martes, 30 de agosto de 2022

“El pequeño número de los que se salvan”. San Leonardo de Porto-Maurizio:


 

San Leonardo de Puerto Mauricio fue un fraile franciscano muy santo que vivió en el monasterio de San Buenaventura en Roma. Fue uno de los más grandes misioneros en la historia de la Iglesia. Él solía predicar a miles de personas en las plazas de cada ciudad y pueblo donde las iglesias no podían albergar a sus oyentes. Tan brillante y santa era su elocuencia que una vez cuando realizo una misión de dos semanas en Roma, el Papa y el Colegio de los Cardenales fueron a oírle. La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen, la adoración del Santísimo Sacramento y la veneración del Sagrado Corazón de Jesús eran sus cruzadas. No fue en pequeña medida responsable de la definición de la Inmaculada Concepción hecha poco más de cien años después de su muerte. También nos dio las alabanzas divinas, que se dicen al final de la bendición. Pero el trabajo más famoso de San Leonardo fue su devoción a las Estaciones de la Cruz. Tuvo una muerte santa a sus setenta y cinco años, después de veinticuatro años de predicación sin interrupciones.

Uno de los sermones más famosos de San Leonardo de Puerto Mauricio fue “el pequeño número de los que se salvan”. Fue el único que se basó en la conversión de grandes pecadores. Este sermón, al igual que sus otros escritos, se sometió a examinación canónica durante el proceso de canonización. En él se examinan los diferentes estados de vida de los cristianos, y concluye con el pequeño número de los que se salvan, en relación con la totalidad de los hombres. El lector que medite sobre este notable texto. Aproveche la solidez de su argumentación, que le ha valido la aprobación de la Iglesia. Aquí está el vibrante y conmovedor sermón de este gran misionero. 

 Introducción:

Gracias a Dios, el número de los discípulos del Redentor no es tan pequeño como para que la maldad de los escribas y fariseos sea capaz de triunfar sobre ellos. Aunque se esforzaron por calumniar su inocencia y engañar a la gente con sus sofismas traicioneros para desacreditar a la doctrina y el carácter de Nuestro Señor, buscando puntos, incluso en el sol, muchos todavía lo reconocieron como el verdadero Mesías, y, sin miedo ni de castigos o de amenazas, abiertamente se unieron a su causa. ¿Todos los que siguieron a Cristo, lo siguieron hasta la gloria? ¡Ah, aquí es donde yo venero el misterio profundo y adoro en silencio los abismos de los decretos divinos, en lugar de decidir sobre este punto tan grande! El tema que estaré tratando hoy es muy grave, ha causado que incluso los pilares de la Iglesia tiemblen, ha llenado a los más grandes santos de terror y poblado los desiertos de anacoretas. El objetivo de esta instrucción es decidir si el número de cristianos que se salvan es mayor o menor al número de cristianos que son condenados, y espero que esto pueda producir en ustedes un temor saludable acerca de los juicios de Dios.

Hermanos, por el amor que tengo por ustedes, me gustaría ser capaz de asegurarles a cada uno de ustedes, con la perspectiva de la felicidad eterna diciendo: Es seguro que iras al paraíso, el mayor número de cristianos se salva, por lo que también tú te salvarás. Pero, ¿cómo puedo darles esta dulce garantía si se rebelan contra los decretos de Dios como si fueran sus peores enemigos? Veo en Dios un deseo sincero de salvarlos, pero encuentro en ustedes una inclinación decidida a ser condenados. Entonces, ¿qué voy a hacer hoy si hablo con claridad? Yo seré desagradable para ustedes. Pero si yo no hablo, voy a ser desagradable para Dios.

Por lo tanto, voy a dividir este tema en dos puntos. En el primero, para llenarlos de terror, voy a dejar que los teólogos y los Padres de la Iglesia decidan sobre esta cuestión y declaren que el mayor número de los cristianos adultos son condenados, y, en adoración silenciosa de este terrible misterio, voy a mantener mis sentimientos para mí mismo. En el segundo punto, trataré de defender la bondad de Dios contra los impíos, al demostrarles que los que son condenados están condenados por su propia malicia, porque querían ser condenados.  Entonces, aquí hay dos verdades muy importantes. Si la primera verdad les asusta, no se pongan en contra mía, como si yo quisiera hacer el camino hacia el cielo más estrecho para ustedes, porque quiero ser neutral en este asunto, sino pónganse contra los teólogos y los Padres de la Iglesia, quienes grabarán esta verdad en sus corazones por la fuerza de la razón. Si ustedes están desilusionados por la segunda verdad, den gracias a Dios por esta, porque Él sólo quiere una cosa: que le den sus corazones totalmente a Él. Por último, si me obligan a decir claramente lo que pienso, lo voy a hacer para su consuelo.

