“Vae mihi si non evangilzavero”
(I Corintios,
IX, 16)
Entiendo que, a algunas personas, no les es familiar el lenguaje utilizado por el autor del presente articulo, por desgracia no se puede redactar de una manera mas simple porque perdería su profundidad y su veracidad. Por favor las personas que no entiendan alguna palabra o conjunto de frases, háganmelo saber por medio de telegrama, wapsapp o por mi correo electrónico, estoy para servirlos, gracias de ante mano.
Sin referirnos a las vías inesperadas en las que se vieron los Padres del Concilio al tratarse ciertos esquemas desarraigados del magisterio de la Iglesia pretendemos en las páginas que siguen hacernos eco de aquella palabra que los Padres del Concilio no han podido olvidar: ¡Caveamus” (cuidémonos). Cuidémonos de que nos influya un espíritu absolutamente inconciliable con el que los Pontífices romanos y los precedentes Concilios se esforzaron incansablemente por difundir entre los cristianos. No se trata de un espíritu de progreso, sino de ruptura y de suicidio. Las declaraciones de algunos Padres a ese respecto son orientadoras: unos afirman que entre las declaraciones pasadas y las de los autores de determinados esquemas no existe contradicción, porque las circunstancias se han modificado. Cuanto el Magisterio de la Iglesia ha afirmado hace cien años regía para aquellos tiempos, pero no para los nuestros. Hay otros que se refugian en el misterio de la Iglesia. Otros consideran que un Concilio tiene por objeto modificar la doctrina de los Concilios anteriores. Por último, otros sostienen que todo el Concilio está por encima del magisterio ordinario, por lo cual puede prescindir de éste y bastarse por sí solo. Se oye, además la voz de la prensa liberal afirmando que por fin la Iglesia admite la evolución del dogma. ¿Es posible discernir el motivo, al menos aparente, que permitió a esas tesis revolucionarias instalarse oficialmente en las deliberaciones del concilio? Nos creemos con autoridad para afirmar que ello se produjo a favor de un ecumenismo presentado primero como católico y que, durante el curso de las Sesiones, se transformó en ecumenismo racionalista.
Ese espíritu de ecumenismo no
católico ha sido el instrumento del cual manos misteriosas se sirvieron para
intentar quebrar y pervertir la doctrina enseñada desde los tiempos evangélicos
hasta nuestros días, doctrina por la que ha corrido y sigue corriendo tanta
sangre de mártires. Por inconcebible que parezca, así ha sucedido: de
ahora en adelante, en la historia de la Iglesia se hablará siempre de esas
tesis contrarias a la doctrina que, so pretexto de ecumenismo, se presentaron a
los Padres conciliares del Vaticano II. De esa manera, se hicieron
esfuerzos para elaborar esquemas que atenúen o incluso hagan desaparecer
ciertos puntos de doctrina específicamente católica que pudieran desagradar a
los ortodoxos y, especialmente, a los protestantes. Quisiéramos abordar
algunos ejemplos de las nuevas tesis propuestas. Nos parece útil desarrollar
las tesis católicas tradicionales sobre tales puntos, pues se trata de una
doctrina conocida por todos, enseñada en nuestros catecismos, que nutre nuestra
Liturgia y que ha sido objeto de las más firmes y luminosas enseñanzas de los
Papas desde hace un siglo. Expresar el dolor que experimentaron los Padres
firmemente aferrados a la continuidad de la doctrina al escuchar la exposición
de las nuevas tesis hecha por los relatores oficiales de las Comisiones, es
tarea imposible. Pensábamos en las voces de los Papas cuyos cuerpos yacían
sepultados en el preciso lugar donde nos encontrábamos. Pensábamos en el
inmenso escándalo que pronto haría la prensa por su manera de transmitir esas
exposiciones.
La Primacía de Pedro
Veamos primero la Primacía de
Pedro, a la cual se quiere desplazar en beneficio de una colegialidad mal
definida y mal comprendida, que culmina en un desafío al sentido común. ¡Cuánto
mejor y más provechoso hubiera sido señalar la función del obispo en la Iglesia
con relación a su grey particular bajo la vigilancia de Pedro, y mostrar cómo
-a través de esa grey particular- se debe por caridad a la Iglesia universal,
comenzando por las Iglesias que le son próximas, siguiendo por las de las
misiones, y luego por la Iglesia entera, pero en dependencia inmediata de
Pedro, ¡qué es el único que se debe en justicia y directamente a todas las
Iglesias y a toda la Iglesia!
