miércoles, 15 de junio de 2022

¡NUNCA IGNOREMOS ESTAS VERDADES SOBRE EL PURGATORIO!

 


¿POR QUÉ UNA EXPIACIÓN TAN PROLONGADA?

Las razones no son difíciles de entender.

1.    La malicia del pecado es muy grande. Lo que a nosotros nos parece una pequeña falta en realidad es una seria ofensa contra la infinita bondad de Dios. Es suficiente ver cómo los Santos se arrepintieron de sus faltas.

Nuestra tendencia es ser débiles, es verdad, pero Dios nos ofrece generosamente abundantes gracias para fortalecernos; nos da la luz para ver la gravedad de nuestras faltas, y la fuerza necesaria para no caer en la tentación. Si aún así, caemos, la falta es toda nuestra. No usamos la luz y la fortaleza que Dios nos ofrece generosamente; no rezamos, no recibimos los Sacramentos como deberíamos.

2.     Un eminente teólogo remarca que si hay almas que son condenadas al Infierno por toda la eternidad por el pecado mortal, no debemos asombrarnos porque otras almas deban ser retenidas durante largo tiempo en el Purgatorio. Hay quienes han cometido deliberadamente incontables pecados veniales, algunos de los cuales son tan graves, que en el momento de cometerlos el pecador escasamente distingue si son mortales o veniales. También, ellos pueden haber cometido algunos pecados mortales por los cuales tuvieron poco arrepentimiento e hicieron poca o ninguna penitencia. La culpa ha sido remitida por la absolución, pero la pena debida por los pecados tendrá que ser pagada en el Purgatorio.

Nuestro Señor nos enseña que deberemos rendir cuentas por cada palabra que decimos y que no dejaremos la prisión hasta que no hayamos pagado hasta el último céntimo. (Mt 5:26).

 

Los Santos cometieron pocos y leves pecados, y aún así, se arrepienten y hacen severas mortificaciones. Nosotros cometemos muchos y gravísimos pecados, y nos arrepentimos poco y hacemos poca o ninguna penitencia.

PECADOS VENIALES:

Sería difícil calcular el inmenso número de pecados veniales que cometemos.

1) Hay un infinito número de faltas en el amor, egoísmo, pensamientos, palabras, actos de sensualidad, también en cientos de variantes; faltas de caridad en el pensamiento, palabra, obra, y omisión. Holgazanería, vanidad, celos, tibieza y otras innumerables faltas.

2)   Hay pecados por omisión que no pagamos. Amamos tan poco a Dios, y Él clama cientos de veces por nuestro amor. Lo tratamos fríamente, indiferentemente y hasta con ingratitud.

 

Él murió por cada uno de nosotros. ¿Le hemos agradecido como se debe? Él permanece día y noche en el Santísimo Sacramento del Altar, esperando nuestras visitas, ansioso de ayudarnos. ¿Cuán a menudo vamos a Él? Él ansía venir a nosotros en la Santa Comunión, y lo rechazamos. Se ofrece a Sí Mismo por nosotros cada mañana en el Altar en la Misa y da océanos de gracias a aquellos que asisten al Santo Sacrificio. ¡Y algunos son tan holgazanes que no van! ¡Qué desperdicio de gracias!

 

3)   Nuestros corazones son duros y están llenos de amor a sí mismos. Tenemos hogares felices, espléndida comida, vestido, y abundancia de todas las cosas. Muchos de nuestros prójimos viven en el hambre y la miseria, y poco les damos, mientras que vivimos en el despilfarro y gastamos en nosotros mismos sin necesidad.

4)     La vida nos fue dada para servir a Dios, para salvar nuestras almas.

¡Muchos cristianos, sin embargo, están satisfechos de rezar cinco minutos a la mañana y cinco a la noche!! El resto de las 24 horas están dedicados al trabajo, descanso y placer. ¡Diez minutos a Dios, a nuestras almas inmortales, al gran trabajo de nuestra salvación! ¡Veintitrés horas y cincuenta minutos a esta transitoria vida! ¿Es justo para Dios?

¡Nuestros trabajos, nuestros descansos y sufrimientos deberían ser hechos para Dios!

 

Así debería ser, y nuestros méritos serían por supuesto grandes. La verdad es que hoy día pocos piensan en Dios durante el día. El gran objetivo de sus pensamientos es ellos mismos. Piensan, trabajan y descansan para satisfacerse a sí mismos. Dios ocupa un pequeñísimo espacio en sus días y sus mentes. Esto es un desaire a Su Amantísimo Corazón, el cual siempre piensa en nosotros.

Y AHORA, LOS PECADOS MORTALES:

5)   Desafortunadamente, muchos cristianos cometen, pecados mortales durante sus vidas, pero, aunque los confiesan, como ya hemos dicho, no hacen satisfacción por ellos.

