*STABAT MATER DOLOROSA JUXTA CRUCEM LACRIMOSA, DUM PENDEBAT FILIUS
En nuestros
tiempos apocalípticos donde la religión católica padece grandes ataques de los
enemigos, aun de los que están dentro de ella, tanto en su fundación y origen,
son atacados sus dogmas más sagrados sin piedad y con un gran desprecio.
Nos compete
como católicos militantes defenderla y volver a resaltar el carácter divino de
los dogmas con la pasión que solo sea controlada por la caridad y la prudencia
que procede de lo alto.
El asunto
que nos ocupa en esta ocasión es el ataque artero que Nuestra Señora ha sufrido
por altísimo prelado quien debería meditar antes de abrir la boca y decir cosas
nefastas que atentan contra la Santísima Virgen María ya de por si tan
denostada por los protestantes y algunos sacerdotes y obispos del mundo católico
actual. Trátese pues DE LA CORREDENCION DE NUASTRA SEÑORA derecho bien merecido
por varias razones para lo cual bástenos tan solo con su MATRNIDAD DIVINA, pero
vamos a remachar este privilegio de la corredención desde la vista de un gran
santo como lo es Santo Tomas de Aquino con la esperanza se explayarnos más en
un futuro.
Esta
cuestión exige para su complemento un breve apéndice sobre la parte que a la
Virgen María corresponde en esta obra de la salvación humana, ya que es común
apellidar a María corredentora y universal mediadora
de todas las gracias. Lo de
corredentora parece referirse a la obro de Jesucristo en su vida y sobre todo a
su pasión redentora la mediación, a la distribución de su gracia a las almas en
el curso de la historia hasta el fin de los siglos. Para ver cómo esto conviene
a María, es preciso sentar algunos principios indispensables para la recta
solución de una verdad que se halla tan grabada en el Corazón de los fieles y
que la teología mariana toma muy a pecho estudiar y definir.
Jesucristo,
Hijo de Dios e Hijo del hombre, es el único en quien puso Dios la salud del
mundo. El ofreció a la justicia divina una satisfacción plenísima por los
pecados; Él nos mereció de rigurosa justicia el perdón de
los pecados, la gracia de Dios, el don de la filiación divina y la gloria eterna; Él es la cabeza del cuerpo místico, que es la Iglesia,
y nadie puede alcanzar de Dios la menor gracia que no sea por su mediación. Tal
es la doctrina cristiana, la enseñanza fundamental de la fe.
Pero
este Hijo de Dios, para venir a ser Hijo del hombre, nació de
madre virgen, que El mismo escogió tal como le plugo, y, en consideración a sus propios merecimientos, la
preservó del pecado original, la enriqueció plenísimamente de todo género de
gracia y se la incorporó a la obra que El venía a cumplir en la tierra. Y como Él había de cumplir esa obra con su vida, su
pasión y su muerte, así la Madre, incorporada a esta vida, pasión y muerte,
viviese la suya en intimidad con su Hijo y por los mismos fines que El, la
salud del mundo. Este último
punto pertenece a la enseñanza actual del magisterio de la Iglesia, mientras
que los precedentes son otros tantos dogmas de fe. Pues, siendo la Virgen santa y exenta
de todo pecado, ofreció sus obras, sus plegarias, sus dolores, por las
intenciones de su Hijo, o sea, por la salud del mundo, y esta ofrenda fue
gratísima en la presencia de Dios, mereciendo
ella por su parte de condigno y no en justicia rigurosa como en el caso de
su Hijo al decir de los teólogos lo que el Hijo merecía por la suya de rigurosa
justicia pues esa era la voluntad del Padre Eterno.
Para
entender mejor esta intimidad de vida, conviene recordar un episodio evangélico
y señalar su hondo sentido. Jesucristo, desde el primer instante de su ser
natural humano, conoció plenamente y hasta en sus ínfimos detalles su destino;
por consiguiente, su vida, su pasión y su muerte. Desde entonces se abrazó con
todo esto y así vivió llevando siempre la cruz ante sus ojos, Él estando en el
vientre virginal de su santísima Madre tuvo concienencia plena de todo lo que
pasaba fuera del vientre de su Madre. Pues, para que la Madre se asemejase al
Hijo y viviera unida a Él en la cruz, el anciano Simeón, ilustrado por el
Espíritu Santo, anunció a María el triste destino de su Hijo y la parte que ella
tendría en ese destino: Puesto está para caída
y levantamiento de muchos en Israel y, para blanco de contradicción y una
espada atravesará tu corazón -para que se descubran los pensamientos de muchos
(Le. 2,34S).
Estas palabras, dictadas por el Espíritu Santo fueron recibidas por quien
gozaba de abundantísima luz para entender las en su más hondo sentido, siendo
esta inteligencia causa continua de dolor, hasta ver realizado en el Calvario
el sentido pleno, de aquella profecía. Con esto la Madre como Abrahán, ofreció, en el altar de
su corazón, el sacrificio de su Hijo, asociándose íntimamente a la oblación de
Jesús. Tal ofrenda de María fue en los ojos del Padre celestial sumamente
grata, y por ella mereció también de su parte lo que el Hijo, con mayor derecho merecía de la suya.
De
esta suerte quedó la Madre incorporada a la obra redentora del Hijo cooperando
a ella en la medida que su condición de pura criatura le permitía pero también
con la eficacia que le daba su dignidad de Madre de Dios y la riqueza de su
gracia y santidad, Tal es
la razón de su título de corredentora y mediadora.
LA
MADRE PIADOSA ESTABA JUNTO A LA CRUZ LLORABA MIENTRAS EL HIJO PENDIA.
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