Pero veamos la tesis nueva y las dos
afirmaciones que contiene:
1) Todo,
absolutamente todo poder sobre la Iglesia ha sido confiado solamente a Pedro.
2) Todo ese
mismo poder ha sido confiado también a Pedro y a los Apóstoles
colectivamente. Si verdaderamente todo el poder ha sido confiado sólo a
Pedro, lo que los otros puedan tener lo habrán recibido de él. Si
los obispos tienen con Pedro una parte en el gobierno universal, parte que
Pedro no puede quitarles, ya Pedro no tiene todo el poder él solo. ¡Que no
hablen de misterio! La contradicción, es manifiesta. En el segundo caso, Pedro
no tiene sino la cuota mayor del poder, lo cual ha sido condenado por el
Vaticano I: “Si alguien
dijere que el Pontífice romano no tiene sino las potiores partes y
no la plenitud del poder supremo, que sea anatema”. Después de
Pedro, se ataca a la Curia, que es considerada secretaría del Papa,
cuando en realidad es la parte más noble de la Iglesia particular de Roma,
Iglesia cuya fe es indefectible y que es Madre y Maestra de todas las Iglesias.
Hacia ella deben dirigirse las miradas de los Padres, porque pueden estar
ciertos de que allí encontrarán la verdad. ¿Por qué se pretende que la
Iglesia de Roma calle? ¿De dónde nos vendría la luz si los Padres conciliares
de la Iglesia de Roma enmudecieran? Por otra parte, intercalar entre el
obispo de Roma y la Iglesia el cuerpo episcopal de la Iglesia Universal en
forma institucionalizada (democratizada) significaría quitar a la Iglesia de Roma su título de
Madre de todas las Iglesias. Con eso no queremos contradecir la
posibilidad de que el Soberano Pontífice consulte más frecuentemente a los
obispos y modifique, si lo considera conveniente, algunas modalidades o
estructuras de la Curia. Pero el propósito de quienes aspiran a crear una
institución jurídica nueva ceñida a una colegialidad siempre en ejercicio,
podría hacer de la nueva institución el cuerpo electoral del Soberano
Pontífice. Porque es inconcebible que el Papa no resulte elegido por su clero
dado que debe ser Obispo de Roma para ser luego sucesor de Pedro.
La Virgen María
Con imprudencia increíble, a despecho del deseo explícito del Santo Padre, el esquema propuesto suprime el título de María Madre de la Iglesia; los ecumenistas lamentan que la Virgen María sea nombrada Mediadora. Sin embargo, cabe esperar que la devoción de los Padres a María restablecerá el honor que el Concilio debe a la Virgen, proclamándola solemnemente Madre de la Iglesia y consagrando el mundo a Su Corazón Inmaculado. (La Corredención de nuestra Señora en la economía de la salvación no fue aceptada plenamente por los opositores a los Padres ortodoxos, en un anterior artículo explique in extenso el porqué de la Corredención de Nuestra Señora)
La Eucaristía
Se habrá observado que a propósito de
la Eucaristía – aunque este tema no ha sido tratado ex professo – existen
dos alusiones tendientes a disminuir la estimación de la Presencia Real de
Nuestro Señor. Al final del esquema sobre las Sagradas Escrituras, se pone
a la Eucaristía en un mismo pie de igualdad con las Escrituras, esto no puede ser. ¡Cómo no pensar
en todos esos evangelios que desde entonces han reemplazado a la Eucaristía en
los altares mayores de nuestras Iglesias! Se afirma, por otra parte, que
los protestantes carecen de “la plena realidad de la
Eucaristía”. ¿De qué Eucaristía se trata? Ciertamente no puede ser de la
Eucaristía católica, pues
la presencia real no ésta está entre ellos, así como la sacramental. Por lo tanto,
se trata de una “Eucaristía” protestante.
