribunal de Dios, sesenta mil personas
llegaron al mismo tiempo de todas partes del mundo, de este número, tres fueron
salvadas al ir al purgatorio, y el resto fueron condenadas”.
¡Oh abismo de los juicios de Dios! ¡Fuera de
treinta mil, sólo cinco se salvaron! ¡Y fuera de sesenta mil, sólo tres se
fueron al cielo! Ustedes pecadores que me están escuchando, ¿en qué categoría
van a ser numerados?... ¿Qué dicen?... ¿Qué piensan?...
Veo a casi todos ustedes bajar la cabeza,
llenos de asombro y horror. Pero vamos a poner nuestro estupor a un lado, y en
lugar de halagarnos a nosotros mismos, vamos a tratar de sacar algún provecho
de nuestro miedo. ¿No es cierto que hay dos caminos que conducen al cielo: la
inocencia y el arrepentimiento? Ahora, si les muestro que muy pocos toman uno
de estos dos caminos, como personas racionales llegaran a la conclusión de que
muy pocos se salvan. Y para hablar de las pruebas: en qué edad, empleo o
condición van a encontrar que el número de los malos no es cien veces mayor que
el de los buenos, sobre los cuales se podría decir, “Los buenos son tan raros y
los malvados son tan grande en número”. Se podría decir de nuestro tiempo lo
que Salviano, dijo del suyo: es más fácil encontrar una innumerable multitud de
pecadores, inmersos en toda clase de iniquidades que a unos pocos hombres
inocentes. ¿Cuántos servidores son totalmente honestos y fieles en sus
funciones? ¿Cuántos comerciantes son justos y equitativos en su comercio?, ¿Cuántos artesanos exactos y veraces, cuantos vendedores desinteresados y
sinceros? ¿Cuántos hombres de la ley no abandonan la equidad? ¿Cuántos soldados
no pisan al inocente?, ¿Cuántos maestros no retienen injustamente el salario de
quienes les sirven, o no tratan de dominar a sus inferiores? En todas partes,
los buenos son raros y los malos en gran número. ¿Quién no sabe que hoy en día
hay tanto libertinaje entre los hombres maduros, libertad entre las jóvenes,
vanidad en las mujeres, libertinaje en la nobleza, corrupción en la clase
media, disolución en el pueblo, descaro entre los pobres?, que uno podría decir
lo que David dijo de su época: “Todos por igual se han ido por mal camino... no
hay ni siquiera uno que haga el bien, ni siquiera uno”.
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