S. S. PIO XII REZANDO
16a Rosa
46)
Aun cuando no hay nada tan grande como la Majestad Divina, ni nada tan abyecto
como el hombre -considerado como pecador-, sin embargo, esta Majestad Suprema
no desdeña nuestros homenajes; se complace cuando cantamos sus alabanzas. Y la
salutación del ángel es uno de los cánticos más hermosos que podemos dirigir a
la gloria del Altísimo. "Canticum novum cantabo tibi" (4): Entonaré
un cántico nuevo. Este cántico nuevo que David predijo se cantaría a la venida
del Mesías es la salutación del Arcángel.
Hay un
cántico antiguo y un cántico nuevo. El antiguo es el que cantaron los
israelitas en reconocimiento de la creación, la conservación, la libertad de su
esclavitud, el paso del Mar Rojo, el maná y todos los demás favores del cielo.
El cántico nuevo es el que cantan los cristianos en acción de gracias por la
Encarnación y por la Redención. Como estos prodigios se realizaron por la
salutación del ángel, repetimos esta salutación para agradecer a la Santísima Trinidad
estos beneficios inestimables. Alabamos a Dios Padre, porque tanto amó al mundo
que llegó a darle su único Hijo para salvarle. Bendecimos al Hijo porque
descendió del cielo a la tierra, porque se hizo hombre y porque nos ha redimido.
Glorificamos al Espíritu Santo porque ha formado el cuerpo purísimo de Jesús,
que fue la víctima de nuestros pecados. Con este espíritu de agradecimiento
debemos rezar la salutación angélica, acompañándola de actos de fe, esperanza,
amor y acción de gracias por el beneficio de nuestra salvación.
47)
Aunque este cántico nuevo se dirige directamente a la Madre de Dios y encierra
sus elogios, es, no obstante, muy glorioso para la Santísima Trinidad, porque
todo el honor que rendimos a la Santísima Virgen vuelve a Dios, causa de todas
sus perfecciones y virtudes. Dios Padre es glorificado porque honramos a la más
perfecta de sus criaturas. El Hijo es glorificado porque alabamos a su purísima
Madre. El Espíritu Santo es glorificado porque admiramos las gracias de que fue
colmada su Esposa.
Del
mismo modo que la Santísima Virgen, con su hermoso Magnificat, dedica a Dios
las alabanzas y bendiciones que le tributa Santa Isabel por su eminente
dignidad de Madre del
Señor,
envía también inmediatamente a Dios los elogios y bendiciones que le hacemos
por la salutación angélica.
48) Si
la salutación angélica da gloria a la Santísima Trinidad, es también la más
perfecta alabanza que podemos dirigir a María.
Santa
Matilde, deseando saber por qué medio podría testimoniar mejor la ternura de su
devoción a la Madre de Dios, fue arrebatada en espíritu, y se le apareció la
Santísima Virgen llevando sobre el pecho la salutación angélica escrita en
letras de oro, y le dijo: "Sabe, hija mía, que nadie puede honrarme con
una salutación más agradable que la que me ofreció la Beatísima Trinidad, por
la cual me elevó a la dignidad de Madre de Dios. Por la palabra
"Ave", que es el nombre de Eva, supe que Dios, con su omnipotencia,
me había preservado de todo pecado y de las miserias a que estuvo sujeta la
primera mujer.
El
nombre de "María", que significa Señora de luz, indica que Dios me
llenó de sabiduría y de luz, como astro brillante, para iluminar el cielo y la
tierra.
Las
palabras: "llena de gracia", expresan que el Espíritu Santo me colmó
de tantas gracias, que puedo comunicarlas con abundancia a quienes las piden
por mediación mía.
Diciendo:
"el Señor es contigo", se me recuerda el gozo inefable que sentí en
la Encarnación del Verbo divino.
Cuando
se me dice: "bendita tú eres entre todas las mujeres", alabo a la
divina misericordia, que me elevó a tan alto grado de felicidad.
A las
palabras: "bendito es el fruto de tu vientre, Jesús", todo el cielo
se regocija de ver a Jesús, Hijo mío, adorado y glorificado por haber salvado a
los hombres."
17a Rosa
49)
Entre las cosas admirables que la Santísima Virgen reveló al Beato Alano de la
Roche –y sabemos que este gran devoto de María confirmó con juramento sus
revelaciones-, hay tres
más
notables: la primera, que es señal probable y próxima de eterna reprobación
tener negligencia, tibieza y aversión a la salutación angélica, que ha reparado
el mundo; la segunda, que los que sienten devoción a esta salutación divina
poseen una gran señal de predestinación; la tercera, que los que han recibido
del cielo el favor de amar a la Santísima Virgen y servirla por afecto deben
cuidar con el mayor esmero de continuar amándola y sirviéndola hasta que Ella
los coloque en el cielo, por medio de su Hijo, en el grado de gloria
conveniente a sus méritos.
50)
Todos los herejes, que son hijos del diablo, y que llevan las señales evidentes
de la reprobación, tienen horror al avemaría; aprenden el padrenuestro, pero no
el avemaría y preferirían llevar sobre sí una serpiente antes que un Rosario.
Entre
los católicos, los que llevan el signo de la reprobación no se cuidan apenas
del Rosario, son negligentes en rezarlo o lo rezan con fastidio y
precipitadamente. Aunque yo no aceptara
con fe
piadosa lo revelado al Beato Alano de la Roche, mi experiencia me basta para
estar persuadido de esta terrible y dulce verdad. Yo no sé, ni veo con claridad
cómo es que una devoción aparentemente tan pequeña puede ser señal infalible de
eterna salvación, y su defecto, signo de reprobación; y no obstante, nada más
cierto.
Nosotros
mismos vemos que quienes en nuestros días profesan las doctrinas nuevas condenadas
por la Iglesia, a pesar de su piedad aparente, descuidan la devoción del
Rosario y con frecuencia lo separan del corazón de quienes les rodean, con los
pretextos más hermosos del mundo. Se guardan muy bien de condenar abiertamente
el Rosario y el escapulario, como hicieron los calvinistas; pero su manera de
conducirse es tanto más perniciosa cuanto más sutil.
Hablaremos
de ello a continuación.
51) Mi
avemaría, mi Rosario, son mi oración y mi muy segura piedra de toque para
distinguir a los que van dirigidos por el espíritu de Dios de los que están
bajo la ilusión del espíritu maligno.
He
conocido almas que parecían volar, como las águilas, hasta las nubes, por su
sublime contemplación, y que, no obstante, eran desdichadamente engañadas por
el demonio, y sólo pude descubrir sus ilusiones al verlas rechazar el avemaría
como algo que resultaba poco para ellas.
El
avemaría es un rocío celeste y divino que, al caer en el alma de un
predestinado, le comunica admirable fecundidad para producir toda clase de
virtudes; y cuanto más regada está el alma por esta oración, más se ilumina su
espíritu, más se abrasa su corazón y fortifica contra sus enemigos.
El
avemaría es un dardo penetrante e inflamado, que, unido por un predicador a la
palabra de Dios que anuncia, le da fuerza para atravesar y convertir los
corazones más duros, aun cuando no tenga el orador extraordinario talento
natural para la predicación.
Ésta
fue la secreta arma que, como dejo dicho, enseño la Santísima Virgen a Santo
Domingo y al Beato Alano para convertir a los herejes y a los pecadores. Éste
es el origen de la práctica de los predicadores de rezar un avemaría al
principio de sus predicaciones, según asegura San Antonino.
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