domingo, 23 de agosto de 2020

Ad Apostolorum Principis. Sobre las pruebas de la Iglesia en China. Pío XII

 


 A los Venerables Hermanos y amados hijos Arzobispos, Obispos y demás Ordinarios de lugar, al clero y pueblo chino, en paz y comunión con la Sede Apostólica: exhortaciones y normas para las presentes dificultades.

Papa Pío XII

Venerables Hermanos y amados hijos, Salud y Bendición Apostólica.

Cuando junto al sepulcro del Príncipe de los Apóstoles, en la ma­jestuosa Basílica Vaticana, Nuestro inmediato Predecesor, de feliz memoria, Pío XI, hace treinta y dos años, consagró y confirió

la plenitud del sacerdocio “a las primicias y a los nuevos retoños del Episcopado chino

AAS 18 (1926) 432 ”, así expandía los sentimientos de que estaba pene­trado su paternal corazón en aquel momento solemne: “Habéis venido, Venerables Hermanos a ver a Pedro; más aún, de él habéis recibido el báculo, de que os serviréis para emprender los viajes apostólicos y con­gregar a las ovejas, y Pedro os ha abrazado con amor a vosotros, que in­fundís no poca esperanza de llevar a vuestros connacionales la verdad evangélica Ibid.”.

El eco de estas palabras se reproduce hoy de nuevo en Nuestra alma, Venerables Hermanos y amados hijos, en esta hora de aflicción para la Iglesia Católica en vuestra patria. Ciertamente no fue vana ni sin fruto la esperanza del gran Predecesor Nuestro: nuevos ejércitos de sagrados Pastores y heraldos del Evangelio se juntaron a aquel pri­mer manípulo de Obispos que Pedro, viviente en su Sucesor, había enviado la para regir aquélla selecta porción del rebaño de Cristo; un vigoroso florecer de nuevas obras y empresas de apostolado, aun en medio de múltiples dificultades, florecieron entre vosotros. Y Nos, cuando más tarde tuvimos la gran dicha de erigir la Jerarquía eclesiás­tica de China, hicimos Nuestra y aumentamos aquélla esperanza y vimos abrirse horizontes todavía más amplios para la a dilatación del Reino divino de Jesucristo.

La persecución; dos Cartas anteriores del Sumo Pontífice

Algunos años después, por desgracia, nubarrones de tempestad os­curecieron el cielo; para vuestras comunidades cristianas, algunas de las cuales ya de antiguo florecían, comenzaron tiempos tristes y llenos de dolor. Vimos a los misioneros, entre quienes se contaban muchos Arzobispos y Obispos animados de un gran celo apostólico, y asimis­mo a Nuestro Internuncio, obligados a abandonar el suelo de China; y arrojados a la cárcel, o afligidos por las privaciones y sufrimientos de todas clases, a los sagrados Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y a muchos fieles.

Entonces Nos vimos forzados a levantar Nuestra voz angustiada para Reprobar la injusta persecución, y con la Carta Encíclica Cumpi­mus Imprimis

AAS 44 (1952) 153 & ss del 18 de enero de 1952, tuvimos cuidado de recordar por amor a la verdad, conscientes de Nuestro deber, que la Iglesia Católica no puede considerarse como extraña, cuanto menos hostil, a nadie; más aún que ella, en su maternal solicitud, abraza con la misma caridad a todas las naciones, que no ambiciona cosas terrenas, sino que, a la medida de sus fuerzas, conduce a todos los ciudadanos a la consecución del cielo. Advertíamos, además, que los misioneros no pretenden los intereses de una nación particular, sino que, viniendo de todas las partes del mundo, y unidos como están por un único amor divino, desean y buscan solamente la difusión del Reino de Dios; bien claro está, por lo tanto, que su obra lejos de ser superflua o dañosa, es benéfica y necesaria para ayudar al celoso clero chino en el campo del apostolado cristiano.

Después de casi dos años, el 7 de octubre de 1954, con otra Carta Encíclica Ad Sinarum gentem

AAS 47 (1955) 5 & ss, enviada a vosotros para refutar las acu­saciones dirigidas contra los mismos católicos chinos, proclamábamos abiertamente que el cristiano no es, ni puede ser, inferior a ninguno en la verdadera fidelidad y amor a su patria terrena. Y porque se había difundido entre vosotros la falsa doctrina llamada de las “Tres Inde­pendencias”, Nos, en virtud de Nuestro divino y universal Magisterio, advertimos que esa doctrina, según la entendían sus partidarios, ya en la significación teórica, ya en las aplicaciones prácticas que de ella se derivan, no podía ser aprobada por ningún católico, puesto que arran­ca a las almas de la necesaria unidad de la Iglesia.

Ahora debemos advertir que en vuestra nación, en estos últimos años, las condiciones de la Iglesia han ido empeorando. Es verdad y esto es motivo para a Nos de gran consuelo en medio de tantas y tan grandes tristezas que ante las prolongadas persecuciones que os afligen, no ha disminuido en vosotros la intrépida fe ni el amor ardentísimo al Divino Redentor y a su Iglesia; intrépida fe y ardentísimo amor que habéis demostrado de mil maneras, por todas las cuales recibiréis un día el premio eterno de Dios, aunque sólo una pequeña parte de ellas ha lle­gado a conocimiento de los hombres.

