El 8 de mayo de 1998, el Cardenal Sin, arzobispo de Manila (Filipinas), organizó una gran reunión interconfesional para pedir unas elecciones pacíficas, invitando a budistas, musulmanes, protestantes, taoístas y representantes de cultos indígenas a rezar en la catedral de la Inmaculada Concepción, renovando así en Manila el escándalo de Asís.
El
17 de mayo de 1998, Monseñor Salvador Lazo, Obispo emérito de La Unión, envió
una carta al Cardenal Sin, reprochándole haber transgredido públicamente el
primer mandamiento de la ley de Dios, y recordándole las sanciones previstas
por el Código de Derecho Canónico (sospecha de herejía según el canon 2316 del
Código de 1917... imposición de una pena justa según el mismo Código), así
como la amenaza de Nuestro Señor de arrojar fuera “la sal que perdió su
sabor”. Lo llama a “volver a la verdadera fe católica, la fe
de un San Pío V la que
venció en Lepanto, de un Pío XI que,
en su encíclica «Mortalium animos» ya condenó lo que usted
acaba de hacer”.
El
18 de mayo, mediante un comunicado a la prensa, anunció que el 24 de ese mismo
mes iba a hacer una profesión solemne de fe, dirigida a Su Santidad el Papa
Juan Pablo II, en la iglesia Nuestra Señora de las Victorias,
perteneciente a la Fraternidad San Pío X, e
invitó a la prensa a cubrir el acontecimiento.
Ese
domingo 24, luego de la Santa Misa, Monseñor Lazo realizó la siguiente
profesión solemne de Fe. He aquí su texto:
Mi declaración de Fe
El
Papa Juan Pablo II
Obispo
de Roma y Vicario de Jesucristo,
Sucesor
de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles,
Supremo
Pontífice de la Iglesia universal,
Patriarca
de Occidente, Primado de Italia,
Arzobispo
y Metropolitano de la Provincia de Roma,
Soberano
de la ciudad del Vaticano.
Santísimo Padre,
En
el décimo aniversario de la consagración de cuatro Obispos católicos por parte
de Su Excelencia Monseñor. Marcel Lefebvre para la supervivencia de la
Fe católica, declaro que, por la gracia de Dios, soy católico romano. Mi
religión ha sido fundada por Jesucristo cuando dijo a Pedro: “Tú eres
Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (San Mateo, XVI, 18).
Santo
Padre, mi Credo es el Credo de los apóstoles. El depósito de la Fe viene de
Jesucristo y se completó con la muerte del último apóstol. Ha sido confiado a
la Iglesia católica romana para servir de guía para la salvación de las almas
hasta el fin de los tiempos.
San
Pablo ordenó a Timoteo: “Oh, Timoteo, conserva el depósito” (I
Timoteo, VI, 20).
¡El depósito de la Fe!
Santo
Padre, San Pablo parece decirme: “Guarde el depósito... se le ha
confiado un depósito, no lo que usted vaya descubriendo. Lo ha recibido, no
sacado de su propio fondo. No depende de la intervención personal, sino de la
doctrina. No es para su uso privado, sino que pertenece a la Tradición pública.
No viene de usted, sino que le ha llegado a usted. No puede actuar con él como
si fuese usted su autor, sino solamente como un guardián. No es el iniciador,
sino el discípulo. No le pertenece a usted el regularlo, sino el ser regulado
por él” (San Vicente de Lerins, Commonitorium, nº 22).
El
Santo Concilio Vaticano I enseña que “la doctrina de Fe que Dios ha
revelado, no ha sido propuesta como un hallazgo filosófico que deba ser
perfeccionado por los ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de Cristo
como un depósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente
declarada. De ahí que también hay que mantener perpetuamente aquel sentido de
los sagrados dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que
apartarse de ese sentido so pretexto y nombre de una más alta
inteligencia” (Constitución dogmática “Dei Filius”, Dz.
1800).
“No
fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por
revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su
asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación
transmitida por los Apóstoles, es decir el depósito de la fe” (Vaticano I, Constitución dogmática “Pastor
Aeternus”, Dz. 1836).
Además, “el
poder del Papa no es ilimitado: no solamente no puede cambiar nada de lo que es
de institución divina, como, por ejemplo, suprimir la jurisdicción episcopal,
sino que, colocado para edificar y no para destruir, por ley natural no debe
sembrar la confusión en el rebaño de Cristo” (“Diccionario de
teología católica”, T. II, col.
2039-2040).
También
San Pablo fortalecía así la fe de sus convertidos: "Pero, aun
cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio
distinto del que os hemos anunciado, sea anatema" (Gálatas, I,
8).
