Nota. Este sermón abunda en expresiones espirituales
muy necesarias para que, con la gracia de ese día, aumente nuestro amor a Dios
pues no es otro el fin del divino infante sino llenarnos de su amor divino. Amor
divino que, por hoy, escasea mucho en un mundo mas pagano y supersticioso,
falto de aquella espiritualidad que en otros tiempos poseía en abundancia.
El fin de su lectura completa es dirigir de
nuevo nuestra mirada sobre Nuestro Señor Jesucristo infante, no con la mirada
ya de los pastores de Balen sino con loa de los reyes Magos para volver a
alegrar nuestros corazones que se encuentran en medio de tanta amargura y
oscuridad en el alma.
Dónde está el rey de los judíos que ha nacido, etc.
Os he dicho hoy que en estas palabras se muestra la fe de los nobles Reyes, primeros cristianos, los cuales fueron, de entre los gentiles, las primicias de la fe cristiana; y se muestra su fe en cuanto al acto intrínseco, en cuanto al acto previo y en cuanto al acto subsiguiente. El acto intrínseco consiste en buscar; y esto se indica al decir: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Y os decía cómo los Reyes buscaban al rey de los judíos, niño, pobrecillo y reputado por nada; buscaban, digo, al rey niño, pequeño infante por la generación materna, pero eterno por la generación Paterna; buscaban al rey pobrecillo, desnudo de todos los bienes transitorios, pero opulento por la herencia sin término; buscaban, en fin, al rey reputado por nada, despreciado por su estado pasible por condescendencia, pero glorioso por su potencia triunfante sobre todos. Por eso fue necesario que creyeran con la fe de otra manera de la que veían con los ojos, pues no les era dado alcanzar el misterio mediante los sentidos.
Por eso se dignó el
Señor venir por medio de los milagros en ayuda de los Reyes, los cuales
llegaron al acto previo de la fe por la visión de la estrella; y esto se indica
cuando se dice: Vimos su estrella en oriente. Cosa cierta es
que tal estrella no era de las que están fijas en el firmamento, ni tampoco
alguna de las estrellas movibles; pues se hallaba cerca de los Magos, y era tan
grande, que pudiese ser guiados en el camino, por lo cual fue preciso que
apareciera, no por virtud natural, sino sobrenatural. Caminaban los Magos; la
estrella iba delante de ellos y se paraba. Es verdad, y no lo negamos, que el
autor de la naturaleza usa de la misma en cosas que están a su alcance. Pero
cuando la naturaleza es incapaz para producir un efecto, como en nuestro
caso, entonces da origen a las estrellas por virtud sobrenaturalmente
divina. Hay cinco géneros de cometas, y no se producen por el sol ni por
las estrellas; y hay nueve clases de estrellas, entre las cuales la octava,
llamada rosa, es hermosísima, la cual, a lo que dicen los filósofos, es
grande y rubicunda, con figura de hombre y color semejante al de la plata en
aleación con el oro. Y que tal estrella fuese la aparecida en el oriente;
parece sufragado San Juan Crisóstomo; pero es imposible que se produjera
naturalmente; por lo que se ha de tener que los ángeles suplían lo que no podía
producir la naturaleza y esa estrella apareció, no sólo para los Magos,
sino también para esclarecer el misterio que ilustra a todo el mundo.
Ahora es enseñado
todo el mundo por el misterio de la estrella; son ilustrados, digo, los que
siguen la ruta de la estrella, la cual es, no es ruta natural, sino evangélica;
y así como los Magos fueron dirigidos por la estrella natural, así nosotros lo
se remos por la estrella espiritual. Y así digo que la estrella indujo a los
Magos a presentarse ante Cristo, los condujo a Cristo y los redujo a Cristo. Y
que los indujese se da a entender cuando se dice: Hemos visto su estrella en el
oriente. Y que los condujese, se insinúa con estas palabras: La
estrella iba delante de ellos hasta que llegando se paró delante donde estaba
el niño. Y que los redujese, se indica diciendo: Y viendo la
estrella, se regocijaron en gran manera. Y entrando en casa, hallaron al niño,
etc. Esta estrella, por consiguiente, induce, conduce y reduce. Pero
esta estrella no es sino una figura de la estrella espiritual, que también nos
induce a ir a Cristo, nos conduce a Cristo y nos reduce a Cristo. La estrella
que nos induce a la presencia de Cristo, es significada por la estrella de la
mañana, de la cual, si de alguna, tuvo origen la estrella aparecida a los
Magos; y bien podemos decir que la estrella externa es la que nos induce a
presentamos ante Cristo; la estrella superior es la que nos conduce a Cristo.
