El objetivo de las guerras de Estados Unidos no es vencer sino prolongar el estado de guerra, mantener la «guerra sin fin» anunciada por George W. Bush.
Los acontecimientos que se han desarrollado en el «Medio Oriente ampliado» desde el año 2001 corresponden a una lógica implacable. La cuestión actual es saber si ha llegado el momento de desatar una nueva guerra en Turquía o en Arabia Saudita. La respuesta depende sobre todo de la reactivación de las hostilidades en Libia. Es en ese contexto que debe interpretarse el Protocolo Adicional que los presidentes Erdogan y Putin acaban de negociar para resolver la crisis de Idlib.
Los acontecimientos que se han desarrollado en el «Medio Oriente ampliado» desde el año 2001 corresponden a una lógica implacable. La cuestión actual es saber si ha llegado el momento de desatar una nueva guerra en Turquía o en Arabia Saudita. La respuesta depende sobre todo de la reactivación de las hostilidades en Libia. Es en ese contexto que debe interpretarse el Protocolo Adicional que los presidentes Erdogan y Putin acaban de negociar para resolver la crisis de Idlib.
19 años de «guerra sin
fin»
Como
explicó el coronel Ralph Peters, el 13 de septiembre de 2001, en Parameters, la
publicación del US Army –el ejército terrestre de Estados Unidos–, el
presidente estadounidense George W. Bush decidió transformar radicalmente las
misiones asignadas al Pentágono. El entonces secretario de Defensa, Donald
Rumsfeld, asignó al almirante Arthur Cebrowski la tarea de formar a los
futuros oficiales. El almirante Cebrowski pasó 3 años recorriendo las
universidades militares del país y, hoy en día, todos los oficiales de alta
graduación han seguido sus cursos en algún momento. Las ideas de Cebrowski
fueron divulgadas públicamente por su ayudante, Thomas Barnett.
Las
zonas afectadas por las guerras estadounidenses serán mantenidas en situación
de caos. El concepto mismo de “caos” no tiene en este caso nada que ver con la
interpretación bíblica que habla de una destrucción total previa al
surgimiento de un nuevo orden. En el caso que nos ocupa el concepto de “caos”
debe interpretarse en el sentido descrito, en 1651, por el filósofo inglés
Thomas Hobbes, o sea como la ausencia de estructuras políticas capaces de
proteger a los ciudadanos de la violencia que ellos mismos pudieran ser
capaces de perpetrar, siguiendo el principio según el cual «Homo homini lupus»
(“el hombre es el lobo del hombre”).
Esta
guerra es una adaptación de la misión de las fuerzas armadas de Estados Unidos
a la era de la globalización, una adaptación al paso del capitalismo
productivo al capitalismo financiero. «War is a racket», o sea (“La guerra es
una forma de extorsión”) decía, antes de la Segunda Guerra Mundial, el general
estadounidense Smedley Butler, el más condecorado en Estados Unidos [1]. En
lo adelante, no habrá diferencia entre amigos y enemigos, la guerra permitirá
simplificar el acceso a los recursos naturales.
Esta
forma de guerra implica perpetrar numerosos crímenes contra la humanidad
–principalmente «limpiezas étnicas»– que las fuerzas armadas de Estados
Unidos evitan cometer por sí mismas. Para eso están los ejércitos privados
–como Blackwater–, contratados por el Pentágono desde la época del secretario
de Defensa Donald, y las organizaciones terroristas que el propio Rumsfeld
desarrolló mientras fingía combatirlas.
Las
administraciones del republicano George W. Bush y del demócrata Barack Obama
siguieron esta estrategia: destruir las estructuras de los Estados en los
países de regiones enteras del planeta. El objetivo de las guerras de Estados
Unidos no es vencer sino prolongar el estado de guerra, mantener la «guerra
sin fin» anunciada por George W. Bush. El presidente Donald Trump y su primer
consejero para la Seguridad Nacional, el general Michael Flynn, cuestionaron
esa política pero sin lograr modificarla. Hoy en día, los partidarios de la
estrategia Rumsfeld/Cebrowski persiguen los mismos objetivos, pero ya no tanto
a través del Pentágono sino utilizando la OTAN.