La Revelación
En todos los esquemas relativos a la
Revelación se tiende a minimizar el valor de la Tradición en provecho de la
Escritura, al estilo protestante. Se reprocha exageradamente a los fieles y a los sacerdotes no
alentar una mayor devoción a la Sagrada Escritura. En efecto, las
Escrituras han sido destinadas a la Comunidad del pueblo de Dios en sus jefes y
no a cada miembro individual aisladamente, como sostiene los protestantes. Por
eso la iglesia, como una madre, brinda la leche de la doctrina a sus hijos
mediante su feliz presentación en la Liturgia, en el catecismo, en la homilía
dominical. Está dentro del orden de la naturaleza que la Escritura nos sea
enseñada por personas autorizadas. Así lo ha querido Nuestro Señor. Nada tenemos que tomar de los
protestantes, cuya historia ha demostrado suficientemente que por sí sola la
Escritura no puede mantener la unidad ni preservar del error.
La Verdad de la Iglesia
La Verdad de la Iglesia tiene,
evidentemente, consecuencias que molestan a los protestantes y también a
ciertos católicos imbuidos de liberalismo. En lo sucesivo el nuevo dogma
que ocupará el lugar que correspondía a la Verdad de la Iglesia será el de la dignidad de la persona humana
junto con el bien supremo
de la libertad: (Entiéndase bien "nuevo dogma" no contenido en la Revelación Divina de la Iglesia) dos nociones que se evita definir con claridad. De
ello se sigue, según nuestros novadores, que la libertad de manifestar
públicamente la religión de su propia conciencia es un derecho estricto de toda
persona humana que ninguna otra persona del mundo puede prohibir. (Se hace alusión, en donde todos tienen la razón y la Verdad se vuelve subjetiva y deja de ser OBJETIVA) a la libertad de conciencia. Que sea una
religión verdadera o falsa, que promueva virtudes o vicios, poco les importa.
¡El único límite será un bien común que evitan celosamente definir! Por
consiguiente, se haría necesario revisar los acuerdos entre el Vaticano y las
naciones que con toda justicia reconocen una situación preferencial a la
religión católica. El Estado debería ser neutro en materia de religión.
Habría que revisar muchas constituciones de Estado, no solamente en
las naciones de religión católica. ¿Habrán pensado esos nuevos
legisladores de la naturaleza humana que el Papa también es jefe de Estado? ¿Se
lo invitará a laicizar el Vaticano? Según ello, los católicos perderían el
derecho de obrar para establecer o restablecer un Estado católico. Su deber
sería mantener el indiferentismo religioso del Estado. Recordando a
Gregorio XVI, Pío IX calificó esa actitud de “delirio”, y, más aún, de “libertad de perdición” (Quanta
Cura, 8 de diciembre de 1864). León XIII trató el tema en su admirable
Encíclica Libertas præstantissimum. ¡Pero todo eso era adecuado para su época,
no para mil novecientos sesenta y cuatro!
La libertad que desean quienes la
consideran un bien absoluto es quimérica. Si se admite que la libertad suele
estar restringida en el orden moral, ¡Cuánto más no lo estará en el orden de la
elección intelectual! Dios ha atendido admirablemente las deficiencias de la
naturaleza humana por medio de las familias que nos rodean: aquella en la cual
hemos nacido y que debe educarnos, es decir, la patria, cuyos dirigentes deben
facilitar el desarrollo normal de las familias hacia la perfección material,
moral y espiritual; la Iglesia, mediante sus diócesis cuyo Padre es el Obispo,
cuyas parroquias forman células religiosas donde las almas nacen a la vida
divina y se alimentan en esta vida con los sacramentos. Definir la
libertad como ausencia de coacción significa destruir todas las autoridades
colocadas por Dios en el seno de esas familias para facilitar el buen uso de la
libertad que nos ha sido dada para buscar espontáneamente el Bien y
eventualmente para proporcionarlo, como ocurre con los niños y asimilados.