 La enseñanza de los Padres de la Iglesia:

 No es vana curiosidad, pero una precaución saludable proclamar desde lo alto del púlpito ciertas verdades que sirven maravillosamente para contener las indolencias de los libertinos, que siempre están hablando de la misericordia de Dios y de lo fácil que es convertir, que viven sumidos en toda clase de pecados y se quedan profundamente dormidos en el camino al infierno. Para su desilusión y para despertarlos de su letargo, hoy vamos a examinar esta gran pregunta: ¿Es el número de cristianos que se salva mayor que el número de cristianos que se condena?

Almas piadosas, pueden irse; este sermón no es para ustedes. Su único objetivo es contener el orgullo de los libertinos que echan el santo temor de Dios fuera de su corazón y unen sus fuerzas con las del diablo que, según el sentimiento de Eusebio, condenan a las almas, asegurándolas. Para resolver esta duda, vamos a poner a los Padres de la Iglesia, tanto griegos como latinos, por un lado; por el otro, los teólogos más sabios e historiadores eruditos, y dejemos la Biblia en el centro para que todos la vean. Ahora, no escuchen lo que yo voy a decir - que ya he dicho que yo no quiero hablar por mí mismo o decidir sobre la materia -, sino escuchen lo que estas grandes mentes quieren decirles, ellos que son faros en la Iglesia de Dios para dar luz a los demás para que no se pierdan el camino al cielo. De esta manera, guiados por la triple luz de la fe, la autoridad y la razón, vamos a ser capaces de resolver este grave asunto con certeza.

Nótese que no se trata aquí de la raza humana en su conjunto, ni de todos los católicos sin distinción, pero sólo de los católicos adultos, que tienen libertad de elección y por tanto son capaces de cooperar en el gran asunto de su salvación. Primero vamos a consultar a los teólogos reconocidos para examinar las cosas con más cuidado y no exagerar en su enseñanza: vamos a escuchar a dos cardenales sabios, Cayetano y Belarmino. Ellos enseñan que el mayor número de adultos cristianos son condenados, y si yo tuviera el tiempo para señalar las razones en las que se basan, estarían convencidos de esto ustedes mismos. Pero me limitaré aquí a citar a Suárez. Después de consultar a todos los teólogos y de hacer un estudio diligente del asunto, él escribió, “El sentimiento más común que se tiene es que, entre los cristianos, hay más almas condenadas que almas predestinadas”.

Añadan la autoridad de los padres griegos y latinos a la de los teólogos, y ustedes encontrarán que casi todos dicen lo mismo. Este es el sentimiento de San Teodoro, San Basilio, san Efrén y san Juan Crisóstomo. Es más, según Baronio era una opinión común entre los padres griegos que esta verdad fue expresamente revelada a San Simeón Estilita y que este, después de esta revelación, para asegurar su salvación decidió vivir en lo alto de un pilar durante cuarenta años, expuesto a la intemperie, un modelo de penitencia y de santidad para todos. Ahora vamos a consultar a los Padres latinos. Ustedes escucharán a San Gregorio diciendo claramente: “Muchos alcanzan la fe, pero pocos hasta el reino celestial”. San Anselmo declara: “Hay pocos que se salvan”. San Agustín afirma aún más claramente: “Por lo tanto, pocos se salvan en comparación con aquellos que son condenados”. El más terrible, sin embargo, es San Jerónimo. Al final de su vida, en presencia de sus discípulos, dijo estas terribles palabras: “Fuera de cien mil personas cuyas vidas han sido siempre malas, se encuentra apenas una que es digna de indulgencia”.