Como Obispo católico, he aquí brevemente mi posición sobre las reformas posconciliares del Concilio Vaticano II:
Si
las reformas conciliares son conformes a la voluntad de Jesucristo, entonces
colaboraré con gusto en su realización. Pero si las reformas conciliares están
planificadas para la destrucción de la religión católica fundada por
Jesucristo, entonces rehúso mi cooperación.
Santo
Padre, en 1969 se recibió en San Fernando, diócesis de La Unión, una
notificación de Roma. Decía que la Misa latina tridentina debía ser suprimida y
que debía ser utilizado el Novus Ordo Missæ. No se daba ninguna
razón. La orden, proveniente de Roma, fue acatada sin protestas (Roma
locuta est, causa finita est).
Me
jubilé en 1993, 23 años después de mi consagración episcopal. Desde mi jubilación
he descubierto la verdadera razón de la supresión ilegal de la Misa latina
tradicional: la Misa antigua era un obstáculo para la introducción del
ecumenismo. La Misa católica contenía los dogmas católicos que los protestantes
niegan. A fin de llegar a la unidad con las sectas protestantes, la Misa latina
tridentina debía ser puesta en desuso y reemplazada por el Novus Ordo
Missæ.
El
Novus Ordo Missæ fue compuesto
por Annibale Bugnini, un masón; seis ministros protestantes ayudaron a
Monseñor Bugnini a fabricarla. Los novadores se esmeraron en que ningún
dogma católico que ofendiera a los oídos protestantes fuese dejado en las
oraciones. Suprimieron todo lo que plenamente expresaban los dogmas católicos y
lo reemplazaron por textos muy ambiguos de tendencias protestantes y herejes. Hasta
han cambiado la forma de la Consagración dada por Jesucristo. Con tales
modificaciones, el nuevo rito se volvió más protestante que católico.
Los protestantes afirman que la
Misa no es más que una simple cena, una simple comunión, un simple banquete,
un memorial. El Concilio de Trento insistió en la realidad del Sacrificio de la
Misa, que es la renovación incruenta del sacrificio sangriento de Cristo sobre
el Calvario.
“Así, pues, el Dios y Señor nuestro, aunque había de ofrecerse una sola vez a sí mismo a Dios Padre en el altar de la cruz (...) ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y de vino y bajo los símbolos de esas mismas cosas, los entregó, durante la Última Cena, la noche en que librado, a fin de dejar a la Iglesia, su esposa bienamada, un sacrificio que fuese visible (como lo exige la naturaleza humana) por el cual el sacrificio sangriento cumplido una vez por todas sobre la cruz pueda ser presentado de nuevo” (Dz. 938).
También
se debe remarcar que, en el Novus Ordo Missæ, la presencia real de Cristo en
la Eucaristía está implícitamente negada. La misma observación también
es verdadera con respecto a la doctrina de la Iglesia sobre la
transubstanciación.
Con
relación a eso, el sacerdote, que antaño era un sacerdote que ofrecía un sacrificio,
en el Novus Ordo Missæ ha sido rebajado al papel de presidente de una asamblea. Para tal papel es que se presenta frente al pueblo.
En la Misa tradicional, en cambio, el sacerdote se presenta frente al sagrario
y al altar, donde se encuentra Jesucristo.
Luego
de haber tomado conciencia de estos cambios, he decidido dejar de decir el nuevo rito de la
Misa que había dicho durante más de 27 años por obediencia a mis superiores
eclesiásticos. He vuelto a la Misa latina tridentina,
porque es la Misa instituida por Jesucristo en la Última Cena, la renovación
incruenta del Sacrificio de Jesucristo sobre el Calvario. Esa Misa de siempre
santificó la vida de millones de cristianos con el correr de los siglos.
Santo
Padre, con todo el respeto que tengo por Usted y por la Santa Sede de San
Pedro, no puedo
seguir su enseñanza personal sobre la “salvación universal”: está en
contradicción con las Sagradas Escrituras.
Santo
Padre, ¿todos los hombres serán salvados? Jesucristo quería que todos los
hombres sean redimidos. Murió, de hecho, por todos nosotros. Sin embargo, no
todos los hombres serán salvados, porque no todos los hombres cumplen las
condiciones necesarias para pertenecer al número de los elegidos de Dios en el
cielo.
Antes
de subir al cielo, Jesucristo les confió a sus apóstoles el deber de predicar
el Evangelio a toda la creación. Sus instrucciones ya indicaban que no todas
las almas serían salvadas. Dice: “Id por el mundo entero, predicad el
Evangelio a toda la creación. Quien creyere y fuere bautizado, será salvo; más,
quien no creyere, será condenado” (San Marcos, XVI, 15-16).