Después
de que el presidente Bush hijo iniciara la «guerra sin fin», invadiendo
Afganistán e Irak –en 2001 y en 2003–, surgió entre las élites políticas de
Washington un fuerte cuestionamiento de los argumentos utilizados para
justificar la invasión de Irak y grandes críticas sobre el caos reinante en el
país ya ocupado. Se creó entonces la Comisión Baker-Hamilton (2006). Sin
embargo, la guerra nunca cesó, ni en Afganistán ni en Irak, aunque sí hubo que
esperar 5 años antes de que el presidente demócrata Barack Obama se decidiera
a abrir nuevos teatros de operaciones: Libia, en 2011; Siria, en 2012 y Yemen,
en 2015.
Dos actores externos
interfirieron el plan de Estados Unidos:
-
En 2010-2011, el Reino Unido inició la «primavera árabe», operación concebida
según el modelo de la «Rebelión Árabe» de 1915, mediante la cual Lawrence de
Arabia puso a los wahabitas en el poder en la Península Arábiga. Pero esta vez
se trataba de poner el poder en manos de la Hermandad Musulmana, no con ayuda
del Pentágono sino del Departamento de Estado y la OTAN.
-
En 2014, Rusia intervino en Siria, país cuyo Estado no se había derrumbado y
que Moscú ayudó a resistir la embestida. A partir de ese momento, tuvieron que
retirarse de Siria los británicos –que habían tratado de lograr allí un
«cambio de régimen», desde 2011 hasta principios de 2012– y después los
estadounidenses –que no trataban de derrocar el gobierno sino de destruir el
Estado sirio, desde mediados de 2012 hasta este el momento actual. Rusia, que
trata de concretar el sueño de la emperatriz Catalina II (Catalina la Grande),
lucha hoy en la región contra el caos y por la estabilidad –o sea por la
preservación de los Estados del Medio Oriente y el respeto de las fronteras.
Después
de haber revelado en 2001 la nueva estrategia del Pentágono, el coronel Ralph
Peters publicó en 2006 el mapa que mostraba los objetivos del almirante
Cebrowski. En ese mapa podía verse que sólo quedarían intactos Israel y
Jordania. Todos los demás países del «Medio Oriente ampliado» –o sea, desde
Marruecos hasta Pakistán– verían sus Estados destruidos y todos los países de
gran extensión territorial –como Arabia Saudita y Turquía– serían desmembrados.
Habiendo
comprobado que Estados Unidos, su “mejor aliado”, planeaba dividirla en dos
para crear un «Kurdistán libre», Turquía trató inútilmente de acercarse a
China y adoptó después el principio del profesor Ahmet Davutoglu: «Cero
problema con los vecinos.» A pesar del diferendo territorial turco-sirio sobre
la región de Hatay, Turquía creó un mercado común con Siria. Sin embargo, en
2011, cuando Libia ya se encontraba aislada, Francia convenció a Turquía de
que podía librarse del desmembramiento uniéndose a los designios de la OTAN. El
presidente turco Recep Tayyip Erdogan, político islamista proveniente de la
organización Milli Gorus, se hizo miembro de la Hermandad Musulmana con la
esperanza de beneficiarse con los resultados de la «primavera árabe». Turquía
se volvió entonces en contra uno de sus principales clientes –Libia– y después
contra uno de sus principales socios –Siria.
En
2013, el Pentágono adaptó la «guerra sin fin» a las realidades que había
encontrado en el terreno. La periodista estadounidense Robin Wright publicó en
el New York Times 2 mapas que rectificaban el que el coronel Ralph Peteres
había publicado antes. El primero de los mapas publicados por Robin Wright
mostraba la división de Libia y el segundo la creación de un «Kurdistán»,
sólo en territorios de Siria y de Irak, y sin tocar la mitad oriental de
Turquía ni los territorios de Irán. También anunciaba la creación de un
«Sunnistán» que abarcaría territorios de Siria e Irak, el desmembramiento de
Arabia Saudita en 5 países y la división de Yemen en dos. Esta última
operación comenzó en 2015.
Entusiasmado
ante esta rectificación, el estado mayor turco comenzó a prepararse para los
acontecimientos. Concluyó acuerdos con Qatar, en 2017; con Kuwait, en 2018, y
con Sudán, en 2017, para instalar bases militares en esos países, cercando así
el reino saudita. Este respondió financiando en 2019 una campaña internacional
de prensa contra el «sultán» Erdogan y un golpe de Estado en Sudán. Por su
parte, Turquía respaldó el nuevo proyecto de creación de un «Kurdistán»… que
no afectara el territorio turco y participó en la creación del «Sunnistán»,
proclamado por el Emirato Islámico (Daesh) bajo la apelación de «Califato».
Pero las intervenciones de Rusia en Siria y de Irán en Irak echaron por tierra
ese proyecto.
CONTINUARA...
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