La estrella
exterior, cuya virtud nos induce a la presencia de Cristo, es la Sagrada
Escritura; la estrella superior, a la que compete conducimos a Cristo, es
la santa y bendita Virgen María; y la estrella interior, que nos reduce a
Cristo, es la gracia del Espíritu Santo. Estas tres estrellas nos
llevan como de la mano a la presencia de Cristo.
Viniendo a lo primero, se ha de decir que la estrella que nos induce a ir a donde está Cristo, es la Sagrada Escritura, de la cual se dice en el Eclesiástico: Brilla como el lucero de la mañana, en medio de la niebla, y como la luna llena en sus días, etc. La Escritura se halla en medio de la niebla, es decir, en medio de la obscuridad de la ignorancia humana, Puesto que no podemos ver las cosas superiores, tampoco podemos ver la faz divina de Cristo; de ahí que sea requisito necesario para verla la dirección de la luz celestial; y esta luz es la Sagrada Escritura, luz del cielo, traída por los Ángeles a los Patriarcas, Profetas y Apóstoles. Esta es la luz que hemos de mirar; y de ella dice San Pedro, II Canónica: Y aún tenemos más firme la palabra de los profetas; la cual hacéis bien en atender como a una antorcha que luce en un lugar tenebroso. Necesitamos la luz de la Sagrada Escritura, hasta que brille el día de la eternidad.
La Sagrada Escritura
es luz legal en los Patriarcas, profética en los Profetas, y evangélica en los
Apóstoles. En los Patriarcas hay brillo de méritos, en los Profetas brillo de
méritos y de milagros, y en los Apóstoles brillo de méritos, de milagros y de
martirio.
Los Patriarcas
tuvieron claridad de visión intelectual solamente los Profetas, claridad de
visión intelectual junto con la imaginaria; y los Apóstoles, claridad de visión
intelectual e imaginaria, unida con la visión cierta, corporal, digo, no
espiritual; por lo cual dice el Señor: Porque me has visto, Tomás, has
creído; y en la epístola primera de San Juan: Lo que vimos con nuestros
ojos y lo que palparon nuestras manos del Verbo de la vida, etc., os
lo anunciamos. Junta el brillo de los méritos de los milagros y
martirios con la claridad de la visión intelectual imaginaria y patente a los
sentidos; junta digo, en una estas seis
Excelencias y su
concierto amigable, y tendrás la certeza de la autoridad, que será siempre
indefectible para ti. Esta es la estrella fructuosísima, por la que podemos ir
a Cristo. Dice el papa San León: "Cuando vamos a considerar el
misterio del Hijo de Dios, nacido de la Virgen, ahuyéntese lejos la obscuridad
de los razonamientos terrenos y disípese el humo de la sabiduría mundana, a los
fulgores de la fe que ilumina nuestros ojos", etc, Por esta
estrella, que es la Sagrada Escritura, se va a Cristo.
Pero pierde la
dirección de esta estrella el que se encamina hacia la perfidia de Herodes. Fue
Herodes pérfido en extremo, y se empeñó en acabar con Cristo. Esta luz la
perdieron primeramente los judíos, después los paganos y, por último, los
herejes. Carecen de ella los judíos, por ocuparse en genealogías inacabables;
los paganos, por entender en enseñanzas: de los demonios, y los herejes, por
entregarse a filosofías falaces. Cuidémonos de estos errores, porque, de otra
suerte, perderemos la luz de la Escritura, según nos amonestan los Magos que,
al ir a Herodes, perdieron la dirección de la estrella. Concluyamos: la
estrella exterior nos induce a ir a la presencia de Cristo: En cuanto a lo
segundo, la estrella superior, que es la bienaventurada Virgen, nos conduce a
Cristo; y de ella se entiende lo que se dice en el libro de los Números, con
estas palabras: De Jacob nacerá una estrella, y de Israel se levantará una vara
y herirá a los caudillos de Moab. Llámese estrella la bienaventurada Virgen por
su virtud estable e inconmovible; por Moab se entienden los voluptuosos.