La
verdad de la Iglesia es la razón de ser de su celo evangelizador, de su
proselitismo, y -por ende- la razón profunda de las vocaciones misioneras,
sacerdotales y religiosas que exigen generosidad, sacrificio, perseverancia en
las aflicciones y en las cruces. Ese celo, ese fuego que quiere abrazar al
mundo molesta a los protestantes. Se trazará, pues, un esquema sobre
la Iglesia en el mundo que evitará celosamente hablar de evangelización. ¡Toda
la ciudad terrestre podrá construirse sin que se dé en ella intervención a los
sacerdotes, religiosos o religiosas, sacramentos, Sacrificio de la Misa,
instituciones católicas, como escuelas, obras espirituales y materiales de
caridad!... En semejante espíritu un esquema sobre las Misiones se hace
muy difícil. ¿Pensarán los novadores llenar así los seminarios y
noviciados? La Verdad de la Iglesia es también razón de ser de las
escuelas católicas. Con el nuevo dogma se insinúa que sería preferible
fusionarlas con las demás escuelas en tanto éstas observen el derecho natural (sic). Evidentemente,
no queda lugar para Hermanos ni Hermana docentes... ¡La admirable Encíclica de
Pío XI sobre la educación de la juventud era para mil novecientos veintinueve,
no para mil novecientos sesenta y cuatro!...
La doctrina social de la Iglesia
También la doctrina social de la
Iglesia molesta al ecumenismo.
Por ello se nos dirá “que la distribución de la
propiedad está librada a la prudencia de los hombres y a las instituciones de
los pueblos, dado que ninguna parte de la tierra ni ningún bien ha sido
conferida por Dios a ningún hombre en particular”. ¡Así la doctrina
también afirmada por Juan XXIII de la propiedad privada como derecho esencial
de la naturaleza humana no tendría fundamento sino en el derecho positivo! La
lucha de clases y de naciones sería necesaria para el progreso y para la
evolución continua de las estructuras sociales. El bien común sería una noción
en continua evolución y “puesto que nadie es universal, nadie tendría una
visión completa del bien común”, del cual, sin embargo, se da una nueva
definición: “La libertad y
la plenitud de la vida humana”.
¿Qué queda de las enseñanzas de los
Papas acerca de la doctrina social de la Iglesia: Rerum Novarum,
Quadragesimo Anno, Pacem in Terris? Estamos en mil novecientos setenta y
cuatro. Que nos digan, entonces que pasará mañana con las enseñanzas de mil
novecientos sesenta y cuatro en mil novecientos setenta y cuatro... Estos
ejemplos bastan para demostrar que en las comisiones prevalece una mayoría de miembros ganados por un
ecumenismo que no sólo es ajeno a lo católico, sino que, según propia
confesión, se parece extrañamente al modernismo condenado por San Pío X
y del cual el Papa Pablo VI nos dice en su Encíclica Ecclesiam
Suam que ha comprobado su resurgimiento. La prensa liberal se ha
adueñado de esas tesis antes de que las mismas hayan sido propuestas no bien se
las presentó en los esquemas y, particularmente, cuando obtuvieron mayoría
importante en la sala conciliar. Una vez obtenida la victoria, quedó
abierta la vía a todos los diálogos, esto es, a todas las transacciones. Por
fin concluían, es decir, tenían fin la “papolatría” y el régimen monárquico de la Iglesia, el Santo Oficio y el Index, las
conciencias quedaban liberadas, etcétera.
¿Qué corresponde que hagamos ante ese
desenfreno, ante esa tempestad?
1) Guardar indefectiblemente nuestra fe, nuestra adhesión a
todo lo que la Iglesia nos ha enseñado siempre, sin turbarnos ni
descorazonarnos. Nuestro Señor pone a prueba nuestra fe, como lo hizo con los
apóstoles, como lo hizo con Abraham. Para ello es preciso que nos domine
realmente la sensación de que vamos a perecer. De ese modo, la Victoria de la
Verdad será auténticamente la victoria de Dios y no la nuestra.
2) Ser objetivo. Reconocer los
aspectos positivos que se manifiestan en los deseos de los Padres conciliares,
deseos que desgraciadamente y como a su pesar han sido utilizados para
establecer textos jurídicos que sirven a tesis que la mayoría de los mismos
Padres ni habían imaginado. Intentemos definir esos deseos del siguiente
modo: Deseo profundo de colaboración mayor en pro de una más intensa
eficacia del apostolado: colaboración entre pastores y con el Pastor Supremo.
