martes, 3 de agosto de 2021

«Soy yo, el acusado, quien tendría que juzgaros» Mons. Marcel Lefebvre.

 

La hora de Satanás

Nota. Este escrito de Monseñor Lefebvre esta tan actualizado que bien vale pena leerlo con detenimiento una y otra vez y meditarlo para darse cuenta que los enemigos de Dios ya casi han logrado su fin. nunca como ahora la Iglesia y la sociedad católica y no católica están ya no en una convulsión sino en una decadencia total. Es un mensaje elocuente para la pequeña grey que Dios Nuestro Señor se ha reservado para estos tiempos con el fin de actuar tanto en lo social, como podamos, como con la oracion para no sucumbir ante el embate enemigo.

El juicio que formula el Papa es claro y formal. Este plan viene de satanás. Los planes de los masones son satánicos y están inspirados por el odio contra Nuestro Señor Jesucristo. Hay que ver las cosas precisamente como las describe León XIII para comprender el origen y los motivos de esta guerra llevada con tanta inteligencia y, diría yo, con tanta prudencia, contra las instituciones cristianas y, por consiguiente, para oponerse al reinado de Nuestro Señor Jesucristo. Han hecho esta guerra desde hace varios siglos en el mundo entero. Por eso no puede ser que el origen de semejante plan y realización sólo sean hombres; su origen no puede ser más que al demonio. Realmente es la ciudad del demonio, que se organiza contra Nuestro Señor Jesucristo y contra la ciudad cristiana.

Evidentemente, Satanás es malvado y notablemente inteligente. Sabe disfrazarse a veces con la violencia, a veces disimulándola con apariencias muy humanitarias, y a veces con doctrinas muy absolutas como la del comunismo y después con el liberalismo, que se compone de un buen número de variantes, de tal modo que uno se pierde.

Muchos se dejan atrapar por ese lenguaje ambiguo utilizado para embaucar a la gente sencilla que no reflexiona y se deja arrastrar.

Por supuesto que todos los hombres son libres, iguales y hermanos. Pero aquí no se trata de la libertad, igualdad ni fraternidad verdaderas. Hay que tratar de comprender bien los móviles y objetivos de esta lucha realmente satánica. El Papa no tiene ningún empacho y acusa categóricamente a Satanás de ser el origen de todas estas doctrinas masónicas, que deshonran al hombre, a la familia y a la sociedad.

«El empeño de los masones —el de destruir los principales fundamentos de lo justo y con esto, y animar así a los que, a imitación del animal, quisiera fuera lícito cuanto agrada— no es otra cosa que empujar el género humano ignominiosa y vergonzosamente a su extrema ruina. Aumentan el mal y los peligros que amenazan a la sociedad doméstica y civil. Porque, como otras veces lo hemos expuesto, hay en el matrimonio, según el común y casi universal sentir de todos los pueblos y siglos, algo de sagrado y religioso: veda, además, la ley divina que pueda disolverse. Pero si esto se permitiera, si el matrimonio se hace profano, necesariamente ha de seguirse en la familia la discordia y la confusión, cayendo de su dignidad la mujer y quedando incierta la prole, tanto sobre sus bienes como sobre su propia vida».

La delincuencia que engendra la Masonería

Es interesante observar las consecuencias del comportamiento de los masones. Por una parte, crean obras laicas para los jóvenes y niños, y al mismo tiempo hacen todo lo necesario para llenar de ellos las cárceles. (En el primer caso se trata de las grandes obras de filantropía que publicitan con bombos y platillos y en el segundo caso, ellos mismos promueven la delincuencia para luego presentarse como adalides de la paz social y civil.)

No dejan a la Iglesia impartir la educación católica, cuya moral rechazan, y difunden la deshonestidad, el vicio, las películas y obras pornográficas, etc. (En la actualidad ya no existe la educación religiosa aun en los colegios “religiosos” debido al modernismo masón. Nunca olvidemos la saña inaudita de Plutarco Elías Calles en el México de 1926, cuando expropio o cerro todos los colegios católicos de la Republica Mexicana) Hacen todo para corromper a la juventud y después ha sido necesario construir prisiones para los niños delincuentes y hospitales psiquiátricos o reformatorios. Es increíble; todo eso antes no se conocía. Los reformatorios solían ser orfanatos, administrados por religiosas o los hermanos de San Juan de Dios. Actualmente, en Francia, están, por ejemplo, las hermanas de Poncalec, donde la policía lleva a los niños abandonados por sus padres.