Caudillos de Moab son los demonios o los pecados capitales. Esta estrella, es
decir, la bienaventurada Virgen, desbarata a los caudillos de Moab, que son los
siete pecados capitales: el espíritu de soberbia, siendo humildísima; el
espíritu de envidia, siendo benignísima: el espíritu de ira, por ser mansísima;
el espíritu de pereza, por ser devotísima; el espíritu de avaricia, por su
generosidad liberalísima: el espíritu de gula, por su templanza moderadísima,
y, por último, el espíritu lujuria, siendo como es integérrima y omnímodamente
casta. Desbarato, pues, esa estrella a los caudillos de Moab; y condujo a los
Magos a Cristo. Y así como cayendo en la perfidia de Herodes, pierde el hombre
la dirección de la estrella que lo induce a la presencia de Cristo, esto es, al
conocimiento de la Sagrada Escritura, así también, incurriendo en la hipocresía
de Herodes, se desvía de la dirección de la bienaventurada Virgen, radiante
estrella, cuyo oficio es conducir a Cristo.
En Herodes están
figurados los hipócritas. Se dice en el Evangelio que Herodes, llamando en
secreto a los Magos, les interrogó cuidadosamente sobre el tiempo de la
aparición de la estrella; y les dijo: id e informaos con diligencia
sobre este niño, y cuando le encontréis, comunicádmelo, para que vaya también
yo a adorarle. Dice San Gregorio, comentando este pasaje, que nada hay
que tanto aparte de la dirección de la bienaventurada Virgen como la
hipocresía. Habló Herodes de esta manera: Averiguad diligentemente
dónde está el niño, para que vaya también yo a adorarle. Según
manifestaba con esto, quería que los Magos se informaran acerca del niño, para
que también él fuese a adorarle, pero, en realidad, pretendía otra cosa. De
esta suerte el hipócrita se informa exteriormente de las virtudes y finge
seguir a la bienaventurada Virgen, cuando otra cosa es la que intenta.
Cuando aparentas que
eres humilde, siendo soberbio; que eres benigno, siendo envidioso; que eres
manso, siendo iracundo; que eres devoto, siendo perezoso; que eres casto,
siendo lujurioso: créeme, por Dios, que eres Herodes, nombre que se
interpreta el que se gloria en la epidermis, significando, por lo mismo, a
los hipócritas. Se gloriaba, repito, en la epidermis, esto es, en la
corteza exterior, al igual que los hipócritas, que se glorían en las
apariencias externas. Si eres, pues, de los hipócritas, ten entendido que no
sigues a Cristo. Mirad cómo los hombres de dos caras se atraen el juicio de
Dios. Decía San Agustín que "no hay infelicidad mayor que la
felicidad de los que pecan". Reputase tal o cual hombre afable
cuando no es sino un hombre pésimo. He aquí una idolatría: hacer creer a los
hombres que se tiene el espíritu de Dios, cuando no se tiene sino el espíritu
del demonio. Huid, pues, de la hipocresía.
En cuanto a lo
tercero, la estrella interior, que es la gracia del Espíritu Santo, nos reduce
a Cristo. De ella se dice en el Apocalipsis: Y al que venciere y guardare mis
obras hasta el fin, yo le daré potestad sobre las naciones, etc., y le daré la
estrella de la mañana. Más se ha de notar que la gracia del Espíritu Santo
puede ser inicial, promovida y final. No nos reduce a Cristo sino la gracia
final. Pierde la dirección de esta estrella el que incurre en el endurecimiento
de Herodes, es decir, aquel que extingue las inspiraciones divinas en sí mismo.
Demos que has concebido el propósito de practicar obras de piedad, enmendar la
vida y entrar en una Religión. Pues bien, si lo dejas sin cumplirlo, eres como
Herodes, que intentaba matar al niño.
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