 Las palabras de la Sagrada Escritura:

Pero ¿por qué buscar las opiniones de los Padres y teólogos, cuando la Sagrada Escritura resuelve la cuestión con tanta claridad? Busquen en el Antiguo y Nuevo Testamento, y ustedes encontrarán una multitud de figuras, símbolos y palabras que señalan claramente esta verdad: muy pocos se salvan. En el tiempo de Noé, la raza humana entera quedó sumergida por el Diluvio, y sólo ocho personas fueron salvadas en el Arca. San Pedro dice: “Esta arca, es la figura de la Iglesia”, mientras que San Agustín, añade, “y las ocho personas que se salvaron significa que se salvan muy pocos cristianos, porque son muy pocos los que sinceramente renuncian al mundo, y los que renuncian al mundo sólo con palabras no pertenecen al misterio que representa esta arca”. La Biblia también nos dice que sólo dos hebreos de cada dos millones entraron en la Tierra Prometida después de salir de Egipto, y que sólo cuatro escaparon al fuego de Sodoma y de las otras ciudades que se incendiaron y perecieron con esta. Todo esto significa que el número de los condenados que serán arrojados al fuego como la paja es mucho mayor que la de los salvados, que el Padre celestial un día reunirá en sus graneros, como trigo precioso.

No acabaría si yo tuviera que señalar todas las figuras, por las que la Sagrada Escritura confirma esta verdad, vamos a contentarnos con escuchar el oráculo viviente de la Sabiduría encarnada. ¿Qué respondió nuestro Señor a aquel hombre curioso en el Evangelio que le preguntó: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” ¿Guardó silencio? ¿Respondió con dificultad? ¿Oculto su pensamiento por temor a asustar a la gente? No. Interrogado por uno solo, se dirige a todos los presentes. Y les dice: “¿Ustedes me preguntan si sólo unos pocos se salvan? He aquí mi respuesta: Esforzaos por entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, tratarán de entrar y no podrán”. ¿Quién habla aquí? Es el Hijo de Dios, la Verdad Eterna, que, en otra ocasión, dice aún más claro: “Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”. Él no dice que llama a todos y que, de todos los hombres, pocos son los elegidos, pero que muchos son los llamados, lo que significa, como San Gregorio explica que, de todos los hombres, muchos son los llamados a la verdadera religión, pero pocos de ellos se salvan. Hermanos, estas son las palabras de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Son claras? Son verdaderas. Díganme ahora si es posible que ustedes tengan fe en su corazón y no tiemblen.

La salvación en los diferentes Estados de Vida:

 Pero, ¡Ah!, veo que al hablar de esta manera a todos en general, me salgo de mi punto. Así que vamos a aplicar esta verdad a varios estados, y ustedes comprenderán que deben tirar la razón, la experiencia y el sentido común de los fieles, o si no, confesar que el mayor número de católicos es condenado. ¿Hay algún estado en el mundo más favorable a la inocencia en la que la salvación parece más fácil y del cual la gente tiene una idea más elevada que la de los sacerdotes, los lugartenientes de Dios? A primera vista, quién no creería que la mayoría de ellos no sólo son buenos pero aún perfectos, sin embargo, estoy horrorizado cuando escucho a San Jerónimo declarar que aunque el mundo está lleno de sacerdotes, apenas uno de cada cien está viviendo en una manera conforme con su estado, cuando oigo a un siervo de Dios diciendo que ha aprendido por revelación que el número de sacerdotes que caen en el infierno cada día es tan grande que le parece imposible que quede alguno en la tierra, cuando oigo a San Juan Crisóstomo exclamando con lágrimas en los ojos, “no creo que se salvan muchos sacerdotes, yo creo lo contrario, que el número de los que son condenados es mayor”.

Mira aún más alto, y mira a los prelados de la Santa Iglesia, los pastores que tienen a cargo las almas. ¿Es el número de los que se salvan entre ellos mayor que el número de los que son condenados? Escuchen a Cantimpré; él les dirá un evento a ustedes, y ustedes podrán sacar las conclusiones. Hubo un sínodo que se celebró en París, y un gran número de obispos y pastores que tenían a cargo las almas estuvieron presentes: el rey y los príncipes también fueron a añadir lustre a esta asamblea con su presencia. Un famoso predicador fue invitado a predicar. Mientras estaba preparando su sermón, un horrible demonio se le apareció y le dijo: “Pon tus libros a un lado. Si quieres dar un sermón que será útil para los príncipes y prelados, alégrate con decirles esto de nuestra parte: Nosotros los príncipes de las tinieblas les agradecemos, príncipes, prelados y pastores de almas, que, debido a su negligencia, la mayor parte de los fieles son condenados, además, estamos guardando una recompensa para ustedes por este favor, cuando ustedes estén con nosotros en el infierno”.