Había obras como esas, en las que los niños encontraban un ambiente de familia y un afecto de parte de esos hermanos o hermanas que los habían recibido. Sin embargo, esas congregaciones fueron perseguidas y sus miembros expulsados. Se ha hecho todo lo posible para hacer desaparecer esas obras y, supuestamente, crear otras obras secularizadas (Obras más bien mundanizada dirigidas por personal especializado por ellos para descristianizar, corromper y mundanizar todas instituciones de “beneficencia publica” como lo vemos hoy día.) El resultado ha sido que se han tenido que construir prisiones para niños, que son auténticos campos de concentración y donde reinan todos los vicios, o, como hay demasiados delincuentes, no se les hace nada; no se los puede encerrar a todos. Eso es lo que vemos que pasa ahora en todos los países, es decir: el aumento de la delincuencia, de los robos, de la droga…

Suiza no está exenta de estas agitaciones que afectan a la juventud. En Zurich y en Lausana se han visto bandas de jóvenes que roban autos, rompen escaparates de los comercios para robar y se comportan como auténticos bandidos mientras la policía se contenta con mirar, pues no sabe qué hacer. Comprueba los hechos, atrapa a algunos de ellos, los interroga… Van a la cárcel unos días, y luego los dejan libres y las cosas vuelven a empezar. Las autoridades responsables no saben cómo gobernar la sociedad, a la que han arrancado todas sus bases morales. Se ha suprimido todo lo que podía ofrecer a los jóvenes elementos para una vida conveniente y ordenada. En nombre de la libertad, se han suprimido todas las barreras... ¡Es espantoso!

La propagación de la droga es un ejemplo. Es una plaga terrible que se difunde hasta en las escuelas que aún siguen siendo católicas. Nadie consigue decir qué se puede hacer para poner fin a ese mal que se propaga cada vez más. Si hemos llegado a ese punto es porque ya no se quiere imponer la ley moral ni la ley de Dios. El decálogo ya no es la base de las sociedades, ni de la familia ni de la enseñanza.

No hay más que los “derechos del hombre”, derecho a la libertad. ¡La libertad!: ahí vemos los resultados.

La revolución y el deseo de cambio

La doctrina de los masones según la cual los hombres son iguales arruina toda autoridad en la organización política de la sociedad civil. Si ese concepto se aplicara a la Iglesia, quedaría arruinada toda su estructura. Ella es esencialmente jerárquica y la autoridad la confieren las autoridades superiores, salvo la elección del Papa en el cónclave. El Papa designa a los obispos, los obispos llaman a los sacerdotes, etc. La Iglesia es una sociedad enteramente jerárquica, cuya organización se opone a las doctrinas racionalistas de los masones.

Cuando se aplican las doctrinas de los masones —dice el Papa— sus consecuencias conducen a la Revolución.

«De los turbulentos errores, que ya llevamos enumerados, han de temerse los mayores peligros para los Estados. Porque, quitado el temor de Dios y el respeto a las leyes divinas, menospreciada la autoridad de los príncipes, consentida y legitimada la manía de las revoluciones, sueltas con la mayor licencia las pasiones populares, sin otro freno que el castigo, ha de seguirse necesariamente el trastorno y la ruina de todas las cosas. Y aun precisamente esta ruina y trastorno, es lo que a conciencia maquinan y expresamente proclaman unidas las masas de comunistas y socialistas, a cuyos designios no podrá decirse ajena la secta de los masones, pues favorece en gran manera sus planes y conviene con ellas en los principales dogmas. (…) masones. (En la actualidad, gracias al Concilio Vaticano II, la Iglesia oficial o Modernista ya no es jerárquica sino “democrática”. Este es uno de los principales distintivos entre la Iglesia moderna y la Tradicional o visible, de aquí nace la distinción entre ambas en que una es “oficial” y la otra es visible)

¡Ojalá juzgasen todos del árbol por sus frutos y conocieran la semilla y principio de los males que nos oprimen y los peligros que nos amenazan! Tenemos que habérnoslas con un enemigo astuto y doloso que, halagando los oídos de pueblos y príncipes, ha cautivado a unos y otros con blandura de palabras y adulaciones. Al insinuarse entre los príncipes fingiendo amistad, pusieron la mira los masones en lograrlos como socios y colaboradores poderosos para oprimir a la religión católica (…)

No de otro modo engañaron, adulándolos, a los pueblos. Voceando libertad y prosperidad pública, haciendo ver que por culpa de la Iglesia y de los monarcas, no había salido ya la multitud de su inicua servidumbre y de su miseria, engañaron al pueblo, y, despertada en él la sed de novedades, le incitaron a combatir contra ambas potestades».

El aggiornamento: adaptación al espíritu liberal

Los Papas han condenado frecuentemente la sed de cambios. El deseo de cambio es el mal de los hombres modernos y fue el que atacó al Concilio. Con pretexto de aggiornamento quisieron cambiar todo. Hay que cambiar con pretexto de adaptación. Hay que ponerse al diapasón del hombre moderno, y como el hombre moderno siempre cambia, hay que cambiar siempre y adaptarse indefinidamente.

Que hay que adaptar en cierta medida los métodos de apostolado, es algo evidente. El problema ni siquiera se plantea, porque es algo elemental. No se predica a los adultos como a los niños, ni a los intelectuales y gente culta como a la gente sencilla. Hay una adaptación, por supuesto. Es natural, y para eso no hacía falta reunir un concilio.

Pero lo que parece inimaginable es que, de hecho, quisieran discutir las fórmulas para adaptar supuestamente el modo de expresar nuestra fe y hacerlo más accesible al hombre moderno. ¡Son puras elucubraciones!

