§ 2. TRES CORAZONES Y UN SOLO CORAZÓN
CAPÍTULO III (continuación)
El
Corazón corporal de la Santísima Madre de Dios Para
mejor conocer qué sea el Corazón sensible y corpóreo de la Santísima Virgen,
será bueno aclarar antes algo de las excelencias de su santo cuerpo, del cual
es parte primerísima el Corazón. A este respecto he de afirmaros que así como
nada existe en Jesús que no sea grande y admirable; tampoco hay nada en la
Madre de Jesús que no esté lleno de maravillas y grandezas. Cuanto existe en la
santa humanidad de Jesús, se halla deificado y elevado a una dignidad infinita
por su unión con la divinidad. Y todo lo que existe en María se ve enaltecido y
santificado hasta lo incomprensible por su divina Maternidad. Ninguna parte hay
en el sagrado cuerpo de Jesús que no sea digna de la eterna admiración de los
hombres y de los Ángeles. Y nada hay en absoluto en el cuerpo virginal de la
Madre de Dios, que no merezca las inmortales alabanzas de la creación entera.
Con
razón dice San Pablo: que en modo alguno somos deudores a la carne ni a la
sangre'; que cuantos viven según las tendencias de la carne y de la sangre
perecerán y morirán de muerte eterna (2); que la prudencia de la carne es la
peste y muerte del alma 3; que la sabiduría de la carne, es enemistad con Dios
(4); que los hijos de la carne no son hijos de Dios (5); que ni la carne ni la sangre
poseerán el reino de Dios (6); que el bien no es patrimonio de nuestro cuerpo,
sino todo lo contrario, lo es toda clase de mal; que es un cuerpo de muerte
(7), y una carne de pecado (8); y que cuantos son de Jesucristo han crucificado
su carne con todos sus vicios y perversos inclinaciones ( 9 ) .
Sin
embargo, cuanto mayor debe ser nuestro desprecio y mortificación de este cuerpo
de muerte y de esta carne de pecado que llevamos con nosotros, y que viene a
ser un vertedero de inmundicias, masa de corrupción, un muladar pútrido e
infierno de abominación, tanto mayor debe ser nuestro respeto y veneración del
purísimo y santísimo cuerpo de la Madre del Redentor, por sus maravillosas
excelencias de que está dotado, entre las cuales quiero señalar cinco
principales que vienen a constituir el permanente objeto de veneración de los
Espíritus bienaventurados.
LA CARNE VIVIFICA DE MARÍA
1. LA CARNE VIVIFICA DE MARÍA.
La
excelencia primera, es la de haber sido formado este cuerpo, en las entrañas
benditas de Santa Ana, no ciertamente por la ordinaria virtud de la naturaleza,
sino por el extraordinario poder de Dios, ya que la inmaculada concepción de la
Santísima Virgen, sólo a base de un gran milagro de naturaleza y de gracia pudo
realizarse. En este sentido se puede aseverar que su cuerpo ha sido formado por
mano del Espíritu Santo, y que es obra del Altísimo. Por eso después del cuerpo
deificado de Jesucristo Nuestro Señor, no ha habido ni habrá nunca en la tierra
cuerpo alguno tan perfecto en toda suerte de ventajosas cualidades como el
sagrado cuerpo de la Purísima Madre. Pues Dios, le formó de propia mano y para
altísimos destinos de su eterno juicio, ¿quién va a dudar de que la haya dotado
de cualidades convenientes al fin tan sublime a que la ha destinado, y a las
funciones en que ha de ocuparse? ¿Queréis saber algo de las raras perfecciones
del santo cuerpo de la Virgen de las vírgenes? Leed lo que los Santos Padres y
eclesiásticos historiadores dicen de él. Leed lo que nos dicen San Epifanio,
Nicéforo, Calixto y tantos otros.
Su
cuerpo se veía adornado de cuantas perfecciones se requieren para la perfección
de una soberana hermosura. Su andar reposado y compuesto, lleno de modestia,
con la cabeza algo inclinada al andar como una virgen humilde y pudorosa; su
voz argentina, dulce, casta y graciosa. Toda su compostura exterior llena de
majestad y bondad. En una palabra: era imagen viviente del pudor, de la humildad,
de la mortificación, de la modestia y demás virtudes. El vestido era limpio y
apropiado; siempre, con todo, modesto, sin ostentación, ni más color que el de
la lana; su manto de color celeste.