 San Beda el venerable, opina que aquellos que pasan gran parte de su vida cometiendo graves pecados y confesándolos en su lecho de muerte, pueden llegar a ser retenidos en el Purgatorio hasta el Día del Juicio Final.

Santa Gertrudis en sus revelaciones dice que aquellos que cometen muchos pecados graves y que no hayan hecho penitencia no gozan de ningún sufragio de la Iglesia por un considerable tiempo. Todos esos pecados, mortales o veniales, se acumulan por 20, 30, 40, 60 años de nuestras vidas. Todos y cada uno deberán ser expiados para después de la muerte.

¿Entonces, es de asombrarse que algunas almas tengan que estar en el Purgatorio por tanto tiempo?

 

CAPITULO 4: ¿POR QUÉ Y PARA QUÉ REZAR POR LAS ÁNIMAS BENDITAS DEL PURGATORIO?

El gran Mandamiento de Nuestro Señor Jesucristo es que nos amemos los unos a los otros, genuina y sinceramente. El Primer Gran Mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas. El Segundo, o mejor dicho el corolario del primero, es amar al prójimo como a nosotros mismos. No es un consejo o un mero deseo del Todopoderoso. Es Su Gran Mandamiento, la base y esencia de Su Ley. Es tanta la verdad encerrada en esto que Él toma como donación todo aquello que hacemos por nuestro prójimo, y como un rechazo hacia El cuándo rechazamos a nuestro prójimo.

Leemos en el Evangelio de San Mateo ( Mt 25:34-46), las palabras que Cristo dirigirá a cada uno en el Día del Juicio Final.

Algunos católicos parecen pensar que su Ley ha caído en desuso, pues en estos días existe el egoísmo, el amor a sí mismo, y nadie piensa en el prójimo, sino en el propio engrandecimiento.

"Es inútil observar la Ley de Dios en estos días", dicen, "cada uno debe mirar por sí mismo, o te hundes".

¡No hay tal cosa! La ley de Dios es grandiosa y por siempre tendrá fuerza de ley. Por eso, es necesaria más que nunca, y es nuestro deber nuestro mayor interés cumplirla.

 ESTAMOS MORALMENTE OBLIGADOS A ROGAR POR LAS ANIMAS BENDITAS.

Siempre estamos obligados a amar y ayudar al otro, pero cuanto mayor es la necesidad de nuestro prójimo, mayor y más estricta es nuestra obligación. No es un favor que podemos o no hacer, es nuestro deber; debemos ayudarnos unos a otros.

Sería un monstruoso crimen, por ejemplo, rehusar al desposeído el alimento necesario para mantenerse vivo. Sería espantoso rehusar la ayuda a alguien en una gran necesidad, pasar de largo y no extender la mano para salvar a un hombre que se está hundiendo. No solamente debemos ayudar cuando es fácil y conveniente, sino que debemos hacer cualquier sacrificio para socorrer a nuestro hermano en dificultades.

 Ahora bien, ¿Quién puede estar más urgido de caridad que las almas del Purgatorio? ¿Qué hambre o sed o sufrimiento en esta Tierra puede compararse con sus más terribles sufrimientos? Ni el pobre, ni el enfermo, ni el sufriente que vemos a nuestro alrededor necesitan de tan urgente socorro. Aún encontramos gente de buen corazón que se interesa en los sufrientes de esta vida, pero, ¡escasamente encontramos a gente que trabaja por las Almas del Purgatorio!

 Y ¿quién puede necesitarnos más? Entre ellos, además, pueden estar nuestras madres, nuestros padres, amigos y seres queridos.

DIOS DESEA QUE LAS AYUDEMOS.

Ellas son los amigos más queridos. Dios desea ayudarlos; desea tenerlos cerca de Él en el Cielo. Ellas nunca más lo ofenderán, y están destinadas a estar con Él por toda la Eternidad. Es verdad, la Justicia de Dios demanda expiación por los pecados, pero por una asombrosa dispensación de Su Providencia, pone en nuestras manos la posibilidad de asistirlas, nos da el poder de aliviarlas y aún de liberarlas. Nada le place más a Dios que les ayudemos. El está tan agradecido como si le ayudáramos a Él.

 NUESTRA SEÑORA QUIERE QUE LOS AYUDEMOS:

Nunca, nunca una madre de esta tierra amó tan tiernamente a sus hijos fallecidos, nunca nadie consuela como María busca consolar sus sufrientes hijos en el Purgatorio, y tenerlos con Ella en el Cielo. Le daremos gran regocijo cada vez que llevamos fuera del Purgatorio a un alma.