Los “derechos del hombre”: ¿de qué hombre se trata? Lo que existen son hombres, no el “hombre” separado de toda realidad. Cuando se habla de adaptarse al hombre moderno, ¿de qué hombre se trata? ¿del de Europa, del de América del Sur, del de China…? Eso no tiene sentido. El hombre moderno es, sencillamente, un hombre cuyo cerebro ha sido modelado por las doctrinas masónicas, que son ideas absolutamente contrarias a la Iglesia, a los principios mismos de la naturaleza y a los principios tal como Dios los concibe.

Pretender que se pueden cristianizar las ideas y el vocabulario de este “hombre moderno” es algo totalmente irrealista. Por mucho que se diga: “los derechos del hombre son algo admirable y podrían hacerse evangélicos”, ¡es imposible! Los han elaborado los masones y los han querido en contra del decálogo. No se habla de los deberes del hombre sino únicamente de sus derechos, con la finalidad de destruir la ley de Dios, de modo que ya no sea la base de las sociedades y sea remplazada por la libertad.

Los derechos del hombre: la diosa razón, adorar a la razón humana, todo eso es la Revolución. Poner al hombre en lugar de Dios.

¿Cómo se puede imaginar una adaptación a esa gente? ¡Es imposible!

Se han querido adaptar tanto que, finalmente, han acabado racionalizando nuestra liturgia, que contenía tantas cosas hermosas, sagradas y divinas. Las han convertido en algo racionalista y humano. Se ha rebajado el rito sagrado de la misa para convertirlo en una comida, una comunión y una eucaristía.

Han hecho una democratización sin jerarquía —pues ya no la hay— y el sacerdote ya no es más que el presidente designado, pero al que también podría designar la comunidad. Es horrible ver a dónde nos ha llevado ese deseo de adaptación.

No podemos usar el lenguaje de los protestantes y racionalistas sin hacernos tales poco a poco, porque ese lenguaje tiene un significado muy concreto y expresa muy bien lo que quieren.

Ningún católico puede afiliarse a la Masonería

Así que el Papa pide a los obispos que, en primer lugar, denuncien a la Masonería: «Que sean conocidos tal como son»: «Que los pueblos aprendan por vuestros discursos y pastorales, dados con este fin, las malas artes de semejantes sociedades para halagar y atraer, la perversidad de sus opiniones y lo criminal de sus hechos. Que ninguno que estime en lo que debe su profesión de católico y su salvación juzgue serle lícito por ningún título dar su nombre a la secta masónica, como repetidas veces lo prohibieron Nuestros predecesores. (…)

Además, conviene con frecuentes sermones y exhortaciones inducir a las muchedumbres a que se instruyan con todo esmero en lo tocante a la religión, y para esto recomendamos mucho que en escritos y sermones oportunos se explanen los principales y santísimos dogmas que encierran toda la filosofía cristiana, con lo cual se llega a sanar los entendimientos por medio de la instrucción y a fortalecerlos así contra las múltiples formas del error».

Es cierto. Cuando más conocemos nuestra religión más la vivimos, en particular nuestra liturgia, a la que estamos tan apegados y que en otro tiempo fue la de toda la Iglesia, y nos vemos más como inmunizados contra las tendencias malas del racionalismo y todos sus errores.

Plegaria por los que luchan contra las sectas

Finalmente, el Papa, tal como tiene que hacerlo, se vuelve hacia la oración y con ella termina:

«Bien conocemos que todos nuestros comunes trabajos no bastarán a arrancar estas perniciosas semillas del campo del Señor si desde el cielo el dueño de la viña no favorece benigno nuestros esfuerzos. Necesario es, por lo tanto, implorar con vehemente anhelo e instancia su poderoso auxilio (…)

Tan fiero asalto pide igual defensa, es a saber, que todos los buenos se unan en amplísima coalición de obras y oraciones».

El Papa nos anima a volvernos a la oración, porque en ella está nuestro auténtico socorro.

«Les pedimos, pues, por un lado que, estrechando las filas, firmes y a una, resistan contra los ímpetus cada día más violentos de los sectarios; por otro, que levanten a Dios las manos y le supliquen con grandes gemidos, para alcanzar que florezca con nuevo vigor la religión cristiana; que goce la Iglesia de la necesaria libertad; que vuelvan a la buena senda los descarriados; y que, al fin, abran paso a la verdad los errores, y los vicios a la virtud.

Como intercesora y abogada tengamos a la Virgen María Madre de Dios (…) Acudamos también al príncipe de los Ángeles buenos, San Miguel, el vencedor de los enemigos infernales; y a San Jo-sé, esposo de la Virgen santísima, así como a San Pedro y San Pablo, Apóstoles grandes, sembradores e invictos defensores de la fe cristiana, en cuyo patrocinio confiamos, así como en la perseverante (San Mateo 26, 11.)

oración de todos, para que el Señor acuda oportuno y benigno en auxilio del género humano que se encuentra lanzado a tantos peligros».

Por último, al terminar esta encíclica tan importante y que de algún modo resume todo lo que sus predecesores ya habían dicho sobre las sectas masónicas, el Papa da su bendición apostólica.

 

 

 

 

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