La “Asociación patriótica”

Pero al mismo tiempo es deber Nuestro denuncia a las claras –y lo ha­cemos con temblor y con profunda pena– que, merced a planes insi­diosos, las condiciones van empeorando entre vosotros hasta el punto de que parece que la falsa doctrina, que Nos hemos reprobado, va lle­gando a las más extremas y perniciosas consecuencias.

En efecto, con una táctica hábilmente concebida, se ha fundado entre vosotros una asociación, que ha tomado el nombre de patriótica, y los católicos se ven forzados con toda violencia a pertenecer a ella.

Esta asociación, –como se ha dicho en repetidas declaraciones– tendría el fin de unir el clero y los fieles en nombre del amor a la patria y a la religión para propagar el espíritu patriótico, para defender la paz entre los pueblos, y al mismo tiempo para apoyar, reforzar y propagar el socialismo establecido en vuestra Nación y para ayudar a las autori­dades civiles a defender, cuando se ofrezca ocasión, la que ellos llaman libertad política y religiosa. Es sin embargo evidente que, bajo estas expresiones vagas de paz y de patriotismo, que pueden engañar a los ingenuos, tal asociación tiende a llevar a la práctica ciertos principios y planes perniciosos.

Fines que la “Asociación” persigue

Con la apariencia de patriotismo, que realmente se muestra falaz, tal asociación mira principalmente a que los Católicos den progresiva­mente su adhesión a las falsedades del “materialismo” ateo, con las cuales se niega a Dios y se rechazan todos los principios de la religión.

Con el pretexto de defender la paz, esa misma asociación acepta y propaga falsas sospechas y acusaciones contra muchos y venerables miembros del clero y aun contra los Obispos y la misma Sede Apos­tólica, atribuyéndoles extravagantes propósitos de imperialismo, de condescendencia y complicidad en la explotación del pueblo, de pre­meditada hostilidad hacia la Nación china.

Mientras afirman que es necesario que exista una absoluta libertad en materia religiosa, y con la excusa de facilitar así las relaciones entre la autoridad eclesiástica y la civil, de hecho la asociación pretende que la Iglesia, desatendidos y postergados sus sagrados derechos, quede totalmente sometida a la autoridad civil. Para lo cual se incita a los miembros a tener por buenas injustas medidas como la expulsión de los misioneros, el encarcelamiento de los Obispos, sacerdotes, religio­sos, religiosas y fieles; asimismo a consentir en las medidas tomadas para impedir pertinazmente la jurisdicción de muchos legítimos Pas­tores; además a sostener principios reprobables que abiertamente ata­can la unidad y universalidad de la Iglesia y su constitución jerárquica; y a admitir iniciativas que tienen por fin minar la obediencia del clero y de los fieles a sus legítimos Prelados separar las comunidades católicas de la Sede Apostólica.

Métodos de violencia y de opresión

Para difundir e inculcar en todas las inteligencias con más facilidad estos principios, esta asociación, que como dijimos, se gloría con el nombre de patriótica, recurre a los más variados medios, aun a los de la opresión y la violencia: a saber, propaganda abundante y clamorosa en la prensa: reuniones y congresos, a los que se obliga a asistir con in­vitaciones, amenazas y engaños –aun a quienes no lo desean–, y en los que, si alguno valientemente se levanta a defender la verdad, fácilmen­te le hacen callar, le derrotan y le tachan de infame, como enemigo de la patria y del orden nuevo.

También se ha de hacer mención de esos cursillos de formación, en los que los discípulos tienen que beber y abrazar esta falaz doctrina, a los que van forzados sacerdotes, religiosos y religiosas, alumnos del sagrado seminario, fieles de cualquier estado y edad. En estos cursillos por medio de casi infinitas e interminables lecciones y discusiones, a lo largo de semanas y meses, las fuerzas de la mente y de la voluntad, tanto se debilitan y apagan que con esta violencia sicológica se arran­ca, más bien que se pide libremente, como sería justo, una adhesión, que ya casi nada tiene de humana. A esto hay que añadir esos modos de proceder que, ejercidos con todos los medios, privada y pública­mente, con engaño, con dolo y con grave temor, perturban las mentes; las denominadas “confesiones”, arrancadas por la fuerza; los campos de “reeducación”; los llamados “juicios populares”, ante los cuales se han atrevido a arrastrar ignominiosamente para juzgarlos a venerables Obispos.

Contra tales medios, que violan los más importantes derechos de la persona humana y pisotean la sagrada libertad de los hijos de Dios, no puede menos de elevarse junto con la Nuestra la protesta de todos los fieles cristianos del mundo entero, y aun de todas las personas sensatas para deplorar el atropello contra la conciencia de los ciudadanos.

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