Era de
santísimas costumbres y en su conversación se mezclaban la dulzura y la
gravedad, la humildad y la caridad: todo lo cual la hacía amable y respetable a
cuantos la veían. Era amante del silencio, hablaba poco y raras veces, nunca se
dejó llevar de ira, de impaciencia, de risas inmoderadas, ni pronunciaba jamás
palabras ociosas.
De esta
forma nos describe Nicéforo en su Historia a la Santísima Virgen (1O). Y parecidamente
San Epifanio, presbítero de Jerusalén, que asegura haber puesto toda la
diligencia posible en la búsqueda de antiguos autores griegos que describieron
las costumbres de la Madre de Dios, para escoger cuanto hubiese de más exacto
(11).
Prestemos
oído ahora a los demás Santos Padres. "Sois toda hermosa, Virgen de las
Vírgenes, exclama San Agustín; sois toda agradable, inmaculada, luminosa,
gloriosa, adornada de toda perfección, enriquecida con toda santidad; sois más santa
y más pura -aun en vuestro mismo cuerpo- que todas las Virtudes angélicas"
12. " i Oh hermosura de hermosuras! exclama San Jorge, Arzobispo de
Nicomedia. ¡Oh madre de Dios!, sois el ornato y la corona de cuánto hay de más
bello y resplandeciente en el universo" 13.
i0h
Virgen santa, dice San Anselmo, vos sois tan soberanamente bella y tan
perfectamente admirable, que encantáis los ojos y robáis los corazones de
cuantos os contemplan!» (14).
La
segunda excelencia del virginal cuerpo de la Reina del cielo es la de haber
sido expresamente formado para nuestro Señor Jesucristo, y para El sólo. Fue
creado el cielo para ser morada de los ángeles y de los santos; pero el cuerpo
glorioso de María es un cielo creado exclusivamente para morada del Rey de los
Ángeles y del Santo de los Santos. iOh divina Virgen, vuestra purísima sangre
ha sido creada para materia del cuerpo adorable de Jesús; vuestro sagrado seno,
para recibirle durante nueve meses; vuestros benditos pechos para amamantarle;
vuestros santos brazos para sostenerle; vuestro seno y virginal pecho para
hacerle reposar; vuestros ojos, para mirarle y cubrirle con sus lágrimas
dolientes y amorosas; vuestros oídos, para escuchar sus divinas palabras;
vuestro cerebro para emplearse en la contemplación de su vida y de sus
misterios; vuestros pies, para conducirle y acompañarle a Egipto, Nazaret, Jerusalén,
al Calvario, y demás lugares por los que anduvo; vuestro divino Corazón, para
amarle, y amar cuanto El amaba.
La
tercera excelencia del sagrado cuerpo de la Madre admirable, es la de haber
sido animado por el alma más santa que haya existido, después del alma adorable
de Jesús. Con respecto a lo cual puede afirmarse que los órganos de este santo
cuerpo han servido para las más altas y excelentes funciones que pueden darse,
después de las del alma deificada del Hijo de Dios.
Paréceme
oír al gran apóstol San Pablo cuando protesta con orgullo que, sea en vida, sea
en muerte, Jesucristo será siempre glorificado en su cuerpo (15). Si Cristo es
glorificado en el cuerpo de un Apóstol, que llama a su mismo cuerpo, cuerpo...
de pecado y de muerte, ¡qué gloria no recibirá en el cuerpo de su divina Madre,
que es fuente de vida inmortal, y en el cual no tuvo entrada el pecado, por
haber sido santificado juntamente con el alma desde el mismo instante de su
Concepción inmaculada! Con tal motivo la llama en su liturgia, el apóstol
Santiago, apellidado hermano del Señor:
"Virgen
santísima, inmaculada, bendita sobre todas las cosas, siempre dichosa e
irreprensible en todos sus modales".
