sábado, 14 de agosto de 2021

EN LA AUSUNSION DE LA VIRGEN MARIA, Mi humilde y breve aporte a esta gran solemnidad.

 

   

Y dijo (Elías) a su criado: “Sube y mira hacia el mar” Subió, miro y dijo: “No hay nada.” Dijo Elías: “Hazlo siete veces.” Y a la séptima vez dijo: “He aquí una nube, tan pequeña como la palma de la mano de un hombre, que se levanta del mar.” Entonces dijo Elías a Acab: “Sube, come y bebe, porque oigo gran ruido de lluvia.”

Está nuvecita es una figura de Nuestra Señora pues esa septima vez es como la séptima edad de Nuestra Señora, Santo Tomas de Villanueva traduce: “he aquí que sube del mar una nuvecilla como la huella de un hombre” De estas dos traducciones lo más importante es “esa nube pequeña” hablando de la humildad de la Sma. Virgen, pues en otra parte se dice que era una gran nube que contenía a Dios en su regazo; y era esta nube capaz que el mismo cielo. Esta nube, repito, nube ligera es, nube sin pecado, formada por el vapor del agua, esto es, de carne pasible; pero se elevaba por el ardor del sol, es decir, con el amor de Dios que moraba en las alturas por la contemplación. Continúan diciendo las Sagradas Letras: “como la huella de un hombre.” En Cristo Jesús la cabeza es la divinidad según dice el apóstol: “Dios es la cabeza de Cristo”; y en los Cantares: “Su cabeza, oro finísimo.” Y su pie es la humanidad que la toma de la Sma. Virgen por lo tanto la Virgen es la huella de este pie; porque, así como la huella se asemeja al pie, así la Virgen en su vida entera es una verdadera imagen y figura de la humanidad de Cristo.

    Esta Virgen subía del mar y esto no es otra cosa que la gloria de la Sma. Virgen María, Pero ¿consiguió la Virgen este triunfo sin esfuerzo? Ciertamente que no: porque he aquí cómo sube del mar de las tribulaciones, del mar de las persecuciones tan conocidas para nosotros conoció el oleaje del mundo, sus sacudidas y sus tempestades.

    Finalmente se dice a Acab: “Anda come y bebe; porque oigo el ruido de una gran lluvia que viene.” La Virgen sube, la virgen es elevada a las alturas. Tu Acab o sea nosotros, anda, come y bebe hasta saciarte; alégrate, regocíjate pues tu tierra, es decir nuestras almas, ya no serán estériles; sube una nube del mar, sobrevendrá una lluvia de gracias; un extraordinario torrente de dones descenderá de la nube, inundando a toda la Iglesia fecundando a todas las almas.

    Por ella, como dice San Bernardo, dispuso Dios dar al mundo cuanto había de darle. Y el salmo dice: “Mirra, áloe y casia tus vestidos, de gradas de marfil.” Son pues de marfil las escalas y gradas por donde subió la Virgen, miremos de qué marfil están fabricadas: la primer grada es la predestinación eterna de Dios para ser su madre; la segunda, es estar figurada por los patriarcas; la tercera, estar anunciada por los profetas; la cuarta, saludada por el ángel; la quinta, el concebir por obra del Espíritu Santo y quedar convertida en madre de su creador; la sexta, su exaltación en este día al cielo por encima de todas las criaturas al ser también coronada Reina de todo lo creado y la séptima se encierra en aquellas palabras de su Santidad Pío XII sacadas de de las actas de los Papas: ¨PRONUNCIAMUS, DECLARAMUS ET DEFINIMUS DIVINITUS REVELATUM DOGMA ESSE:

INMACULATAM DEIPARAM SEMPER VIRGINEM MARIAM EXPLETO TERRESTRIS VITAE CURSU, FUISE CORPORE ET ANIMAAD CELETEM GLORIAM ASSUMTA¨

De esta manera sube, siguiendo el ejemplo de Elías, como un viento suave sin violencia ni estrepito a los cielos llevada no por el carro de fuego como a Elías sino por la comitiva de los bienaventurados ángeles destinados para esta noble misión. Mientras que Eliseo gritaba, consternado y triste: “Padre mío auriga de Israel y sus caballos”, nosotros representados por los apóstoles gritábamos Madre mía arca de la verdadera alianza y tabernáculo viviente del altísimo compadécete de nosotros miserables mortales e intercede por nosotros ahora que estarás a la diestra de tu Hijo amado. También docentes nos acercábamos a Ella como el compungido San Pedro, que veía en esta otra oportunidad, para decirle con sentidísimo dolor: “Madre dile a tu Hijo que me perdone” y la Madre convencida de lo que respondía le dijo: “Pedro mi Hijo ya te perdono”, pero el porfiado San Pedro insistió: “lo se Madre, pero si usted se lo pide el me quitara esta pena”. Por donde aprendemos nosotros que san Pedro nunca sintió importunar a nuestra Madre quien, con gran mansedumbre cual conviene a una omnipotencia suplicante, con suma condescendencia accedió, doblada por la insistencia del apóstol, en la petición de San Pedro. Así también nos sucederá a nosotros si seguimos el ejemplo del Apóstol sin duda que ella intercederá por nosotros ante su Hijo amado por cualquier necesidad ante su Hijo que todo lo puede y quiere hacerlo en aquellos que Él ama con un amor especial porque han sabido conservar sus mandatos, la fe y la doctrina tan atacada en nuestros tiempos. Bien podríamos ya escuchar sus palabras utilizando las de su Hija Santa Teresa de Jesús: Hijo mío “Nada te turbe, nada te espante. Todo se muda Mi Hijo no se muda”, ten firme confianza en Él y no sufrirás decepción y serán atendidas, conforme su voluntad divina, todas tus necesidades mejor de lo que tu esperabas. Entonces se cumplirán en nosotros las palabras que se cumplieron plenamente en el Bienaventurado San Pedro. Mi más ferviente deseo como indignísimo ministro del Señor indignísimo devoto de esta Madre del AMOR HERMOSO es que se cumplan, por medio de la que es asunta al cielo nuestras más caras suplicas no solo por nuestras necesidades tan apremiantes como las del mundo entero y sobre todo por la conversión de Rusia por medio de la consagración a su Inmaculado Corazón mediante nuestra petición individual y colectiva de todos los católicos fieles a su Hijo divino.

 

 

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