¿Quién podría condenar semejante deseo? Deseo de manifestar a los hermanos
separados y al mundo entero su gran caridad a fin de que todos acudan a Nuestro
Señor y a Su Iglesia fuera de la cual no hay salvación. Deseo de dar a la
Iglesia mayor sencillez, en su Liturgia, en el comportamiento habitual de los
pastores y, en particular, de sus obispos, en la formación de los clérigos que
los preparen más directamente para su ministerio pastoral, pero dentro de la tradición
milenaria de la Iglesia. Tendencia está motivada por el temor de ya no ser
escuchados ni comprendidos por el conjunto del pueblo fiel. Estos deseos
tan legítimos y oportunos podrían manifestarse perfectamente en textos
admirables y orientaciones adaptadas a nuestro tiempo sin la colegialidad, mal
fundada y mal definida; sin la libertad religiosa, falsa; sin la declaración sobre los
judíos, inoportuna; sin indicios de demolición de la autoridad del Papa,
sin negar el título de Madre de la Iglesia a la Virgen María, y sin calumniar a
la Curia romana. No son, en conjunto, los Padres del Concilio quienes
alentaron esos textos con semejante redacción que expresa una doctrina nueva,
sino un grupo de Padres y de periti que aprovecharon los muy
legítimos deseos de los Padres para introducir sus doctrinas. Los
esquemas, gracias a Dios, no tienen todavía redacción definitiva. El papa aún
no los ha aprobado en sesión pública. Por lo demás, el Concilio ha afirmado su
voluntad de no definir ningún dogma nuevo, sino de ser un Concilio pastoral y
ecuménico. La iglesia de Roma, única indefectible entre todas las Iglesias
particulares, permanece firmemente en la fe; la mayoría de los cardenales no aprueba
las nuevas tesis. Los Padres conciliares que desempeñan tareas importantes en
la iglesia romana, así como la mayoría, sin la casi totalidad de los teólogos
romanos, no se colocan junto a los novadores. Eso es fundamental, pues los
fieles del mundo entero deben unirse en torno de esa Iglesia de Roma, Maestra
de Verdad; ya lo afirmó así San Ireneo.
3) Afirmar nuestra fe públicamente sin desfallecimientos:
en la prensa, en nuestras conversaciones, en nuestra correspondencia.
4) Orar y hacer penitencia. Orar a la Virgen
María, Madre de la Iglesia, pues Ella está en el centro de todos los debates y
ha vencido siempre todas las herejías. En Ella encontrarán los Padres
conciliares unanimidad, como los hijos alrededor de su Madre. Ella vela sobre
el Sucesor de Pedro y actuará de manera que Pedro confirme siempre a sus
hermanos en la fe, en la fe que fue la de los Apóstoles y de Pedro en
particular y de todos sus sucesores. Hay que hacer penitencia para merecer
los auxilios de la gracia de Nuestro Señor; penitencia en el cumplimiento de
nuestros deberes de estado sin desfallecimientos, sin abandono, sin desánimo, a
pesar del ambiente infernal de libertinaje, de impudicia, de desprecio por la
autoridad, de atropello a uno mismo y al prójimo.
Tengamos confianza: Dios es
todopoderoso y ha dado a Nuestro Señor todo poder en el cielo y en la tierra.
Esos poderes, ¿serán menores en 1964 que en 1870, menores en el último Concilio
que en todos los anteriores? Nuestro Señor no abandonará las promesas de
asistir perpetuamente a la Santa Iglesia Católica y Romana.
“Confidite, ego sum, nolite timere”
(Mc. 6, 50).
¡Oh, María, Madre de la Iglesia,
¡mostrad que sois nuestra Madre!
Nota. Este escrito es de 1964, en la
actualidad todas esas reformas ya fueron firmadas y puestas en practica con las
consecuencias espirituales desastrosas que están asolando a la cristiandad o lo
que queda de ella.
Hoy, mas que nunca, son lobos con
piel de ovejas, son mercenarios y salteadores los que tienen la osadía de “condenar”
a la Tradición bimilenaria de la Iglesia y, de ser posible, borrarla de la faz
de la tierra, cosa imposible porque para ello tendrían que derrotar y vencer al
Dios Verdadero y Único en tres personas.
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