San
Pablo empleaba el mismo lenguaje para con sus convertidos: “¿No sabéis
que los inicuos no heredarán el reino de Dios? No os hagáis ilusiones. Ni los
fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los
sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes,
ni los que viven de rapiña, heredarán el reino de Dios” (I
Corintios, VI, 9-10).
Santo
Padre, ¿debemos respetar a las falsas religiones? Jesucristo fundó una sola
Iglesia en el seno de la cual se puede ser salvo: es la Santa Iglesia católica,
apostólica y romana. Cuando enseñó todas las doctrinas y verdades necesarias
para salvarse, Jesucristo no dijo: “respeten a todas las falsas religiones”. De hecho, el Hijo de Dios ha sido
crucificado sobre la cruz porque en sus enseñanzas no tuvo compromisos con
nadie.
En
1910, en su carta “Notre charge apostolique”, el Papa San
Pío X nos puso en guardia contra el espíritu interconfesional,
que forma parte de un gran movimiento de apostasía organizado en todos los
países para erigir una iglesia mundial.
El
Papa León XIII advirtió que “tratar a todas las religiones
de la misma manera (...) es algo calculado para arruinar toda forma de
religión, y especialmente la religión católica, que por ser la verdadera no
puede —sin gran injusticia— ser mirada como simplemente
igual a las otras religiones” (“Humanum genus”). El
procedimiento va desde el catolicismo al protestantismo, desde el protestantismo al
modernismo, desde el modernismo al ateísmo.
El
ecumenismo, tal como se lo practica hoy, se opone diametralmente a la doctrina
y a la práctica católica tradicionales.
Rebajar la única religión verdadera,
fundada por Nuestro Señor, al mismo nivel que las religiones falsas, obras de
los hombres, es algo que los Papas en el curso de los siglos han prohibido
estrictamente a los católicos que lo hagan.
“Es evidente
que la Sede Apostólica de ninguna manera puede tomar parte de estas
asambleas (ecuménicas) y que de ninguna manera les está
permitido a los católicos darles su aprobación o sostén a tales empresas”.
(Pío XI, “Mortalium animos”).
Soy
partidario de la Roma eterna, la Roma de los Santos Pedro y Pablo. No quiero
seguir a la Roma masónica. El Papa León XIII condenó
a la masonería en su encíclica “Humanum genus” en 1884.
No acepto tampoco a la Roma modernista.
El Papa San Pío X condenó al
modernismo en su encíclica “Pascendi dominici gregis” en
1907.
No sirvo a la Roma controlada por los masones, que son los agentes de
Lucifer, el Príncipe de los demonios.
Pero me adhiero a la Roma que conduce fielmente la
Iglesia católica, a fin de cumplir la voluntad de Jesucristo, la glorificación
del Dios tres veces santo, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Me
considero feliz por haber recibido, en medio de esta crisis de la Iglesia católica,
la gracia de haber vuelto a la Iglesia que se adhiere a la Tradición católica.
Gracias a Dios, digo de nuevo la Misa tradicional: la Misa instituida por Jesús
en la Última Cena, la Misa de mi ordenación.
Que la Bienaventurada Virgen María, San José, mi
santo Patrono San Antonio, San Miguel y mi Ángel de la Guarda se dignen ayudarme
a permanecer fiel a la Iglesia católica fundada por Jesucristo para la
salvación de los hombres.
Ojalá obtenga yo la gracia de permanecer hasta la
muerte en el seno de la Santa Iglesia católica apostólica y romana, que adhiere
a las antiguas tradiciones, y que sea siempre fiel sacerdote y Obispo de
Jesucristo, Hijo de Dios.
Muy
respetuosamente,
Monseñor Salvador L. Lazo, DD Obispo emérito de San Fernando de La Unión. Revista “Iesus Christus” nº 59, septiembre-octubre 1998, págs. 23-25.
Mons. Lazo como obispo al redactar este
testimonio de fe manifiesta su determinación firme y decidida de permanecer
fiel a la Iglesia de siempre.
En estos momentos de gran confusión siempre
nos son de provecho saber que otro obispo se manifestó abiertamente contra la
Roma de corte modernista con esas fuertes expresiones propias de un obispo
sumamente indignado.
Este testimonio adquiere mas importancia
porque fue dicho a pocos días o meses de su muerte y lo manifestó públicamente sin
temer a las “autoridades vaticanas” y, quizá esperaba el mismo premio de Mons,
Marcel Lefebvre, la excomunión por su atrevida carta.
Para los Padres que luchamos por mantener la
VERDADERA FE, la defensa de la doctrina, de la Iglesia y de la devosio a la Santísima
Virgen María y, sobre todo el Santo Sacrificio de la Misa.
No nos sorprenda la redacción de esta carta en
defensa de la Fe, porque la formalidad en la cual es redactada es propia de un
obispo católico en donde lo “caballero no quita lo cortes”
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