¡Ay de vosotros que mandan a otros! Si tantos son condenados por vuestra culpa, ¿qué va a pasar con ustedes? Si pocos de los que son primeros en la Iglesia de Dios se salvan, ¿qué va a pasar con ustedes? Tomemos todos los estados, ambos sexos, todas las condiciones: maridos, esposas, viudas, mujeres jóvenes, hombres jóvenes, soldados, comerciantes, artesanos, pobres y ricos, nobles y plebeyos. ¿Qué podemos decir acerca de todas estas personas que están viviendo tan mal? El siguiente relato de San Vicente Ferrer les mostrará lo que ustedes pueden pensar de ello. Relata que un archidiácono en Lyon renunció a su cargo y se retiró a un lugar desierto para hacer penitencia, y que murió al mismo día y hora que San Bernardo. Después de su muerte, se apareció a su obispo y le dijo: “Sabe, Monseñor, en el mismo momento que morí, treinta y tres mil personas también murieron. De esta cifra, Bernardo y yo fuimos al cielo sin demora, tres se fueron al purgatorio, y todos los demás cayeron en el infierno”. Nuestras crónicas relatan un suceso aún más terrible. Uno de nuestros hermanos, bien conocido por su doctrina y santidad, estaba predicando en Alemania. Representó a la fealdad del pecado de impureza tan fuertemente que una mujer cayó muerta de tristeza en frente de todos. Entonces, volviendo a la vida, dijo, “Cuando me presente ante el Tribunal de Dios, sesenta mil personas llegaron al mismo tiempo de todas partes del mundo, de este número, tres fueron salvadas al ir al purgatorio, y el resto fueron condenadas”.

¡Oh abismo de los juicios de Dios! ¡Fuera de treinta mil, sólo cinco se salvaron! ¡Y fuera de sesenta mil, sólo tres se fueron al cielo! Ustedes pecadores que me están escuchando, ¿en qué categoría van a ser numerados?... ¿Qué dicen?... ¿Qué piensan?...

Veo a casi todos ustedes bajar la cabeza, llenos de asombro y horror. Pero vamos a poner nuestro estupor a un lado, y en lugar de halagarnos a nosotros mismos, vamos a tratar de sacar algún provecho de nuestro miedo. ¿No es cierto que hay dos caminos que conducen al cielo: la inocencia y el arrepentimiento? Ahora, si les muestro que muy pocos toman uno de estos dos caminos, como personas racionales llegaran a la conclusión de que muy pocos se salvan. Y para hablar de las pruebas: en qué edad, empleo o condición van a encontrar que el número de los malos no es cien veces mayor que el de los buenos, sobre los cuales se podría decir, “Los buenos son tan raros y los malvados son tan grande en número”. Se podría decir de nuestro tiempo lo que Salviano, dijo del suyo: es más fácil encontrar una innumerable multitud de pecadores, inmersos en toda clase de iniquidades que a unos pocos hombres inocentes. ¿Cuántos servidores son totalmente honestos y fieles en sus funciones? ¿Cuántos comerciantes son justos y equitativos en su comercio?, ¿Cuántos artesanos exactos y veraces, cuantos vendedores desinteresados y sinceros? ¿Cuántos hombres de la ley no abandonan la equidad? ¿Cuántos soldados no pisan al inocente?, ¿Cuántos maestros no retienen injustamente el salario de quienes les sirven, o no tratan de dominar a sus inferiores? En todas partes, los buenos son raros y los malos en gran número. ¿Quién no sabe que hoy en día hay tanto libertinaje entre los hombres maduros, libertad entre las jóvenes, vanidad en las mujeres, libertinaje en la nobleza, corrupción en la clase media, disolución en el pueblo, descaro entre los pobres?, que uno podría decir lo que David dijo de su época: “Todos por igual se han ido por mal camino... no hay ni siquiera uno que haga el bien, ni siquiera uno”.

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