Y he
aquí la cuarta excelencia del sagrado cuerpo de la Madre del Santo de los
santos, que consiste en haber cumplido a perfección el mandamiento que Dios nos
enseña por su Apóstol con estas palabras: "Glorificad y llevad a Dios en
vuestro cuerpo" (16); y que ella comenzó a poner en práctica mucho antes
de que se pronunciasen.
Queriendo
dar a conocer el Espíritu Santo a todos los cristianos que la voluntad de Dios
es su santificación, no sólo en sus almas mas también en sus cuerpos, en los
que han de llevarle y glorificarle, les comunica por boca de San Pablo: "Que
deben ser en cuerpo y alma, como vasos honorables y santos, útiles al servicio
del soberano Señor de todas las cosas, y dispuestos a toda clase de buenas
obras" (17).
Que
sus miembros deben ser como armas de justicia y de santidad en manos de Dios,
de que pueda servirse El para combatir y vencer a su enemigo, el pecado, y para
santificarles (18.)
Que
sus cuerpos deben ser hostias vivas, santas, agradables a Dios y dignas de ser
inmoladas a gloria de su Divina Majestad (19). Que esos mismos cuerpos deben
ser templos del Dios vivo (2O).
Que
son miembros de Jesucristo, hueso de sus huesos, carne de su carne, porción del
mismo, y sus santas reliquias; y en consecuencia, deben vivir animados de su
espíritu, vivir su vida, y hallarse revestidos de su santidad; y que el Hijo de
Dios debe vivir no sólo en sus almas, sino también en sus cuerpos; y que debe
aparecer su vida en nuestra carne mortal (2l).
Ahora
bien; si un cuerpo de muerte, y una carne de pecado como es la nuestra, están
obligados a llevar realmente todas estas santas cualidades y estar adornados de
tan grande santidad, ¿cómo puede dudarse que el virginal cuerpo de la Madre de
Dios no se halle poseído de tan sublime perfección, y que no haya experimentado
tales efectos en sumo grado? ¿No es cierto que este cuerpo bienaventurado es
vaso purísimo y utilísimo para gloria de su Hacedor, y es asimismo el más
cumplido en frutos de buenas obras como jamás se hayan dado? ¿No es cierto que
después de la Víctima adorable, inmolada en la cruz, nada más santo ha podido
ofrecerse nunca a Dios que el purísimo cuerpo de la Reina de los Santos? ¿No es
cierto que es el más augusto y el más digno templo de la divinidad, después del
sacratísimo cuerpo del Hijo de Dios? ¿No es cierto que es el primero y más
noble miembro del Cuerpo Místico de Jesús? Y ¿quién podrá referir el ornato y
lustre que la casa de Dios recibe de este precioso y admirable vaso? ¿Quién
podrá pensar en la gloria que recibe la Santísima Trinidad en este santo
templo, con el sacrificio de esta hostia incomparable? ¿Quién dudará de que el
espíritu de Jesús no se halle plenamente viviente en todas las partes del
cuerpo de su divina Madre -la más noble y perfecta de las vidas-, como en el
más noble y excelente de entre sus miembros? ¿A quién le cabe dudar de que este
sagrado cuerpo no se vea amado, poseído y regido por este mismo espíritu como
por su propia alma? ¿Quién puede dudar de que Dios no se vea más honrado en
este cuerpo de la Virgen Madre, que en todos los cuerpos restantes y en todos los
espíritus aun los más santos del cielo y de la tierra? ¿Quién puede dudar, en
fin, de que esta fidelísima Virgen no haya glorificado a Dios en su cuerpo, de
todas las formas posibles? Le ha glorificado con la práctica de las palabras de
San Pablo, mucho antes de que fuesen proferidas: "Mortificad vuestros
miembros" (22); pues la Virgen ha mortificado de continuo los suyos con
ayunos, abstinencias y otras maceraciones, y por una perfecta privación de las satisfacciones
de la naturaleza: no comiendo, no bebiendo, ni durmiendo, ni tomando recreación
alguna para satisfacción de los sentidos, sino por sola necesidad, y para
obedecer a la divina Voluntad que gobernaba enteramente su alma Y su cuerpo y
en todas las cosas.