 LAS BENDITAS ANIMAS DEL PURGATORIO NOS DEVUELVEN EL MIL POR UNO:

Pero ¿qué podremos decir de los sentimientos de las Santas Almas? ¡Sería prácticamente imposible describir su ilimitada gratitud para con aquellos que las ayudan! Llenas de un inmenso deseo de pagar los favores hechos por ellas, ruegan por sus benefactores con un fervor tan grande, tan intenso, tan constante, que Dios no les puede negar nada. Santa Catalina de Bologna dice

:"He recibido muchos y grandes favores de los Santos, pero mucho más grandes de las Santas Almas (del Purgatorio)".

Cuando finalmente son liberadas de sus penas y disfrutan de la beatitud del Cielo, lejos de olvidar a sus amigos de la tierra, su gratitud no conoce límites. Postradas frente al Trono de Dios, no cesan de orar por aquellos que los ayudaron. Por sus oraciones ellas protegen a sus amigos de los peligros y los protegen de los demonios que los asechan.

No cesan de orar hasta ver a sus benefactores seguros en el Cielo, y serán por siempre sus más queridos, sinceros y mejores amigos.

¡Si los católicos supieran cuán poderosos protectores se aseguran con sólo ayudar a las Animas benditas, no serían tan remisos de orar por ellos!

 

LAS ÁNIMAS BENDITAS DEL PURGATORIO PUEDEN ACORTAR NUESTRO PROPIO PURGATORIO:

¡Otra gran gracia que obtenemos por orar por ellas es un corto y fácil Purgatorio, o su completa remisión!

San Juan Masías, sacerdote dominicano, tenía una maravillosa devoción a las Almas del Purgatorio. Por sus oraciones, consiguió (principalmente por la recitación del Santo Rosario) ¡¡¡la liberación de un millón cuatrocientas mil almas!!! En retribución, obtuvo para sí mismo las más abundantes y extraordinarias gracias. Esas almas vinieron a consolarlo en su lecho de muerte, y lo acompañaron hasta el Cielo.

Este hecho es tan cierto que fue insertado por la Iglesia en la bula que decretaba su beatificación.

El Cardenal Baronio recuerda un evento similar:

Fue llamado a asistir a un moribundo. De repente, un ejército de espíritus benditos apareció en el lecho de muerte, consolaron al moribundo, y disiparon a los demonios que gemían, en un desesperado intento por lograr su

ruina. Cuando el cardenal les preguntó quiénes eran, le respondieron que eran ocho mil almas que este hombre había liberado del Purgatorio gracias a sus oraciones y buenas obras. Fueron enviadas por Dios, según explicaron, para llevarlo al Cielo sin pasar un solo momento en el Purgatorio.

 Santa Gertrudis fue ferozmente tentada por el demonio cuando estaba por morir. El espíritu demoníaco nos reserva una peligrosa y sutil tentación para nuestros últimos minutos. Como no pudo encontrar un asalto lo suficientemente inteligente para esta Santa, pensó en molestar su beatífica paz sugiriéndole que iba a pasar larguísimo tiempo en el Purgatorio puesto que había desperdiciado sus propias indulgencias y sufragios en favor de otras almas. Pero Nuestro Señor, no contento con enviar Sus Ángeles y las miles de almas que ella había liberado, fue en Persona para alejar a Satanás y confortar a su querida Santa. El le dijo a Santa Gertrudis que a cambio de lo que ella había hecho por las ánimas benditas, la llevaría directo al Cielo y multiplicaría cientos de veces todos sus méritos.

 El Beato Enrique Suso, de la Orden Dominicana, hizo un pacto con otro hermano de la Orden por el cual, cuando el primero de ellos muriera, el sobreviviente ofrecería dos Misas cada semana por su alma, y también otras oraciones. Sucedió que su compañero murió primero, y el Beato Enrique comenzó inmediatamente a ofrecer las prometidas Misas. Continuó diciéndolas por un largo tiempo. Al final, suficientemente seguro que su santamente muerto amigo había alcanzado el Cielo, cesó de ofrecer las Misas. Grande fue su arrepentimiento y consternación cuando el hermano muerto apareció frente a él sufriendo intensamente y reclamándole por no haber celebrado las Misas prometidas. El Beato Enrique replicó con gran arrepentimiento que no había continuado con las Misas, creyendo que su amigo seguramente estaría disfrutando de la Visión Beatífica, pero agregó que siempre lo recordaba en sus oraciones. "Oh hermano Enrique, por favor dame las Misas, pues es la Preciosísima Sangre de Jesús lo que yo más necesito" lloraba la sufriente alma. El Beato recomenzó a ofrecerlas, y con redoblado fervor, ofreció Misas y ruegos por su amigo hasta que recibió la absoluta certeza de su liberación. Luego fue su turno de recibir gracias y bendiciones de toda clase por parte de su querido hermano liberado, y muchas más veces que las que hubiera esperado.

 

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